
Después…
desde el punto de vista de la escuela ucevista aparecen en el horizonte Hegel y
sus hijastros, Marx y Nietzsche… ignorando también a un gigante como
Schopenhauer y otras mentes interesantes del siglo XIX, como Kierkegaard.
Aparece entonces el gran cisma de la filosofía analítica con Frege, Russel,
Wittgenstein… ante el triunfo de la lógica simbólica, los pseudo-humanistas
amantes de la cripto-retórica y de las discusiones bizantinas sobre “el
fenómeno del ser y el ser del fenómeno” se quedan desnudos y, como decía
Neruda, “cubiertos de armas inútiles, llenos de objeciones destruidas…” Ante
ellos se abre el bosque de espinos maléficos de la fenomenología: Heidegger (no
se habla de Husserl) es uno de los autores más populares entre los jóvenes
graduandos, aunque los partidarios de la filosofía analítica lo descalifiquen
como un mero “poeta”… También está prohibido mencionar el expediente nazi de
este último existencialista auto-renegado. Y Sartre: definitivamente pasado de
moda. Si la escuela fue alguna vez “izquierdista”, el giro a la derecha ocurrió
hace ya mucho. Es el eterno péndulo de que hablaba Schopenhauer (creo). Para asumir
una pose actual, acaso puedes apuntarte con alguno de los autores de la French Theory…
Y
bien, después de repasar toda la galería eurocentrista de autores disponibles,
me quedo, entonces como ahora, con Epicuro de Samos, el del jardín o huerto de
Atenas, el hedonista ascético que
probó que estos dos términos no son contradictorios. Desde su materialismo, Epicuro
desprecia las patrañas manipuladoras de la religión, pero no acepta la tiranía
del determinismo cientificista. Y sobre todo, para él la actividad filosófica
es el placer más perfecto, porque no es un trabajo que se hace para después gozar
de sus frutos: “no se goza después de haber aprendido; se aprende y se goza
conjuntamente”. Hay varias maneras de abordar
a Epicuro, pero todas ellas entran en conflicto con el autoritarismo académico medieval
imperante en la UCV. Como me dijo alguien recientemente, las universidades se
originaron en la Edad Media, y la mayoría de ellas siguen en la vertiente más
oscurantista de la Edad Media.
Michel
Onfray dice que la historia de la filosofía la escriben los vencedores, que
luego imponen su tiranía. El vencedor es Platón: mientras las obras de sus
rivales filosóficos ardieron junto con la Biblioteca de Alejandría, los libros de
Platón fueron conservados por los escépticos y neoplatónicos en beneficio de
los primeros cristianos. Cuánta razón tenía Nietzsche al decir que el
cristianismo es en realidad un platonismo para las masas… También es oportuno recordar
aquella anécdota de que Platón quiso comprar todos los libros de Demócrito para
quemarlos y hacerlos desparecer. Parece que tuvo bastante éxito, porque del
gran materialista de Abdera apenas queda un puñado de fragmentos…
Lo
cierto es que al leer sobre Epicuro, lo primero que uno descubre es su rebelión
ante las tres escuelas predominantes en su tiempo: platonismo (creo que dijo
que su maestro platónico era “una medusa”, tal vez por lo decorativo, enrevesado
y venenoso), aristotelismo y materialismo democríteo. Por eso mi primer intento
de hacer una tesis fue guiado por la idea de presentar a Epicuro como crítico
de Platón, en particular de su intento de utilizar la religión y la teología astral como armas políticas
para el control de la sociedad. Por supuesto fue rechazada por todos los
profesores a quienes se la mostré (y algunos, como era de esperarse, dejaron de
hablarme y hasta de mirarme). Finalmente la publiqué cuando trabajaba en la
Universidad Católica Santa Rosa, y es mi único trabajo académico publicado
hasta ahora (aunque la revista de la UCSAR no es “indexada”). Por cierto, otra
cosa que me fascina de Epicuro es su desprecio por el lenguaje académico, la
terminología rebuscada, el estilo preciosista, y la tradición retórica de la
que tanto se enorgullecían los griegos.
He
estado leyendo mucho sobre Epicuro últimamente: a Michel Onfray lo descubrí
como epicúreo contemporáneo y he leído algunos de sus muchos escritos; sobre
todo recomiendo “Las sabidurías de la antigüedad”, primera parte de un intento
de hacer una Contrahistoria de la
filosofía que rescataría del olvido a todos los pensadores que Platón tal
vez quisiera haber borrado de la memoria de la humanidad. A través del tiempo
he consultado muchos autores, algunos fascinantes como Festugière, polémicos
como DeWitt (muy interesante su comparación de Epicuro con San Pablo y su
posible influencia en las primeras comunidades cristianas), críticos y
exhaustivos como Farrington. Pero siempre recomiendo especialmente a Carlos
García Gual, modesto, conciso, enamorado del tema. Estuve leyendo el libro La Terapia del Deseo de una gran
estrella de la filosofía académica estadounidense, Martha Nussbaum. Muy
completo, muy académico, perfecto para hacer una tesis (pero quizás no en la
UCV). Confieso mi envidia: qué sabroso es ser un prestigioso profesor en EE.UU,
con esas jugosas becas en dólares, tus libros reseñados en todas partes, las
entrevistas hasta en televisión… Desde mi ultra-modesto sitial aquí en Subdesarrollistán, prefiero a García
Gual: también hace unos meses leí finalmente su biografía completa de Epicuro.
Ah, y últimamente encontré un nuevo enfoque: Epicuro como pionero del ecologismo, basado en el libro Biomímesis de Jorge Riechmann. Para este autor, Epicuro y su filosofía del cuerpo y la libertad, de la frugalidad no represiva, de la amistad como clave para fomentar la cooperación en sustitución de la competencia, representaría un antecedente del pensamiento ecologista de la actualidad. En efecto, Epicuro habla del autocontrol de los placeres naturales y necesarios, y de que la clave de la felicidad y la sabiduría está en distinguir estos de los naturales y no necesarios y de los que no son ni naturales ni necesarios. En términos del ecologismo, eso nos llevaría a unas pautas de consumo sostenibles contrarias al deseo ilimitado y vano que provoca la insatisfacción permanente de la que a su vez depende la funesta sociedad de consumo capitalista.
Para cerrar: mientras que Platón escribió en
algún lado que se sentía feliz de ser griego y no bárbaro, hombre y no mujer; y
Aristóteles que unos habían nacido para ser amos y otros esclavos; Epicuro
siempre abrió su casa y su escuela para los tres grupos más discriminados y
vilipendiados de la sociedad griega: las mujeres, los extranjeros (generalmente
llamados “bárbaros”) y los esclavos. Detestaba la política y el uso político de
la religión y de la superstición. Decía que había que liberarse de los cuatro
miedos: miedo a los dioses, al dolor, al fracaso y a la muerte. Sin quitarle
méritos a Platón y Aristóteles (¿qué haríamos sin los académicos?), yo prefiero
ser otro cerdo de la piara epicúrea. Léanse,
queridos lectores, la Vida de Epicuro de Diógenes Laercio, quien sólo dedicó
libros completos a dos filósofos: Platón y Epicuro.
Ah, y últimamente encontré un nuevo enfoque: Epicuro como pionero del ecologismo, basado en el libro Biomímesis de Jorge Riechmann. Para este autor, Epicuro y su filosofía del cuerpo y la libertad, de la frugalidad no represiva, de la amistad como clave para fomentar la cooperación en sustitución de la competencia, representaría un antecedente del pensamiento ecologista de la actualidad. En efecto, Epicuro habla del autocontrol de los placeres naturales y necesarios, y de que la clave de la felicidad y la sabiduría está en distinguir estos de los naturales y no necesarios y de los que no son ni naturales ni necesarios. En términos del ecologismo, eso nos llevaría a unas pautas de consumo sostenibles contrarias al deseo ilimitado y vano que provoca la insatisfacción permanente de la que a su vez depende la funesta sociedad de consumo capitalista.