jueves, 1 de mayo de 2025

Bajo el ala de la Pájara Pinta

 

Ánimas del  Purgatorio
La Pájara Pinta era una de las canciones que mi mamá me cantaba cuando era un niño pequeño:

Estaba la Pájara Pinta

sentadita en su verde limón.

Con el pico cortaba la rama,

con la rama cortaba la flor...

Ella la cantaba con una especie de solemnidad que a mí me impresionaba tremendamente. Y me llamaba su perro lobo, lo cual era muy original.

Deconstrucción de los agradecimientos a María Francia


Por supuesto, aprovecho la ocasión para mostrar a mis cuatro gatos lectores lo último en mi producción de mamarrachos digitales. Si fuera a hacer una exposición, me gustaría usar ese título: Mamarrachos Digitales de un Fotógrafo sin Cámara. Pero claro, en los museos o galerías les gustan los títulos más pretenciosos y hasta crípticos, como Poemas Binarios o Nostalgia Cuántica del Paraíso Perdido de la Simplicidad. Yo prefiero reírme de mí mismo. Pero si la cualidad que convierte cualquier objeto en una Obra de Arte es la posibilidad de venderlo por una suma superior a los 150 mil dólares, entonces hay que aplicar el mercadeo de la pedantería.

Nostalgia por la simplicidad perdida


 El tiempo sigue siendo una idea fija, una obsesión cultural o arquetípica que encuentro a la vuelta de cualquier esquina. Recientemente he visto un par de películas que tratan el tema del viaje en el tiempo. Primero me encontré en Odysee (que algunos llaman el YouTube ruso) una que había estado buscando porque su argumento me pareció tentador: se llama Time and again, que podría traducirse como "una y otra vez" o algo así. Es de los años 70, de cuando Malcolm McDowell era joven (ahora hace papeles de anciano picaresco). La trama es que Jack el Destripador utiliza la máquina del tiempo construida por H. G. Wells para escaparse al futuro (que para nosotros es el pasado: los años 70) para seguir destripando mujeres. Wells, que como ustedes saben (o tal vez no saben) es el autor del clásico de la ahora vetusta ciencia-ficción The Time Machine, lo sigue al futuro y entonces juega al desadaptado temporal (no conoce el teléfono, no sabe manejar un carro, etc.) para ubicar al Destripador. La historia está muy bien manejada, y al final Wells decide volver al pasado llevándose consigo a una chica del futuro...

 

Luminarias deconstruidas
Después de eso busqué y vi la clásica versión de Hollywood de The Time Machine con Rod Taylor. Pero apenas ayer me puse a buscar de una manera totalmente aleatoria viejas películas de Kirk Douglas, el hombre del agujero en la barbilla que parece taladrado con un láser, y encontré otra película muy divertida llamada The final countdown, que puede traducirse como "el conteo final", entendiéndose una cuenta regresiva (10, 9, 8, 7, 6...). En ella, un tremendo portaaviones de la clase Nimitz (como diría el gran Walter Martínez) atraviesa un portal espacio-temporal y va a dar al océano Pacífico justo antes del ataque a Pearl Harbor. Impresionantes las escenas en el portaaviones, con los superaviones modernos contrastando con los aviones de hélice japoneses. Igualmente, el presente para ellos (1980) es el pasado para nosotros. Y también se llevan una chica del pasado que aparece como una viejita linda y bella en el presente-pasado. No es una de esas películas hiper-complejas como las de Christopher Nolan, pero era realmente entretenida. Las que hacen ahora son tan complicadas que cuesta entenderlas.

 

Ahí está José Gregorio
Para seguir con el tiempo, recuerdo algo que leí en uno de los cuentos que más me han gustado e influenciado en mi vida: El Perseguidor, del gran Julio Cortázar, inspirado en la vida del genio-mártir del jazz, Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Carter. Hablando con su amigo el crítico de jazz, Johnny introduce el concepto del "cuarto de hora de un minuto y medio". La cosa es así: Johnny toma el metro en la estación de Odeón, y empieza a recordar los viejos tiempos, sus amigos de entonces, la música que tocaban, los momentos felices que pasaban, etc. Entonces le pregunta a Bruno (el crítico), ¿cuánto tiempo crees tú que pasé recordando con lujo de detalles todo eso que te estoy contando? Bruno le dice sonriendo, bueno, quizás un cuarto de hora. Un cuarto de hora, ¿eh, Bruno? Entonces explícame cómo puede ser que en eso se detiene el metro en la estación de Saint Michel, que queda exactamente a un minuto y medio de Odeón? Quiere decir que el tiempo (posiblemente) no sólo no es lineal, sino que también es flexible... Puede estirarse y encogerse a placer...

En la esquina de Miseria
Para terminar, realmente en el tiempo actual todo lo que está pasando es tan enredado que es muy difícil de entender o analizar. Todo fluye como en la paradoja de Heráclito, pero a una velocidad pasmosa. Lo único que me provoca escribir en este momento es que Europa, abandonada a su suerte por su papá protector, los EE.UU, evidencia su total decadencia y debilidad. Siempre le tuvieron miedo a Rusia, y parece que no aprendieron su lección cuando, después del ataque de Napoleón, los caballos de los cosacos terminaron pastando en París; y después de la invasión de Hitler, los soviéticos desplegaron su bandera roja en Berlín. Que se cuiden. Su arrogancia me recuerda el título de otra película: el ratón que rugió. 

Vladimir deconstruido


sábado, 15 de marzo de 2025

A la luz del equinoccio

 

A través del cristal
 

Buen título, ¿ah? Provoca leerlo. Al aproximarse el equinoccio, estoy en una situación de la cual no quiero hablar ahora, pero que había predicho hace algún tiempo. Sin entrar en detalles, mi primera reflexión es que LA LEY NO ES LO MISMO QUE LA JUSTICIA. Mucho menos si hay que interpretar la ley para acomodarla al miedo al terrorismo leguleyo, y con el único propósito de proteger tu trasero, como dicen los gringos. Por eso, eludo el tema y prefiero seguir meditando sobre la paradoja del tiempo: o bien no existe, como parece que demuestra el telescopio espacial Webb, o bien es lo único que hay, como parece que dijeron los chinos, la civilización más antigua que ha sobrevivido los milenios. 

Maldito enano

Ya que soy licenciado en filosofía, no puedo decir como Alí Primera "Yo no sé filosofar", ni tampoco como Gualberto Ibarreto, cuya mamá no sabía geometría, pero las arepas le quedaban redonditas. Lo que quiero decir es que no puedo refugiarme en el populismo, como hacen tantos otros. Pero para no ponerme demasiado filosófico, confieso que mi intención es publicar en este blog, que apenas leen (obligados) cuatro gatos (pero esos gatos son un león, un tigre, una pantera y un jaguar); digo que quiero aprovechar este espacio íntimo, este islote solitario en el océano digital para publicar mis últimos trabajos que yo creo que son artísticos, aunque no han recibido todavía la bendición del mundo del arte, y que debido a la repulsión que siento por las redes sociales, se convierte para mí en algo parecido a la isla de Robinson Crusoe (antes de que llegara Viernes). 

Crecieron los enanos

Apoyo la democratización de la fotografía, no me incomoda que todo el mundo sea fotógrafo (y documentalista, y cineasta) utilizando esa máquina diabólica que más que ninguna otra en la historia contribuye al embrutecimiento de la especie humana: el teléfono móvil, que cual navaja suiza, cada vez tiene más funciones. Pronto tendrá incorporado un rayo láser, como predijo la serie Star Trek hace seis décadas. Nadie se imaginaba en los lejanos pero extrañamente cercanos años sesenta (del siglo XX) que se podrían tomar fotos con un teléfono. Creo que ni siquiera el profeta Nikola Tesla se lo imaginó. Como las cámaras profesionales están tan caras (para un "pobresor"), y yo no creo que el equipo sea lo más importante (dependiendo de lo que se necesite, claro), sino la capacidad visionaria del que toma la foto, entonces tomo fotos pretendidamente artísticas con mi Siragon sin el menor complejo. En otros casos, acudo a mi archivo de al menos 30 años de imágenes digitalizadas.

 

Nueve Gracias
No sé si alguna vez podré hacer una exposición de mis fotografías como se hacía antes "tradicionalmente", es decir, copiadas en papel, enmarcadas y colgadas en la sala de un museo o galería. Después de todo, no tengo eso que llaman "trayectoria", siempre he sido una veleta, no estoy definido en ningún área, no soy especialista en nada, no tengo amigos influyentes ni tampoco dólares. Además, mi vanidad es una cosa tan pequeña e insignificante que se puede aplastar más fácilmente que una valiente cucaracha cuya especie ha sobrevivido las grandes extinciones de la historia geológica. Si tuviera mil dólares, podría copiar todas las fotos que quisiera, y enmarcarlas con cañuela, paspartú y vidrio antirreflejo. Y con mil dólares más, alquilo una sala en algún museo o galería. Con 500 más, pago la guarapita, las galletas, el mesonero y el bartender. Pero nada, soy demasiado asocial. 

Delirio fauvista

Con el mundo en plena metamorfosis post-apocalíptica, con tantos sucesos trascendentales ocurriendo a cada rato, mi vanidad perfectamente puede hacerse a un lado. El budismo busca la extinción, la aniquilación del ego, la plenitud del vacío, la anulación del deseo; que ciertamente es la esencia del hombre, pero también la fuente de todo el dolor. Por otro lado, está aquella ardiente paciencia de la que hablaba Rimbaud. La terquedad de mis tendencias artísticas, más allá del deseo de ser reconocido por nadie. Ocasión para una cita poética: "Pero te consagrarás a esa tarea: todas las posibilidades armónicas y arquitecturales se agitarán en torno a tu morada. Seres perfectos, imprevistos, se ofrecerán a tus experiencias. Tu memoria y tus sentidos sólo serán alimento de tu impulso creador. En cuanto al mundo, cuando salgas, ¿en qué se habrá convertido? En todo caso, nada de las apariencias actuales".

Apropiación

 ¿Y qué más? Al fin le dieron el visto bueno a José Gregorio en el Vaticano. Un proceso que empezó cuando quemaron su tumba en el Cementerio General del Sur y ahora lo culmina el papa jesuita en su lecho de enfermo valetudinario. Y los príncipes ensotanados con sus cruces de plata y sus Mercedes Benz toman lo que queda de sus huesos y los cortan en pedacitos para repartirlos como reliquias a las diversas sucursales de la respetabilidad piadosa. 

Icono
Y basta por hoy. En el fondo sólo quería publicar mis últimos trabajos. Sigo sin tener cuenta en Facebook o Instagram. Tal vez es una actitud en la que vale la pena perseverar. En fin, aunque la Vino Tinto no tenga posibilidades de clasificar para el Mundial, al menos tenemos un santo oficial. Y siempre lo preferiré representado con sus manos atrás. Yo creo en la luz y en sus misterios. Cierro con Rimbaud: No me creo embarcado en una boda con Jesucristo como padrino. Que Dios se apiade de mi alma agnóstica.