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Argenis Rodríguez (1935-2002) |
Ñapa: El blog de Argenis Rodríguez
UN POETA MALDITO
(Ejercicio de crónica para la clase de Periodismo de Opinión)
El Castillo es mi bar. He ido tantas veces durante
tantos años que ya soy tan parte de él como él de mí. He visto envejecer a los
mesoneros. Entre los asiduos parroquianos de otro tiempo – hace unos siete u ocho
años – se contaba el personaje que quiero rememorar, a quien veía
frecuentemente en la barra y con quien hablé en una ocasión.
Estaba
yo en la barra sentado con dos atractivas mujeres. En el asiento contiguo se
bamboleaba un individuo de apariencia profesoral. Una de las chicas comentó
algo así como “se parece al tipo ése, el escritor, que tiene un programa en el
canal cinco”. “¿Tú dices Adriano González León?”, dije yo. Eso hizo que el
personaje entrara en la conversación: “No soy Adriano González León ni me
parezco a Adriano González León”, dijo. “Yo soy Argenis Rodríguez”.
Por
supuesto que no dijo eso, pues para entonces Argenis ya no era capaz de armar
una frase tan coherente como ésa. Pero en algún momento balbuceó que era
Argenis Rodríguez, y yo le dije algo así como “¡Claro, Argenis Rodríguez! Yo
soy admirador suyo”. Las últimas palabras hicieron que su rostro se iluminara.

Sé
que escribió algunas novelas, aunque nunca ganó el premio nacional de literatura...
pero lo mejor de él tienen que ser aquellos artículos (o crónicas o columnas)
de El Nacional. Por lo menos son mucho mejores que la última obra de Argenis: La Amante del Presidente, un relato
pornográfico protagonizado por Carlos Andrés Pérez (¡!) y su actual esposa. Una
de las expresiones más patéticas de inmadurez sexual que hayan sido llevadas a
la imprenta.

Nuestro
autor era “el personaje” del bar. Llegaba a las diez de la mañana, a las doce
ya estaba borracho, y en la tarde quedaba inconsciente. Entonces, se caía de la
silla y lo dejaban en el suelo tirado cuan largo era. Los mesoneros le pasaban
por un lado y decían: “¿Para qué lo vamos a levantar? ¿Para que se vuelva a
caer?” Parece que una bolsa del CONAC financiaba aquella desesperanzada carrera
hacia la cirrosis.
Me
enteré de que finalmente se suicidó... Fue consecuente con aquella obsesión de
la que hablaba en sus columnas o artículos... Un buen día hizo buena su palabra
y se mató.
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