RESEÑA – Pedro Leonardo González
EL OJO DE LA BALLENA. Daniel
González. Textos: Douglas Monroy, Félix Suazo. Fotografías: Daniel
González. Caracas: Monroy Editor, 2018; 180 p. Edición bilingüe
(español-inglés).
Daniel
González es uno de los fotógrafos venezolanos más destacados y una figura de
prolongada trayectoria en actividades y movimientos artísticos e
institucionales muy diversos. En su trabajo se combina magistralmente el
compromiso político con un sentido estético de raíces surrealistas y espíritu
subversivo, ligado al llamado informalismo
que imbuía las producciones del Techo de la Ballena, ese ya legendario
movimiento contracultural de la tormentosa década de los sesenta. González fue
(y sigue siendo) efectivamente El ojo de
la ballena, justificando plenamente el título de este libro, cuya aparición
coincide con una excelente muestra antológica presentada en mayo de 2018 en la
Galería TAC, en el Paseo de las Mercedes; un verdadero homenaje retrospectivo a
este singular artista que incluye fotografías, videos, documentos, catálogos y
libros del período comprendido entre 1961 y 1993.
La
magnífica fotografía que adorna la portada del libro (un anuncio callejero que
muestra una sardónica calavera bajo la cual se lee el misterioso lema Con millón hasta la muerte sastrería) revela
lo que Félix Suazo llama la “mirada de cetáceo irreverente y retozón en medio
de la marejada” característica de González. Esa mirada recorre las calles de
Caracas recogiendo pintas callejeras, letreros insólitos, mordaces grafitis
políticos y satíricas expresiones de la imaginería popular. Son inolvidables la
imagen de un grupo de trabajadores que colocan sobre una pared en las
inmediaciones de La Candelaria un rótulo tan perturbador como Pensión Infierno del Dante; o la tumba
del Cementerio General del Sur que ostenta un letrero que dice Terreno propio; o la tienda de pompas
fúnebres que anuncia Se venden vestidos para
difuntas. Todos estos son ejemplos de la particularísma vertiente
surreal-lautreamontiana de humor negro propia de las imágenes de Daniel
González.
Nacido
en San Juan de los Morros en 1934, Daniel González empieza su carrera artística
como diseñador gráfico interesado en la pintura y la escultura. Tras una serie
de auspiciosas exhibiciones de su obra pictórica, se involucra a partir de 1961
con un grupo de jóvenes (cuyos nombres —Caupolicán
Ovalles, Juan Calzadilla, Carlos Contramaestre, Edmundo Aray, Rodolfo
Izaguirre, Perán Erminy, Salvador Garmendia, Adriano González León, Francisco
Pérez Perdomo, Fernando Irazábal, Efraín Hurtado, José María Cruxent, Gabriel
Morera, Hugo Baptista, Alberto Brandt, Manuel Quintana Castillo, Luis Ángel
Luque, Pedro Briceño y Antonio Moya, entre otros— llegarían a tener una inmensa
significación en el medio cultural venezolano de los años venideros) en un proyecto
experimental artístico-literario con propuestas vanguardistas y un claro
compromiso social y político denominado El Techo de la Ballena. Esta formidable
amalgama trans-disciplinaria de talentos tan dispares, fundada en medio de la
agitación revolucionaria de los primeros años del gobierno de Rómulo
Betancourt, estaba destinada a hacer historia.
Desde
el principio, Daniel González se convierte en “fotógrafo, diseñador, ilustrador y diagramador de
libros, folletos, catálogos y de vehementes manifiestos artísticos de El Techo
de la Ballena”, como recuerda Douglas Monroy en el texto introductorio del
libro que reseñamos. Entretanto, continúa elaborando su propia obra personal,
que quedará perennemente marcada por ese espíritu “cetáceo” de irreverencia,
irracionalismo y provocación. Cabe destacar la publicación en 1963 de su primer
fotolibro, Asfalto-infierno,
reconocido como una de las realizaciones más importantes en el área fotográfica
en Latinoamérica, continente estremecido por circunstancias extremas muy
similares durante el “fiero decenio” de los años sesenta.
En 1966, este “fiel y obstinado
cetáceo” presenta dos obras que merecen una nota aparte: su reportaje sobre el
pueblo de San Francisco de Cara, cuyo desalojo para ser inundado por las aguas
de la represa de Camatagua fue presentado como una silenciosa tragedia humana
cargada de soledad y nostalgia; y su documental Alirio Díaz La Candelaria, que muestra el regreso del legendario
guitarrista a su pueblo natal, en medio de la árida desolación de los eriales
del estado Lara. Muestras de todos estos trabajos fueron exhibidas en la ya
mencionada exposición antológica de la Galería TAC.
Con un impecable diseño gráfico de
Zilah Rojas, el libro cuenta con sendos ensayos de Douglas Monroy (Ciudad devota) y de Félix Suazo (La mirada del cetáceo). Monroy hace una
reflexión histórica desde la participación de Daniel González en el Techo de la
Ballena (1961-1969), recordando dos célebres manifestaciones de esta
agrupación, que se asumió a sí misma como una “guerrilla cultural”: Homenaje a la necrofilia, polémica exposición
de Carlos Contramaestre, y el poemario ¿Duerme
usted, señor presidente?, de Caupolicán Ovalles. González desempeñaría un
rol estelar en cada una de las acciones subversivas del grupo: “Proclive a
formar filas como artista comprometido y actuar como un comunicador de la
realidad social, asiste a concentraciones y mítines de dirigentes. Fotografía
en las calles y plazas públicas la protesta de trabajadores petroleros, y las
pancartas en contra de la Dirección General de Policía (DIGEPOL)”, la
emblemática policía política de aquellos días de insurrección y lucha
revolucionaria contra el gobierno de Betancourt. Aunque representa un documento
histórico importante, la obra de González siempre trasciende el mero panfleto
político. Si bien su activismo llegó a costarle un carcelazo (en septiembre de
1964), la reflexión a que nos invita siempre es más profunda: desde los
“postulados balleneros”, asume el tema de las pintas callejeras como un “motivo
recurrente y obsesivo”.
Suazo, por su parte, celebra el
buen humor y la inteligencia aguda de González. En su deambular informalista
por cementerios, basureros, poblados abandonados y carreteras solitarias, logró
presentar una cara perturbadora, “apocalíptica y amenazante” del aparente
“progreso” de Venezuela en la era post-perezjimenista, cada vez más volcada
hacia lo urbano. Hay un elemento fatalista, una “obsesión por lo siniestro” que
sin embargo conserva “un acento irónico”. Para Suazo, la muerte, que aparece
como una “entidad omnipresente” que “desafía la vanidad de una nación ahogada
por la violencia política y los antagonismos sociales”, sigue campeando entre
nosotros cincuenta años después de la toma de estas fotografías, “como si todo
siguiera igual”.
Aunque podemos disentir de esta
última aserción, ciertamente reconocemos la Venezuela retratada por este
artista de mirada crítica, “enemigo de los estereotipos”, que siempre está buscando
“el lado contradictorio o absurdo de lo real”. Suazo también señala “la
relación entre el hecho visual y el discurso textual” que caracteriza la
propuesta de González: “A menudo los mensajes inscritos en avisos, vallas y
carteles callejeros alteran el sentido de la imagen, mostrando una fuerte
disyunción entre el lenguaje y la realidad, lo cual se expresa en la no
correspondencia de la escena o situación registrada y las alocuciones
promocionales, doctrinales o contestatarias que reclaman la atención del
ciudadano.”
Y recuerda el juicio
emitido por Juan Carlos Palenzuela en referencia a la serie Asfalto-infierno: “un humor corrosivo y
una realidad insólita se enlazan en la foto como actos de conciencia poética y
política”. La sabia ubicación en esa frontera es lo que asegura la
trascendencia en el tiempo, más allá de la inmediatez y la urgencia del mensaje
político, de la obra de un genuino artista como Daniel González.