sábado, 21 de junio de 2025

Solsticio escatológico y apocalíptico

 

Ante el sarcófago
La historia de la humanidad parece ser la historia de las guerras. La guerra (polemos, en griego) es el padre de todo, decía Heráclito. Al comenzar la decadencia del Imperio Británico a principios del siglo XX, las grandes potencias decidieron resolver sus problemas lanzándose a la carnicería industrializada de las dos guerras mundiales. Pero para terminar la Segunda, tuvieron que utilizar un arma sin precedentes que la Ciencia Sin Conciencia finalmente había desarrollado: la bomba atómica, que liberaba el poder destructivo de las fuerzas fundamentales del universo. Sólo pasaron 20 años entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda: la matanza todavía podía hacerse con armas que ahora llamamos "convencionales". La amenaza de la Tercera Guerra y de la mutua aniquilación de los adversarios mostró sus colmillos más de una vez, pero ahora, 80 años después del fin de la Segunda, parece más inminente que nunca. En El Retorno de los Brujos, el libro que más ha influido sobre mí, y que no ha perdido su vigencia, se dice que antiguas civilizaciones ya se habían autodestruido en tiempos ancestrales debido al mal uso de las fuerzas incontrolables del universo. 
 
Traicionado por Dalila

 
Ahora, mientras vuelan los cohetes (el vehículo ideal para transportar la carga de la muerte que ya Hitler utilizó en los últimos años de la Segunda Guerra), y mientras los sionistas hablan de la Opción de Sansón (el Hércules judío que al destruirse a sí mismo aniquiló simultáneamente a sus enemigos), a los cada vez más desnudos e indefensos humanos que estamos a merced de poderes que muchas veces ni siquiera comprendemos parece que lo único que nos queda es rezar. Cierto que no, no, no basta rezar, pero los desesperados siempre se acuerdan de Dios cuando tienen el agua al cuello...
 
Ambos sufren

 Cualquier cosa que uno diga o escriba parece una trivialidad ante el odio y el fanatismo que mueven a los que poseen los instrumentos de destrucción. Entonces diré algo que irremediablemente sonará trivial. Ojalá tuviera la sabiduría y la elocuencia para aclarar las dudas y exorcisar el miedo con que quieren dominarnos. 
 
Epicuro. Sus enseñanzas tienen plena vigencia en estos momentos
 
Siempre me llamó la atención la dualidad de significados de la palabra "escatológico". Por un lado tiene que ver con las heces fecales y las bromas soeces sobre la defecación y todo lo relacionado con ella. Por otra parte, según mi viejo diccionario, la escatología se refiere a las doctrinas que tratan de la vida "de ultratumba", o sea, más allá de la muerte. Más ampliamente, el término abarca las diversas creencias sobre el destino final de la humanidad y el fin de los tiempos. Consultando el Pequeño Larousse Ilustrado, una reliquia de épocas pasadas cuando los libros aún importaban, finalmente encontré la explicación: la raíz griega skatos significa excremento, pero eskatos quiere decir "último". La transcripción al español de ambos términos es idéntica, aunque sus significados son bastante diferentes. Y todo por una letra. 
 
Tic, tac... Las horas de la necesidad, no de la sabiduría
 
Uno de los temas más abusados de estos tiempos turbulentos es el de la Inteligencia Artificial. A los que creen que es algo nuevo, hay que decirles que no lo es tanto. En un ensayo anterior me referí a este tópico. Ya era una preocupación muy frecuente en los años sesenta y aparecía reflejada en varias películas de esa época (también está detrás del mito moderno o romántico de Frankenstein). El creciente poder de las computadoras era una amenaza: ¿llegarán a ser más inteligentes que nosotros? Y si es así, ¿terminarán por volverse nuestros amos? Hoy en día, el miedo más inmediato es que las máquinas inteligentes nos dejen sin trabajo. Creo que lo que sucederá es que, así como las máquinas industriales hacen mejor los trabajos físicos agotadores que los humanos no pueden ni deben hacer, las supercomputadoras se encargarán de la parte mecánica y tediosa de las tareas intelectuales. En ese sentido, me gustaría compartir con mis cuatro gatos lectores las ideas que encontré en un libro que me puse a leer hace poco. Por cierto, al final acudí a la Inteligencia Artificial y le pedí que me hiciera un resumen. El libro (en PDF) tiene como 500 páginas. La IA me hizo un resumen de 12 páginas y me ahorró el trabajo mecánico de memorización y repaso que hubiera tenido que hacer para obtener dicho resumen. 
 

 Pero como todo producto de un algoritmo, el resumen resultó demasiado escueto, simplificado y reduccionista como para serme realmente útil. Hay que pagar dólares para tener un sirviente IA que valga la pena.  Entonces, decidí fajarme con el texto completo y los trozos más significativos que subrayé mientras lo iba leyendo. Para no extenderme demasiado, trataré de presentar un resumen dependiente de mi propio esfuerzo mental y de mi frágil y perezosa memoria de ser humano con inteligencia promedio. 
 
Las partículas no existen, son sólo nubes de probabilidad 
 
El libro en cuestión se llama Irreducible y su autor es Federico Faggin, una de las mayores luminarias del Olimpo de la más alta tecnología. Entre sus logros se cuentan la invención del microprocesador, la columna vertebral de toda la tecnología actual; y por citar sólo un ejemplo adicional, las pantallas táctiles, las célebres touchscreens que usan los estúpidos para manejar sus teléfonos que parecen más inteligentes que ellos. La propuesta básica de su libro es que la inteligencia artificial nunca alcanzará el estado de la verdadera conciencia. Para Faggin, la conciencia y el libre albedrío son características propias del universo que no pueden ser comprendidas por la física clásica. La conciencia es un fenómeno clásico-cuántico y esto representa una verdadera revolución en la forma de entender la realidad. Apoyándose en la física cuántica, Faggin presenta una teoría filosófica de gran complejidad, cuyo eje es el pan-psiquismo, que en pocas palabras significa que todo lo que existe en el universo natural tiene vida, esencia (ontología), propósito (teleología), sentido (semántica), significado, conciencia y libre albedrío. 

El universo es una mente consciente

Los Diez Mandamientos de la física clásica, levantados sobre los hombros de gigantes como Galileo y Newton, incluyen la materialidad del mundo físico (naturalismo), y su independencia del observador (realismo). La materia está formada por partículas microscópicas indivisibles (atomismo). El espacio y el tiempo son absolutos e independientes, y todo sistema físico puede ser descrito como la suma del comportamiento de sus componentes (reduccionismo). Este comportamiento es totalmente predecible (determinismo). El universo es estático y no se altera cuando lo observamos. La matemática puede describir perfectamente la realidad que siempre sigue los principios darwinianos del azar y la selección natural. La materia es lo único que existe, y la conciencia es una secreción del cerebro. 
 
Isaac Newton

La física clásica funcionaba muy bien a nivel macrocósmico, y fue la base de apoyo de la Revolución Industrial y del materialismo ateo. Pero la cosa se complicó cuando se empezó a conocer la materia a nivel microcósmico. Los componentes básicos de la materia no se comportaban de acuerdo a la lógica convencional. Los fotones, por ejemplo, eran al mismo tiempo ondas y partículas, violando los principios de identidad y no contradicción. El átomo no sólo era divisible, sino que estaba compuesto principalmente de espacio vacío. Era imposible saber dónde está una partícula, sólo la probabilidad de que se encuentre en una cierta área. Para colmo, al observar una partícula, la alterábamos. La única certidumbre era la incertidumbre. Eso es la física cuántica. Y toda esa locura era muy real, como lo probaban la energía nuclear y la electrónica. 
 
Nadie entiende nada  
 
La conclusión es que, después de tanto materialismo, al final parece que Platón siempre tuvo razón: el mundo material era pura apariencia, la verdadera realidad estaba en la mente, en la idea, en la forma. Por eso la matemática, un producto de la mente sin relación con la experiencia, puede describir el mundo real con tanta exactitud. El universo es una mente que se piensa a sí misma (Dios mío, eso suena a Hegel). El idealismo vuelve por sus fueros. La realidad no es física ni psíquica: es ambas cosas y ninguna de las dos a la vez. En todo caso, las computadoras nunca tendrán conciencia, porque son deterministas y reduccionistas. Son incapaces de actuar por su cuenta porque no tienen libre albedrío. Las experiencias subjetivas (llamadas cualias) son las que definen la conciencia. Las cualias son experiencias individuales, íntimas, e imposibles de traducir completamente al lenguaje común. Los artistas y los poetas transmiten la emoción que producen en el arte verdadero.
 
Mentiras verdaderas

 
 La inteligencia sin conciencia no es verdadera inteligencia. Las computadoras sólo pueden hacer lo que sus algoritmos les ordenan. Sus componentes están diseñados para cumplir tareas determinadas. La computadora es parte del mundo clásico, y como tal, no es más que la suma de sus partes. Pero en cada componente de la vida, en cada célula, se encuentra la totalidad. Por eso las células pueden auto-reproducirse, cosa que ninguna computadora puede hacer. En resumen, podemos dormir tranquilos: la Inteligencia Artificial no podrá nunca convertirnos en sus esclavos. Sin embargo, debemos tener cuidado de que nuestra Estupidez Natural no nos lleve a la autodestrucción. Porque podremos destruirnos a nosotros y a nuestros enemigos, como Sansón en el templo de los filisteos. Pero no al universo, que es Uno y es Sabio. Al final, nos quedan la Fe, la Esperanza y el Amor.

 
La Escuela de Platón

jueves, 1 de mayo de 2025

Bajo el ala de la Pájara Pinta

 

Ánimas del  Purgatorio
La Pájara Pinta era una de las canciones que mi mamá me cantaba cuando era un niño pequeño:

Estaba la Pájara Pinta

sentadita en su verde limón.

Con el pico cortaba la rama,

con la rama cortaba la flor...

Ella la cantaba con una especie de solemnidad que a mí me impresionaba tremendamente. Y me llamaba su perro lobo, lo cual era muy original.

Deconstrucción de los agradecimientos a María Francia


Por supuesto, aprovecho la ocasión para mostrar a mis cuatro gatos lectores lo último en mi producción de mamarrachos digitales. Si fuera a hacer una exposición, me gustaría usar ese título: Mamarrachos Digitales de un Fotógrafo sin Cámara. Pero claro, en los museos o galerías les gustan los títulos más pretenciosos y hasta crípticos, como Poemas Binarios o Nostalgia Cuántica del Paraíso Perdido de la Simplicidad. Yo prefiero reírme de mí mismo. Pero si la cualidad que convierte cualquier objeto en una Obra de Arte es la posibilidad de venderlo por una suma superior a los 150 mil dólares, entonces hay que aplicar el mercadeo de la pedantería.

Nostalgia por la simplicidad perdida


 El tiempo sigue siendo una idea fija, una obsesión cultural o arquetípica que encuentro a la vuelta de cualquier esquina. Recientemente he visto un par de películas que tratan el tema del viaje en el tiempo. Primero me encontré en Odysee (que algunos llaman el YouTube ruso) una que había estado buscando porque su argumento me pareció tentador: se llama Time and again, que podría traducirse como "una y otra vez" o algo así. Es de los años 70, de cuando Malcolm McDowell era joven (ahora hace papeles de anciano picaresco). La trama es que Jack el Destripador utiliza la máquina del tiempo construida por H. G. Wells para escaparse al futuro (que para nosotros es el pasado: los años 70) para seguir destripando mujeres. Wells, que como ustedes saben (o tal vez no saben) es el autor del clásico de la ahora vetusta ciencia-ficción The Time Machine, lo sigue al futuro y entonces juega al desadaptado temporal (no conoce el teléfono, no sabe manejar un carro, etc.) para ubicar al Destripador. La historia está muy bien manejada, y al final Wells decide volver al pasado llevándose consigo a una chica del futuro...

 

Luminarias deconstruidas
Después de eso busqué y vi la clásica versión de Hollywood de The Time Machine con Rod Taylor. Pero apenas ayer me puse a buscar de una manera totalmente aleatoria viejas películas de Kirk Douglas, el hombre del agujero en la barbilla que parece taladrado con un láser, y encontré otra película muy divertida llamada The final countdown, que puede traducirse como "el conteo final", entendiéndose una cuenta regresiva (10, 9, 8, 7, 6...). En ella, un tremendo portaaviones de la clase Nimitz (como diría el gran Walter Martínez) atraviesa un portal espacio-temporal y va a dar al océano Pacífico justo antes del ataque a Pearl Harbor. Impresionantes las escenas en el portaaviones, con los superaviones modernos contrastando con los aviones de hélice japoneses. Igualmente, el presente para ellos (1980) es el pasado para nosotros. Y también se llevan una chica del pasado que aparece como una viejita linda y bella en el presente-pasado. No es una de esas películas hiper-complejas como las de Christopher Nolan, pero era realmente entretenida. Las que hacen ahora son tan complicadas que cuesta entenderlas.

 

Ahí está José Gregorio
Para seguir con el tiempo, recuerdo algo que leí en uno de los cuentos que más me han gustado e influenciado en mi vida: El Perseguidor, del gran Julio Cortázar, inspirado en la vida del genio-mártir del jazz, Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Carter. Hablando con su amigo el crítico de jazz, Johnny introduce el concepto del "cuarto de hora de un minuto y medio". La cosa es así: Johnny toma el metro en la estación de Odeón, y empieza a recordar los viejos tiempos, sus amigos de entonces, la música que tocaban, los momentos felices que pasaban, etc. Entonces le pregunta a Bruno (el crítico), ¿cuánto tiempo crees tú que pasé recordando con lujo de detalles todo eso que te estoy contando? Bruno le dice sonriendo, bueno, quizás un cuarto de hora. Un cuarto de hora, ¿eh, Bruno? Entonces explícame cómo puede ser que en eso se detiene el metro en la estación de Saint Michel, que queda exactamente a un minuto y medio de Odeón? Quiere decir que el tiempo (posiblemente) no sólo no es lineal, sino que también es flexible... Puede estirarse y encogerse a placer...

En la esquina de Miseria
Para terminar, realmente en el tiempo actual todo lo que está pasando es tan enredado que es muy difícil de entender o analizar. Todo fluye como en la paradoja de Heráclito, pero a una velocidad pasmosa. Lo único que me provoca escribir en este momento es que Europa, abandonada a su suerte por su papá protector, los EE.UU, evidencia su total decadencia y debilidad. Siempre le tuvieron miedo a Rusia, y parece que no aprendieron su lección cuando, después del ataque de Napoleón, los caballos de los cosacos terminaron pastando en París; y después de la invasión de Hitler, los soviéticos desplegaron su bandera roja en Berlín. Que se cuiden. Su arrogancia me recuerda el título de otra película: el ratón que rugió. 

Vladimir deconstruido


sábado, 15 de marzo de 2025

A la luz del equinoccio

 

A través del cristal
 

Buen título, ¿ah? Provoca leerlo. Al aproximarse el equinoccio, estoy en una situación de la cual no quiero hablar ahora, pero que había predicho hace algún tiempo. Sin entrar en detalles, mi primera reflexión es que LA LEY NO ES LO MISMO QUE LA JUSTICIA. Mucho menos si hay que interpretar la ley para acomodarla al miedo al terrorismo leguleyo, y con el único propósito de proteger tu trasero, como dicen los gringos. Por eso, eludo el tema y prefiero seguir meditando sobre la paradoja del tiempo: o bien no existe, como parece que demuestra el telescopio espacial Webb, o bien es lo único que hay, como parece que dijeron los chinos, la civilización más antigua que ha sobrevivido los milenios. 

Maldito enano

Ya que soy licenciado en filosofía, no puedo decir como Alí Primera "Yo no sé filosofar", ni tampoco como Gualberto Ibarreto, cuya mamá no sabía geometría, pero las arepas le quedaban redonditas. Lo que quiero decir es que no puedo refugiarme en el populismo, como hacen tantos otros. Pero para no ponerme demasiado filosófico, confieso que mi intención es publicar en este blog, que apenas leen (obligados) cuatro gatos (pero esos gatos son un león, un tigre, una pantera y un jaguar); digo que quiero aprovechar este espacio íntimo, este islote solitario en el océano digital para publicar mis últimos trabajos que yo creo que son artísticos, aunque no han recibido todavía la bendición del mundo del arte, y que debido a la repulsión que siento por las redes sociales, se convierte para mí en algo parecido a la isla de Robinson Crusoe (antes de que llegara Viernes). 

Crecieron los enanos

Apoyo la democratización de la fotografía, no me incomoda que todo el mundo sea fotógrafo (y documentalista, y cineasta) utilizando esa máquina diabólica que más que ninguna otra en la historia contribuye al embrutecimiento de la especie humana: el teléfono móvil, que cual navaja suiza, cada vez tiene más funciones. Pronto tendrá incorporado un rayo láser, como predijo la serie Star Trek hace seis décadas. Nadie se imaginaba en los lejanos pero extrañamente cercanos años sesenta (del siglo XX) que se podrían tomar fotos con un teléfono. Creo que ni siquiera el profeta Nikola Tesla se lo imaginó. Como las cámaras profesionales están tan caras (para un "pobresor"), y yo no creo que el equipo sea lo más importante (dependiendo de lo que se necesite, claro), sino la capacidad visionaria del que toma la foto, entonces tomo fotos pretendidamente artísticas con mi Siragon sin el menor complejo. En otros casos, acudo a mi archivo de al menos 30 años de imágenes digitalizadas.

 

Nueve Gracias
No sé si alguna vez podré hacer una exposición de mis fotografías como se hacía antes "tradicionalmente", es decir, copiadas en papel, enmarcadas y colgadas en la sala de un museo o galería. Después de todo, no tengo eso que llaman "trayectoria", siempre he sido una veleta, no estoy definido en ningún área, no soy especialista en nada, no tengo amigos influyentes ni tampoco dólares. Además, mi vanidad es una cosa tan pequeña e insignificante que se puede aplastar más fácilmente que una valiente cucaracha cuya especie ha sobrevivido las grandes extinciones de la historia geológica. Si tuviera mil dólares, podría copiar todas las fotos que quisiera, y enmarcarlas con cañuela, paspartú y vidrio antirreflejo. Y con mil dólares más, alquilo una sala en algún museo o galería. Con 500 más, pago la guarapita, las galletas, el mesonero y el bartender. Pero nada, soy demasiado asocial. 

Delirio fauvista

Con el mundo en plena metamorfosis post-apocalíptica, con tantos sucesos trascendentales ocurriendo a cada rato, mi vanidad perfectamente puede hacerse a un lado. El budismo busca la extinción, la aniquilación del ego, la plenitud del vacío, la anulación del deseo; que ciertamente es la esencia del hombre, pero también la fuente de todo el dolor. Por otro lado, está aquella ardiente paciencia de la que hablaba Rimbaud. La terquedad de mis tendencias artísticas, más allá del deseo de ser reconocido por nadie. Ocasión para una cita poética: "Pero te consagrarás a esa tarea: todas las posibilidades armónicas y arquitecturales se agitarán en torno a tu morada. Seres perfectos, imprevistos, se ofrecerán a tus experiencias. Tu memoria y tus sentidos sólo serán alimento de tu impulso creador. En cuanto al mundo, cuando salgas, ¿en qué se habrá convertido? En todo caso, nada de las apariencias actuales".

Apropiación

 ¿Y qué más? Al fin le dieron el visto bueno a José Gregorio en el Vaticano. Un proceso que empezó cuando quemaron su tumba en el Cementerio General del Sur y ahora lo culmina el papa jesuita en su lecho de enfermo valetudinario. Y los príncipes ensotanados con sus cruces de plata y sus Mercedes Benz toman lo que queda de sus huesos y los cortan en pedacitos para repartirlos como reliquias a las diversas sucursales de la respetabilidad piadosa. 

Icono
Y basta por hoy. En el fondo sólo quería publicar mis últimos trabajos. Sigo sin tener cuenta en Facebook o Instagram. Tal vez es una actitud en la que vale la pena perseverar. En fin, aunque la Vino Tinto no tenga posibilidades de clasificar para el Mundial, al menos tenemos un santo oficial. Y siempre lo preferiré representado con sus manos atrás. Yo creo en la luz y en sus misterios. Cierro con Rimbaud: No me creo embarcado en una boda con Jesucristo como padrino. Que Dios se apiade de mi alma agnóstica.



sábado, 28 de diciembre de 2024

¿Me tirarías tomates si canto desafinado?

Jugueteando con el GIMP - el fotoshop de los pobres

 

Saludos a mis queridos cuatro gatos lectores. Ya no me siento culpable por no escribir con frecuencia. Cada vez más creo que el diálogo (cuando tengo con quién dialogar) es más importante que escribir cosas que a fin de cuentas casi nadie va a leer; y una vez más apelo a los grandes maestros de la humanidad que deliberadamente nunca escribieron nada: Buda, Pitágoras, Sócrates, Jesús…


Mientras siguen sonando los primeros tiros de la tan esperada Tercera Guerra Mundial (y recordemos que, al empezar la Segunda, los que terminaron perdiendo empezaron ganando todas las primeras batallas y parecían invencibles); mientras el telescopio espacial Webb vuelve a poner de moda la idea de que el tiempo no existe, a pesar de las canas y las arrugas con que nos adorna y que tenemos un pie en la tumba y otro (como decimos en Venezuela) en una concha de cambur, vuelvo a golpear el teclado con mis torpes dedos para reseñar un par de tópicos sugeridos por la única red social que realmente frecuento (YouTube).


Empecemos por un larguísimo documental (de cuatro horas y pico de duración) contenido en el website llamado La Biblia de los Beatles (cuyo subtítulo es “no tan popular como Jesucristo” en referencia a la famosa boutade de John Lennon que llevó a los fundamentalistas sureños -de los Estados Confederados de América- a quemar pilas de discos y parafernalia de la beatlemanía) donde se rememoran con obsesivo lujo de detalles las interminables sesiones de grabación del histórico y quizás sobreestimado álbum conceptual Sergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band.

Beatlemania

El mundo en ese momento (1966-67) era un club de corazones solitarios esperando que apareciera la gran catarsis orgásmica de la contracultura… Como se sabe, los Beatles estaban hartos de la rutina de las giras mundiales que, aunque produjeran toneladas de libras esterlinas, eran una verdadera ladilla turca y (como dicen los gringos) a pain in the ass. Sobre todo, los músicos que ellos eran, que ya habían dejado oír algunas obras memorables, y que tanta gente alababa como los nuevos genios del siglo, tenían que subirse a los mayores escenarios del mundo para comprobar que los gritos histéricos de sus patéticos fans no dejaban que ni siquiera ellos mismos escucharan su propia música. Entonces decidieron encerrarse en el estudio y producir nueva música con la libertad que los incontables millones que ya habían ganado les otorgaba. Ya podían darse el lujo de burlarse de las exigencias de las disqueras…


Pero la cosa no era tan simple. Una de las sorpresas que uno se lleva al ver este documental es que entre las primeras canciones que se grabaron en estas sesiones de los nuevos Beatles están nada menos y nada más que Strawberry Fields Forever (que en el fondo consiste en los balbuceos de un tipo que se ha fumado un cacho y ha seguido las recetas psicodélicas de Timothy Leary y que en el fondo no dice nada pero lo hace en medio de una música onírico-alucinógena como no se había oído nunca antes) y Penny Lane (que muestra como un músico aficionado como Paul McCartney puede llevar la  melodía, armonía y ritmo a alturas insospechadas, con una pequeña ayuda de un amigo como George Martin). ¿Se imaginan que esas dos obras maestras se hubieran incluido en el repertorio del Sargento Pimienta?


Pero el manager Brian Epstein y el productor George Martin fueron presionados por las disqueras para sacar un single “con dos caras A” para mantener la posición de los Beatles en el insaciable mercado… No resisto la tentación de contar otra pequeña anécdota: después de que las canciones de los Beatles llevaban años alcanzando los primeros lugares en el hit parade mundial, este super-single fue superado nada menos y nada más que por Release Me, cantada por ese anticipador de Julio Iglesias con un nombre tan enredado e impronunciable como Engelbert Humperdink… Please, release me, let me go… Una canción mítica que canté hace unos años a dúo con un profesor de música que estaba aprendiendo a cantar en inglés…. Porque entre los 60 y los 70 las canciones en inglés lo dominaban todo. Era la Edad de Oro de la anglofonía y todo el mundo quería cantar en la lengua de la Pérfida Albión… En plena Guerra Fría, la beatlemanía, sustituida luego por el hippismo y el arte psicodélico, fueron sin duda poderosos torpedos contra la ideología comunista y abrieron boquetes enormes en el acorazado de la URSS… Aunque Lennon siempre pasó por izquierdista, McCartney siempre actuó como un burgués satisfecho que sólo se divertía con la música. Recordemos que 1967 fue el año en que mataron a otro melenudo, el Che Guevara.


Siguiendo con el Sargento Pimienta, otra de las primeras canciones que se grabaron entonces en el célebre estudio de Abbey Road fue ese extraño pasticho existencialista y vanguardista titulado A Day in the Life. Son al menos tres ideas musicales intercaladas: la canción de Lennon sobre el hombre afortunado que se pasó el semáforo y quedó vuelto ñoña, el misterioso, inesperado y desconcertante crescendo interpretado por músicos sinfónicos que te llena de angustia existencial para luego aterrizar en una segunda canción donde McCartney se levanta, se peina, alcanza el autobús en fracciones de segundo y entra en un sueño, seguido del desgarrador lamento de Lennon que te lleva de nuevo a la canción original, donde se cuentan los hoyos necesarios para llenar el Albert Hall para luego volver al crescendo atonal y concluir con un acorde de piano que no termina nunca… Un digno final para la beatlemanía y una de las piezas que pasarán por la puerta grande en la historia de la música universal.


Y si quieren saber más, cálense las cuatro horas del documental, si es que saben inglés. Porque, para empezar a hablar de mí mismo (un muchacho pueblerino medio autista que no sabía nada de arte ni de música, cuyas primeras verdaderas lecciones de inglés fueron las letras del Sargento Pimienta, impresas en la -también famosa- carátula del álbum), terminé convertido en una mala imitación de un hippie de los años 70… Los Beatles fueron el primer fenómeno artístico que marcó mi vida. Aquél fue el primer disco que compré, me costó 14 bolívares. Y me introdujo en la efímera utopía pseudo-revolucionaria que acabó con la revolución; aunque llegué tarde, cuando ya no había Beatles. Desde entonces mi vida nunca fue la misma: si bien fracasé miserablemente como músico, por lo menos aprendí inglés. Por cierto, sigo pensando que el Sargento no es la obra cumbre de los melenudos de Liverpool. Ese lugar lo ocupa en mi panteón personal el mucho menos glamoroso Álbum Blanco que vino al año siguiente,1968, el año en que los revolucionarios mataron a la revolución.


Ya es hora de pasar al otro tema que me interesa presentar a mis inestimables cuatro gatos lectores. Recientemente asistí a un conversatorio con el reconocido documentalista Carlos Bolívar Díaz, quien presentó un excelente trabajo sobre el escultor venezolano y héroe de todos los que conocen su obra, el gran Alejandro Colina. Para decirlo de una vez, es el creador de la imagen arquetípica de María Lionza, la misma que ha protagonizado algunos episodios polémicos en los últimos años. Yo concuerdo con los que dicen que es la escultura más importante y representativa en la historia del arte venezolano. Los italianos tienen el David de Miguel Ángel, los franceses el Pensador de Rodin, y nosotros tenemos la María Lionza de Colina.[1]


La vida de Colina fue dura y llena de amargos contratiempos, como suele ser la vida de los artistas que no nacen en cuna de oro. Tuvo el buen sentido de aprender otros oficios aparte del artístico. Se hizo mecánico y marino mercante, lo que le permitió viajar por todo el país y conocer de primera mano a sus pueblos aborígenes, que fueron siempre el mayor interés de su vida y su arte. A diferencia del estereotipo del artista venezolano, nunca salió del país buscando el reconocimiento de sus compatriotas a su retorno como el hijo pródigo. Siempre fue un genuino nacionalista.


Sus relaciones con el poder siempre fueron difíciles. Aunque llegó a convencer a Juan Vicente Gómez para que lo apoyara en su proyecto del Parque Aborigen, el asunto terminó mal: nunca le pagaron los honorarios prometidos, y cuando le encomendaron levantar la estatua monumental en San Juan de los Morros, se enfrentó a las autoridades que rechazaron su propuesta original. Todo esto lo llevó a una intensa frustración, que quiso ahogar en el alcohol. En un episodio confuso, fue detenido en medio de una protesta contra el gobierno y encerrado en la prisión del castillo de Puerto Cabello. De ahí salió años después, en condiciones tan deplorables que terminó siendo internado en el manicomio de Caracas.


Este Parque Aborigen es una obra realmente genial, pero muy poco conocida, pues se encuentra en una zona militar a orillas del lago de Valencia, donde el público tiene negado el acceso. Es un trabajo altamente imaginativo, construido en las inmediaciones de un área donde se habían hecho importantes descubrimientos arqueológicos del pueblo de los Tacariguas. Algunos critican la estética de Colina, señalando que sus motivos indigenistas no son auténticos, porque incorporan elementos como pirámides y calendarios que no se corresponden con las creaciones mucho más modestas de nuestros aborígenes venezolanos. Yo en cambio opino que el arte debe dejar abiertas todas las puertas a la fantasía. Su propósito es más despertar el asombro y exaltar el misterio que dar lecciones de antropología. No creo, como decía Rimbaud, en un arte con intenciones didácticas. Además, nuestro arte debe ser híbrido y mestizo, como somos nosotros.


El arte de Colina es monumental. Su fuerza creadora se adapta mejor a los espacios abiertos. Definitivamente no está hecho para las galerías. Es interesante el criterio estético que manejó desde sus primeros trabajos, según el cual la pintura y la escultura, que son hijas de la arquitectura, deberían de ser sus sirvientas. Pintores y escultores son en el fondo ayudantes de los arquitectos. Tal es la tarea que les asignaron los clásicos. La autonomía de la pintura y la escultura es una aberración del Renacimiento. El cuadro sólo debe ser empotrado en la pared, sin marco, o pintado directamente sobre ella, como los murales. Para Colina, el cuadro colgado, el gran fetiche que reina en los museos, es rotundamente inadmisible. Y la estatuaria al aire libre ha de ser ante todo arquitectónica, en armonía con el ambiente natural o artificial que la rodea.


Como todo artista genial, Colina tiene una obra que nunca pudo realizar y que fue la gran frustración de su vida. Se trata del monumento a Bolívar de 20 metros de alto que siempre soñó que debía colocarse en la cima del Ávila o Waraira Repano, de modo que se viera a diez kilómetros de distancia desde la tierra y a doce millas náuticas desde el mar. La última oportunidad que tuvo de realizar este sueño titánico fue cuando se construyeron las obras del teleférico y el hotel Humboldt. Pero nunca consiguió el apoyo del poder, que siempre vio a Colina como un rebelde incómodo y exasperante. Esta última frustración le valió otra temporada en el manicomio.


Sólo me queda recomendar los documentales de Carlos Bolívar Díaz y el estupendo libro de Aminta Díaz (que es la mamá del cineasta) para conocer mejor la vida y pensamiento de nuestro Alejandro Colina, artista rebelde y orgulloso, rechazado por la academia, pero aceptado por su pueblo, que reconoce por ejemplo el poder majestuoso del Indio Tiuna, aunque no sepa quién lo esculpió. Feliz día de los inocentes y mucha suerte en el año 2025, que promete ser más turbulento que un tsunami.




[1] En la UCV armaron una alharaca cuando se llevaron la María Lionza original restaurada para Sorte. Pero en realidad, los académicos ucevistas nunca la quisieron. Nadie se atreve a decirlo, pero su estética ruda e indigenista no pegaba con el abstraccionismo europeizante que imperaba en la ciudad universitaria. Villanueva nunca la aceptó como parte de la Fusión de las Artes. Al final la sacaron del puente de los estadios a la autopista para que los brujos no ensuciaran el recinto académico. María Lionza siempre fue un bachiller sin cupo. Ahora, en Sorte, al menos le hacen el Baile en Candela.