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Ilustración de Gustavo Doré para El Paraíso Perdido |
Siempre
he oído decir que la mejor parte de la Divina Comedia es el Infierno, ese lugar
al que se llega cuando uno anda en la mitad del camino de la vida, y donde los
que entran deben “abandonar toda esperanza”. Ese es, por cierto, uno de los
mejores consejos que se le puede dar a un artista, sobre todo al que se inicia
en ese camino de incertidumbres, esa ruta casi segura a la soledad, el fracaso
y la miseria. El resto de la Comedia (Purgatorio y Paraíso) son (me atrevo a
decir) progresivamente mucho menos memorables. También es grandioso el Paraíso
Perdido de Milton (no el Monstruo Milton que acompañó nuestra infancia sino el
gran poeta inglés, revolucionario y ciego, John Milton) donde Satán, derrotado
por las huestes del Hijo y precipitado a los infiernos, se mantiene desafiante,
orgulloso, rebelde, y ya planea su venganza, que será la tentación de Eva.
Y
ahora debo citar una de las mayores influencias de mi vida de contemplador del
arte: se trata del Matrimonio del Cielo y
el Infierno, donde ese supremo visionario que fue William Blake escribió
con fuego tantas palabras inspiradas que resuenan en el infinito. Cada uno de
los Proverbios del Infierno son puertas que se abren a dimensiones de sabiduría
eterna, “porciones de eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre”,
reservadas para el que tenga el coraje de dejarse llevar por la visión. Así
diría Blake que Milton escribía encadenado sobre los ángeles y Dios, y en
libertad sobre los demonios y el infierno, porque era un auténtico poeta, y por
ello partidario de los diablos sin saberlo. Al igual que Fausto, harto de
estudiar filosofía, jurisprudencia, medicina y ¡ay! también teología, se
dejaría arrebatar por el intrigante Mefistófeles…
Por
supuesto, con estos temas hay que andar con muchísimo cuidado, son “para todos
y para nadie”, y estos grandes artistas se asomaron a estas grandes visiones y
debieron pagarlas con la incomprensión y la condena del vulgo… No dejemos de
mencionar al Bosco y su jocoso Infierno, o las pesadillas de Goya…
Pero
Hollywood es otra cosa. Es ante todo una industria creadora de productos de
consumo masivo. Después de este preámbulo, recordemos un tiempo, que comenzó a
finales de la década prodigiosa de
los años 60, y que se prolongó hasta finales de los 70, cuando la famosa
canción “Simpatía por el Diablo” se oía por todas partes, y muchos creyeron que
se iban a cumplir las profecías, y algunos malvados decidieron aprovecharse de ello.
Durante estos años se puso de moda hacer películas que pregonaban el triunfo
del Diablo.
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Rosemary ve a su bebé por primera vez |
Pero
la industria del entretenimiento no iba a soltar fácilmente su presa: había
nacido un nuevo género, caracterizado en las primeras de cambio porque el
Diablo siempre se salía con la suya… Se hicieron muchas películas explotando esta vena,
pero entre ellas la más impactante fue sin duda El Exorcista, la original de 1973, considerada la más horrenda de
todas las películas de horror. Independientemente de sus méritos, también confirmaría el cliché de que el diablo está más estrechamente relacionado con la
iglesia católica que con los protestantes o los judíos…