domingo, 28 de septiembre de 2025

Sóbate que eso se hincha

 

Yo soy el ridículo de esta historia

DIAGNÓSTICO AGNÓSTICO

Una vez más me pongo a experimentar con los títulos. Después de todo, cuando escribí el best-seller “Ballenas Epilépticas y Otras Disonancias” dediqué toda la segunda parte del libro a experimentar con los títulos. La idea era sugerir al lector ideas poéticas o sardónicas para que él mismo las desarrollara (según su propia perversidad, como decía uno de esos Títulos). Si me apego a las definiciones del viejo diccionario Larousse, Diagnóstico se refiere a “los signos que permiten reconocer las enfermedades”, que es lo que generalmente se entiende por esa palabra. Pero el mismo Larousse dice que la etimología del vocablo proviene del griego diagnosis que significa “a través o por medio del conocimiento”. En cambio, agnóstico yo lo entiendo como que significa no saber, no tener conocimiento. Pero el Larousse me sorprende con esta magnífica definición de agnosticismo: “Doctrina que declara inaccesible al conocimiento humano toda noción de lo absoluto”.

 

Si Dios no existiera, habría que inventarlo
 
Quiero quedarme en el uso común del lenguaje. La gente que tiene un vocabulario más extenso que el promedio (es decir, que conoce más de las consabidas 300 palabras de las cuales 150 son groserías) cree entender que alguien que se dice agnóstico es una especie de ateo light. Yo me apego a la etimología y digo que agnóstico significa que no sabe. Por ejemplo, alguien que admite que no sabe si Dios existe. O si existió y ha muerto. O si, como dicen los transhumanistas, que "la historia empezó cuando los humanos inventaron a Dios y terminará cuando los humanos se conviertan en dioses". A veces digo que nadie ha visto a Dios (y el Evangelio concuerda conmigo), exceptuando a Moisés, que vio una zarza ardiendo, de donde salieron las palabras Yo soy el que soy. Pero yo no he visto esa zarza. Hasta que la vea, diré, por simple y humilde honestidad intelectual, que soy agnóstico. 

Entonces, ¿todo se vale? ¿Todo está en venta?
 

Me puse a leer la Ortodoxia, compendio del pensamiento del famoso y obeso escritor inglés G. K. Chesterton, donde dice que empezó queriendo exponer sus herejías y terminó declarando su catolicismo militante. Por supuesto, nunca hubiera llegado a leer a Chesterton sin que Borges, el gran vencedor del complejo de inferioridad que los latinoamericanos sentimos ante la cultura europea, me hubiera señalado su existencia. Gracias a Borges, que lo admira e incluso lo imita abiertamente, descubrí a un autor empapado de filosofía (hasta sus relatos son un puro delirio metafísico) con un estilo sentenciosamente agudo que le hace emitir constantemente frases memorables. En el mentado libro, Chesterton habla famosamente de la locura: "El loco no es el hombre que ha perdido la razón. Loco es el hombre que ha perdido todo, menos la razón". Y fustiga al "pobre Nietzsche", quien hizo de la frase "Dios ha muerto" su estandarte de batalla, el espantapájaros que agitaba para escandalizar a los pacatos y mojigatos. Con todo el cariño que siempre le he tenido al bigotón, no puedo dejar de pensar que lamentablemente era una oveja disfrazada de lobo. Nietzsche, dice Chesterton, "se mantendrá como exponente del fracaso de la violencia abstracta". Un erudito libresco debilucho y enfermizo que teorizaba sobre la fuerza y el heroísmo: "Nadie negará que fue un pensador poético y sugestivo, pero precisamente lo contrario de vigoroso". Finalmente, Chesterton le quita toda dignidad al término agnóstico, que en realidad no es más que sinónimo de ignorante.

Borges y Chesterton (Google Images)

 Por cierto, al igual que todos los otros libros que he leído últimamente, descargué Ortodoxia desde Internet en formato PDF. Desde que se agudizó la crisis, que ya lleva más de una década, fueron desapareciendo poco a poco las librerías, y de todos modos los libros se pusieron demasiado caros. Además, en Internet se puede hacer la búsqueda y bajar el libro en un santiamén. Claro, los libros de moda, los best sellers más recientes, hay que comprarlos por Amazon y otras empresas. Pero desde que desaparecieron las tarjetas de crédito para los pobretones (léase pobresores) tampoco esa es una opción viable. En todo caso, lo que quería comentar es que al abrir el documento PDF, aparece inmediatamente un letrero que dice: "Este documento parece un poco largo. ¿No quiere usar la herramienta de IA para obtener un resumen?" Qué papaya, como se dice vulgarmente. ¿Para qué gastar mi tiempo siguiendo las divagaciones de Chesterton cuando la IA le saca el jugo a la toronja en unos minutos? Claro, si quieres disfrutar del estilo del escritor, seguir sus laberintos mentales, celebrar sus hallazgos, deberías leer todo el texto... Pero hay que cooperar con los grandes Señores Tecno-Feudales que quieren entrenar sus herramientas de IA para que sepan de todo y los ayuden a dominar el mundo... Me remito al Homenaje al Lector Apresurado que leí hace años en El Retorno de los Brujos. Hay que ser absolutamente modernos, decía también Rimbaud. Y Bob Dylan: yo acepto el caos, no estoy seguro de si el caos me acepta. En fin, si los bellos y poderosos dinosaurios se extinguieron, también se extinguirán los lectores hedonistas.

La más salvaje poesía de la locura sólo puede percibirla el cuerdo
 
 ¿Me estaré volviendo conservador? Dicen que la última revolución la están llevando adelante los conservadores. Eso pasa actualmente en los EE.UU, donde el Nacionalismo Cristiano parece haberse impuesto sobre los excesos del wokismo. En mi diagnóstico agnóstico, lo que define a un conservador es ante todo que practica o cree o está afiliado o simpatiza con alguna religión. La ya anticuada religión del Pensamiento Crítico, cada vez más desacreditada, cuyos profetas eran Marx, Nietzsche y Freud, tenía como requisito indispensable el ateísmo. La condición sine qua non del marxista-leninista-stalinista-maoísta, o del nihilista-existencialista, o del libidinoso freudiano era no creer en Dios. En los años 70, cuando había una total dictadura ideológica de estas tres tendencias, las encuestas mostraban que el 75% (por decir un número) de la población mundial era no creyente. Ahora resulta que el 95% cree en Dios o algo parecido. Siempre he dicho que una de las causas de la implosión del comunismo soviético fue su ateísmo. Los soviéticos querían acabar con la iglesia ortodoxa, y ahora Putin defiende la religión como el pilar fundamental de la Nueva Rusia. En Venezuela tenemos un gobierno que se autoproclama revolucionario y socialista, pero el presidente afirma ser católico, aunque no pierde ocasión alguna de rodearse de pastores evangélicos. En México, en 1926, el gobierno revolucionario intentó perseguir y reformar la iglesia católica, y la consecuencia fue el estallido de las Guerras Cristeras, en las cuales murieron más de 200 mil personas. Eso es algo que, en mi opinión, nunca pasaría en Venezuela. Aquí la gente no se toma tan en serio la religión. 
 
Seguro que consigue la chamba 

 
 
¿Soy católico en el fondo, aunque racionalmente sea agnóstico? Creo que, al menos en una buena parte, esa es una cuestión estética y cultural. Definitivamente me siento más católico que evangélico. Y por supuesto que soy más católico que musulmán o budista o hinduista. Como decía Chesterton, la peor objeción que se le puede hacer al catolicismo es que es una religión. Las religiones unen a algunos, generalmente en contra de otros. En cuanto a las iglesias cristianas reformadas, como también opina Chesterton, cualquiera que maneje una interpretación peculiar de la Biblia y tenga suficiente carisma y elocuencia como para atraer una multitud puede formar una nueva secta, con resultados no siempre edificantes. Y las locuras fanáticas de muchas iglesias evangélicas gringas (no sólo los cristianos sionistas) me resultan insoportables. Ese tema ya lo había tratado anteriormente en este blog.
 

 
Un aliado del agnosticismo es desde luego el escepticismo, tal como esa palabra se entiende en el lenguaje común. Sin entrar en profundidades filosóficas, los escépticos en política creen en la teoría del péndulo: si el conservadurismo o lo que también puede denominarse "la derecha" predomina por mucho tiempo, el péndulo termina por devolverse hacia el liberalismo o "la izquierda". Y viceversa. De todos modos, las etiquetas ideológicas se han vuelvo tan complicadas que es inevitable caer en la confusión. Ahora los liberales son conservadores, pero no tanto como los neoliberales, y sus compadres los neoconservadores o neocons, que paradójicamente surgieron de un cambio pendular de los comunistas trotskistas que odiaban a Rusia desde que Stalin los echó del poder allá. Izquierda y derecha se vuelven términos resbalosos: la izquierda en EE.UU, por ejemplo, apoya el "transgenderismo", mientras que los supuestos izquierdistas comunistas chinos son moralmente conservadores, o sea, de derecha. Quizás sea verdad aquel dicho griego según el cual, cuando los dioses quieren destruir a alguien, primero lo vuelven loco.
 
Yo me considero un hijo intelectual de la contracultura de los 60 y 70, y por eso me preocupa coincidir con la siguiente percepción de las icónicas protestas estudiantiles de mayo de 1968 en París: "Lo que vi fue una multitud revoltosa de malandros petulantes (self-indulgent hooligans) de clase media. Cuando les pregunté a mis amigos qué querían, qué intentaban lograr, lo único que me respondían era una sarta de consignas marxistas ridículas. Me sentí asqueado, y pensé que debería haber una forma de defender a la civilización occidental contra estas cosas. Fue entonces cuando me convertí en conservador". Estas son palabras de Roger Scruton, el paladín filosófico del conservadurismo británico, que incluso estuvo ligado a un personaje como Margaret Thatcher, que siempre me ha sido tan antipática. Sin embargo, cuando me entero de los debates que Scruton sostuvo con tipos como Derrida (cuyos escritos son un galimatías que jamás he comprendido porque creo que deliberadamente él no quiere que lo entiendan, sólo busca pescar en el río revuelto de la charlatanería anti-occidental) o como Foucault (que no deja de caerme mejor, pero que tampoco puedo leer, porque me parece que lo suyo son más las Palabras que las Cosas), pues lo encuentro valioso. Recientemente también escuché a un cierto cura jesuita cuyo nombre no recuerdo, que decía que el propósito de la iglesia católica era ofrecer una alternativa a la modernidad. En nombre de la dialéctica y contra el espantoso y aborrecible Pensamiento Único, creo que hace falta que coexistan visiones contrapuestas. La libertad consistiría entonces en tomar lo mejor de ambas vertientes para tener una visión más completa y más justa de la hermosa pero aterradora complejidad de estos tiempos convulsos.

 



sábado, 21 de junio de 2025

Solsticio escatológico y apocalíptico

 

Ante el sarcófago
La historia de la humanidad parece ser la historia de las guerras. La guerra (polemos, en griego) es el padre de todo, decía Heráclito. Al comenzar la decadencia del Imperio Británico a principios del siglo XX, las grandes potencias decidieron resolver sus problemas lanzándose a la carnicería industrializada de las dos guerras mundiales. Pero para terminar la Segunda, tuvieron que utilizar un arma sin precedentes que la Ciencia Sin Conciencia finalmente había desarrollado: la bomba atómica, que liberaba el poder destructivo de las fuerzas fundamentales del universo. Sólo pasaron 20 años entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda: la matanza todavía podía hacerse con armas que ahora llamamos "convencionales". La amenaza de la Tercera Guerra y de la mutua aniquilación de los adversarios mostró sus colmillos más de una vez, pero ahora, 80 años después del fin de la Segunda, parece más inminente que nunca. En El Retorno de los Brujos, el libro que más ha influido sobre mí, y que no ha perdido su vigencia, se dice que antiguas civilizaciones ya se habían autodestruido en tiempos ancestrales debido al mal uso de las fuerzas incontrolables del universo. 
 
Traicionado por Dalila

 
Ahora, mientras vuelan los cohetes (el vehículo ideal para transportar la carga de la muerte que ya Hitler utilizó en los últimos años de la Segunda Guerra), y mientras los sionistas hablan de la Opción de Sansón (el Hércules judío que al destruirse a sí mismo aniquiló simultáneamente a sus enemigos), a los cada vez más desnudos e indefensos humanos que estamos a merced de poderes que muchas veces ni siquiera comprendemos parece que lo único que nos queda es rezar. Cierto que no, no, no basta rezar, pero los desesperados siempre se acuerdan de Dios cuando tienen el agua al cuello...
 
Ambos sufren

 Cualquier cosa que uno diga o escriba parece una trivialidad ante el odio y el fanatismo que mueven a los que poseen los instrumentos de destrucción. Entonces diré algo que irremediablemente sonará trivial. Ojalá tuviera la sabiduría y la elocuencia para aclarar las dudas y exorcisar el miedo con que quieren dominarnos. 
 
Epicuro. Sus enseñanzas tienen plena vigencia en estos momentos
 
Siempre me llamó la atención la dualidad de significados de la palabra "escatológico". Por un lado tiene que ver con las heces fecales y las bromas soeces sobre la defecación y todo lo relacionado con ella. Por otra parte, según mi viejo diccionario, la escatología se refiere a las doctrinas que tratan de la vida "de ultratumba", o sea, más allá de la muerte. Más ampliamente, el término abarca las diversas creencias sobre el destino final de la humanidad y el fin de los tiempos. Consultando el Pequeño Larousse Ilustrado, una reliquia de épocas pasadas cuando los libros aún importaban, finalmente encontré la explicación: la raíz griega skatos significa excremento, pero eskatos quiere decir "último". La transcripción al español de ambos términos es idéntica, aunque sus significados son bastante diferentes. Y todo por una letra. 
 
Tic, tac... Las horas de la necesidad, no de la sabiduría
 
Uno de los temas más abusados de estos tiempos turbulentos es el de la Inteligencia Artificial. A los que creen que es algo nuevo, hay que decirles que no lo es tanto. En un ensayo anterior me referí a este tópico. Ya era una preocupación muy frecuente en los años sesenta y aparecía reflejada en varias películas de esa época (también está detrás del mito moderno o romántico de Frankenstein). El creciente poder de las computadoras era una amenaza: ¿llegarán a ser más inteligentes que nosotros? Y si es así, ¿terminarán por volverse nuestros amos? Hoy en día, el miedo más inmediato es que las máquinas inteligentes nos dejen sin trabajo. Creo que lo que sucederá es que, así como las máquinas industriales hacen mejor los trabajos físicos agotadores que los humanos no pueden ni deben hacer, las supercomputadoras se encargarán de la parte mecánica y tediosa de las tareas intelectuales. En ese sentido, me gustaría compartir con mis cuatro gatos lectores las ideas que encontré en un libro que me puse a leer hace poco. Por cierto, al final acudí a la Inteligencia Artificial y le pedí que me hiciera un resumen. El libro (en PDF) tiene como 500 páginas. La IA me hizo un resumen de 12 páginas y me ahorró el trabajo mecánico de memorización y repaso que hubiera tenido que hacer para obtener dicho resumen. 
 

 Pero como todo producto de un algoritmo, el resumen resultó demasiado escueto, simplificado y reduccionista como para serme realmente útil. Hay que pagar dólares para tener un sirviente IA que valga la pena.  Entonces, decidí fajarme con el texto completo y los trozos más significativos que subrayé mientras lo iba leyendo. Para no extenderme demasiado, trataré de presentar un resumen dependiente de mi propio esfuerzo mental y de mi frágil y perezosa memoria de ser humano con inteligencia promedio. 
 
Las partículas no existen, son sólo nubes de probabilidad 
 
El libro en cuestión se llama Irreducible y su autor es Federico Faggin, una de las mayores luminarias del Olimpo de la más alta tecnología. Entre sus logros se cuentan la invención del microprocesador, la columna vertebral de toda la tecnología actual; y por citar sólo un ejemplo adicional, las pantallas táctiles, las célebres touchscreens que usan los estúpidos para manejar sus teléfonos que parecen más inteligentes que ellos. La propuesta básica de su libro es que la inteligencia artificial nunca alcanzará el estado de la verdadera conciencia. Para Faggin, la conciencia y el libre albedrío son características propias del universo que no pueden ser comprendidas por la física clásica. La conciencia es un fenómeno clásico-cuántico y esto representa una verdadera revolución en la forma de entender la realidad. Apoyándose en la física cuántica, Faggin presenta una teoría filosófica de gran complejidad, cuyo eje es el pan-psiquismo, que en pocas palabras significa que todo lo que existe en el universo natural tiene vida, esencia (ontología), propósito (teleología), sentido (semántica), significado, conciencia y libre albedrío. 

El universo es una mente consciente

Los Diez Mandamientos de la física clásica, levantados sobre los hombros de gigantes como Galileo y Newton, incluyen la materialidad del mundo físico (naturalismo), y su independencia del observador (realismo). La materia está formada por partículas microscópicas indivisibles (atomismo). El espacio y el tiempo son absolutos e independientes, y todo sistema físico puede ser descrito como la suma del comportamiento de sus componentes (reduccionismo). Este comportamiento es totalmente predecible (determinismo). El universo es estático y no se altera cuando lo observamos. La matemática puede describir perfectamente la realidad que siempre sigue los principios darwinianos del azar y la selección natural. La materia es lo único que existe, y la conciencia es una secreción del cerebro. 
 
Isaac Newton

La física clásica funcionaba muy bien a nivel macrocósmico, y fue la base de apoyo de la Revolución Industrial y del materialismo ateo. Pero la cosa se complicó cuando se empezó a conocer la materia a nivel microcósmico. Los componentes básicos de la materia no se comportaban de acuerdo a la lógica convencional. Los fotones, por ejemplo, eran al mismo tiempo ondas y partículas, violando los principios de identidad y no contradicción. El átomo no sólo era divisible, sino que estaba compuesto principalmente de espacio vacío. Era imposible saber dónde está una partícula, sólo la probabilidad de que se encuentre en una cierta área. Para colmo, al observar una partícula, la alterábamos. La única certidumbre era la incertidumbre. Eso es la física cuántica. Y toda esa locura era muy real, como lo probaban la energía nuclear y la electrónica. 
 
Nadie entiende nada  
 
La conclusión es que, después de tanto materialismo, al final parece que Platón siempre tuvo razón: el mundo material era pura apariencia, la verdadera realidad estaba en la mente, en la idea, en la forma. Por eso la matemática, un producto de la mente sin relación con la experiencia, puede describir el mundo real con tanta exactitud. El universo es una mente que se piensa a sí misma (Dios mío, eso suena a Hegel). El idealismo vuelve por sus fueros. La realidad no es física ni psíquica: es ambas cosas y ninguna de las dos a la vez. En todo caso, las computadoras nunca tendrán conciencia, porque son deterministas y reduccionistas. Son incapaces de actuar por su cuenta porque no tienen libre albedrío. Las experiencias subjetivas (llamadas cualias) son las que definen la conciencia. Las cualias son experiencias individuales, íntimas, e imposibles de traducir completamente al lenguaje común. Los artistas y los poetas transmiten la emoción que producen en el arte verdadero.
 
Mentiras verdaderas

 
 La inteligencia sin conciencia no es verdadera inteligencia. Las computadoras sólo pueden hacer lo que sus algoritmos les ordenan. Sus componentes están diseñados para cumplir tareas determinadas. La computadora es parte del mundo clásico, y como tal, no es más que la suma de sus partes. Pero en cada componente de la vida, en cada célula, se encuentra la totalidad. Por eso las células pueden auto-reproducirse, cosa que ninguna computadora puede hacer. En resumen, podemos dormir tranquilos: la Inteligencia Artificial no podrá nunca convertirnos en sus esclavos. Sin embargo, debemos tener cuidado de que nuestra Estupidez Natural no nos lleve a la autodestrucción. Porque podremos destruirnos a nosotros y a nuestros enemigos, como Sansón en el templo de los filisteos. Pero no al universo, que es Uno y es Sabio. Al final, nos quedan la Fe, la Esperanza y el Amor.

 
La Escuela de Platón

jueves, 1 de mayo de 2025

Bajo el ala de la Pájara Pinta

 

Ánimas del  Purgatorio
La Pájara Pinta era una de las canciones que mi mamá me cantaba cuando era un niño pequeño:

Estaba la Pájara Pinta

sentadita en su verde limón.

Con el pico cortaba la rama,

con la rama cortaba la flor...

Ella la cantaba con una especie de solemnidad que a mí me impresionaba tremendamente. Y me llamaba su perro lobo, lo cual era muy original.

Deconstrucción de los agradecimientos a María Francia


Por supuesto, aprovecho la ocasión para mostrar a mis cuatro gatos lectores lo último en mi producción de mamarrachos digitales. Si fuera a hacer una exposición, me gustaría usar ese título: Mamarrachos Digitales de un Fotógrafo sin Cámara. Pero claro, en los museos o galerías les gustan los títulos más pretenciosos y hasta crípticos, como Poemas Binarios o Nostalgia Cuántica del Paraíso Perdido de la Simplicidad. Yo prefiero reírme de mí mismo. Pero si la cualidad que convierte cualquier objeto en una Obra de Arte es la posibilidad de venderlo por una suma superior a los 150 mil dólares, entonces hay que aplicar el mercadeo de la pedantería.

Nostalgia por la simplicidad perdida


 El tiempo sigue siendo una idea fija, una obsesión cultural o arquetípica que encuentro a la vuelta de cualquier esquina. Recientemente he visto un par de películas que tratan el tema del viaje en el tiempo. Primero me encontré en Odysee (que algunos llaman el YouTube ruso) una que había estado buscando porque su argumento me pareció tentador: se llama Time and again, que podría traducirse como "una y otra vez" o algo así. Es de los años 70, de cuando Malcolm McDowell era joven (ahora hace papeles de anciano picaresco). La trama es que Jack el Destripador utiliza la máquina del tiempo construida por H. G. Wells para escaparse al futuro (que para nosotros es el pasado: los años 70) para seguir destripando mujeres. Wells, que como ustedes saben (o tal vez no saben) es el autor del clásico de la ahora vetusta ciencia-ficción The Time Machine, lo sigue al futuro y entonces juega al desadaptado temporal (no conoce el teléfono, no sabe manejar un carro, etc.) para ubicar al Destripador. La historia está muy bien manejada, y al final Wells decide volver al pasado llevándose consigo a una chica del futuro...

 

Luminarias deconstruidas
Después de eso busqué y vi la clásica versión de Hollywood de The Time Machine con Rod Taylor. Pero apenas ayer me puse a buscar de una manera totalmente aleatoria viejas películas de Kirk Douglas, el hombre del agujero en la barbilla que parece taladrado con un láser, y encontré otra película muy divertida llamada The final countdown, que puede traducirse como "el conteo final", entendiéndose una cuenta regresiva (10, 9, 8, 7, 6...). En ella, un tremendo portaaviones de la clase Nimitz (como diría el gran Walter Martínez) atraviesa un portal espacio-temporal y va a dar al océano Pacífico justo antes del ataque a Pearl Harbor. Impresionantes las escenas en el portaaviones, con los superaviones modernos contrastando con los aviones de hélice japoneses. Igualmente, el presente para ellos (1980) es el pasado para nosotros. Y también se llevan una chica del pasado que aparece como una viejita linda y bella en el presente-pasado. No es una de esas películas hiper-complejas como las de Christopher Nolan, pero era realmente entretenida. Las que hacen ahora son tan complicadas que cuesta entenderlas.

 

Ahí está José Gregorio
Para seguir con el tiempo, recuerdo algo que leí en uno de los cuentos que más me han gustado e influenciado en mi vida: El Perseguidor, del gran Julio Cortázar, inspirado en la vida del genio-mártir del jazz, Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Carter. Hablando con su amigo el crítico de jazz, Johnny introduce el concepto del "cuarto de hora de un minuto y medio". La cosa es así: Johnny toma el metro en la estación de Odeón, y empieza a recordar los viejos tiempos, sus amigos de entonces, la música que tocaban, los momentos felices que pasaban, etc. Entonces le pregunta a Bruno (el crítico), ¿cuánto tiempo crees tú que pasé recordando con lujo de detalles todo eso que te estoy contando? Bruno le dice sonriendo, bueno, quizás un cuarto de hora. Un cuarto de hora, ¿eh, Bruno? Entonces explícame cómo puede ser que en eso se detiene el metro en la estación de Saint Michel, que queda exactamente a un minuto y medio de Odeón? Quiere decir que el tiempo (posiblemente) no sólo no es lineal, sino que también es flexible... Puede estirarse y encogerse a placer...

En la esquina de Miseria
Para terminar, realmente en el tiempo actual todo lo que está pasando es tan enredado que es muy difícil de entender o analizar. Todo fluye como en la paradoja de Heráclito, pero a una velocidad pasmosa. Lo único que me provoca escribir en este momento es que Europa, abandonada a su suerte por su papá protector, los EE.UU, evidencia su total decadencia y debilidad. Siempre le tuvieron miedo a Rusia, y parece que no aprendieron su lección cuando, después del ataque de Napoleón, los caballos de los cosacos terminaron pastando en París; y después de la invasión de Hitler, los soviéticos desplegaron su bandera roja en Berlín. Que se cuiden. Su arrogancia me recuerda el título de otra película: el ratón que rugió. 

Vladimir deconstruido


sábado, 15 de marzo de 2025

A la luz del equinoccio

 

A través del cristal
 

Buen título, ¿ah? Provoca leerlo. Al aproximarse el equinoccio, estoy en una situación de la cual no quiero hablar ahora, pero que había predicho hace algún tiempo. Sin entrar en detalles, mi primera reflexión es que LA LEY NO ES LO MISMO QUE LA JUSTICIA. Mucho menos si hay que interpretar la ley para acomodarla al miedo al terrorismo leguleyo, y con el único propósito de proteger tu trasero, como dicen los gringos. Por eso, eludo el tema y prefiero seguir meditando sobre la paradoja del tiempo: o bien no existe, como parece que demuestra el telescopio espacial Webb, o bien es lo único que hay, como parece que dijeron los chinos, la civilización más antigua que ha sobrevivido los milenios. 

Maldito enano

Ya que soy licenciado en filosofía, no puedo decir como Alí Primera "Yo no sé filosofar", ni tampoco como Gualberto Ibarreto, cuya mamá no sabía geometría, pero las arepas le quedaban redonditas. Lo que quiero decir es que no puedo refugiarme en el populismo, como hacen tantos otros. Pero para no ponerme demasiado filosófico, confieso que mi intención es publicar en este blog, que apenas leen (obligados) cuatro gatos (pero esos gatos son un león, un tigre, una pantera y un jaguar); digo que quiero aprovechar este espacio íntimo, este islote solitario en el océano digital para publicar mis últimos trabajos que yo creo que son artísticos, aunque no han recibido todavía la bendición del mundo del arte, y que debido a la repulsión que siento por las redes sociales, se convierte para mí en algo parecido a la isla de Robinson Crusoe (antes de que llegara Viernes). 

Crecieron los enanos

Apoyo la democratización de la fotografía, no me incomoda que todo el mundo sea fotógrafo (y documentalista, y cineasta) utilizando esa máquina diabólica que más que ninguna otra en la historia contribuye al embrutecimiento de la especie humana: el teléfono móvil, que cual navaja suiza, cada vez tiene más funciones. Pronto tendrá incorporado un rayo láser, como predijo la serie Star Trek hace seis décadas. Nadie se imaginaba en los lejanos pero extrañamente cercanos años sesenta (del siglo XX) que se podrían tomar fotos con un teléfono. Creo que ni siquiera el profeta Nikola Tesla se lo imaginó. Como las cámaras profesionales están tan caras (para un "pobresor"), y yo no creo que el equipo sea lo más importante (dependiendo de lo que se necesite, claro), sino la capacidad visionaria del que toma la foto, entonces tomo fotos pretendidamente artísticas con mi Siragon sin el menor complejo. En otros casos, acudo a mi archivo de al menos 30 años de imágenes digitalizadas.

 

Nueve Gracias
No sé si alguna vez podré hacer una exposición de mis fotografías como se hacía antes "tradicionalmente", es decir, copiadas en papel, enmarcadas y colgadas en la sala de un museo o galería. Después de todo, no tengo eso que llaman "trayectoria", siempre he sido una veleta, no estoy definido en ningún área, no soy especialista en nada, no tengo amigos influyentes ni tampoco dólares. Además, mi vanidad es una cosa tan pequeña e insignificante que se puede aplastar más fácilmente que una valiente cucaracha cuya especie ha sobrevivido las grandes extinciones de la historia geológica. Si tuviera mil dólares, podría copiar todas las fotos que quisiera, y enmarcarlas con cañuela, paspartú y vidrio antirreflejo. Y con mil dólares más, alquilo una sala en algún museo o galería. Con 500 más, pago la guarapita, las galletas, el mesonero y el bartender. Pero nada, soy demasiado asocial. 

Delirio fauvista

Con el mundo en plena metamorfosis post-apocalíptica, con tantos sucesos trascendentales ocurriendo a cada rato, mi vanidad perfectamente puede hacerse a un lado. El budismo busca la extinción, la aniquilación del ego, la plenitud del vacío, la anulación del deseo; que ciertamente es la esencia del hombre, pero también la fuente de todo el dolor. Por otro lado, está aquella ardiente paciencia de la que hablaba Rimbaud. La terquedad de mis tendencias artísticas, más allá del deseo de ser reconocido por nadie. Ocasión para una cita poética: "Pero te consagrarás a esa tarea: todas las posibilidades armónicas y arquitecturales se agitarán en torno a tu morada. Seres perfectos, imprevistos, se ofrecerán a tus experiencias. Tu memoria y tus sentidos sólo serán alimento de tu impulso creador. En cuanto al mundo, cuando salgas, ¿en qué se habrá convertido? En todo caso, nada de las apariencias actuales".

Apropiación

 ¿Y qué más? Al fin le dieron el visto bueno a José Gregorio en el Vaticano. Un proceso que empezó cuando quemaron su tumba en el Cementerio General del Sur y ahora lo culmina el papa jesuita en su lecho de enfermo valetudinario. Y los príncipes ensotanados con sus cruces de plata y sus Mercedes Benz toman lo que queda de sus huesos y los cortan en pedacitos para repartirlos como reliquias a las diversas sucursales de la respetabilidad piadosa. 

Icono
Y basta por hoy. En el fondo sólo quería publicar mis últimos trabajos. Sigo sin tener cuenta en Facebook o Instagram. Tal vez es una actitud en la que vale la pena perseverar. En fin, aunque la Vino Tinto no tenga posibilidades de clasificar para el Mundial, al menos tenemos un santo oficial. Y siempre lo preferiré representado con sus manos atrás. Yo creo en la luz y en sus misterios. Cierro con Rimbaud: No me creo embarcado en una boda con Jesucristo como padrino. Que Dios se apiade de mi alma agnóstica.