lunes, 10 de agosto de 2020

Se vende tapaboca fashion

 

Oscar Wilde: El alma del hombre bajo el socialismo. Este ensayo apareció originalmente en la prensa londinense en 1890. Fue publicado como folleto en 1895, el mismo año en que el hasta entonces exitoso, adulado y envidiado Wilde dejaría de ser autor de moda y fashion dandy consentido de la alta sociedad para caer al foso de la desgracia y convertirse en un paria. En mayo de 1895 sería condenado a dos años de trabajos forzados por pederastia y sodomía. Tras cumplir su condena, pasaría sus últimos años exiliado y olvidado en una buhardilla en París, mendigando para embriagarse con absenta hasta su muerte en 1900.

 

Cuando escribí mi trabajo final para graduarme de ese nido de alacranes y víboras llamado Escuela de Filosofía de la UCV, uno de los epígrafes que coloqué al principio de mi disertación fue esta frase tomada del susodicho ensayo de Wilde: “el socialismo por sí mismo será valioso simplemente porque conducirá al Individualismo”. Esta es supuestamente una paradoja, ya que, en una interpretación simplista de lo que llaman “socialismo”, el individualismo no sólo es un error, sino prácticamente un pecado, una inmoralidad. Lo correcto tiene que ser el “colectivismo” y lo único que cuenta es que estamos montados en la misma canoa y todos debemos remar para el mismo lado. Pero el modo en que Wilde entiende el individualismo no es en absoluto egoísta ni mezquino, y quizás sorprenda a muchos que su posición coincide nada más y nada menos que con la del mismísimo profeta mayor del socialismo y el comunismo, el gran Carlos Marx. 

 

El Individualismo (así, con mayúscula), según Wilde, no tiene que ver con lo que se tiene, sino con lo que se es (como más adelante afirmaría Erich Fromm). La propiedad privada es dañina para el Individualismo justamente porque confunde al hombre con lo que posee. La meta del Socialismo, por su parte, es “reconstruir la sociedad sobre una base tal que la pobreza resulte imposible”; superando la inmoralidad de la caridad cristiana, que pretende usar la propiedad privada para aliviar los terribles males que resultan de la institución misma de la propiedad privada. El matrimonio, que en el actual estado de cosas no es sino otra forma de propiedad privada, también debe ser superado. “Cuando quede abolida la propiedad privada, no habrá necesidad del crimen,” desaparecerán los celos y la envidia. Y si eso parece utópico, no importa, puesto que el progreso no es más que “la realización de las utopías”.

 

La misión del Socialismo es asegurar que cada individuo sea libre para escoger el trabajo que prefiera, ya que esa es la única manera en que el ser humano podrá desarrollar su verdadera esencia. Es imposible lograrlo si la necesidad le obliga a hacer cosas que detesta. La función del Estado será ocuparse de que cada individuo pueda alcanzar su desarrollo pleno haciendo lo que más le gusta. “El Estado deberá hacer lo que es útil. El individuo debe hacer lo que es hermoso”. Y a la larga, toda forma de gobierno habrá de desaparecer, pues “toda autoridad es degradante. Degrada a quien la ejerce y degrada a aquellos sobre quienes se ejerce… Y junto con la autoridad desaparecerá el castigo”, pues es evidente que “mientras más castigos se infligen más crímenes se producen”. Pensamientos todos estos muy en sintonía con un hombre que está a punto de ir preso por “ese amor que no osa decir su nombre…”

 

La forma suprema de Individualismo se encuentra desde luego en el Artista. “El arte es la forma más intensa de Individualismo que el mundo ha conocido”. Al verdadero artista no le importa la opinión pública; para él simplemente no existe, no tiene ningún valor: “El Arte nunca debiera ser popular. Es el público quien debería tratar de hacerse artístico”. El Artista hace el trabajo que le da la gana y encuentra en él su único placer verdadero. “Todo trabajo no intelectual, toda tarea monótona, aburrida, toda tarea relacionada con cosas feas que implique condiciones desagradables, debiera hacerse con máquinas”. La máquina no debe competir con el hombre, sino servirle para que pueda dedicarse a su verdadera tarea, que es realizar la perfección del alma que vive dentro de sí. Por otra parte los trabajadores, esclavos de la necesidad, no deberían tener miedo a ser reemplazados por las máquinas. La máquina elimina la necesidad de que haya esclavos. Wilde no duda que en el futuro las máquinas serán esclavas del hombre, para encargarse de hacer todo el trabajo desagradable pero necesario, mientras la Humanidad se dedica a gozar de su libertad y hacer cosas hermosas. 

Ludovico Silva
 

Volvamos ahora a mi historia de cómo me salvé del pantano de la Escuela de Filosofía, que tiene la mayor proporción de estudiantes TMT (Todo Menos Tesis) de toda la UCV. No es fácil graduarse de Licenciado en Filosofía. Yo quería hacer mi tesis sobre Epicuro, pero Epicuro no es un filósofo académico, y los profesores de filosofía prefieren sobre todo a los idealistas: Platón, Aristóteles, Descartes, Kant o Hegel, llenos de posibilidades retóricas y escolásticas. En fin, para no extender demasiado el relato, después de fracasar con Epicuro, tomé (bajo la guía del venerable profesor Gonzalo León) un seminario sobre Ludovico Silva, autor venezolano al que muchos desdeñan porque siempre prefirió ser un borracho famoso y no un alcohólico anónimo. Entonces descubrí un texto que me salvó de quedarme para siempre como otro TMT más. Se trata de los Grundrisse[1] de Carlos Marx.

 

Si uno le pregunta a cualquier marxista de cafetín (y la UCV está llena de ellos) es muy probable que nunca haya oído hablar de los Grundrisse. La razón es que es un texto póstumo, publicado ya en el siglo XX, y que fue traducido al español apenas en 1971. Sólo los verdaderos conocedores de la obra de Marx, como Herbert Marcuse, Enrique Dussel o el propio Ludovico Silva, podrían estar al tanto de la existencia de esta obra cuasi-misteriosa, que contiene el trabajo de los 15 mejores años de la vida de Marx. Escrita alrededor de 1858, muestra unos paralelismos muy interesantes con el ensayo de Wilde que comenté anteriormente.

 

Lo que me atrajo inmediatamente de los Grundrisse es la visión futurista que Marx adopta en su crítica a la economía política. La estafa fundamental del capitalismo es que quiere poner a trabajar a todo el mundo, mientras que los dueños del capital simplemente no trabajan. Los predicadores y moralistas alaban y enaltecen las virtudes del trabajo, pero en realidad es un engaño: mientras todos vendemos nuestro tiempo a cambio de unas monedas, los que reparten esas monedas disfrutan de un verdadero monopolio del tiempo libre. El trabajo del capitalista es representar al capital en reuniones, almuerzos y recepciones donde se hace de todo menos trabajar. Y menos todavía trabajan sus esposas, hijos, amantes y demás parásitos. En  resumen, a todos nos meten en la cabeza que tenemos que trabajar para vivir dignamente, pero lo que hacemos realmente es mantener el status de una casta de caballeros ociosos que se reúnen en sus clubes a beber buenos vinos y jugarse a la ruleta la ganancia que obtienen de nuestro trabajo. 

 

Pero el capitalismo tiene una misión histórica que cumple a pesar de sí mismo: la de crear un todopoderoso sistema de producción material basado en la plusvalía, que es la explotación del excedente del tiempo de trabajo de los esclavos de la necesidad. El mismo progreso irresistible de este sistema lo llevará gradualmente a independizarse del trabajo humano directo y hacerse autosuficiente, dependiente únicamente de las máquinas y otros progresos tecnológicos que él mismo ha creado. La consecuencia inesperada de esto es que el tiempo libre, antes privilegio de la clase propietaria, empieza a generalizarse a toda la sociedad.

 

Las máquinas hacen todo el trabajo desagradable, mientras que los seres humanos, que ya no necesitan trabajar en cosas que detestan, deben ahora lidiar con el problema de su propia ociosidad. Ese es el dilema de nuestra época, profetizado por Marx 150 años antes. Es una visión hermosa la del barbudo de Tréveris. El sistema diseñado para poner a trabajar a la gente pierde todo su sentido, pues ahora no hace falta que la gente trabaje. El trabajo de la gente finalmente se reduce a ser vigilantes y reguladores de las máquinas. El tiempo de trabajo se vuelve superfluo y lo demás es tiempo libre.

 

La verdadera nueva preocupación del ser humano en la actualidad es qué hacer con su tiempo libre. Me permito a continuación citarme a mí mismo, del abstract de mi trabajo de grado para aspirar al título de Licenciado en Filosofía, intitulado: “Ludovico Silva: La alienación del tiempo libre en los Grundrisse de Carlos Marx”:

 

Desde los 1980, la explosión de la tecnología ha revolucionado profundamente el sistema de producción, confirmando la predicción de Marx. Los medios de información y comunicación, la máxima expresión de esta revolución, son al mismo tiempo la mayor fuente de alienación del tiempo libre y la herramienta con mayor potencial para superar las barreras impuestas por el propio capital contra el nacimiento de una nueva Sociedad del Conocimiento. El peor enemigo del desarrollo universal y libre del individuo humano y el último reducto del capitalismo depredador y del totalitarismo político es la llamada “propiedad intelectual” de los avances tecnológicos. Pero dentro del mismo mundo de la tecnología existe una tendencia que busca la universalización del conocimiento y su liberación de las barreras que imponen las grandes corporaciones y los gobiernos. Estos nuevos trabajadores que se desplazan libremente por un mundo virtual corresponden a la visión de Marx de los trabajadores del futuro.

 

Los hackers son guerreros del Individualismo libertario que luchan contra la distopía tecnológica que nos quieren imponer los poderes fácticos que están practicando el lavado de cerebro a escala planetaria. Ahorita con la cuarentena creen que nos tienen mansitos. Es nuestro deber desconfiar de todo lo que hagan, aunque nos llamen paranoicos. Una vez más se revela la validez del método paranoico-crítico de Salvador Dalí. Concluyo citándome a mí mismo una vez más: estos son los últimos dos párrafos de mi tesis:

Pero cuidado: la tecnología no es más que una herramienta. Asumirla como un fin en sí mismo es la peor forma de alienación. Es al ser humano a quien corresponde crear una nueva civilización, donde sus esfuerzos serán premiados y podrá disfrutar de sus logros; y para ello necesita nuevos valores, una nueva conciencia capaz de aunar la fiebre de conocimiento con la necesidad de ética y libertad del individuo. Es imperativo buscar el justo equilibrio entre el totalitarismo, que consiste en hacer sólo lo que te mandan a hacer, y el conformismo, que es hacer lo que todo el mundo hace. Los gobiernos tienden al totalitarismo, las grandes empresas nos manipulan predicando el conformismo (y viceversa). Nuestro camino debe ser un término medio, dinámico y siempre cambiante, entre estas tendencias opuestas. Nuestra libertad consiste en alertar contra los que pretenden imponerse por encima de (y aprovechándose de) la legítima aspiración de la humanidad a una vida plena de bienestar y libertad.

 

Esta aspiración, como escribió Ludovico Silva, constituye una utopía concreta (es decir, realizable) que corresponde a lo que desde el siglo XIX ha sido llamado “socialismo.” Más allá de la discusión (necesaria) acerca de las diferencias entre socialismo y comunismo (y recordemos que, según Silva, generalmente se entiende que el primero es una etapa inicial para llegar al segundo, pero también puede argumentarse que el primero representa la superación del segundo), concordamos con el filósofo venezolano en que el verdadero socialismo es marxista, o al menos está basado en Marx. Y de toda la obra de Marx, los Grundrisse se destacan por apuntar decididamente hacia el futuro y proporcionar las ideas más pertinentes a nuestra era de revolución tecnológica.

 

 



[1] Su título completo en alemán es Grundrisse der Kritik der politischen Oekonomie (Rohentwurf). Publicado originalmente por el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú en 1939-41. Reimpreso en 1953 por la Dietz Verlag, Berlín. Traducido al español como Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Borrador). Siglo XXI, Buenos Aires, 1971.

 

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