-¿Por qué no tienes
amigos?
-Yo les aúllo y los
ahuyento.
(Melancolía)
La tecnología está
en pañales pero le piden (y nos piden) hacer cosas que requieren que lleve
pantalón largo.
(Smartass cracks
II)
Cuando hubieron
hablado los siete truenos, iba yo a escribir, pero oí una voz del cielo que me
decía: Sella las cosas que han hablado los siete truenos y no las escribas.
(Apocalipsis 10, 4)
1 El arte actual chapotea en la
decadencia de la cultura occidental
Oswald
Spengler es uno de esos alemanes geniales, visionarios y super-eruditos que, movido
por el deseo ardiente de cambiarle a todo el mundo su forma de entender la
Historia Universal, escribió un libro donde plasmaba esa ambición: La decadencia de Occidente (Der Untergang des Abendlandes). En este
inmenso mamotreto de más de mil páginas, Spengler expone su visión cíclica y
evolutiva de la historia, y habla entre muchas otras cosas de la diferencia
entre cultura y civilización.
La cultura representa
la pasión juvenil de los pueblos o naciones, su inspiración y creatividad, su
religión, poesía, música y arte; en suma, la expresión de su esencia (o de su espíritu). Cuando los pueblos alcanzan
la cúspide de su cultura y producen sus magnas obras empieza su decadencia, caracterizada
por la domesticación o racionalización de su impulso creador: a eso llama
Spengler civilización.
Mientras que
la cultura es libre, espontánea, idealista, soñadora; la civilización es
calculadora, reglamentadora, pragmática, conservadora. La cultura griega es
rica e imaginativa, produce mitos encantadores, ideas profundas y originales, es
fascinante y seductora. Pero sólo en su decadencia se consolida como
civilización: cuando Alejandro se lanza a la conquista del antiguo Oriente, donde
están sus orígenes, llevando consigo una versión adulterada de aquella gran
cultura (el Helenismo), que terminan heredando los romanos.
Por su parte, Roma
no es una cultura, no tiene mitos propios, adopta la religión, el arte y la
filosofía de los griegos, pero su esencia es meramente práctica y despótica. Es
una civilización cuya meta final es consolidar un imperio. Los griegos nos dicen "conócete a ti mismo" y "nada en exceso"; los romanos, "pan y circo para el pueblo". Mientras las
creaciones de la cultura son (quizás) imperecederas, los imperios están
destinados a la destrucción, y a caer en manos de los pueblos a quienes
sometieron.
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Oswald Spengler (Biografías y Vidas) |
Por
siglos, Roma luchó contra los bárbaros del norte de Europa, a quienes veía como
las Bestias Rubias. César los venció y ocupó sus tierras, pero ellos siempre
estaban detrás de la última frontera trazada por los romanos, al acecho,
esperando su oportunidad. Finalmente el imperio ya no pudo contenerlos y las
Bestias Rubias cargaron sobre él y lo destruyeron.
Al conquistar Roma, quedaron
fascinados con ella. La cultura de los bárbaros era ruda, primitiva; su arte
era tosco, sin refinamiento. Poco a poco fueron asimilando la vieja cultura
griega entre las ruinas de la civilización romana. Su politeísmo cayó vencido
ante el mismo Dios que había triunfado sobre los viejos dioses del Olimpo. Su
cultura fue formándose a través de los siglos del Medioevo hasta que alcanzó
sus primeros logros con el gran arte gótico, esa síntesis de misticismo judeo-cristiano,
laboriosidad bárbara, mitología griega y sentido práctico romano.
Hacia el
siglo XVI la civilización europea ya estaba bien formada y entonces, siguiendo
la fatalidad histórica, quiso llegar a ser un imperio mundial. Españoles y
portugueses iniciaron su expansión al otro lado del Atlántico (el Cercano
Oriente que había conquistado Alejandro pertenecía ya entonces a otra cultura
devenida en civilización: el Islam). Holandeses, franceses y sobre todo
ingleses consolidarían el nuevo Imperio Mundial de las Bestias Rubias.
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La bestia rubia |
Pero
el cénit de la cultura europea se alcanzó en las ciudades-estado de Italia
durante los siglos XV y XVI, con figuras titánicas como Leonardo y Miguel
Ángel, sin duda los paradigmas de una nueva forma de arte que incorporaba las
conquistas de la ciencia moderna a las glorias del pasado greco-romano.
Entonces nació una nueva versión del arte como creación de individuos
extraordinarios, prácticamente semidioses, que aspiraban a imitar a la
perfección la naturaleza para producir el mayor fetiche comercial concebible:
la obra de arte, sea la Gioconda o la Capilla Sixtina (y luego Las Meninas, La
Lección de Anatomía, La Maja Desnuda…). Los artistas eran adulados por los
poderosos que se disputaban el prestigio de poseer sus creaciones, supremas
encarnaciones del lujo; y los bañaban en riquezas.
Modernidad,
Capitalismo, Imperialismo, todas estas palabras describen el Triunfo de la
Europa Occidental, en realidad un accidente en los siete mil años de historia
previa, pues las grandes potencias mundiales siempre habían sido China e India.
La decadencia de la civilización europea empieza con la pérdida gradual de su
fe cristiana y su abandono al hedonismo materialista despiadado. Sea como fuera,
la expansión de Occidente y sus valores terminan al cabo de un par de siglos en
las inmundas trincheras de las dos guerras mundiales, que demuestran el fracaso
del racionalismo y la “ciencia sin conciencia”. Después de tanto despliegue de
potencia y pre-potencia, las Bestias Rubias optaban por el suicidio colectivo. Y
esta decadencia y sensación de fracaso se reflejan inmediatamente en el arte
occidental.
2 Marcel Duchamp, bufón de la corte
del arte muerto
Este
personaje que se autodefine como anti-artista o anar-tista (un juego de
palabras entre artista, anarquista y no-artista) es el pionero del arte como
estafa. El estafador es un tipo simpático y locuaz que te envuelve en
razonamientos falaces pero encantadores y te hace que compres el puente sobre
el lago de Maracaibo antes de que des cuenta de que te está embaucando.
Duchamp
ha sido llamado el artista más influyente del siglo XX, creador de todos los
bodrios que hoy se nos presentan como arte conceptual,
en otras palabras, hijos del capricho de un pícaro autodenominado artista. ¿No
es el artista un ser superior, dotado de un genio incomprensible para los
miserables proletarios, asalariados y burgueses? Entonces cualquier cosa que
este funesto gamberro, estafador y proxeneta le dé la gana de presentar como
arte será arte, con la complicidad de
galeristas, museólogos, curadores, críticos y toda la manada de inútiles que veneran
(y chulean) al payaso que se burla de todo el mundo.
Justamente, la burla es la
clave de todo, manejada con tal maestría que logras que el emperador se pasee
desnudo llevando ropajes inexistentes que le has hecho creer que son la octava
maravilla del mundo. Y si un niño grita “¡El emperador está desnudo!” el
estafador y su corte de adulantes replican: “ese mocoso no entiende las
sutilezas del arte de nuestro tiempo”.
Duchamp
empezó como pintor, fue impresionista, fauvista y cubista, pero encontró su
verdadera voz en la iconoclastia dadaísta que, antes y después de la primera
guerra mundial, diseminó el ideario terrorista de que, como el arte, y en
particular la pintura, estaban muertos y enterrados, todo se valía. Ya no
importaba el talento, la capacidad, la preparación, el estudio, el esfuerzo. La
tradición del arte del renacimiento no valía nada, lo inteligente se limitaba al gesto
despectivo de pintarle bigotes a la Gioconda. Después vino el urinario, pecado
original de donde provienen la lata de mierda de artista y la patineta de
chicharrón. El ready-made entronizó
al mamarracho como protagonista del arte contemporáneo.
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El Gran Vidrio rajado |
A
mí me cae bien Duchamp, como también me agrada Andy Warhol. Porque el problema
no es realmente la muerte del arte tradicional: es la muerte lenta e
irremediable de la cultura de las Bestias
Rubias.
Mi muy apreciada crítica de arte mexicana Avelina Lésper ha derramado
mucha tinta renegando de Duchamp (y Warhol). Vale la pena leer lo que ella
escribe, un sano contraste respecto a las pachotadas laudatorias con las que
los críticos de arte embadurnan las paredes de los museos y los catálogos de
exposiciones de mamarrachos.
Yo sólo digo que la rebelión y las burlas de
Duchamp eran válidas… pero hace ya más de un siglo. Si conviertes en fórmula y
en academicismo lo que fue una actitud contestataria frente a un mundo en
decadencia, entonces sólo queda el gesto vacío y una negatividad inútil, sin otro
propósito que el mercadeo de peroles horrorosos que sólo los super-ricachones
pueden comprar. Un arte verdaderamente muerto: el arte VIP de que habla
Avelina. La auténtica expresión de una cultura y una civilización fracasadas que
se hunden en el abismo y cuya última maldad es querer arrastrarnos a todos con
ellas.
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Desnudo bajando la escalaera (siamgodh.com) |
3 Netflix, el Internet de las
Cosas, Tarantino y la “Nueva Normalidad”
Aprovechando
la ociosidad obligada de la cuarentena global, Netflix ha crecido
monstruosamente. Compañera perfecta de los reclusos voluntarios en que nos
hemos convertido, la compañía basada en Los Gatos, California, multiplica sus
ganancias, diversifica su oferta y aparece como la forma de entretenimiento del
futuro. Se acabaron las salas de cine, violadoras del distanciamiento social. Directo
a nuestras casas nos teletransmiten los terabytes de las últimas producciones,
las series más adictivas.
Así como las muñecas plásticas inflables con
inteligencia artificial desbancan a las prostitutas de carne y hueso, el streaming acaba con lo que fue una
atracción de feria y que ahora es parte del Internet de las Cosas. Cosificados
e interconectados, bestializados y acobardados, contemplamos el triunfo final
de la tecnología, el Ocaso de los Dioses de Occidente intercalado con la adaptación
que de ella hacen los Orientales. John Wick empieza la masacre aplicando las artes
marciales que aprendió de Bruce Lee, pero remata a sus contrincantes
disparándoles con una muy occidental pistola automática de 9 milímetros.
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filmaffinity.com |
Tarantino
es el profeta del nuevo cine, aunque como todo profeta tiene antecesores y
continuadores. La Naranja Mecánica transformó la violencia en coreografía, pero
hubo que esperar a Pulp Fiction para
que la crueldad se refinara, la vulgaridad se hiciera sofística y el homicidio
a sangre fría llegara a ser una forma de arte (y los homicidas se auto-criticaran).
Pero
el genio de Tarantino está en contar la historia jugando con el tiempo, deconstruyendo
su ilusoria linealidad. Del futuro vamos al pasado, del pasado al futuro, y el
presente asume su irrealidad. Esa fue una de las mayores ambiciones del arte
narrativo del siglo XX, una especie de crono-cubismo.
Tarantino lo recogió de la nouvelle vague,
de Godard y Truffaut, junto con el naturalismo del asesinato y la amoral
glorificación del delincuente; le puso un fondo musical que es toda una historiografía
de la época de los 70, lo condimentó con los mejores adobos del arte pop, hizo correr la salsa de tomate a borbotones y acabó de desnudar y trivializar
en las pantallas la influencia decisiva de la droga en nuestra decadente
cultura.
Una buena parte de la producción de Netflix son las series de narcos,
los nuevos antihéroes que nos fascinan con su riqueza, su arrogancia y su poder sobre la vida
y la muerte. En la cuarentena me volví adicto (palabra de origen latino que significa esclavo) a Breaking Bad, toda una reflexión sobre las formas contemporáneas de
la maldad. Como decía el Marqués de Sade: “La prosperidad
del Crimen es como el rayo, cuyos resplandores
engañosos sólo embellecen un instante la atmósfera para precipitar en los abismos de la muerte al desdichado que han deslumbrado.”
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indiwire.com |
Míster White, profesor de química al que le diagnostican cáncer, en dos años deja
de ser un Míster Chips para convertirse en Heisenberg, el alquimista del
cristal azul. Al final, tras una cadena de asesinatos y millones de dólares que
un asalariado nunca hubiera ni soñado en ganar, le confiesa a su esposa que todo
lo hizo por él mismo, por sentirse vivo aun sabiéndose condenado a morir. Nadie hace un pacto con Mefistófeles sólo para pagar la quimioterapia y dejarle un dinerito a la familia...
Ya nos hemos
acostumbrado tanto a este encierro, a cobrar sin trabajar, a usar la
mascarilla, a saludar a codazos, a quedarnos en casa encadenados a un maratón
de Netflix, que ya no sabemos cuándo vamos a despertar de este sopor. ¿Cómo
será la Nueva Normalidad que nos espera? “Lo que no ha sido será”, eso es lo
único seguro.
Esto es un fin de mundo, pero sólo uno más de otros fines de
mundo que ya han sido. Como leí hace muchos años en uno de los libros que más
hondo me han marcado en mi vida -El Retorno de
los Brujos de Pauwels y Bergier- ha habido mil fines del mundo en el
transcurso de los milenios. Fin del mundo para los moros en España después de
800 años de civilización, fin del mundo para los incas, para los toltecas, para
los mayas… fin del mundo para la Alemania nazi, para la Unión Soviética… Ahora
les toca a las Bestias Rubias. Tengamos los ojos bien abiertos. Lo que viene es
un espectáculo que ni Netflix se imagina y que valdrá la pena verse.