miércoles, 17 de febrero de 2021

Saudade Saudita

 

Pablo Neruda

Leí en alguna parte que saudade es la palabra más bella que existe (aunque una vez le dije eso a una chica y me respondió que le sonaba a marca de jabón). Saudade, “dulce palabra de perfiles ambiguos”, significa una nostalgia profunda, sin esperanza; y mucho más: una soledad cósmica y metafísica. Es más azul que el blues, pues “azules son las montañas como ella”, en palabras de Pablo Neruda. Dicen que refleja la melancolía del pueblo más lleno de saudade que existe: el portugués, que canta su lenta tristeza resignada en los fados. Saudade, esa palabra blanca como un pez que se evade, que deja en la boca su temblor delicado…


 

Es fácil sentir una nostalgia así por aquello que se llamó “La Venezuela Saudita”. Recientemente apareció una película llamada lacónicamente “CAP, dos intentos”, producida por Carlos Oteyza, cineasta que tiene a su disposición los inagotables archivos de Bolívar Films y CINESA, depositarios de tanta historia. La película recuerda las dos presidencias de Carlos Andrés Pérez (1974-1979 y 1989-93), pero la parte que desata la saudade en la gente es la del primer período: aquella demasiado breve Edad Dorada en que realmente parecía que la riqueza encerrada en pozos de petróleo sin fondo nos permitiría a todos los venezolanos, sin ni siquiera mancharnos las manos con el excremento del diablo, alcanzar y superar los sueños más audaces y delirantes que la ambición y la codicia pudieran concebir. 


 

Conozco gente que ha llorado a moco y baba mientras veía esta película. Cómo no echar de menos aquel derroche de patanería en busca del refinamiento… y ahora que finalmente somos patanes refinados, resulta que ya no tenemos dinero, como teníamos en el 74. Ahora nos patotean en Colombia, Ecuador y Perú, adonde íbamos (aunque yo personalmente nunca fui) a restregarles los petrodólares a los cholos… Qué tiempos aquellos. Éramos felices, y sí lo sabíamos. Y eso fue antes de la fiesta de los raspacupos. 

No sólo en las patillas se parecen

 

Cómo no llorar recordando las becas Mariscal de Ayacucho (aunque a mí nunca me la dieron). Venezuela venía de una larga historia de oligarquías mezquinas, dictaduras despiadadas y pueblo hambreado. Gómez acabó con las guerras civiles, Pérez Jiménez nos llevó a la tan ansiada Modernidad que el Bagre nunca hubiera podido comprender… Y a partir del 74 El Gocho nos permitía hacer realidad el sueño de todo pícaro: vivir como rey sin que te obliguen a trabajar. El Gocho quería estar bien con todo el mundo: el Sha de Persia, Felipe González y su compinche el rey Juan Carlos, Fidel Castro, Mitterand, todos eran amigos suyos. Y respecto a las becas, ¿cuánta gente no se adelantó a su época aprovechando la beca para emigrar a algún país del Primer Mundo? ¿Cuánta gente sintió que tenía una deuda con la República? La ética no era el fuerte de la Venezuela Saudita. 


 

Pero ¿se le puede pedir a un rentista que no disfrute de las mieles del ocio si es tan privilegiado que puede hacerlo? Si el arte es ocio y todo lo demás es negocio, pues mejor aún si hay ocio y también negocio. En aquellos tiempos tuvimos el Museo de Sofía y se creó el Sistema de Abreu. Se hicieron películas y otras obras faraónicas (Parque Central y su vecino Teatro Teresa Carreño) y algunas que se diseñaron entonces (como la nueva sede de la Biblioteca Nacional) después quedaron a medio hacer porque ya no hubo el billete masivo que tuvimos en el 74… y que empezó a desvanecerse en el 83. 


 

¿Y aquella izquierda exquisita que aprovechó las becas Ayacuchas para conocer las cortes europeas? Mientras los adecos se iban a Miami o pasaban el calorón comiendo Big Macs en Houston, los cultivados pro-socialistas venezolanos aprendían a degustar vinos y quesos franceses con caviar en París, estudiaban cine en Londres, tomaban cursos con Foucault en la Sorbona y con Gadamer en Berlín. Uno de ellos, por cierto, era Carlos el Chacal, el imponderable Ilich Ramírez Sánchez, que en ese entonces estaba construyendo su leyenda. Recuerdo una escena en la película que hicieron muchos años después con Edgar Ramírez: en pleno secuestro de los ministros de la OPEP, Carlos habla con el representante de Venezuela. Éste le pregunta por qué escogió Carlos como nombre de batalla. La respuesta de Ilich me dejó estupefacto: era por Carlos Andrés Pérez, a quien, según la película, el implacable Chacal consideraba un verdadero revolucionario. 


 

Después, sería la crónica de cómo se perdió el Paraíso. En el 83 hubo un primer colapso financiero. La moneda se devaluó por primera vez en décadas, a la gente en Miami no les quisieron cambiar los cheques por un tiempo, y hubo un primer buen susto. Eso no impidió que el Gocho volviera en el 88, pero sí que Carlos Andrés lo hiciera en el 93. Porque el 27 de febrero del 89, el año del fin fukuyanesco de la historia, al colapso financiero se unió el estallido social. En Caracas, recuerdo, se esparció un miedo como no se había sentido desde el 23 de enero del 58. Ya íbamos aprendiendo el axioma fundamental: para hacer historia hay que pasar trabajo y ver escenas que después prefieres olvidar. 


 

Todo el culebrón escenificado alrededor de la caída del Gocho representó el fin de una era. Lo que se vio después, alguien dijo que se parecía mucho a la Alemania de los años 20-30: un presidente lleno de prestigio social pero demasiado viejo se debilita y deja en libertad a un exmilitar golpista que ha aumentado su popularidad en prisión y cuando sale de ella aparece como el ganador inevitable de las próximas elecciones. El resto, como dijo otro, es historia. 


 

Chávez no (sólo) es el cumplimiento de las peores pesadillas de los que preferirían ser europeos o gringos y no vivir en un país subdesarrollado como éste. El surgimiento de Chávez es el resultado de la abulia de la casta política que tomó el poder en el 58 y que después del Gocho no pudo volver a tener un líder popular. Y de la total ausencia de voluntad de poder de las izquierdas exquisitas, que son muy revolucionarias cuando la revolución ocurre en otra parte (mientras más lejos mejor), pero se achicopalan cuando suenan los tiros y rugen las masas enardecidas. Entonces aparecen como lo que son: burgueses blandengues y asustados. 


 

Entre 2005 más o menos y 2015, después de pasar los sustos de 2002-2004, vivimos una especie de retorno saudita, simbolizado por la proliferación de artefactos eléctricos y demás productos chinos. A partir de la muerte de Chávez, se cerró una trampa. Los enemigos del chavismo, tanto los desplazados como los blandengues, creyeron que Maduro era un pan comido, un mango bajito. En consecuencia, todos tuvimos que tragar arena bien gruesa mientras el hombre efectivamente maduraba y demostraba su valía. Si la historia la escriben los vencedores, habrá que ver entonces qué dirá la historia.


 

Mientras tanto, el año 2020 marca el fin de todas las eras anteriores y el doloroso nacimiento de la Nueva Normalidad. Los gobiernos y los entes financieros que los controlan están felices de tener a la gente encerrada por voluntad propia. En muchas partes, por cierto, hay levantamientos populares contra la cuarentena. El mundo ya cambió para siempre y va a seguir cambiando, sólo que cada vez más rápido. Ya viene el imperio de las criptomonedas, la inteligencia artificial de las cosas, el implante de chips… la evolución del Homo sapiens para convertirse en quién sabe qué… y Venezuela, de eso pueden estar seguros, volverá a ocupar el puesto que merece como una de las naciones más prósperas y pujantes del mundo. Antes, en el 74, nos faltó la ética, y ese endurecimiento sin perder la dulzura que sólo se adquiere pasando trabajo, enfrentando dificultades, nadando contra la corriente, inventando y/o errando. Algo habremos aprendido.


 

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