¿Qué
por qué sigo publicando material viejo (en este caso de 2006) en este blog? Por
dos razones: primero, porque ese material, aunque viejo, es bueno, o al menos a mí me lo
parece; y segundo, porque invoco mi sagrado derecho a la pereza. Así, en vez de
escribir un nuevo artículo, con todo el trabajo inédito que eso implica,
reciclo uno viejo y aprovecho para revivir mis nostalgias. De lo que acabo de
escribir puedo sacar algunos párrafos a modo de introducción: en el primero de ellos
quiero justificarme a través de uno de los clásicos del marxismo, El derecho a la pereza, de Paul
Lafargue. Esta obra es tan estupenda que merece una cita:
La burguesía,
en su lucha contra la nobleza sostenida por el clero, enarboló la bandera del libre
examen y del ateísmo; pero, una vez triunfante, cambió de tono y de apariencia;
y hoy la vemos haciendo todo lo posible por apoyar en la religión su supremacía
económica y política. En los siglos XV y XVI, la burguesía se había revestido
alegremente con las tradiciones del paganismo y glorificaba la carne y sus
pasiones, algo reprobado por la moral cristiana; sin embargo, hoy, que nada
entre las riquezas y los placeres, reniega de las doctrinas de sus pensadores,
los Rabelais, los Diderot, y predica la abstinencia para los asalariados. La
moral capitalista, mezquina parodia de la moral cristiana, castiga con un
solemne anatema la carne del trabajador; su ideal consiste en reducir al mínimo
las necesidades del productor, en suprimir sus goces y sus pasiones, y en
condenarle al papel de máquina redentora del trabajo sin tregua ni
misericordia.
Los
socialistas revolucionarios deben, por consiguiente, volver a empezar la lucha sostenida
en su tiempo por los filósofos y los panfletistas de la burguesía; deben
asaltar la moral y las teorías sociales del capitalismo; y extirpar, de la
mente de la clase llamada a la acción, los prejuicios sembrados por la clase
dominante; deben proclamar, a la faz de todos los hipócritas de la moral, que
la tierra dejará de ser el valle de lágrimas de los trabajadores; que en la
sociedad comunista que nosotros fundaremos —pacíficamente, si es posible; si
no, violentamente— las pasiones humanas tendrán rienda suelta, ya que «todas
son buenas por naturaleza; sólo debemos evitar su mal uso y su exceso», y esto
último sólo se evitará con el contrabalanceo mutuo de las pasiones y con el
desarrollo armónico del organismo humano, puesto que —dice el Dr. Beddoe—,
«sólo cuando una raza alcanza el máximo de su desarrollo físico llega también
al más alto grado de su vigor moral». Tal era también la opinión del gran
naturalista Charles Darwin.
Esta
“refutación del Derecho al trabajo” fue escrita nada menos y nada más que por el yerno de Marx. Lafargue se casó con
la hija del gran profeta barbudo del socialismo y al final ambos (los dos esposos, se entiende) se
suicidaron. ¿Por qué tuve que enterarme de la historia de este personaje por
medio de la BBC, vocera de la agenda del más venenoso de los
imperialismos, el de la Pérfida Albión (léase, mis queridos e ignaros
estudiantes, Inglaterra)? Porque, sobre todo acá en Venezuela, gente de
izquierda y de derecha por igual sigue creyendo en el mito de la sacrosanta
virtud del trabajo, la leyenda de que los venezolanos somos unos flojos y que, si
trabajáramos duro, construiríamos un gran país, como los alemanes o los
japoneses. Pero olvidamos que todo lo que realmente vale la pena, el arte, la
filosofía y el mero goce de vivir, todo proviene del ocio y del tiempo libre. Aquí
tengo que recordar a Ludovico Silva, que decía que la palabra trabajo provenía de tripalium, que era un instrumento de tortura, y trabajar (tripaliare) significaba atormentar,
causar dolor. Según Ludovico, el arte es ocio, todo lo demás es negocio (la
negación del ocio y por lo tanto del arte). Una de sus obras más importantes,
la Filosofía de la ociosidad, es
también una de las menos conocidas (creo que nunca ha sido reeditada), sospecho
que a causa de las reacciones que produce su título. Una vez pedí el susodicho libro
para leerlo (en la biblioteca de la UCSAR), y cuando la empleada me lo trajo,
me miró con un gesto de censura… El único trabajo que vale la pena es el que se
hace por gusto; el otro, el trabajo asalariado que se hace por mera necesidad
material, merece otros nombres tan feos como alienación, embrutecimiento,
esclavitud voluntaria, falta de imaginación, etc.
Y
ahora quiero dedicar otro párrafo al recuerdo de que el artículo que publico (o reciclo) a continuación me costó
perder una posible carrera como profesor de filosofía y de griego antiguo en la
nunca bien ponderada Escuela de Filosofía de la UCV. La sola mención al hecho -
bastante obvio para el que lo lea – de que el Banquete de Platón es una visión
crítica de la homosexualidad imperante en la sociedad griega provocó reacciones
que nunca esperé de parte de alguna gente a la que yo respetaba pero que (por
lo visto) no me respetaba tanto a mí. También la publicación de los dibujos que
adjunto contribuyó a mi definitivo ostracismo. El resultado final de todo eso
fue bueno: me libré de mezclarme con una gente que ocultaba bajo una sonrisita
tolerante su conservadurismo intransigente; y me vi obligado a seguir mi propio
camino, lleno de zarzas y espinas, pero mío al fin y al cabo. También recuerdo
cuando pegué la caricatura de Platón en la entrada de la escuela de filosofía,
al final de la rampa: fue uno de los momentos más divertidos de toda mi carrera
universitaria. La reacción de la gente fue tremenda. Me estaba metiendo con un verdadero fetiche.
A
Platón no se le debe tomar en serio, como decía Nietzsche. Ni a Nietzsche
tampoco. Y a mí menos. El humor, la risa, es siempre prueba de inteligencia. En
cuanto a Venezuela, no se nos puede aplicar la fábula de la cigarra y la
hormiga, no necesitamos matarnos trabajando en verano para que no se nos
congele el trasero en invierno. No somos alemanes, y gracias a ello, nunca
tendremos un Hitler de quien arrepentirnos.
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Dibujos: María Teresa Gracia |
REFLEXIONES SOBRE “EL BANQUETE” DE PLATÓN
Por: PEDRO LEONARDO GONZALEZ
Amicus Plato, sed magis amica veritas[1].
“Proverbio que
citan con frecuencia los filósofos en sus disputas y que significa que no basta
que una opinión o una máxima esté recomendada por la autoridad de un nombre
respetable como el de Platón, sino que ha de estar conforme con la
verdad.”(1) Alfred Tarski ha negado lógicamente esta sentencia y la ha
convertido hermosamente en su exacto contrario:
Inimicus Plato, sed magis inimica
falsitas.
Aquí se toma
posición ante Platón, pero se respeta lo que dice, siempre que no intente
engañarnos.
Recuerdo
que una amiga me comentó una vez que había tratado de leer El Banquete de Platón, pero que se sintió tan ofendida con lo que
leía que nunca pudo terminarlo. Es que el libro tiene una estructura dramática
que esconde un artificio retórico que a su vez tiene fines dialécticos: El
autor nos presenta diversos personajes en una situación de francachela que
acuerdan hablar sobre el Amor, y es evidente que los primeros que hablan van a
presentar una visión vulgar y equivocada, aunque sucesivamente vayan mejorando
su argumentación y aumentando su refinamiento expresivo; pero todos van a estar
fundamentalmente errados, porque parten de la postura comúnmente aceptada en
aquella sociedad, según la cual el verdadero amor es el que siente un hombre
por su amigo del mismo sexo, con quien comparte las sublimes emociones de la
guerra y el combate, como Aquiles y Patroclo, sentimientos que van más allá de
la mera reproducción fisiológica, función asignada a un cierto animal doméstico
al que llamaban gyné (mujer). Después
de que todos los machistas patanes kalokagathoi
han lucido su retórica, habla Sócrates, el hombre más sabio del mundo, y hace
que todos se caigan de sus klínai
cuando dice que todo lo que él sabe sobre el amor lo aprendió de una mujer.
Vale la pena haber aguantado las peroratas previas para asistir a esta primera
iluminación dialéctica. Se trata de una revolución: la mujer sale del gallinero
y se pone a filosofar. Son interesantes las diferencias entre la visión de
Diotima y las de sus velludos predecesores. Para estos últimos, el Amor es un
Gran Dios, “venerablemente antiguo entre los antiguos y venerables.”(2) Como dice Hesíodo, en el
principio es el Caos, y de él se generan la Tierra y el Amor. Pero para la
sabia y pícara extranjera (algunos dicen que bajo su máscara se nota la barba
de Sócrates), Eros es apenas un semidiós, nacido a última hora por obra y
gracia de la borrachera de un diosecillo subalterno y las intrigas de una
mendiga que recogía las latas de ambrosía en el Olimpo. El engendro de este
encuentro fortuito tendrá por destino una vida perennemente desdichada como
parte del séquito de Afrodita.
Ningún filósofo recomienda el amor. No es la gran receta para lograr la
felicidad, más bien es una pedrada que impacta y llena de crestas y valles las
aguas del tranquilo pozo de la ataraxia. “El amor es un monstruo que sólo te
permite escoger por quién vas a sufrir,” dice el poeta Pedro Grausam (3). También es memorable el
epígrafe de Burger que Schopenhauer pone al principio de ese vulgar librillo o
manual de misoginia que se llama El Amor,
las Mujeres y la Muerte:
Oh, vosotros los
sabios, de alta y profunda ciencia, que habéis meditado y sabéis dónde, cuándo
y cómo se une todo en la naturaleza, el por qué de todos esos amores y besos;
¡vosotros, sabios humildes, decídmelo! ¡Poned en el potro vuestro sutil ingenio
y decidme dónde, cuándo y cómo se me ocurrió amar, por qué se me ocurrió amar!
(3).
También recuerdo las
palabras de la Habanera de Carmen
(Bizet):
L’amour est enfant de Bohéme, il n’a jamais, jamais connu de loi.
Si tu ne m’aimes pas, je t’aime, si je t’aime, prends gard a toi.
Ese amor gitano que ofrece
breves momentos de éxtasis a cambio de una eternidad de sinsabores, nostalgias
y despechos no puede ser estimado por el sabio que busca la serenidad y la
liberación del temor y la ignorancia. Por ello “Los epicúreos, según Diógenes
Laercio, opinaban que ‘el sabio no deberá enamorarse’… (y que) ‘la unión sexual
no beneficia a nadie, y ya es mucho que no haga daño.’ (D.L. X, 118).” (4)
Pero el amor, la sexualidad, es la energía fundamental del ser viviente. Es la
voluntad de la especie que busca perpetuarse y que se expresa a través de cada
uno de nosotros. Es Eros, o la manifestación primordial del amor. Es la energía
de activación para emprender la búsqueda de todo lo Bueno, lo Bello y lo
Verdadero. Cópula, engendramiento y parto son, para el que ha sido debidamente
iniciado, para el dialéctico que Ve lo que Es, metáforas de la potencia
creativa del espíritu. La sublimación de la energía amorosa le da vida a todos
los proyectos que el hombre concibe en su mente.
Ya en la Academia platónica se practicaba la philía, una segunda manifestación del amor, que nace quizás de las
cenizas que dejan las pasiones. Los que ya han ardido en aquel fuego contemplan
sus restos humeantes, recuerdan a Quevedo (“serán ceniza, mas tendrán sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado”), y descubren una afinidad que da paso al lógos y estimula la comunicación y los
intereses comunes. Es la amistad, el último refugio de la cordura. Decía Blake:
“Para el pájaro el nido, para la araña su tela, para el hombre la amistad” (Marriage of Heaven and Hell). Se llega a
esta etapa cuando se ha comprendido que “la belleza que en un cuerpo cualquiera
reside es hermana de la que en otro se halle, de modo que, si es preciso
perseguir lo bello en sus efigies, grande locura será no tener por una y la
misma la belleza que por todos los cuerpos está extendida.”(2) Por hallarse en un estado
contemplativo como éste es que Sócrates puede ignorar las caricias apasionadas
de Alcibíades. El amor ya no busca la satisfacción de la carne, la ha
trascendido.
La siguiente etapa se llama ágape,
término que suele ser traducido como caridad.
Es lo último que quiere el amor apasionado vulgar, que prefiere cualquier
violencia a lo que percibe como una blanda placidez. Es el amor según San
Pablo, expresado en palabras que tanto recuerdan al viejo Platón: “Los que son
según la carne sienten las cosas carnales, los que son según el espíritu
sienten las cosas espirituales. Porque el apetito de la carne es muerte, pero
el apetito del espíritu es vida y paz.” (Romanos,
8, 5-6). Pero el amor sigue siendo la energía que impulsa todo lo que hace el
hombre. Sin él toda nuestra sabiduría se vuelve vana, “como bronce que suena o
címbalo que retiñe” (Corintios I, 13,
1): puras palabras, sin pasión. Ágape es Eros y Philía combinados y
fortalecidos por la práctica de la temperancia.
Por último, Platón siempre nos lleva a un territorio intermedio entre poesía y
filosofía. Hay fundamentalistas del especialismo que dicen que un filósofo debe
expresarse en secos tratados y gruesos volúmenes cargados de razonamientos y
categorías, y que, por ejemplo, prefieren el Sartre de El Ser y la Nada al de La
Náusea. Supongo que no soportarían los poemas de Parménides o Empédocles.
Habría que recordarles estas palabras de George Santayana: “¿Buscan los poetas,
en el fondo, una filosofía? ¿O es la filosofía, en última instancia, sólo
poesía?” Y más adelante: “… la visión de la filosofía es sublime. El orden que
revela en el mundo es algo hermoso, trágico, emocionante; es justamente lo que,
en mayor o menor proporción, se esfuerzan todos los poetas en alcanzar.” (6)
Una digresión sobre los
homosexuales.
Son una de las minorías más
poderosas del mundo. Se compone con frecuencia de personas de alta capacidad
intelectual y nivel educativo, por lo que suelen tener altos ingresos. Dominan
segmentos enteros del quehacer humano (la moda, la alta cocina, el mundo del
arte, etc.) Tienen además un fuerte sentido gremial (o gregario, o de intereses
comunes). Últimamente les ha dado por casarse (¿aburguesados?). Recordemos la
agenda del partido Demócrata en EE.UU:[2] cada vez que vienen elecciones, proponen el
matrimonio homosexual, y son rechazados por la silent majority de los granjeros conservadores.
De hecho, los homosexuales son un grupo potencialmente progresista en la
sociedad, capaces de hacer mucho bien con su riqueza y su nivel de formación.[3] En la Grecia Clásica, y en general entre las
sociedades muy guerreras y/o muy religiosas, han tenido el poder durante miles
de años. En ningún otro lugar florece el “vicio griego” con más vigor que en
los cuarteles y los seminarios, como saben los que han visto por dentro esos
lugares. Como dice Aristófanes en el Banquete: “Algunos los tildan de
desvergonzados, mas falsamente… se abrazan con sus homosexuales por valientes,
por viriles, por machos.”(2)
Me provoca decir algo peligroso: ¿En qué se parece un judío a un homosexual? En
que ambos pertenecen a
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Dibujo: Dominicks Urbina |
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minorías privilegiadas. Sin embargo, fue precisamente la
influencia cultural judaica, expresada en la frase “Creced y multiplicaos,” la
que creó un clima social condenatorio para los hoy llamados “gays,” o
despectivamente “sodomitas.” Oscar Wilde, por ejemplo, fue tan ingenuo que
creyó que con su encanto personal y sus sofismas poéticos podría vencer al
victorianismo, expresión extremista del puritanismo y la represión de los
instintos.
Tolerancia significa aceptar el hecho de que hay tantas clases de amor como
seres humanos.
BIBLIOGRAFIA
(1) Nuevo Pequeño Larousse Ilustrado. Buenos Aires
(s/f); p. 1020.
(2) Platón. “El
Banquete,” traducción directa por J.D. García Bacca. En: Diálogos Socráticos. Clásicos Jackson (Tomo 2), Buenos Aires, 1948.
(3) Grausam, Pedro. Despechos Metafísicos. Cañabrava,
Cúcuta, 1979.
(4) Schopenhauer,
Arthur. El Amor, las Mujeres y la Muerte.
EDAF, Madrid, 1984.
(5) García Gual,
Carlos y Acosta, Eduardo. Epicuro. Ética.
La Génesis de una Moral Utilitaria. Barral, Barcelona, 1973.
(6) Santayana,
George. Tres Poetas Filósofos: Lucrecio,
Dante, Goethe. Losada, Buenos Aires, 1943.
Caracas, 14 de febrero de 2006.
[1] Es así, con veritas
en nominativo. La traducción es: “Platón (es) amigo, pero más amiga (es) la
verdad.”
[2] Lo mismo vale para los
partidos socialistas europeos.
[3] Aunque, obviamente, para transformar la sociedad
hace falta algo más que simplemente ser homosexual.