miércoles, 21 de septiembre de 2016

La escalinata de Odessa

Cuando en mi cada día más lejana adolescencia curioseaba cualquier libro sobre historia del cine que ofreciera la infaltable lista de "las mejores películas de la historia" siempre había una que aparecía como la número uno: El acorazado Potemkin, de Sergei Mijailovich Eisenstein. Muchos años después la vi por primera vez: creo que fue en la Sala de Conciertos de la UCV. No sé si es la mejor de la historia, hasta creo que es ocioso ponerse a buscar la mejor de la historia, pero sí es (o debe ser) la más influyente desde el punto de vista histórico-teórico, lo cual no valdría nada si además no conmoviera y emocionara, lo que sin duda hace. Su pretensión de tener como protagonista a la colectividad, su magistral uso del montaje (o edición) y su maravillosa fotografía son temas a desarrollar para todo estudioso de las artes visuales. Dicen que lo que diferencia al cine de la fotografía y el teatro es precisamente el montaje: la distribución de los diferentes planos en el tiempo, la alternación de primeros planos con planos medios y generales, es lo que le da al cine su carácter narrativo y expresivo. En fin, es un temazo para hacer un buen trabajo en Teoría y Crítica del Arte, que incluiría además la necesaria reflexión histórico-política: es la gran obra de arte de la revolución soviética, cuando ésta estaba aún en pleno esplendor y era toda entusiasmo e idealismo. Quisiera compartir con Uds. un interesante trabajo tomado del nunca bien ponderado YouTube, empresa que me permite tomarlo sin cobrarme ni fastidiarme de ninguna manera puesto que lo destino a un fin desinteresado como es mostrárselo a un grupo de estudiantes de arte. Se intitula La escalinata de Odessa y sus descendientes. Odessa, por cierto, es un puerto del Mar Negro, parte de la actual Ucrania, uno de los sitios donde se está jugando la suerte de la humanidad en los actuales momentos.
Nuestro equivalente de la escalinata de Odessa: El Calvario

lunes, 19 de septiembre de 2016

Nueve años después: mi tesis de filosofía

Un modesto trabajo en equipo (saludos a mi compañero José Antonio) cuya vigencia es directamente proporcional al tema que tratamos (gracias también al profe Gonzalo León). A continuación el resumen:

Partiendo del análisis de Ludovico Silva de la alienación como tema constante en la obra de Marx, hacemos una lectura crítica de los Grundrisse, una obra escrita hace 150 años donde Marx extrapola sus tesis hacia el futuro. El capitalismo aparece cumpliendo una misión histórica: la de crear un todopoderoso sistema de producción material por medio de la explotación del excedente del tiempo de trabajo. Marx predice que el progreso incontenible de este sistema de producción terminará por independizarlo del trabajo humano directo y hacerlo autosuficiente, dependiente sólo de los avances tecnológicos que él mismo produce. En consecuencia, el tiempo libre, antes privilegio de la clase propietaria, empezará a generalizarse a toda la sociedad. Desde los 1980, la explosión de la tecnología ha revolucionado profundamente el sistema de producción, confirmando la predicción de Marx. Los medios de información y comunicación, la máxima expresión de esta revolución, son al mismo tiempo la mayor fuente de alienación del tiempo libre y la herramienta con mayor potencial para superar las barreras impuestas por el propio capital contra el nacimiento de una nueva Sociedad del Conocimiento. El peor enemigo del desarrollo universal y libre del individuo humano y el último reducto del capitalismo depredador y del totalitarismo político es la llamada “propiedad intelectual” de los avances tecnológicos. Pero dentro del mismo mundo de la tecnología existe una tendencia que busca la universalización del conocimiento y su liberación de las barreras que imponen las grandes corporaciones y los gobiernos. Estos nuevos trabajadores que se desplazan libremente por un mundo virtual corresponden a la visión de Marx de los trabajadores del futuro.

La alienación del tiempo libre cabalgando sobre la lectura de Ludovico Silva y los Grundrisse de Carlos Marx.


domingo, 4 de septiembre de 2016

Jung y los artistas

"Existen dos cosas muy importantes en el mundo: una es el sexo, la otra no me acuerdo" dicen que dijo en alguna parte Woody Allen. Y también: "El sexo es sucio sólo cuando se hace bien". Si profesas opiniones como esas, probablemente te sentirás mejor con Freud que con Jung (por algo Woody se está psicoanalizando desde que tuvo dinero para pagar la consulta). Por otra parte, si crees que "hay otros mundos, pero están en éste", que el misterio es casi siempre más interesante que la explicación, o que el arte logra sus efectos catárticos por medio de una suspensión temporal de la incredulidad, entonces tal vez estás más cerca del pensamiento de Jung.

Los famosos conceptos jungianos como el "inconsciente colectivo" y los "arquetipos" han abierto la mitología y las manifestaciones espirituales y religiosas del mundo entero a una nueva interpretación: resulta que todas se parecen. Todas son diferentes pero tienen rasgos comunes, son esencialmente lo mismo. Es natural que los positivistas "boten la piedra" cuando oyen hablar de un sustrato psíquico común a toda la humanidad, que debe formar parte de la estructura del cerebro, pero no sabemos cómo. No importa, hay una intuición, una fe, y no puede ser que todo se explique porque quiero echarme al pico a mi padre y retozar con mi madre. O porque nos parezcamos al perro que saliva cuando oye la campanilla. Eso forma parte, tiene innegable importancia, pero no es lo único que hay. Para el psiquismo humano la vida aparece como una serie interminable de dualidades (día y noche, hombre y mujer, bueno y malo, intelectualidad y sentimentalismo...), opuestos complementarios que se enfrentan continuamente, y esa lucha dialéctica tradicionalmente ha sido representada con imágenes y símbolos "arquetípicos", es decir, que hablan un lenguaje que no es racional pero puede ser intuitivamente comprendido por todos... claro, por todos los que aceptan que hay en el mundo algo más que la materia y el conocimiento empírico de ella. Como decía Aristóteles, no hay materia sin forma, pero la forma sin materia es Dios.

Es natural que muchos artistas se sientan atraídos por esta forma de introspección que reivindica y estimula la representación simbólica. Me gustaría comentar brevemente el caso del escritor Hermann Hesse, autor también injustamente olvidado (hoy en día la gente tiende a leer cosas como Harry Potter o El Monje que vendió su Ferrari, o incluso El Conde que vendió su carrucha, pero en los 70 en la mochila de muchos hippies estaban los libros de Hesse: El Lobo Estepario, Siddharta, El Juego de los Abalorios... eran mis "lecturas de juventud").

Bueno, para ser breves: Hesse en su etapa suicida se sometió a tratamiento con un seguidor de Jung, y con el tiempo llegó a conocer y hacerse amigo del propio "maestro de Zürich". Tenían muchas cosas en común, aparte de ser suizos, incluso su apariencia (su persona-máscara, diría Jung) era bastante similar. El enfoque psicológico de los jungianos tenía también muchas semejanzas con el ideario y los temas de Hesse. Hay un libro en particular, cuya lectura recomiendo (no digo que sea mejor que Harry Potter, puesto que nunca lo he leído) que es una hermosa reflexión sobre la evolución de la personalidad immersa en un mundo de símbolos y de "senderos que se bifurcan": se trata de Demián, otro infaltable en la mochila de los hippies.

Es una investigación que recomiendo, aunque más no sea que para nadar contra la corriente y leer otra cosa diferente de los best-sellers y manuales de autoayuda que lee la masa (el rebaño, diría Nietzsche). Todos somos lo mismo, pero cada uno de nosotros tiene el deber de ser diferente. Como comentario final, Demián inspiró uno de los mejores discos de rock de la era hippie: Abraxas, de Santana. Tarea para mis estudiantes: ¿quién (o qué) carrizo es Abraxas?