martes, 11 de junio de 2024

El gusano y su agujero

 Saludos a mis fieles cuatro gatos lectores. Este material supuestamente va a ser publicado en otra parte, pero como tengo demasiado tiempo sin subir nada al blog, lo voy a poner o "postear", como  dicen ahora. Por favor, no le  digan a nadie que lo leyeron aquí.

RESEÑAS ENTRELAZADAS – PEDRO LEONARDO GONZÁLEZ

1.      UNIVERSOS PARALELOS

Hay otros mundos, pero están en éste.

Paul Éluard

Siempre me he inclinado a pensar que el mundo no tiene principio ni fin, que siempre estuvo, está y estará ahí. Infinito y eterno. Para confirmar mis elucubraciones, últimamente me reencontré con la metafísica de Spinoza: Dios es una ser absolutamente infinito, una sustancia con infinitos atributos. Todo es Dios y todo es en Dios. Dios es lo único que hay, y por lo tanto es idéntico a la naturaleza. El mundo es una emanación (necesaria, no voluntaria, porque Dios es libre de la voluntad) de esa única sustancia. De aquí se sigue que no hay creador ni creación: Dios es la suma total del infinito universo natural que existe eternamente por inmanencia. Y para mí, eternamente significa sin principio ni fin.


Con estas ideas rondando por mi mente, me tropecé en la (insidiosa pero siempre interesante) página de BBC Mundo con una reseña del último libro de Michio Kaku, físico teórico estadounidense de origen japonés, especialista en teoría de cuerdas, además de futurólogo, divulgador científico y personalidad mediática. El encabezado de esta entrevista-reseña me llamó inmediatamente la atención: “Pensamos que la inteligencia es saber cosas, pero la esencia de la inteligencia es ver el futuro”. Kaku le dice al periodista que, frente al cerebro reptiliano, que gobierna los instintos más básicos, y al cerebro primate, que maneja la socialización y las jerarquías, está el córtex prefrontal, que es una máquina del tiempo, capaz de ver el futuro y producir simulaciones que prefiguran el mañana. El nuevo libro de Kaku trata de la computación cuántica, la cual promete dejar atrás las limitaciones del modelo digital, que sólo permite elegir entre dos opciones, simbolizadas por el cero y el uno. El modelo cuántico es no-binario, capaz de manejar simultáneamente múltiples posibilidades, más allá de las aparentes contradicciones, porque su ámbito es el interior de los átomos, donde las leyes del macrocosmos pierden vigencia y básicamente nada es imposible.

Michio Kaku

Seducido por las posibilidades filosóficas que se abrían ante mí, bajé de internet uno de los libros de Kaku: Universos Paralelos. En el primer capítulo, me encontré con esta cita de Chesterton que inmediatamente me atrapó: ‘El poeta sólo pide meter la cabeza en el cielo. Es el lógico el que intenta meter el cielo en su cabeza. Y es su cabeza la que estalla’. No está mal para empezar. Tenía que seguir leyendo. Claro que quería meter la cabeza en el cielo.


Kaku, nacido en EE.UU. pero con antepasados japoneses enraizados en las tradiciones budistas, relata que en su infancia se encontró dividido entre dos nociones cosmogónicas contradictorias: mientras que los budistas no reconocen la existencia de un Dios creador, las historias de la Biblia, que le parecían más vívidas y emocionantes, presentan un relato muy dramático sobre la creación del mundo. Despertada su curiosidad, descubrió que hay dos tradiciones contrapuestas en las mitologías religiosas del mundo:  una que proponía un momento único en que Dios creó el universo a partir de la nada, y otra en la que el universo siempre existió y existirá.


La ciencia física, a la que Kaku se dedicó desde muy joven, apoyada en la interpretación de hechos confirmados por una panoplia de poderosos instrumentos, nos ofrece una síntesis de ambas visiones cosmológicas. Quizás el Génesis ocurre repetidamente en el océano intemporal del Nirvana. Nuevos universos se forman como burbujas en agua hirviendo en el multiverso de un Nirvana de once dimensiones. En este océano eterno se producen constantemente cataclismos abrasadores que ahora llamamos big-bangs, creando innumerables mundos paralelos con sus propias leyes y ciclos vitales. Y tal vez, cuando nuestro propio universo envejezca y esté por morir, nos veamos obligados a migrar a otro universo donde proseguir nuestras incansables especulaciones.


Universos Paralelos
es una obra de divulgación científica que nos muestra cómo los pioneros de la física iniciaron con lápiz y papel, tiza y pizarrón, un cuerpo de teorías aparentemente abstractas que llevaron al desarrollo de las armas nucleares, demostrando a los regentes del mundo el terrible poder encerrado en las interioridades de la materia. Del pizarrón se pasó a ciclotrones y aceleradores de partículas de enormes dimensiones, que requieren de inversiones multimillonarias que sólo las naciones más ricas pueden costearse.

Niels Bohr y Albert Einstein

En esta historia participan centenares de personajes de lo más variados, desde Galileo hasta Stephen Hawking. Pero desde luego, los grandes protagonistas son Einstein, que revolucionó la visión del universo de Newton, y Niels Bohr, que le demostró al mismísimo Einstein que, si a Dios le daba la gana, podía jugar a los dados con el universo. La teoría cuántica, completamente desconcertante en sus postulados, pero también completamente sólida y consistente como teoría, ya está abriendo la posibilidad de nuevas tecnologías que prometen cambiar el mundo tan profundamente como lo cambiaron gigantes como Galileo, Newton y Einstein. El gran quebradero de cabeza de los físicos es hallar una teoría unificada que finalmente conjugue el universo de Einstein con el de Niels Bohr. Justamente nuestro autor Michio Kaku es uno de los que trabajan con mayor ahínco en esta empresa.


En el universo cuántico, regido por el principio de incertidumbre de Heisenberg, todo es posible. Incluso cosas aparentemente tan estrambóticas como el viaje en el tiempo o a través de universos paralelos son perfectamente concebibles. Fenómenos que desafían la imaginación como los agujeros negros y los agujeros de gusano (definidos como pasadizos espaciotemporales entre dos universos) han sido identificados instrumentalmente. Una civilización de tipo III, capaz de utilizar la energía de las galaxias, podría crear su propio agujero negro para escapar de su universo cuando éste esté a punto de morir. Nuestra civilización ni siquiera llega actualmente al tipo I, se estima que está a un nivel 0,7. Para llegar al tipo I, tendríamos que controlar plenamente la energía de nuestro propio planeta. Las de tipo II tienen poder sobre su estrella madre.


Para concluir, quisiera hacer mención de la llamada Paradoja del Abuelo, que involucra los viajes en el tiempo. Si uno viaja al pasado y asesina a sus propios padres, entonces la propia existencia del viajero en el tiempo sería imposible. Una de las posibles soluciones a esta paradoja sería la siguiente: como el viajero en el tiempo ya existe, al asesinar a sus padres estaría creando un universo paralelo. Digamos que alguien viaja al pasado y asesina al padre de Hitler antes de que éste fuera concebido. Eso no destruiría el universo donde Hitler ya existió e hizo lo que hizo. Pero el acto daría lugar a un nuevo universo donde la existencia de Hitler sería imposible. Los universos paralelos podrían compararse con infinitas capas que conforman una cebolla colosal que sería el multiverso. Como diría Spinoza, un ser infinito que considerase todo sub specie aeternitatis sería tan omnisciente que todas estas realidades tan alejadas del sentido común no le causarían el menor asombro.

2.      UNA PIEDRA QUE RUEDA NO JUNTA MUSGO

Como a través de un agujero de gusano, numerosos videos de YouTube nos permiten ver a los Rolling Stones desde sus inicios, con Mick Jagger sacudiendo sus maracas y cantando Not Fade Away en 1964, al lado de un Brian Jones soplando su armónica y luciendo su impresionante tumusa rubia; hasta los octogenarios sobrevivientes de aquella era en su gerontológica gira de 2024, interpretando una electrizante versión de Miss You (un tema de 1978) seguida por una recreación del clásico Gimme Shelter (de 1969). Alguna vez, hace 60 años, el rock ‘n’ roll fue la música emblemática de la brecha generacional, pero el tiempo se paralizó y simultáneamente siguió transcurriendo, y ahora vemos a Jagger con más arrugas que el retrato de Dorian Gray, y a Keith Richards y Ron Wood como dos abuelos venerables sacudiendo las caderas como si nada.

 


En YouTube también abundan los videos nostálgicos que quieren reivindicar a Brian Jones como el héroe olvidado de un paraíso perdido y víctima de las intrigas de Jagger y Richards para eliminar al “verdadero” genio del grupo. Ciertamente Jones fue uno de los fundadores y, por su famosa cabellera rubia, quizás la figura más llamativa en los inicios de la banda. Luego se destacó por su versatilidad instrumental, añadiendo texturas inesperadas con el uso del sitar, la marimba, el dulcémele, el melotrón, el arpa o la flauta dulce. Pero ya a finales de 1967, era obvio que las drogas y sus propias tendencias autodestructivas le habían pasado una factura impagable.

 


Otro video de YouTube pretende decidir cuál es el mejor álbum en la historia del rock (que naturalmente sería de los Stones). Esas comparaciones siempre son odiosas, pero la nostalgia y el paso del tiempo de algún modo las justifican. Según este video en particular, el mejor álbum de todos los tiempos sería Exile on Main Street, de 1972, el único álbum doble que yo sepa que hicieron los Stones. Sin duda es muy bueno, y me gusta mucho, pero decir que es el mejor de la historia puede ser un tanto exagerado.

 


Bueno, yo opino que se puede hablar del mejor álbum sólo en el sentido del que más te gusta. A mí personalmente el que más me gusta es Beggars’ Banquet, el Banquete de los Mendigos, por varias razones. Recapitulemos: es el año 1968. El año en que la moda de la Revolución había sustituido a la moda de la Psicodelia. Lucy in the Sky with Diamonds quedaba atrás, ahora John Lennon cantaba Revolution. En el 67, los Beatles habían sacado su Sargento Pimienta y marcado el fin de una era. En ese momento, los Stones todavía apenas podían aspirar a ser los segundones. Su respuesta al Sargento Pimienta fue uno de sus álbumes más decepcionantes, el de las Majestades Satánicas (ya el sólo nombre es bastante ridículo… siempre en mi opinión). Al año siguiente, los Beatles sacan su famoso álbum blanco, que, para mí, es su mejor obra. Los Stones sacaron también su álbum blanco, pero ligeramente diferente.

 


No era minimalísticamente blanco como el de los Beatles: tenía el título escrito en lo que antes llamábamos “letra de carta”. La historia es que originalmente la carátula iba a ser una fotografía de un baño todo sucio con grafitis. La disquera se opuso a esa excentricidad. Pero lo mejor que hay en ese álbum es, desde luego, Sympathy for the Devil, una de las grandes creaciones no sólo de los Stones, sino de esa era tan prolífica en la producción de música influyente, inolvidable, histórica.

 

Brian Jones con Jean Luc Godard

Es muy interesante recordar que las interminables sesiones de grabación de esta canción fueron filmadas nada menos y nada más que por Jean Luc Godard, la vedette de la nouvelle vague, la “nueva ola” del cine vanguardista francés. La filmación aparece en la película que se llamó One plus one, aunque ahora todos la llaman Simpatía por el Diablo. Es un verdadero documento que nos permite percibir los diferentes cambios a que se sometió la pieza antes de alcanzar su magistral versión definitiva. Empezó como una especie de gospel al estilo Bob Dylan y terminó siendo una mezcla casi new age de samba con ritmos africanos guiados por las congas. Keith Richards toca el bajo, uno de los grandes aciertos del tema, junto con el desgarrador solo de guitarra. Además, en el film podemos ver cómo se hizo el famoso coro infernal al final de la canción. Realmente memorable. Trasciende el mero género del rock ‘n’ roll.

 


Por cierto, el resto de la película de Godard, vista hoy en día, es insoportable. La estética que estaba de moda entonces, que oscila entre panfleto maoísta auto-paródico y jueguitos burgueses pseudo-surrealistas, nos pone a bostezar hoy día. Aunque el registro de la metamorfosis de la canción la convierte en un documento invalorable.

El coro infernal: ju-juuu

 

Por otra parte, la filmación también revela la decadencia definitiva de Brian Jones, que aparece totalmente relegado en la sesión, blandiendo una guitarra que nunca se oye. Al final creo que le dieron crédito por tocar las maracas. Poco después sería oficialmente despedido del grupo y aparecería muerto en la piscina de su mansión.

 

Taylor, Wood y Richards viajan por el  tiempo

Jones fue sustituido por Mick Taylor, virtuoso guitarrista con cara de bebé. Pero no duró mucho tiempo: los Stones dejaban atrás la experimentación musical y el jipismo para entrar en una era de consumismo hedonista e hipercapitalista. Ronnie Wood, con su cara de malandro libertino y su nariz de ave de presa, se adaptaba mucho mejor a esa nueva onda. Por eso todavía sigue ahí.

 


En el lado del agujero de gusano correspondiente a los años sesenta, era inconcebible un grupo de rock formado por octogenarios. Pero del lado del siglo XXI, la arqueología musical se despliega ante la nostalgia de las generaciones añejas y la curiosidad de los jóvenes por ver unos viejitos dándole duro a esa cosa primitiva y vetusta que llaman rockanrrol.

 

3.      SE MURIÓ PAUL AUSTER

Hace como un mes estaba en una tasca compartiendo unas cervezas con unas amigas. Una de ellas presume de gran lectora y le encanta sacar a relucir sus últimos descubrimientos literarios. Entonces, a su manera un poco apabullante, empezó a hablar de Paul Auster y de sus maravillosos cuentos y novelas. Incluso se había leído su obra 4, 3, 2, 1, un libro de 800 páginas, que se apartaba radicalmente del usual estilo conciso y más bien lacónico de este autor, y que a ella le había parecido fascinante. En ese momento, yo la interrumpí (siempre he sido un aguafiestas) y le dije algo que ella no sabía: Paul Auster acababa de morir.

 


A diferencia de mi amiga, creo que no he leído realmente nada de este gran escritor niuyorquino, pero lo conozco y admiro desde que vi una hermosísima película estrenada en 1995 llamada Smoke, o sea, “Humo” (o tal vez, “Fumar”). También le llevo una ventaja a mi amiga en otra área: todos los días leo el portal BBC Mundo, quizás el mayor vocero del imperialismo británico en lengua española, pero también una excelente fuente de noticias, reportajes y campañas mediáticas. Es bueno leerlo para estar al tanto de las últimas intrigas del imperio anglo-sionista. Pero también trae muchas otras cosas que valen la pena, para ser justos. Fue ahí que me enteré de la muerte de Auster.

 


Mi amiga quedó sorprendidísima y no podía creer la noticia. Yo le dije la verdad, que nunca había leído a Auster, pero le recomendé la película, la cual seguramente vio esa misma noche. Debe haberla disfrutado intensamente. Porque es una verdadera joya. Para empezar, el papel del escritor Paul Auster, que en la película se llama Paul Benjamin, lo interpreta uno de mis actores favoritos, el también fallecido William Hurt. Los muertos como él seguramente habitan numerosos agujeros de gusano donde vuelven a vivir y nunca mueren del todo. Como si fuera poco, el segundo rol protagónico del film está a cargo de otro excelentísimo actor, Harvey Keitel.

Keitel y Hurt

 

No quiero hacer de spoiler narrando el argumento de la película: prefiero recomendarla. Se encuentra, claro está, en YouTube. Yo la vi doblada al español. Se trata de las interacciones de varios personajes y sus historias, totalmente conmovedoras en su cotidianidad. La acción transcurre alrededor de una tienda de artículos de tabaco. No es precisamente un estanco o kiosco callejero, es más como La Casa del Fumador, pero sin pretensiones de lujo. Lo que sí es un lujo son los actores. Me faltaba mencionar otro, igualmente estupendo: Forrest Whitaker.

 


Aunque el director de la película es Wayne Wang, se siente la mano de Paul Auster en los maravillosos y agudos diálogos, que perfilan y dan vida e individualidad a los personajes. Todo el tiempo hay una triste serenidad cruzada por momentos de humor y de profunda tristeza poética, con el fondo urbano siempre presente de Brooklyn.

 


En particular, el final de la película es quizás lo mejor de ella. Es una historia aparte, en sí misma, que primero es narrada por el personaje de Keitel y luego recreada cinematográficamente. Es conmovedora, pero sin caer jamás en el sentimentalismo facilón. De hecho, yo diría que todo el tiempo hay un sereno contrapunteo entre el cinismo urbano deshumanizador y la simple y común compasión, la amistad, el perdón y todo lo que podríamos llamar “la bondad”.

 


Cuando logre vencer mi pereza, voy a bajar de internet algunas obras de Auster. Me siento endeudado con él.


 


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