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Ante el sarcófago |
La historia de la humanidad parece ser la historia de las guerras. La guerra (polemos, en griego) es el padre de todo, decía Heráclito. Al consolidarse el sistema imperialista a principios del siglo XX, las grandes potencias decidieron resolver sus problemas lanzándose a la carnicería industrializada de las dos guerras mundiales. Pero para terminar la Segunda, tuvieron que utilizar un arma sin precedentes que la Ciencia Sin Conciencia finalmente había desarrollado: la bomba atómica, que liberaba el poder destructivo de las fuerzas fundamentales del universo. Sólo pasaron 20 años entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda: la matanza todavía podía hacerse con armas que ahora llamamos "convencionales". La amenaza de la Tercera Guerra y de la mutua aniquilación de los adversarios mostró sus colmillos más de una vez, pero ahora, 80 años después del fin de la Segunda, parece más inminente que nunca. En El Retorno de los Brujos, el libro que más ha influido sobre mí, y que no ha perdido su vigencia, se dice que antiguas civilizaciones ya se habían autodestruido en tiempos ancestrales debido al mal uso de las fuerzas incontrolables del universo.
Ahora, mientras vuelan los cohetes (el vehículo ideal para transportar la carga de la muerte que ya Hitler utilizó en los últimos años de la Segunda Guerra), y mientras los sionistas hablan de la Opción de Sansón (el Hércules judío que al destruirse a sí mismo aniquiló simultáneamente a sus enemigos), a los cada vez más desnudos e indefensos humanos que estamos a merced de poderes que muchas veces ni siquiera comprendemos parece que lo único que nos queda es rezar. Cierto que no, no, no basta rezar, pero los desesperados siempre se acuerdan de Dios cuando tienen el agua al cuello...
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Ambos sufren |
Cualquier cosa que uno diga o escriba parece una trivialidad ante el odio y el fanatismo que mueven a los que poseen los instrumentos de destrucción. Entonces diré algo que irremediablemente sonará trivial. Ojalá tuviera la sabiduría y la elocuencia para aclarar las dudas y exorcisar el miedo con que quieren dominarnos.
Siempre me llamó la atención la dualidad de significados de la palabra "escatológico". Por un lado tiene que ver con las heces fecales y las bromas soeces sobre la defecación y todo lo relacionado con ella. Por otra parte, según mi viejo diccionario, la escatología se refiere a las doctrinas que tratan de la vida "de ultratumba", o sea, más allá de la muerte. Más ampliamente, el término abarca las diversas creencias sobre el destino final de la humanidad y el fin de los tiempos. Consultando el Pequeño Larousse Ilustrado, una reliquia de épocas pasadas cuando los libros aún importaban, finalmente encontré la explicación: la raíz griega skatos significa excremento, pero eskatos quiere decir "último". La transcripción al español de ambos términos es idéntica, aunque sus significados son bastante diferentes. Y todo por una letra.
Uno de los temas más abusados de estos tiempos turbulentos es el de la Inteligencia Artificial. A los que creen que es algo nuevo, hay que decirles que no lo es tanto. En un ensayo anterior me referí a este tópico. Ya era una preocupación muy frecuente en los años sesenta y aparecía reflejada en varias películas de esa época (también está detrás del mito moderno o romántico de Frankenstein). El creciente poder de las computadoras era una amenaza: ¿llegarán a ser más inteligentes que nosotros? Y si es así, ¿terminarán por volverse nuestros amos? Hoy en día, el miedo más inmediato es que las máquinas inteligentes nos dejen sin trabajo. Creo que lo que sucederá es que, así como las máquinas industriales hacen mejor los trabajos físicos agotadores que los humanos no pueden ni deben hacer, las supercomputadoras se encargarán de la parte mecánica y tediosa de las tareas intelectuales. En ese sentido, me gustaría compartir con mis cuatro gatos lectores las ideas que encontré en un libro que me puse a leer hace poco. Por cierto, al final acudí a la Inteligencia Artificial y le pedí que me hiciera un resumen. El libro (en PDF) tiene como 500 páginas. La IA me hizo un resumen de 12 páginas y me ahorró el trabajo mecánico de memorización y repaso que hubiera tenido que hacer para obtener dicho resumen.
Pero como todo producto de un algoritmo, el resumen resultó demasiado escueto, simplificado y reduccionista como para serme realmente útil. Hay que pagar dólares para tener un sirviente IA que valga la pena. Entonces, decidí fajarme con el texto completo y los trozos más significativos que subrayé mientras lo iba leyendo. Para no extenderme demasiado, trataré de presentar un resumen dependiente de mi propio esfuerzo mental y de mi frágil y perezosa memoria de ser humano con inteligencia promedio.
El libro en cuestión se llama Irreducible y su autor es Federico Faggin, una de las mayores luminarias del Olimpo de la más alta tecnología. Entre sus logros se cuentan la invención del microprocesador, la columna vertebral de toda la tecnología actual; y por citar sólo un ejemplo adicional, las pantallas táctiles, las célebres touchscreens que usan los estúpidos para manejar sus teléfonos que parecen más inteligentes que ellos. La propuesta básica de su libro es que la inteligencia artificial nunca alcanzará el estado de la verdadera conciencia. Para Faggin, la conciencia y el libre albedrío son características propias del universo que no pueden ser comprendidas por la física clásica. La conciencia es un fenómeno clásico-cuántico y esto representa una verdadera revolución en la forma de entender la realidad. Apoyándose en la física cuántica, Faggin presenta una teoría filosófica de gran complejidad, cuyo eje es el pan-psiquismo, que en pocas palabras significa que todo lo que existe en el universo natural tiene vida, esencia (ontología), propósito (teleología), sentido (semántica), significado, conciencia y libre albedrío.
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El universo es una mente consciente |
Los Diez Mandamientos de la física clásica, levantados sobre los hombros de gigantes como Galileo y Newton, incluyen la materialidad del mundo físico (naturalismo), y su independencia del observador (realismo). La materia está formada por partículas microscópicas indivisibles (atomismo). El espacio y el tiempo son absolutos e independientes, y todo sistema físico puede ser descrito como la suma del comportamiento de sus componentes (reduccionismo). Este comportamiento es totalmente predecible (determinismo). El universo es estático y no se altera cuando lo observamos. La matemática puede describir perfectamente la realidad que siempre sigue los principios darwinianos del azar y la selección natural. La materia es lo único que existe, y la conciencia es una secreción del cerebro.
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Isaac Newton |
La física clásica funcionaba muy bien a nivel macrocósmico, y fue la base de apoyo de la Revolución Industrial y del materialismo ateo. Pero la cosa se complicó cuando se empezó a conocer la materia a nivel microcósmico. Los componentes básicos de la materia no se comportaban de acuerdo a la lógica convencional. Los fotones, por ejemplo, eran al mismo tiempo ondas y partículas, violando los principios de identidad y no contradicción. El átomo no sólo era divisible, sino que estaba compuesto principalmente de espacio vacío. Era imposible saber dónde está una partícula, sólo la probabilidad de que se encuentre en una cierta área. Para colmo, al observar una partícula, la alterábamos. La única certidumbre era la incertidumbre. Eso es la física cuántica. Y toda esa locura era muy real, como lo probaban la energía nuclear y la electrónica.
La conclusión es que, después de tanto materialismo, al final parece que Platón siempre tuvo razón: el mundo material era pura apariencia, la verdadera realidad estaba en la mente, en la idea, en la forma. Por eso la matemática, un producto de la mente sin relación con la experiencia, puede describir el mundo real con tanta exactitud. El universo es una mente que se piensa a sí misma (Dios mío, eso suena a Hegel). El idealismo vuelve por sus fueros. La realidad no es física ni psíquica: es ambas cosas y ninguna de las dos a la vez. En todo caso, las computadoras nunca tendrán conciencia, porque son deterministas y reduccionistas. Son incapaces de actuar por su cuenta porque no tienen libre albedrío. Las experiencias subjetivas (llamadas cualias) son las que definen la conciencia. Las cualias son experiencias individuales, íntimas, e imposibles de traducir completamente al lenguaje común. Los artistas y los poetas transmiten la emoción que producen en el arte verdadero.
La inteligencia sin conciencia no es verdadera inteligencia. Las computadoras sólo pueden hacer lo que sus algoritmos les ordenan. Sus componentes están diseñados para cumplir tareas determinadas. La computadora es parte del mundo clásico, y como tal, no es más que la suma de sus partes. Pero en cada componente de la vida, en cada célula, se encuentra la totalidad. Por eso las células pueden auto-reproducirse, cosa que ninguna computadora puede hacer. En resumen, podemos dormir tranquilos: la Inteligencia Artificial no podrá nunca convertirnos en sus esclavos. Sin embargo, debemos tener cuidado de que nuestra Estupidez Natural no nos lleve a la autodestrucción. Porque podremos destruirnos a nosotros y a nuestros enemigos, como Sansón en el templo de los filisteos. Pero no al universo, que es Uno y es Sabio. Al final, nos quedan la Fe, la Esperanza y el Amor.