sábado, 3 de marzo de 2018

La filosofía también es un arte (después de todo)

En este tema no puedo evitar referirme a mi experiencia personal en la Escuela de Filosofía de la UCV: cuando finalmente llegué al nivel en que debía escribir mi tesis de grado (y ya había sido rechazado por los “grandes cacaos” o “grandes electores” de la escuela) hice una retrospección y me pregunté cuál de todos los pensadores con los que había entrado en contacto (más o menos traumático) me interesaba o seducía lo suficiente como para lanzarme a la aventura de comerme 50 libros para defenderlo. En el primer semestre de Historia de la Filosofía se empieza con los presocráticos y luego se salta a Platón y Aristóteles. En el segundo semestre se hace un sobrevuelo más o menos rápido por el helenismo, limitado a estoicos y epicúreos (pasando completamente por encima de materialistas, hedonistas y cínicos: no son considerados respetables) para luego entrar a la Edad Media, totalmente dominada por el platónico San Agustín primero, y luego por el sistema que Tomás de Aquino levantó sobre la arquitectura filosófica de Aristóteles (ignorando una vez más a los pensadores más interesantes del Medioevo como Abelardo o Guillermo de Occam y todos los herejes que se la jugaron para exponer su heterodoxia ante la amenaza de la hoguera inquisidora). De ahí se pasa sin transiciones a Descartes (el primer moderno, con su impresionante melena), se le da alguna importancia a Spinoza y Hobbes, hay cierta presencia de Leibniz, hasta que se desemboca en el gran Immanuel Kant, “el último filósofo” (cuando ciencia y filosofía se divorcian por culpa de Newton, las preocupaciones de este Tartarín de Königsberg por conciliar el racionalismo y el empirismo al borde de la Revolución Francesa y su confesado fracaso quedan como un honesto y sincero canto de cisne. Incluso un pensador tan reciente como Foucault debe reconocer su deuda con la crítica kantiana).

Después… desde el punto de vista de la escuela ucevista aparecen en el horizonte Hegel y sus hijastros, Marx y Nietzsche… ignorando también a un gigante como Schopenhauer y otras mentes interesantes del siglo XIX, como Kierkegaard. Aparece entonces el gran cisma de la filosofía analítica con Frege, Russel, Wittgenstein… ante el triunfo de la lógica simbólica, los pseudo-humanistas amantes de la cripto-retórica y de las discusiones bizantinas sobre “el fenómeno del ser y el ser del fenómeno” se quedan desnudos y, como decía Neruda, “cubiertos de armas inútiles, llenos de objeciones destruidas…” Ante ellos se abre el bosque de espinos maléficos de la fenomenología: Heidegger (no se habla de Husserl) es uno de los autores más populares entre los jóvenes graduandos, aunque los partidarios de la filosofía analítica lo descalifiquen como un mero “poeta”… También está prohibido mencionar el expediente nazi de este último existencialista auto-renegado. Y Sartre: definitivamente pasado de moda. Si la escuela fue alguna vez “izquierdista”, el giro a la derecha ocurrió hace ya mucho. Es el eterno péndulo de que hablaba Schopenhauer (creo). Para asumir una pose actual, acaso puedes apuntarte con alguno de los autores de la French Theory

Y bien, después de repasar toda la galería eurocentrista de autores disponibles, me quedo, entonces como ahora, con Epicuro de Samos, el del jardín o huerto de Atenas, el hedonista ascético que probó que estos dos términos no son contradictorios. Desde su materialismo, Epicuro desprecia las patrañas manipuladoras de la religión, pero no acepta la tiranía del determinismo cientificista. Y sobre todo, para él la actividad filosófica es el placer más perfecto, porque no es un trabajo que se hace para después gozar de sus frutos: “no se goza después de haber aprendido; se aprende y se goza conjuntamente”.  Hay varias maneras de abordar a Epicuro, pero todas ellas entran en conflicto con el autoritarismo académico medieval imperante en la UCV. Como me dijo alguien recientemente, las universidades se originaron en la Edad Media, y la mayoría de ellas siguen en la vertiente más oscurantista de la Edad Media.

Michel Onfray dice que la historia de la filosofía la escriben los vencedores, que luego imponen su tiranía. El vencedor es Platón: mientras las obras de sus rivales filosóficos ardieron junto con la Biblioteca de Alejandría, los libros de Platón fueron conservados por los escépticos y neoplatónicos en beneficio de los primeros cristianos. Cuánta razón tenía Nietzsche al decir que el cristianismo es en realidad un platonismo para las masas… También es oportuno recordar aquella anécdota de que Platón quiso comprar todos los libros de Demócrito para quemarlos y hacerlos desparecer. Parece que tuvo bastante éxito, porque del gran materialista de Abdera apenas queda un puñado de fragmentos…
Lo cierto es que al leer sobre Epicuro, lo primero que uno descubre es su rebelión ante las tres escuelas predominantes en su tiempo: platonismo (creo que dijo que su maestro platónico era “una medusa”, tal vez por lo decorativo, enrevesado y venenoso), aristotelismo y materialismo democríteo. Por eso mi primer intento de hacer una tesis fue guiado por la idea de presentar a Epicuro como crítico de Platón, en particular de su intento de utilizar la religión y la teología astral como armas políticas para el control de la sociedad. Por supuesto fue rechazada por todos los profesores a quienes se la mostré (y algunos, como era de esperarse, dejaron de hablarme y hasta de mirarme). Finalmente la publiqué cuando trabajaba en la Universidad Católica Santa Rosa, y es mi único trabajo académico publicado hasta ahora (aunque la revista de la UCSAR no es “indexada”). Por cierto, otra cosa que me fascina de Epicuro es su desprecio por el lenguaje académico, la terminología rebuscada, el estilo preciosista, y la tradición retórica de la que tanto se enorgullecían los griegos.
He estado leyendo mucho sobre Epicuro últimamente: a Michel Onfray lo descubrí como epicúreo contemporáneo y he leído algunos de sus muchos escritos; sobre todo recomiendo “Las sabidurías de la antigüedad”, primera parte de un intento de hacer una Contrahistoria de la filosofía que rescataría del olvido a todos los pensadores que Platón tal vez quisiera haber borrado de la memoria de la humanidad. A través del tiempo he consultado muchos autores, algunos fascinantes como Festugière, polémicos como DeWitt (muy interesante su comparación de Epicuro con San Pablo y su posible influencia en las primeras comunidades cristianas), críticos y exhaustivos como Farrington. Pero siempre recomiendo especialmente a Carlos García Gual, modesto, conciso, enamorado del tema. Estuve leyendo el libro La Terapia del Deseo de una gran estrella de la filosofía académica estadounidense, Martha Nussbaum. Muy completo, muy académico, perfecto para hacer una tesis (pero quizás no en la UCV). Confieso mi envidia: qué sabroso es ser un prestigioso profesor en EE.UU, con esas jugosas becas en dólares, tus libros reseñados en todas partes, las entrevistas hasta en televisión… Desde mi ultra-modesto sitial aquí en Subdesarrollistán, prefiero a García Gual: también hace unos meses leí finalmente su biografía completa de Epicuro. 

Ah, y últimamente encontré un nuevo enfoque: Epicuro como pionero del ecologismo, basado en el libro Biomímesis de Jorge Riechmann. Para este autor, Epicuro y su filosofía del cuerpo y la libertad, de la frugalidad no represiva, de la amistad como clave para fomentar la cooperación en sustitución de la competencia, representaría un antecedente del pensamiento ecologista de la actualidad. En efecto, Epicuro habla del autocontrol de los placeres naturales y necesarios, y de que la clave de la felicidad y la sabiduría está en distinguir estos de los naturales y no necesarios y de los que no son ni naturales ni necesarios. En términos del ecologismo, eso nos llevaría a unas pautas de consumo sostenibles contrarias al deseo ilimitado y vano que provoca la insatisfacción permanente de la que a su vez depende la funesta sociedad de consumo capitalista.
Para cerrar: mientras que Platón escribió en algún lado que se sentía feliz de ser griego y no bárbaro, hombre y no mujer; y Aristóteles que unos habían nacido para ser amos y otros esclavos; Epicuro siempre abrió su casa y su escuela para los tres grupos más discriminados y vilipendiados de la sociedad griega: las mujeres, los extranjeros (generalmente llamados “bárbaros”) y los esclavos. Detestaba la política y el uso político de la religión y de la superstición. Decía que había que liberarse de los cuatro miedos: miedo a los dioses, al dolor, al fracaso y a la muerte. Sin quitarle méritos a Platón y Aristóteles (¿qué haríamos sin los académicos?), yo prefiero ser otro cerdo de la piara epicúrea. Léanse, queridos lectores, la Vida de Epicuro de Diógenes Laercio, quien sólo dedicó libros completos a dos filósofos: Platón y Epicuro.