sábado, 28 de diciembre de 2024

¿Me tirarías tomates si canto desafinado?

Jugueteando con el GIMP - el fotoshop de los pobres

 

Saludos a mis queridos cuatro gatos lectores. Ya no me siento culpable por no escribir con frecuencia. Cada vez más creo que el diálogo (cuando tengo con quién dialogar) es más importante que escribir cosas que a fin de cuentas casi nadie va a leer; y una vez más apelo a los grandes maestros de la humanidad que deliberadamente nunca escribieron nada: Buda, Pitágoras, Sócrates, Jesús…


Mientras siguen sonando los primeros tiros de la tan esperada Tercera Guerra Mundial (y recordemos que, al empezar la Segunda, los que terminaron perdiendo empezaron ganando todas las primeras batallas y parecían invencibles); mientras el telescopio espacial Webb vuelve a poner de moda la idea de que el tiempo no existe, a pesar de las canas y las arrugas con que nos adorna y que tenemos un pie en la tumba y otro (como decimos en Venezuela) en una concha de cambur, vuelvo a golpear el teclado con mis torpes dedos para reseñar un par de tópicos sugeridos por la única red social que realmente frecuento (YouTube).


Empecemos por un larguísimo documental (de cuatro horas y pico de duración) contenido en el website llamado La Biblia de los Beatles (cuyo subtítulo es “no tan popular como Jesucristo” en referencia a la famosa boutade de John Lennon que llevó a los fundamentalistas sureños -de los Estados Confederados de América- a quemar pilas de discos y parafernalia de la beatlemanía) donde se rememoran con obsesivo lujo de detalles las interminables sesiones de grabación del histórico y quizás sobreestimado álbum conceptual Sergeant Pepper’s Lonely Hearts Club Band.

Beatlemania

El mundo en ese momento (1966-67) era un club de corazones solitarios esperando que apareciera la gran catarsis orgásmica de la contracultura… Como se sabe, los Beatles estaban hartos de la rutina de las giras mundiales que, aunque produjeran toneladas de libras esterlinas, eran una verdadera ladilla turca y (como dicen los gringos) a pain in the ass. Sobre todo, los músicos que ellos eran, que ya habían dejado oír algunas obras memorables, y que tanta gente alababa como los nuevos genios del siglo, tenían que subirse a los mayores escenarios del mundo para comprobar que los gritos histéricos de sus patéticos fans no dejaban que ni siquiera ellos mismos escucharan su propia música. Entonces decidieron encerrarse en el estudio y producir nueva música con la libertad que los incontables millones que ya habían ganado les otorgaba. Ya podían darse el lujo de burlarse de las exigencias de las disqueras…


Pero la cosa no era tan simple. Una de las sorpresas que uno se lleva al ver este documental es que entre las primeras canciones que se grabaron en estas sesiones de los nuevos Beatles están nada menos y nada más que Strawberry Fields Forever (que en el fondo consiste en los balbuceos de un tipo que se ha fumado un cacho y ha seguido las recetas psicodélicas de Timothy Leary y que en el fondo no dice nada pero lo hace en medio de una música onírico-alucinógena como no se había oído nunca antes) y Penny Lane (que muestra como un músico aficionado como Paul McCartney puede llevar la  melodía, armonía y ritmo a alturas insospechadas, con una pequeña ayuda de un amigo como George Martin). ¿Se imaginan que esas dos obras maestras se hubieran incluido en el repertorio del Sargento Pimienta?


Pero el manager Brian Epstein y el productor George Martin fueron presionados por las disqueras para sacar un single “con dos caras A” para mantener la posición de los Beatles en el insaciable mercado… No resisto la tentación de contar otra pequeña anécdota: después de que las canciones de los Beatles llevaban años alcanzando los primeros lugares en el hit parade mundial, este super-single fue superado nada menos y nada más que por Release Me, cantada por ese anticipador de Julio Iglesias con un nombre tan enredado e impronunciable como Engelbert Humperdink… Please, release me, let me go… Una canción mítica que canté hace unos años a dúo con un profesor de música que estaba aprendiendo a cantar en inglés…. Porque entre los 60 y los 70 las canciones en inglés lo dominaban todo. Era la Edad de Oro de la anglofonía y todo el mundo quería cantar en la lengua de la Pérfida Albión… En plena Guerra Fría, la beatlemanía, sustituida luego por el hippismo y el arte psicodélico, fueron sin duda poderosos torpedos contra la ideología comunista y abrieron boquetes enormes en el acorazado de la URSS… Aunque Lennon siempre pasó por izquierdista, McCartney siempre actuó como un burgués satisfecho que sólo se divertía con la música. Recordemos que 1967 fue el año en que mataron a otro melenudo, el Che Guevara.


Siguiendo con el Sargento Pimienta, otra de las primeras canciones que se grabaron entonces en el célebre estudio de Abbey Road fue ese extraño pasticho existencialista y vanguardista titulado A Day in the Life. Son al menos tres ideas musicales intercaladas: la canción de Lennon sobre el hombre afortunado que se pasó el semáforo y quedó vuelto ñoña, el misterioso, inesperado y desconcertante crescendo interpretado por músicos sinfónicos que te llena de angustia existencial para luego aterrizar en una segunda canción donde McCartney se levanta, se peina, alcanza el autobús en fracciones de segundo y entra en un sueño, seguido del desgarrador lamento de Lennon que te lleva de nuevo a la canción original, donde se cuentan los hoyos necesarios para llenar el Albert Hall para luego volver al crescendo atonal y concluir con un acorde de piano que no termina nunca… Un digno final para la beatlemanía y una de las piezas que pasarán por la puerta grande en la historia de la música universal.


Y si quieren saber más, cálense las cuatro horas del documental, si es que saben inglés. Porque, para empezar a hablar de mí mismo (un muchacho pueblerino medio autista que no sabía nada de arte ni de música, cuyas primeras verdaderas lecciones de inglés fueron las letras del Sargento Pimienta, impresas en la -también famosa- carátula del álbum), terminé convertido en una mala imitación de un hippie de los años 70… Los Beatles fueron el primer fenómeno artístico que marcó mi vida. Aquél fue el primer disco que compré, me costó 14 bolívares. Y me introdujo en la efímera utopía pseudo-revolucionaria que acabó con la revolución; aunque llegué tarde, cuando ya no había Beatles. Desde entonces mi vida nunca fue la misma: si bien fracasé miserablemente como músico, por lo menos aprendí inglés. Por cierto, sigo pensando que el Sargento no es la obra cumbre de los melenudos de Liverpool. Ese lugar lo ocupa en mi panteón personal el mucho menos glamoroso Álbum Blanco que vino al año siguiente,1968, el año en que los revolucionarios mataron a la revolución.


Ya es hora de pasar al otro tema que me interesa presentar a mis inestimables cuatro gatos lectores. Recientemente asistí a un conversatorio con el reconocido documentalista Carlos Bolívar Díaz, quien presentó un excelente trabajo sobre el escultor venezolano y héroe de todos los que conocen su obra, el gran Alejandro Colina. Para decirlo de una vez, es el creador de la imagen arquetípica de María Lionza, la misma que ha protagonizado algunos episodios polémicos en los últimos años. Yo concuerdo con los que dicen que es la escultura más importante y representativa en la historia del arte venezolano. Los italianos tienen el David de Miguel Ángel, los franceses el Pensador de Rodin, y nosotros tenemos la María Lionza de Colina.[1]


La vida de Colina fue dura y llena de amargos contratiempos, como suele ser la vida de los artistas que no nacen en cuna de oro. Tuvo el buen sentido de aprender otros oficios aparte del artístico. Se hizo mecánico y marino mercante, lo que le permitió viajar por todo el país y conocer de primera mano a sus pueblos aborígenes, que fueron siempre el mayor interés de su vida y su arte. A diferencia del estereotipo del artista venezolano, nunca salió del país buscando el reconocimiento de sus compatriotas a su retorno como el hijo pródigo. Siempre fue un genuino nacionalista.


Sus relaciones con el poder siempre fueron difíciles. Aunque llegó a convencer a Juan Vicente Gómez para que lo apoyara en su proyecto del Parque Aborigen, el asunto terminó mal: nunca le pagaron los honorarios prometidos, y cuando le encomendaron levantar la estatua monumental en San Juan de los Morros, se enfrentó a las autoridades que rechazaron su propuesta original. Todo esto lo llevó a una intensa frustración, que quiso ahogar en el alcohol. En un episodio confuso, fue detenido en medio de una protesta contra el gobierno y encerrado en la prisión del castillo de Puerto Cabello. De ahí salió años después, en condiciones tan deplorables que terminó siendo internado en el manicomio de Caracas.


Este Parque Aborigen es una obra realmente genial, pero muy poco conocida, pues se encuentra en una zona militar a orillas del lago de Valencia, donde el público tiene negado el acceso. Es un trabajo altamente imaginativo, construido en las inmediaciones de un área donde se habían hecho importantes descubrimientos arqueológicos del pueblo de los Tacariguas. Algunos critican la estética de Colina, señalando que sus motivos indigenistas no son auténticos, porque incorporan elementos como pirámides y calendarios que no se corresponden con las creaciones mucho más modestas de nuestros aborígenes venezolanos. Yo en cambio opino que el arte debe dejar abiertas todas las puertas a la fantasía. Su propósito es más despertar el asombro y exaltar el misterio que dar lecciones de antropología. No creo, como decía Rimbaud, en un arte con intenciones didácticas. Además, nuestro arte debe ser híbrido y mestizo, como somos nosotros.


El arte de Colina es monumental. Su fuerza creadora se adapta mejor a los espacios abiertos. Definitivamente no está hecho para las galerías. Es interesante el criterio estético que manejó desde sus primeros trabajos, según el cual la pintura y la escultura, que son hijas de la arquitectura, deberían de ser sus sirvientas. Pintores y escultores son en el fondo ayudantes de los arquitectos. Tal es la tarea que les asignaron los clásicos. La autonomía de la pintura y la escultura es una aberración del Renacimiento. El cuadro sólo debe ser empotrado en la pared, sin marco, o pintado directamente sobre ella, como los murales. Para Colina, el cuadro colgado, el gran fetiche que reina en los museos, es rotundamente inadmisible. Y la estatuaria al aire libre ha de ser ante todo arquitectónica, en armonía con el ambiente natural o artificial que la rodea.


Como todo artista genial, Colina tiene una obra que nunca pudo realizar y que fue la gran frustración de su vida. Se trata del monumento a Bolívar de 20 metros de alto que siempre soñó que debía colocarse en la cima del Ávila o Waraira Repano, de modo que se viera a diez kilómetros de distancia desde la tierra y a doce millas náuticas desde el mar. La última oportunidad que tuvo de realizar este sueño titánico fue cuando se construyeron las obras del teleférico y el hotel Humboldt. Pero nunca consiguió el apoyo del poder, que siempre vio a Colina como un rebelde incómodo y exasperante. Esta última frustración le valió otra temporada en el manicomio.


Sólo me queda recomendar los documentales de Carlos Bolívar Díaz y el estupendo libro de Aminta Díaz (que es la mamá del cineasta) para conocer mejor la vida y pensamiento de nuestro Alejandro Colina, artista rebelde y orgulloso, rechazado por la academia, pero aceptado por su pueblo, que reconoce por ejemplo el poder majestuoso del Indio Tiuna, aunque no sepa quién lo esculpió. Feliz día de los inocentes y mucha suerte en el año 2025, que promete ser más turbulento que un tsunami.




[1] En la UCV armaron una alharaca cuando se llevaron la María Lionza original restaurada para Sorte. Pero en realidad, los académicos ucevistas nunca la quisieron. Nadie se atreve a decirlo, pero su estética ruda e indigenista no pegaba con el abstraccionismo europeizante que imperaba en la ciudad universitaria. Villanueva nunca la aceptó como parte de la Fusión de las Artes. Al final la sacaron del puente de los estadios a la autopista para que los brujos no ensuciaran el recinto académico. María Lionza siempre fue un bachiller sin cupo. Ahora, en Sorte, al menos le hacen el Baile en Candela.

1 comentario:

  1. Hola, profesor. Soy un lector interesado en algunos de sus ensayos: ¿Me podría por favor darme su correo para hacerle una sencilla entrevista? Me parecen interesantes algunos conceptos que usted emite. Soy Salvador Montoya desde Calabozo, Estado Guarico. Este es mi correo: salvadormontoya86@gmail.com

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