Blanco con bata, doctor; negro
con bata, chichero.
Dicho vulgar venezolano
Cuando
uno viene desde los estadios hacia la estación del metro de Ciudad
Universitaria, al final de la isla de esa avenida que creo que se llama Las
Acacias, hay una plazoleta donde puede verse la estatua de un hombre ataviado con
algo que parece una bata desabotonada. Si se hiciera una encuesta al pie de
este monumento y se le preguntara a los transeúntes quién es el personaje en
cuestión, lo más probable es que muy pocos podrían identificarlo.
No
es de extrañar. La falta de memoria histórica nos caracteriza como pueblo. Es un
mal probablemente incurable. Pero digamos rápidamente que se trata de un
personaje fundamental, un hito en la Historia
con hache mayúscula del país, una figura además cuya historia personal es apasionante
y polémica y tiene un final trágico. Se trata de Rafael Rangel, el bachiller
que nunca llegó a ser doctor por ser
negro e hijo ilegítimo, como el 70% de la población de Venezuela, según se
dice y se repite constantemente por ahí.
Siempre
he pensado que la historia de Rafael Rangel merece ser contada en una película (porque
esta última es una forma narrativa con el potencial de llegar a una audiencia
masiva, aunque tantos venezolanos lamentablemente —y quizás justificadamente—
aborrezcan el cine nacional). Podría ser un documental minucioso y exhaustivo
como los que hizo Manuel de Pedro en los 70. O una reconstrucción histórica
(como las que hacen magistralmente, hay que reconocerlo, los ingleses) de la
Venezuela de los primeros años del siglo XX, con tres personajes principales: ante
todo, el propio Rangel como protagonista. El segundo lugar, por contraste, lo
ocuparía una figura que todo el mundo reconoce, ya que es parte entrañable de
nuestra iconografía popular y expresión de nuestro gran complejo de
inferioridad nacional, de nuestra frustración y hambre de reconocimiento que se
retuerce ante la tozudez de la iglesia católica romana, que sigue negándose a oficializar
a nuestro primer santo venezolano. Como si el reconocimiento del pueblo no
fuera suficiente. Tal vez al Vaticano no le gusta el aura de curandero-mandinga
que ha adquirido. ¿O será que el abogado del diablo ha descubierto cosas que no
nos quieren decir?
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Mini-altar en el Hospital Vargas |
Aparte
de su condición de pioneros, héroes e incluso mártires de la ciencia médica en
Venezuela, el bachiller Rangel y el doctor José Gregorio Hernández tienen otra
cosa en común: ambos son andinos, provenientes de dos poblaciones muy cercanas entre
sí del estado Trujillo (Betijoque e Isnotú). Ambos aparecen en el preciso momento
en que los andinos finalmente reclamaban el protagonismo que les correspondía
por derecho propio en nuestra tragicómica historia, de la mano del tercer gran
protagonista que propongo para mi sainetesca película: Cipriano Castro, el Caudillo
Restaurador del Liberalismo, a quien no deberíamos permitir que su reciente reivindicación
moral le quite nada de su patética humanidad.
Al
morir Joaquín Crespo (1898), el país se quedó sin Macho Alfa, y los diversos
machos rivales se enzarzaron en una lucha sin cuartel por la jefatura
indiscutible de la manada nacional. Cipriano decidió que él tenía el coraje y
la capacidad para derrotarlos a todos, y no sólo lo consiguió, sino que fundó
una dinastía tachirense que iba a dominar el naciente siglo XX. Como dice
Mariano Picón Salas, entre los 60 compañeros que venían con Cipriano desde el Táchira
había tres futuros presidentes de Venezuela, los tres primeros de la mentada dinastía:
el propio Castro, su compadre Juan Vicente Gómez, y un quinceañero llamado
Eleazar López Contreras. Por cierto, en la película hay que darle un papel
secundario pero decisivo a Gómez. Y hay que ser justos con ambos personajes:
Cipriano, juerguista y parrandero, tiene una tendencia a la prosopopeya que lo
hace caricaturesco. Por su parte, Gómez, en la plenitud de su vigor, tiene una
tremenda pinta de galán y no parece un vejete repugnante y adulador. ¿Se puede
ser imparcial ante el peor tirano de nuestra historia (que lo fue) y poner en
la balanza sus pros y sus contras? Porque no existe un “lado correcto de la
historia”, esa expresión horrenda que se oye por ahí últimamente.
Aprovecho
para criticar brevemente la película La
Planta Insolente, que me parece terriblemente fastidiosa como todos los “biópicos”
(término hollywoodense que fusiona lo biográfíco con lo épico). Encuentro mucho
más interesante narrar un episodio breve que involucre a personajes relativamente
secundarios de la escena histórico-política del momento (una especie de historia desde abajo), con breves y
ocasionales apariciones de las grandes figuras, que hacen sentir su poder, pero
como parte del background de la
historia que se está narrando. Antes de pasar de una vez a echar el cuento de
Rangel, digamos que empieza mientras Venezuela aún está dominada por un Castro aparentemente
omnipotente, que ha derrotado a todos sus enemigos, internos y externos; y
termina después de que su hasta entonces fiel lugarteniente Gómez, aprovechando
la salida del país de su compadre para curar su riñón enfermo, lo desaloja del
poder.
El Macho Alfa y el Macho Beta |
Empecemos
la historia por el final, como recomienda Marcel Roche en su libro. Rafael
Rangel, prestigioso jefe del flamante laboratorio del Hospital Vargas de
Caracas, aparece con su bata blanca desabotonada, ingiriendo una dosis mortal
de cianuro de potasio. ¿Por qué un joven tan talentoso, respetado por sus
colegas y (hasta ese momento) protegido por los poderosos, decide matarse de un
modo tan patético? Como decía Cantinflas, “hasta la pregunta es necia”: El
talento siempre ha engendrado envidias, y más en un medio tan mezquino como el
nuestro, donde las nulidades engreídas
siempre se han enseñoreado. Con la caída de Castro, las alabanzas que habían
llovido sobre Rangel se convirtieron en chismes e intrigas, y para los nuevos poderosos
pasó de ser una eminencia a una rémora del gobierno
anterior.
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Rafael Rangel "vestido de patiquín" |
Rangel
era hijo ilegítimo de un comerciante de Betijoque. Su madre murió poco tiempo después
de su nacimiento y fue reconocido por
su padre (es decir, le dio su apellido), quien entonces lo llevó a vivir con su
familia legítima al cuidado de su
esposa, que para Rafael era una madrastra. Todo esto es una historia muy común
en Venezuela. Sus rasgos no eran negroides, sino más bien mestizos (alguien
dijo que parecía un hindú de tez morena y cabello negro lacio). Con el apoyo de
su padre, llegó a Caracas a estudiar medicina, terminando dos años de la
carrera con buenas calificaciones. En ese momento se le ofreció la oportunidad
de trabajar en el recién creado laboratorio clínico del Hospital Vargas,
dirigido por el doctor José Gregorio Hernández. Allí, Rangel se entregó a la
labor investigativa, mucho menos glamorosa que los estudios de medicina. Entre
esputos, excrementos, orina, pus y otras secreciones corporales descubrió la
belleza de la microbiología y se convirtió en pionero de lo que hoy en día
llamaríamos “bioanálisis”. Entre 1902 y 1907, sus investigaciones y
publicaciones como patólogo y microbiólogo fueron tan destacadas que mereció
ser promovido a jefe del laboratorio, el cual estaba bajo la protección directa
del gobierno de Cipriano Castro, quien no vacilaba en asignar importantes sumas
para su dotación y modernización. Y entonces se presentó el episodio que
resultaría decisivo en la carrera (y en la tragedia) de Rangel: el estallido de
la epidemia de peste bubónica en la Guaira en 1908.
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Las ojivas neogóticas del Hospital Vargas |
La
peste, el cuarto jinete del Apocalipsis, representa uno de los miedos atávicos de
la humanidad. Como se sabe, la transmite una pulga que vive como parásita de la
rata negra. Cuando la pulga se infecta con el bacilo de la peste, mata a las
ratas donde vive normalmente, y entonces pasa a chuparle la sangre al hombre.
La peste ha arrasado Europa y Asia varias veces, matando millones. Las ratas la
transportan en los barcos, por eso los puertos suelen ser los primeros sitios
donde se presenta. La señal inconfundible de su llegada es que empiezan a morir
las ratas. Como secuela de la gran peste de Hong Kong en 1896, diseminada en
otros puertos del Atlántico y el Pacífico en los años siguientes, las ratas
empezaron a morir en el puerto de La Guaira a principios de 1908.
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La rata negra (Rattus rattus) |
La
reacción de los gobiernos ante la sola mención de la palabra peste es lo que los psicoanalistas
llaman mecanismo de negación, porque saben que implica tomar
medidas impopulares y ruinosas como la cuarentena, el cierre de puertos y la
incineración de cadáveres y propiedades. Castro, que había sido llamado el
Salvador de la República, adoptó la misma consabida actitud: en su gobierno no
podía ocurrir aquella calamidad. Cuando los rumores aumentaron y aparecieron
los primeros muertos, se comisionó a Rafael Rangel para que bajara a La Guaira
a constatar si aquello era o no era peste, con la clara esperanza de que no lo
fuera. Es interesante el hecho de que se enviara a Rangel, que no era doctor
sino apenas bachiller, y no a José Gregorio Hernández, profesor de
bacteriología de la Universidad Central de Venezuela. Según Roche, la razón es
que Hernández estaba pasando por una crisis de vocación religiosa muy profunda,
que lo impulsaría, aún en medio de aquella situación de emergencia, a salir del
país para ingresar como monje cartujo en un monasterio en Italia (experiencia
que, como se sabe, terminaría siendo fallida). En vista de aquella
circunstancia, Rangel fue considerado más competente y mejor equipado que su
maestro.
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Muerte de José Gregorio en un muro en La Pastora |
En
La Guaira, Rangel despliega toda su actividad y experiencia, en contacto permanente
con el propio presidente Castro por medio del telégrafo. Al principio, los
cultivos e inoculaciones en animales de laboratorio no parecen indicar la presencia
del bacilo de la peste; y estos resultados, aunados a la presión del gobierno y
de la temerosa ciudadanía, llevan a Rangel a emitir un primer diagnóstico
negativo. De momento se arma una gran alharaca y casi se le declara héroe
nacional. Sin embargo, siendo un genuino científico que no buscaba los aplausos
sino comprobar la verdad, siguió examinando nuevos casos, hasta que finalmente confirmó
la presencia del temido bacilo. Enseguida telegrafió a Castro y tomó discretamente
el tren a La Guaira, tratando de no alarmar innecesariamente a la población,
para iniciar una heroica lucha contra la epidemia.
Ya este primer diagnóstico errado hacía prever el escándalo que
se avecinaba. Cuando Castro decreta el cierre del puerto, la realidad se hizo
inocultable. En medio del pánico generalizado, Rangel asume personalmente la
dirección médica y administrativa del combate sanitario; con lo cual empieza a
ganarse enemigos debido a las medidas extremas que tiene que tomar, entre ellas la
quema de algunas viviendas infectadas. Entretanto, Castro y su gobierno apoyan moral
y financieramente todo lo que hace. La batalla contra la peste termina oficialmente
en mayo de 1908, cuando se reabre el puerto de La Guaira. Rangel y sus
colaboradores reciben honores y condecoraciones.
Pero
el final de esa crisis coincide con el agravamiento de la enfermedad renal de
Castro. Ningún médico venezolano se atreve a operarlo, y le recomiendan que
viaje a Alemania a tratarse con un célebre especialista. Castro se embarca el
24 noviembre de 1908, y el 19 de diciembre su compadre toma el poder, para no
soltarlo hasta su muerte 27 años después. Muchos enemigos dentro y fuera del
país tenía Castro, muchos intereses poderosos cerraron la trampa sobre él. Y con
su caída empezó el calvario de Rafael Rangel.
Es
lo que yo llamo “el síndrome del Helicoide”: si lo hizo el gobierno anterior,
no sirve, y hay que abandonarlo, o si es posible, destruirlo. De pronto
empezaron a aparecer comentarios en la prensa: que cómo se le ocurría a Castro
mandar a un simple bachiller a atender algo tan serio como la peste…que con
razón se equivocó en el diagnóstico…se ponen en duda los métodos usados…se dice
que gastó demasiado dinero inútilmente, que dónde estaban los reales…que se
quemaron unas casas y nunca se pagaron…Rangel trató de responder a todo con
dignidad. Pero había que cobrarle su identificación con Castro, sus cartas
llenas de lealtad y admiración hacia el que ahora todos llamaban “tirano”. Y
para colmo, la merecida beca que le habían ofrecido años atrás para ir a estudiar
Patología Tropical a Europa, y que en ese momento, como dice Roche, le hubiera
permitido alejarse de la hostilidad que el cambio de gobierno había desatado
contra él en Caracas, le es negada terminantemente, como para confirmar su
caída en desgracia.
Quizás
había en Rangel un profundo resentimiento a causa de su origen social; quizás
había sido maltratado y humillado por esa razón. No sería de extrañarse. Quizás
tenía una tendencia a la depresión y al suicidio…Quizás tenía enemigos que
aprovecharon las circunstancias para “hacer leña del árbol caído”. Quizás hasta
lo habrán llamado “negro”, y no precisamente por cariño. Sólo se puede
elucubrar al respecto. Uno de los anexos del libro de Roche trata de las
discusiones e interpretaciones de los psicólogos sobre la personalidad de los
suicidas. Ahí se dice que muchos grandes investigadores científicos han perdido
a uno de sus progenitores en su primera infancia, como le pasó a Rangel con su
madre: Newton, Kelvin, Lavoisier, Boyle, Huygens, Rumford, Madame Curie,
Maxwell…
También
hay muchos rumores maliciosos sobre una posible enemistad entre Rangel y José
Gregorio Hernández, pero no existen pruebas documentales contundentes de ello.
Por el contrario, se sabe que Hernández fue su maestro, que lo recomendó para trabajar en
el laboratorio y siempre alabó sus trabajos. Por otra parte, se dice que tenía un
trato frío y distante, no sólo con él, sino en general. Roche recoge como
anécdota el comentario que dicen que hizo Hernández al saber de la tragedia de
Rangel: “Se murió ese loco”. En medio del positivismo reinante en la época, la
religiosidad de Hernández probablemente no era muy bien vista y pudo haberle hecho
antipático a los ojos de algunos de sus colegas.
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Esquina de Amadores |
Poco
después del suicidio y del escándalo subsiguiente, un conocido de Rangel de
nombre Salustio González Rincones presentó en el Teatro Caracas una pequeña
obra dramática (llamada Las Sombras) donde
se hacen vagas alusiones con nombres supuestos a un famoso doctor que emplea
como limpiador en su laboratorio a un chico provinciano, que resulta muy buen
estudiante y termina como jefe del laboratorio. Luego el chico demuestra
científicamente la existencia de la peste, pero lo obligan a callarse para no
estropear un baile que piensa dar el Presidente de la República. El doctor y un
ministro corrupto aprovechan la situación para comprar todas las vacunas y
hacer negocio cuando se anuncie la peste. Más tarde, intrigan para que expulsen
al chico del laboratorio, argumentando que no sólo no es doctor, sino que para
colmo es negro. El chico, por supuesto, termina envenenándose.
En fin, éste es el resumen de la tragedia de Rafael Rangel, pionero de los investigadores científicos de Venezuela, que prefirió ser un estudiante eterno en vez de graduarse de doctor, que vivió en carne propia los implacables vaivenes de la política y se quitó la vida a los 32 años, el 20 de agosto de 1909. Podría ser el tema de una interesante película documental, que rescataría la memoria de uno de los personajes menos reconocidos de la historia de Venezuela. Documental que nadie ha hecho todavía, que yo sepa. También da para un drama de época con estupendas posibilidades escénicas. Si algún estudiante de audiovisual siente interés por el tema, tendría que leerse el excelente libro del doctor Marcel Roche Rafael Rangel, ciencia y política en la Venezuela de principios de siglo, un magnífico estudio histórico con amplísima documentación. Además, recomiendo Días de Cipriano Castro de Mariano Picón-Salas. El blog El cronista de Tucutucu tiene información muy interesante y mucha bibliografía adicional. También es imprescindible el clásico de Albert Camus La peste.