Toda
esta locura que nos restriegan y machacan todo el tiempo seguramente está
sirviendo de inspiración para artistas, poetas, filósofos, místicos y otros
majaderos. Ocio, soledad, tristeza y silencio son ingredientes perfectos para confeccionar
alguna bagatela artística, o quizás alguna reflexión catártica que alivie el
dolor y el miedo. Se dice que toda obra que valga la pena nace de un 1% de
inspiración y un 99% de transpiración. Este lema emblemático del genio práctico
anglosajón se atribuye nada menos y nada más que a Thomas Edison. La
transpiración, el esfuerzo, consiste en este caso en tratar de poner algún
orden en las dispares interpretaciones de los fenómenos delirantes que estamos viviendo para exponerlas de modo
que puedan iluminarnos. La primera reflexión que hay que hacer es que, en la
situación actual, todos somos prisioneros del miedo. Es necesario darse cuenta
de eso: tenemos miedo a enfermar, a morir; o tal vez, peor todavía: miedo a violar
el consenso impuesto sobre el rebaño de que hay que tener miedo. La segunda
reflexión es que hay gente muy poderosa interesada en sacar provecho de ese
miedo para incrementar el poder que ya tienen sobre nosotros, los individuos.
Pero la individualidad es una cosa contradictoria. En realidad todos somos lo
mismo, pero no somos iguales: ni con
todo el poder del mundo se podría alterar el hecho de que cada uno de nosotros
es único. Cada hoja de hierba es la misma hierba, pero cada una es diferente. Entonces,
una clave para al menos aliviar nuestro miedo es saber que nunca podrán transformarnos
en una masa homogéneamente asustada. Aunque siguen intentándolo.
Cuando
Ronald Reagan asumió la presidencia de EE.UU en 1981, en su discurso inaugural
dijo aquellas palabras fatales: “El gobierno no es la solución a nuestro
problema. El gobierno es el problema”. Ese fue un momento histórico, un hito
simbólico que marcaba el fin de una era iniciada cuando Franklin Roosevelt sacó
a EE.UU de la Gran Depresión de los años 30, gracias precisamente a la acción
decidida del gobierno (“tirando dinero desde un helicóptero”, como dijeron
entonces). Después de la guerra, la confianza en que el gobierno estaba ahí
para ayudarnos en los momentos de peligro empezó a desmontarse gradualmente.
Ese proceso de desmantelamiento termina con Reagan asumiendo un gobierno que se
niega a sí mismo, que renuncia definitivamente a ser el protector del colectivo
para convertirse en alcahuete de la minoría de los ricachones. En eso consiste el
famoso neoliberalismo, un constructo
basado totalmente en mentiras, empezando por su nombre: parece que ofreciera
una “nueva libertad”, pero esa libertad no es para todos. Es exclusiva para los
plutócratas de siempre, que ahora pueden ejercer su señorío sin necesidad de
disimular. Amparados por el mito de que la codicia es eficiente, se han hecho
dueños de todo. En particular, convirtieron la educación y la salud públicas en
sendos negocios. El mundo es un juego de monopolio, los políticos son
prostitutas tarifadas, la supuesta democracia se limita a una falsa elección
entre una falsa izquierda “progresista” y una falsa derecha “conservadora”,
cuando lo único que progresa es la riqueza de los que ya tenían todo, y lo
único que se conserva son sus privilegios. Pero no hay mal que dure cien años:
según parece, podemos esperar que esa era funesta iniciada en 1980 haya llegado
a su fin con otro hito histórico-simbólico: la actual pandemia en este
cabalístico año 2020. Pero al mismo tiempo, desconfiemos: seamos fieles a la escuela de la sospecha.
Donald
Trump, autoproclamado heredero de Reagan, es el producto final de este
decadente neoliberalismo globalizado: fatuo, frívolo, farandulero, hijito de
papá que le dejó todo el dinero, emprende la política como un negocio más (¿y
acaso no lo es?). Su forma de ganar las elecciones aprovechando el sistema
indirecto supuestamente “democrático” que impera en EE.UU ilustra su
pragmatismo de businessman
pseudo-mafioso (bastaba concentrarse en algunos estados clave que le dieran la
mayoría de votos electorales, ¿para qué perder tiempo y dinero buscando una innecesaria
avalancha de votos populares?). Sin embargo, soy de los que cree que era mejor
que ganara él y no Hillary, candidata de los que querían una guerra con Rusia.
Trump se alineó con los cristianos sionistas y demás fundamentalistas puritanos
(siendo él un sátiro hedonista amoral) que prefieren pelear con Irán y el Islam,
explotando a su favor la idea calvinista de la predestinación: si tienes dinero
y poder es porque Dios te lo ha dado. Eso te hace un elegido de Dios, y nadie
le pregunta a Dios por qué eligió a semejante bufón. Desde mi perspectiva paranoica-crítica, delirante e
irresponsable, quisiera proponer una nueva teoría conspirativa: el virus, la
pandemia y el repentino apocalipsis es, entre muchas otras cosas, un complot
contra Trump. No exclusivamente, pero es una de las aristas posibles, muy
conveniente para los muchos enemigos de Trump. Para empezar, un manejo
desastroso de la crisis de la pandemia es la única forma de lograr que pierda
las elecciones. El candidato demócrata que quedó a última hora, el viejito
Biden, es una nulidad senil con un “rabo de paja” larguísimo. Necesita un buen
empujón para ganarle el hombre del copete anaranjado. El otro viejito, el supuesto
“socialista” Sanders, ha sido siempre un fraude.
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BBC-Getty Images |
Hagamos
una nueva lista de teorías conspirativas: primero tenemos la dicotomía a) el
virus es una creación de laboratorio, o b) es producto de la evolución natural.
Eso convertiría a la naturaleza en conspiradora, una idea nada antipática. Los
argumentos que apoyan esta última teoría no son extremadamente convincentes. Pero
poco importa si el responsable es Dios (o la naturaleza, como decía Spinoza) o
los anónimos científicos sin ética de la guerra biológica. Ya el bicho está
suelto y el mundo conmocionado. Nunca había habido una cuarentena global como
ésta, ni siquiera cuando la Gripe Española (que no era española, sino gringa,
pero esa es otra historia), que mató 20 millones hace un siglo. La globalización,
de hecho, permite que el mundo sea uno: múltiple y variado, pero único, es
decir, universal, que significa uno y
diverso. ¿Y ahora qué?
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Radiosoh.com |
No
sabemos lo que viene, pero tenemos ciertos indicios. Pepe Escobar (brasileño
que vive en China y sabe mucho de la Ruta de la Seda y demás chinerías) escribe
que el plan es llegar al tan ansiado “gobierno único mundial”, con una moneda
digital única que reemplazará definitivamente al papel moneda, con cada
individuo debidamente inscrito en los archivos de un algoritmo de control
social manejado a través del “internet de las cosas” y la inteligencia
artificial. Lo que estamos viviendo ahora no es más que un ensayo, por eso el
virus tiene una tasa relativamente baja de mortalidad-letalidad, pero funciona
perfectamente para crear el pánico. Al final, los plutócratas maltusianos, o
los gobiernos autoritarios, o una alianza de ambos, ofrecerán una vacuna contra
la peste, y junto con ella insertarán en cada individuo una contraseña digital,
como un código de barras o un nanochip que pasará a ser parte de nuestros
cuerpos. Será una versión trans-post-hiper moderna de la Marca de la Bestia,
tal como se la describe en Apocalipsis 13, 16-17: “e hizo que a todos, pequeños
y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se les imprimiese una marca en la
mano derecha y en la frente, y que nadie pudiese comprar o vender, sino el que
tuviera la marca, el nombre de la bestia o el número de su nombre”. (Ya sabemos
cuál es ese número…)
Pero
como yo soy un optimista incurable, creo que después de superar esta prueba y
algunos tragos muy amargos, después de sufrir en carne propia la agonía de este
mundo fracasado, vendrá una nueva Era Dorada en que las grandes potencias, en
vez de desperdiciar sus energías en complots y guerras mezquinas y absurdas,
harán una alianza sagrada bajo el signo de la inteligencia y retomarán los
proyectos que fueron abandonados por ignorancia, estupidez, arrogancia y otros
pecados. Esas metas que están a nuestro alcance prometen el desarrollo de todas
las capacidades del ser humano y le aseguran su libertad y prosperidad. Nos
referimos en primer lugar a la adquisición definitiva de la energía fundamental
del universo, el combustible de las estrellas: la fusión nuclear, una empresa a
la que deberían dedicarse todos los recursos del planeta, y que no está tan
lejos de conseguirse como puede parecernos en estos momentos catastróficos. Y
una vez que tengamos ese poder, la humanidad seguirá con el plan que se vio
obligada a interrumpir a finales de los años 70: la conquista del espacio
exterior. Las riquezas de la Luna, para empezar, podrían ser patrimonio de la
humanidad si tan solo lográramos ponernos de acuerdo y reunir los esfuerzos y
talentos de todos. Estados Unidos, Rusia y últimamente China ya tienen una
buena parte del camino explorado. Ciertos emprendedores privados visionarios
también harán su aporte. La actitud de China de cooperar con todas las naciones
en vez de encerrarse en un nacionalismo arrogante, excluyente y competitivo, es
el ejemplo a seguir. Al final, comprenderemos que la estupidez equivale a la
maldad y la inteligencia brillará como el lucero de la mañana. “Y el que tenga
sed, venga, y el que quiera tome gratis el agua de la vida” (Apocalipsis 22,
17).