domingo, 28 de septiembre de 2025

Sóbate que eso se hincha

 

Yo soy el ridículo de esta historia

DIAGNÓSTICO AGNÓSTICO

Una vez más me pongo a experimentar con los títulos. Después de todo, cuando escribí el best-seller “Ballenas Epilépticas y Otras Disonancias” dediqué toda la segunda parte del libro a experimentar con los títulos. La idea era sugerir al lector ideas poéticas o sardónicas para que él mismo las desarrollara (según su propia perversidad, como decía uno de esos Títulos). Si me apego a las definiciones del viejo diccionario Larousse, Diagnóstico se refiere a “los signos que permiten reconocer las enfermedades”, que es lo que generalmente se entiende por esa palabra. Pero el mismo Larousse dice que la etimología del vocablo proviene del griego diagnosis que significa “a través o por medio del conocimiento”. En cambio, agnóstico yo lo entiendo como que significa no saber, no tener conocimiento. Pero el Larousse me sorprende con esta magnífica definición de agnosticismo: “Doctrina que declara inaccesible al conocimiento humano toda noción de lo absoluto”.

 

Si Dios no existiera, habría que inventarlo
 
Quiero quedarme en el uso común del lenguaje. La gente que tiene un vocabulario más extenso que el promedio (es decir, que conoce más de las consabidas 300 palabras de las cuales 150 son groserías) cree entender que alguien que se dice agnóstico es una especie de ateo light. Yo me apego a la etimología y digo que agnóstico significa que no sabe. Por ejemplo, alguien que admite que no sabe si Dios existe. O si existió y ha muerto. O si, como dicen los transhumanistas, que "la historia empezó cuando los humanos inventaron a Dios y terminará cuando los humanos se conviertan en dioses". A veces digo que nadie ha visto a Dios (y el Evangelio concuerda conmigo), exceptuando a Moisés, que vio una zarza ardiendo, de donde salieron las palabras Yo soy el que soy. Pero yo no he visto esa zarza. Hasta que la vea, diré, por simple y humilde honestidad intelectual, que soy agnóstico. 

Entonces, ¿todo se vale? ¿Todo está en venta?
 

Me puse a leer la Ortodoxia, compendio del pensamiento del famoso y obeso escritor inglés G. K. Chesterton, donde dice que empezó queriendo exponer sus herejías y terminó declarando su catolicismo militante. Por supuesto, nunca hubiera llegado a leer a Chesterton sin que Borges, el gran vencedor del complejo de inferioridad que los latinoamericanos sentimos ante la cultura europea, me hubiera señalado su existencia. Gracias a Borges, que lo admira e incluso lo imita abiertamente, descubrí a un autor empapado de filosofía (hasta sus relatos son un puro delirio metafísico) con un estilo sentenciosamente agudo que le hace emitir constantemente frases memorables. En el mentado libro, Chesterton habla famosamente de la locura: "El loco no es el hombre que ha perdido la razón. Loco es el hombre que ha perdido todo, menos la razón". Y fustiga al "pobre Nietzsche", quien hizo de la frase "Dios ha muerto" su estandarte de batalla, el espantapájaros que agitaba para escandalizar a los pacatos y mojigatos. Con todo el cariño que siempre le he tenido al bigotón, no puedo dejar de pensar que lamentablemente era una oveja disfrazada de lobo. Nietzsche, dice Chesterton, "se mantendrá como exponente del fracaso de la violencia abstracta". Un erudito libresco debilucho y enfermizo que teorizaba sobre la fuerza y el heroísmo: "Nadie negará que fue un pensador poético y sugestivo, pero precisamente lo contrario de vigoroso". Finalmente, Chesterton le quita toda dignidad al término agnóstico, que en realidad no es más que sinónimo de ignorante.

Borges y Chesterton (Google Images)

 Por cierto, al igual que todos los otros libros que he leído últimamente, descargué Ortodoxia desde Internet en formato PDF. Desde que se agudizó la crisis, que ya lleva más de una década, fueron desapareciendo poco a poco las librerías, y de todos modos los libros se pusieron demasiado caros. Además, en Internet se puede hacer la búsqueda y bajar el libro en un santiamén. Claro, los libros de moda, los best sellers más recientes, hay que comprarlos por Amazon y otras empresas. Pero desde que desaparecieron las tarjetas de crédito para los pobretones (léase pobresores) tampoco esa es una opción viable. En todo caso, lo que quería comentar es que al abrir el documento PDF, aparece inmediatamente un letrero que dice: "Este documento parece un poco largo. ¿No quiere usar la herramienta de IA para obtener un resumen?" Qué papaya, como se dice vulgarmente. ¿Para qué gastar mi tiempo siguiendo las divagaciones de Chesterton cuando la IA le saca el jugo a la toronja en unos minutos? Claro, si quieres disfrutar del estilo del escritor, seguir sus laberintos mentales, celebrar sus hallazgos, deberías leer todo el texto... Pero hay que cooperar con los grandes Señores Tecno-Feudales que quieren entrenar sus herramientas de IA para que sepan de todo y los ayuden a dominar el mundo... Me remito al Homenaje al Lector Apresurado que leí hace años en El Retorno de los Brujos. Hay que ser absolutamente modernos, decía también Rimbaud. Y Bob Dylan: yo acepto el caos, no estoy seguro de si el caos me acepta. En fin, si los bellos y poderosos dinosaurios se extinguieron, también se extinguirán los lectores hedonistas.

La más salvaje poesía de la locura sólo puede percibirla el cuerdo
 
 ¿Me estaré volviendo conservador? Dicen que la última revolución la están llevando adelante los conservadores. Eso pasa actualmente en los EE.UU, donde el Nacionalismo Cristiano parece haberse impuesto sobre los excesos del wokismo. En mi diagnóstico agnóstico, lo que define a un conservador es ante todo que practica o cree o está afiliado o simpatiza con alguna religión. La ya anticuada religión del Pensamiento Crítico, cada vez más desacreditada, cuyos profetas eran Marx, Nietzsche y Freud, tenía como requisito indispensable el ateísmo. La condición sine qua non del marxista-leninista-stalinista-maoísta, o del nihilista-existencialista, o del libidinoso freudiano era no creer en Dios. En los años 70, cuando había una total dictadura ideológica de estas tres tendencias, las encuestas mostraban que el 75% (por decir un número) de la población mundial era no creyente. Ahora resulta que el 95% cree en Dios o algo parecido. Siempre he dicho que una de las causas de la implosión del comunismo soviético fue su ateísmo. Los soviéticos querían acabar con la iglesia ortodoxa, y ahora Putin defiende la religión como el pilar fundamental de la Nueva Rusia. En Venezuela tenemos un gobierno que se autoproclama revolucionario y socialista, pero el presidente afirma ser católico, aunque no pierde ocasión alguna de rodearse de pastores evangélicos. En México, en 1926, el gobierno revolucionario intentó perseguir y reformar la iglesia católica, y la consecuencia fue el estallido de las Guerras Cristeras, en las cuales murieron más de 200 mil personas. Eso es algo que, en mi opinión, nunca pasaría en Venezuela. Aquí la gente no se toma tan en serio la religión. 
 
Seguro que consigue la chamba 

 
 
¿Soy católico en el fondo, aunque racionalmente sea agnóstico? Creo que, al menos en una buena parte, esa es una cuestión estética y cultural. Definitivamente me siento más católico que evangélico. Y por supuesto que soy más católico que musulmán o budista o hinduista. Como decía Chesterton, la peor objeción que se le puede hacer al catolicismo es que es una religión. Las religiones unen a algunos, generalmente en contra de otros. En cuanto a las iglesias cristianas reformadas, como también opina Chesterton, cualquiera que maneje una interpretación peculiar de la Biblia y tenga suficiente carisma y elocuencia como para atraer una multitud puede formar una nueva secta, con resultados no siempre edificantes. Y las locuras fanáticas de muchas iglesias evangélicas gringas (no sólo los cristianos sionistas) me resultan insoportables. Ese tema ya lo había tratado anteriormente en este blog.
 

 
Un aliado del agnosticismo es desde luego el escepticismo, tal como esa palabra se entiende en el lenguaje común. Sin entrar en profundidades filosóficas, los escépticos en política creen en la teoría del péndulo: si el conservadurismo o lo que también puede denominarse "la derecha" predomina por mucho tiempo, el péndulo termina por devolverse hacia el liberalismo o "la izquierda". Y viceversa. De todos modos, las etiquetas ideológicas se han vuelvo tan complicadas que es inevitable caer en la confusión. Ahora los liberales son conservadores, pero no tanto como los neoliberales, y sus compadres los neoconservadores o neocons, que paradójicamente surgieron de un cambio pendular de los comunistas trotskistas que odiaban a Rusia desde que Stalin los echó del poder allá. Izquierda y derecha se vuelven términos resbalosos: la izquierda en EE.UU, por ejemplo, apoya el "transgenderismo", mientras que los supuestos izquierdistas comunistas chinos son moralmente conservadores, o sea, de derecha. Quizás sea verdad aquel dicho griego según el cual, cuando los dioses quieren destruir a alguien, primero lo vuelven loco.
 
Yo me considero un hijo intelectual de la contracultura de los 60 y 70, y por eso me preocupa coincidir con la siguiente percepción de las icónicas protestas estudiantiles de mayo de 1968 en París: "Lo que vi fue una multitud revoltosa de malandros petulantes (self-indulgent hooligans) de clase media. Cuando les pregunté a mis amigos qué querían, qué intentaban lograr, lo único que me respondían era una sarta de consignas marxistas ridículas. Me sentí asqueado, y pensé que debería haber una forma de defender a la civilización occidental contra estas cosas. Fue entonces cuando me convertí en conservador". Estas son palabras de Roger Scruton, el paladín filosófico del conservadurismo británico, que incluso estuvo ligado a un personaje como Margaret Thatcher, que siempre me ha sido tan antipática. Sin embargo, cuando me entero de los debates que Scruton sostuvo con tipos como Derrida (cuyos escritos son un galimatías que jamás he comprendido porque creo que deliberadamente él no quiere que lo entiendan, sólo busca pescar en el río revuelto de la charlatanería anti-occidental) o como Foucault (que no deja de caerme mejor, pero que tampoco puedo leer, porque me parece que lo suyo son más las Palabras que las Cosas), pues lo encuentro valioso. Recientemente también escuché a un cierto cura jesuita cuyo nombre no recuerdo, que decía que el propósito de la iglesia católica era ofrecer una alternativa a la modernidad. En nombre de la dialéctica y contra el espantoso y aborrecible Pensamiento Único, creo que hace falta que coexistan visiones contrapuestas. La libertad consistiría entonces en tomar lo mejor de ambas vertientes para tener una visión más completa y más justa de la hermosa pero aterradora complejidad de estos tiempos convulsos.

 



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