Argenis Rodríguez (1935-2002) |
Ñapa: El blog de Argenis Rodríguez
UN POETA MALDITO
(Ejercicio de crónica para la clase de Periodismo de Opinión)
El Castillo es mi bar. He ido tantas veces durante
tantos años que ya soy tan parte de él como él de mí. He visto envejecer a los
mesoneros. Entre los asiduos parroquianos de otro tiempo – hace unos siete u ocho
años – se contaba el personaje que quiero rememorar, a quien veía
frecuentemente en la barra y con quien hablé en una ocasión.
Estaba
yo en la barra sentado con dos atractivas mujeres. En el asiento contiguo se
bamboleaba un individuo de apariencia profesoral. Una de las chicas comentó
algo así como “se parece al tipo ése, el escritor, que tiene un programa en el
canal cinco”. “¿Tú dices Adriano González León?”, dije yo. Eso hizo que el
personaje entrara en la conversación: “No soy Adriano González León ni me
parezco a Adriano González León”, dijo. “Yo soy Argenis Rodríguez”.
Por
supuesto que no dijo eso, pues para entonces Argenis ya no era capaz de armar
una frase tan coherente como ésa. Pero en algún momento balbuceó que era
Argenis Rodríguez, y yo le dije algo así como “¡Claro, Argenis Rodríguez! Yo
soy admirador suyo”. Las últimas palabras hicieron que su rostro se iluminara.
Para
mí, el nombre Argenis Rodríguez evoca mi adolescencia, un período que se llama
así por los dolores y las desventuras que uno padece mientras le crece el vello
púbico y le salen unas espinillas horrorosas. Recuerdo que entonces leía en El
Nacional las crónicas (o artículos... o no, creo que era una columna) de un
tipo que hablaba del suicidio, de sus penurias (autocompasivo, pero con un
dolor genuino), y de Dostoyevski. Creo que empecé a leer las novelas de
Dostoyevski en buena parte por la influencia de Argenis Rodríguez. Crimen y Castigo no era tan gruesa, pero
Los Hermanos Karamazov era gorda como
una biblia. Creo que la mejor de todas es Los
Endemoniados o Los Demonios,
aunque es tan extraña que cuando la leí en esa época casi no entendí nada. Todo
eso lo relacionaba yo con Argenis Rodríguez.
Sé
que escribió algunas novelas, aunque nunca ganó el premio nacional de literatura...
pero lo mejor de él tienen que ser aquellos artículos (o crónicas o columnas)
de El Nacional. Por lo menos son mucho mejores que la última obra de Argenis: La Amante del Presidente, un relato
pornográfico protagonizado por Carlos Andrés Pérez (¡!) y su actual esposa. Una
de las expresiones más patéticas de inmadurez sexual que hayan sido llevadas a
la imprenta.
En la
barra de El Castillo, el escritor le mostraba a la chica sentada a su lado un
ejemplar de La Amante del Presidente...
La chica no era muy brillante, era un típico producto de la educación
venezolana (o sea, apenas sabía leer). Sin entender muy bien, murmuraba las
procacidades de la musa erótica de Argenis.
Nuestro
autor era “el personaje” del bar. Llegaba a las diez de la mañana, a las doce
ya estaba borracho, y en la tarde quedaba inconsciente. Entonces, se caía de la
silla y lo dejaban en el suelo tirado cuan largo era. Los mesoneros le pasaban
por un lado y decían: “¿Para qué lo vamos a levantar? ¿Para que se vuelva a
caer?” Parece que una bolsa del CONAC financiaba aquella desesperanzada carrera
hacia la cirrosis.
Me
enteré de que finalmente se suicidó... Fue consecuente con aquella obsesión de
la que hablaba en sus columnas o artículos... Un buen día hizo buena su palabra
y se mató.