El mejor
homenaje que puedo hacerle a Aquiles Nazoa en su centenario es recordar el
efecto que tuvo sobre mí el descubrimiento de su genialidad, la admiración que
siempre tuve por la increíble ingeniosidad de sus rimas y la frescura y
profundidad de su poesía, su enorme erudición libre de pedantería, y el genuino dolor que sentí cuando supe que su
Volkswagen se había enganchado debajo de una gandola. Pero también creo que hay
que reconocer su implacable ironía vitriólica
y lo afilado de su crítica a todo lo ridículo y patético que puede haber en
nuestra amada Venezuela. Sería lamentable y estaría condenado al fracaso
cualquier intento de convertirlo en otra gloria nacional, en un tieso prócer de
las letras, en una momia de respetabilidad, en una excusa para la retórica académica
y/o patriotera, en otro símbolo del tedio; en suma, en una estatua más en una
plaza para que lo caguen las palomas.
Prefiero
recordar las risas de mis compañeros de liceo (que no eran tampoco grandes
lectores) disfrutando de esa estupenda parodia llamada Los martirios de Colón/ fragmentos de un diario escrito/ por el famoso
erudito/ Mamerto Ñáñez Pinzón. Creo que el propio Nazoa hablaba de ese género como "Teatro para Leer". Cuando después lo convirtieron en una
especie de opereta, debo confesar que no me gustó mucho. Me pareció inflado,
petulante, sobrecargado. Pero cuando leí por primera vez el texto original siendo
un adolescente, me retorcí sinceramente de la risa, y descubrí esa inteligente y
elegante sensibilidad, esa iluminación, esa ternura, esa catarsis más allá del
humor y del chiste que es la perla que se esconde dentro de la ostra llamada
Aquiles Nazoa.
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Y así con
toda su obra: qué genial es el Corrío del
comecandela y qué poderosa la ironía con que se ridiculiza ese machismo
folclórico y pendenciero que en el fondo es todo lo contrario de lo que
representa la imagen de Aquiles Nazoa, el niño grande que andaba en patines y
fabricaba muñecas. Esa tiene que ser una de las grandes páginas de la
literatura venezolana: Yo me refalo en lo
seco/ y me paro en lo mojao/ yo soy el comecandela/ que con pólvora fui criao/
A mí no me asustan bultos/ ni gatos enmochilaos…/ El que me busca me
encuentra/ y siempre me encuentra armao/ y si hay alguno en la fiesta/ al que
no le haiga gustao/ que vaya buscando al cura/ pa que muera confesao… (Está
citado de memoria porque no lo he conseguido en internet y no puedo ir a
buscarlo a la biblioteca por la cuarentena.)
Zamuro no come coco/ ni gago dice cacao… La risa
requiere más ingenio que la bravuconada, el insulto o la pedantería. Hay que leer
y releer a Aquiles Nazoa, y asumir sin aspavientos el coraje de ser diferente, disfrutar
de la propia inteligencia y nadar contra la corriente. También me encantan sus
parodias de las grandes obras de teatro, como aquella de Don Juan Tenorio (ya no me
llamo Don Juan Tenorio/ Don Juan Velorio queda mejor o algo así… la memoria
traiciona.) Estos versos paródicos son simplemente geniales:
No es verdad, ángel de amor
que en esta apartada orilla,
si hubiera yuca y parrilla
se estaría mucho mejor…
O Fausto
cuando el diablo decide devolverle el alma:
FAUSTO
¿A qué vienes,
bicho innoble,
donde nadie te
ha llamado?
¿No ves que a
punto has estado
de estropearme el pasodoble?
MEFISTÓFELES
Un momentico, mi
socio,
no se agite y
tenga calma:
vengo a
devolverle el alma
y a deshacer el negocio.
FAUSTO
No entiendo. ¿Por qué razón?
MEFISTÓFELES
El modelo no es
moderno:
lo he probado en
el infierno
y gasta mucho
carbón.
Y concluyamos con el poema que da título a esta entrada, una mirada
crítica al cantinflerismo criollo:
¿VERDAD
QUE LOS CARAQUEÑOS/PARECE QUE HABLAN EN SUEÑOS?
¡Qué
formas tan pintorescas
son
nuestras formas de hablar!
Para
decirnos dos cosas
que en
cualquier otro lugar
se dicen
directamente
con dos
palabras no más,
aquí
estamos media hora
tratando
de concretar,
y el
pavoroso enredijo
que nos
formamos es tal,
que el
que nos está escuchando
no
entiende ni la mitad,
ni
nosotros entendemos
lo que él
nos quiere explicar.
Y si
quieren una muestra
De
nuestros modos de hablar,
Acomoden
las orejas,
Que allí
van:
-Yo, chico, hablé con el hombre
Y él me
dijo que si tal
que si
qué sé yo qué cosa,
que si yo
no sé qué más,
que si
esto, que si lo otro,
que si lo
de más allá,
que si
patatín,
que si
patatán…
¡Bueno,
puej, me volvió loco
con ese
tronco e macán!
Pero yo le eché coraje
y
le dije:--para guan,
si usted
me viene con curvas
que si
tal que si cual
y que si
yo no sé qué
y que yo
no sé qué más,
conmigo
estás bueno, puej,
¡Porque
conmigo qué vá!
Si él me dice en un principio:
“Mira,
Pedro, ven acá,
yo vengo
a tal y tal cosa,
pero tal
y tal y tal”,
pues
entonces qué carrizo,
¿Pero
así? ¡No oh, qué vá!
Y así como habla ese tipo
que
acabamos de escuchar,
así
hablamos casi todos
en la
Caracas actual:
Un montón
de frases mochas,
alguno
que otro refrán,
cien mil
mentadas de madre
y el
resto, ni hablar, ni hablar!