sábado, 17 de julio de 2021

Divagares a la hora del burro

 


Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,

pero mi verso brota de manantial sereno

(Antonio Machado)

Quisiera insistir en esta idea: al menos en el área de las humanidades, el principal trabajo de los académicos (o sea, los que estudian o enseñan —y no tan sólo vegetan— en una universidad)  consiste en escribir acerca de lo que leen. Ya que he leído muchísimo últimamente, gracias a —o por culpa de— la interminable cuarentena, creo tener algo sobre lo que puedo escribir, y  eso es lo que haré a continuación.

Pero antes permítanme una breve reflexión estética: el estilo que impera en las páginas-web tipo revista (webzines, las llaman), como la de la BBC, exige escribir párrafos muy cortos (o cortar párrafos largos en tiras más cortas). Voy a seguir ese estilo en las siguientes divagaciones.

Colombia. Desde que se separó de Venezuela, nunca han cesado las guerras civiles en la antigua Nueva Granada. El nombre Colombia se adoptó formalmente en 1863, después de un largo período de sangrientas contiendas. Dicen que la guerra de ahora data del bogotazo de 1948, cuando asesinaron a Gaitán; pero antes de ese episodio ya había habido innumerables matanzas. El coronel Aureliano Buendía quizás no tenga quien le escriba, pero ciertamente tiene mucho que contar.


 

Cuando las guerras prolongadas se vuelven industrias, generan como subproducto el tráfico de armas y de mercenarios. No olvidemos que la gloriosa Legión Británica que brilló en Carabobo era un cuerpo de soldados profesionales, veteranos de las guerras napoleónicas. Incluso, buena parte del material bélico —cañones, fusiles y demás— usado en esa batalla ha sido descrito por alguien como “chatarra de las guerras napoleónicas”.

Haití. Yo quisiera oír alguna vez una buena noticia proveniente de Haití. Para explicar el desastre que está ocurriendo ahora, y que reduce a Haití a un país prácticamente sin estado ni gobierno, la historia que nos cuentan los medios es demasiado opaca y abona el terreno para las inevitables teorías conspirativas.

La independencia de Haití

Esos mercenarios, paramilitares y/o sicarios colombianos que los medios nos presentan como autores materiales del hecho, gente supuestamente entrenada y con experiencia, tenían que saber que un magnicidio es una operación suicida, a menos que se cuente con una ruta de escape muy bien planificada. Sorprende la prontitud con que fueron capturados. ¿Acaso los traicionaron? ¿O tal vez son unos desesperados y les da igual que los maten o los pongan presos? Quizás aceptaron ser kamikazes a cambio de un dinero pagado a sus familias, por ejemplo.

El asesinato del presidente haitiano abre una caja de Pandora que amenaza con arrasar lo que queda de ese infortunado país. Y casualmente (¿?) a los pocos días se desatan disturbios en Cuba, que queda justo al lado de Haití. Para colmo, al gobierno fantoche que surge de este desastre (del que es el principal sospechoso) no se le ocurre otra cosa sino pedir una intervención norteamericana.

Nayib Bukele, el “presidente millennial” de El Salvador, nació en 1981, año convencionalmente aceptado como el primero de la llamada generación millennial. Aunque al principio de su mandato quiso congraciarse con los gringos expulsando a los diplomáticos venezolanos y hablando pestes de Maduro, en realidad viene políticamente de la izquierda: fue dos veces alcalde apoyado por el FMLN. Cuando decidió lanzarse por su cuenta, aprovechando la popularidad ganada en sus exitosas gestiones municipales, tuvo que hacer todo tipo de maniobras politiqueras para evitar las zancadillas del establishment bipartidista salvadoreño.


¿Por qué me cae bien Bukele? Por un lado, porque quiere apartarse del lastre ideológico de las “derechas” e “izquierdas” tradicionales. Como dijo alguien, no hay que ir ni a la derecha ni a la izquierda, sino hacia adelante. Y la única manera de salir adelante en este mundo apocalíptico es liberarse de la tiranía del dólar. Eso es lo que yo llamo una propuesta genuinamente revolucionaria.

Para lograr este fin, Bukele tiene la audacia de apostar por el bitcoin. En general, los gobiernos miran con desconfianza esta nueva forma de dinero. Dicen que facilita el lavado de capitales y las transacciones oscuras. Como si los bancos convencionales no fueran desde siempre los grandes alcahuetes de las mafias. Después de todo, ¿quién inventó los paraísos fiscales?

A los que dicen que la minería de criptomonedas es contaminante y gasta demasiada energía (un argumento usado recientemente por Elon Musk para provocar una baja en la cotización del bitcoin), Bukele les responde con un proyecto para utilizar la energía geotérmica de los volcanes, muy abundantes en su país, que ofrecen una de las más eficientes formas de energía alternativa (supera en rendimiento a la solar, eólica, biomasa, etc.).

Volcán de Santa Ana, El Salvador

Por otra parte, sus innovadoras acciones lo enfrentan con los representantes del podrido sistema financiero mundial, que son los verdaderos villanos: el FMI, el Banco Mundial, la Reserva Federal y sus semejantes. Estos monstruos saben que están condenados a hundirse más temprano que tarde, pero quieren mantener el casino abierto hasta el final, aunque tengan que arrastrar a toda la humanidad en su naufragio.

Todo esto demuestra algo que yo siempre he dicho: cuando un país pequeño como El Salvador se propone tomar decisiones para independizarse del status quo imperial anglo-sionista, se vuelve una amenaza, y por muy acertadas que sean las medidas que tome, corre el riesgo de que el gigante Goliat trate de aplastarlo como a una cucaracha. Pero quién sabe: mira como terminó Goliat.

¿Racismo o racialismo? He estado leyendo mucho sobre los nuevos racistas ilustrados, estadounidenses y europeos, que prefieren ser llamados racialistas. Quizás el término más preciso sea nacionalistas étnicos. Son todos blancos de origen europeo, aunque estén dispersos en sitios tan lejanos como Nueva Zelanda o Canadá. Comparten la creencia de que una nación consiste en una única raza, cultura y religión. No aceptan la convivencia de razas diferentes en un mismo territorio: detestan la noción de un estado plurinacional o pluricultural. La mezcla de razas, el mestizaje, les parece abominable.

Esta clase de gente está terriblemente asustada porque piensan que hay un complot en marcha para destruir el predominio de la raza blanca en sus propios países de origen. Este temor se expresa en muy diversas ideologías de extrema derecha, o mejor ultraconservadoras. No todos son necesariamente terroristas o violentos, pero sí creen que, especialmente en EE.UU, existen las condiciones para una guerra racial que puede terminar por segmentar a ese país.

BBC-Getty Images

También en Europa, debido a la afluencia masiva de inmigrantes —sobre todo musulmanes— se está creando una situación potencialmente explosiva, particularmente en Francia y Alemania. En Francia se habla cada vez más del Gran Reemplazo.

Quisiera cerrar estas reflexiones a la hora del burro concentrándome en un aspecto de la amplia gama de expresiones del “racialismo”. Apoyándose en la estadística y la genética, estos supremacistas blancos (que lo son, aunque a ellos no les gusta el término) quisieron demostrar que su raza es la más inteligente de todas basándose en las mediciones del coeficiente intelectual o CI (IQ en inglés). Pero lo que lograron fue descubrir una nueva amenaza.

Según mediciones realizadas en EE.UU, la raza que obtiene los mejores resultados de CI no es precisamente la blanca, sino la amarilla. Los asiáticos también arrasan cuando se mide la capacidad matemática. Les siguen los blancos, después los hispanos y en último lugar los negros. Aquí hay dos temas que quisiera discutir brevemente.


Primeramente, los WASP (blancos, anglosajones y protestantes) en EE.UU están muertos de miedo porque sienten que los chinos los están superando en todos los terrenos. Incluso están resignados a que muy pronto China se convierta en el mayor imperio comercial del mundo. Los presidentes y otros voceros de EE.UU se la pasan ladrándole a los chinos, pero saben que no pueden morderlos. Aunque aceptan tácitamente la decadencia de su imperio, definitivamente no quieren compartir lo que les queda con hispanos y negros.

Por eso ven las maniobras de los demócratas para derrotar a Donald Trump atrayendo el voto hispano y negro como una traición a su patria norteamericana. Ellos afirman que su país fue fundado por blancos cristianos protestantes, y que así debe permanecer. Como van las cosas, los nacionalistas WASP creen que  EE.UU tendrá que disolverse y volverse a fundar.

Los blancos todavía son mayoría, aunque sus tasas de natalidad están disminuyendo cada vez más. En estados como California y Nueva York (y otros del este), es cuestión de tiempo para que lleguen a ser minoría. Los estados del centro y del sureste, donde abundan los partidarios de establecer un sistema de apartheid para proteger a la raza blanca de la proliferación de hispanos y negros, terminarán separándose de los estados de las costas atlántica y pacífica, donde predomina la idea “liberal” de la igualdad de razas. Es una situación parecida a la que se presentó a mediados del siglo XIX y que llevó a la Guerra Civil.

Por último, yo dudo que el coeficiente intelectual sea una medición de la “inteligencia”. Lo que mide el CI es la capacidad de manejar la lógica formal, que es el trabajo del hemisferio izquierdo del cerebro. Es decir, cuando mucho es la mitad de la inteligencia, que debería ser un equilibrio entre la capacidad de almacenar y ordenar el conocimiento que da la lógica, y la imaginación y la creatividad que residen en el hemisferio derecho. Por eso decía Einstein que “La imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado y la imaginación circunda el mundo”.


O quizás la verdadera inteligencia necesita equilibrarse con la capacidad de estupidez de la especie humana. Einstein también dijo que
“Todo el mundo tiene que sacrificarse de vez en cuando en el altar de la estupidez”. Y para terminar de una vez, ahí les dejo una de mis citas favoritas, esta vez del legendario Friedrich Schiller, usada por Isaac Asimov para titular una de sus más célebres novelas: “Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano”.