lunes, 8 de junio de 2020

La voz de los siete truenos


-¿Por qué no tienes amigos?
-Yo les aúllo y los ahuyento.
(Melancolía)
La tecnología está en pañales pero le piden (y nos piden) hacer cosas que requieren que lleve pantalón largo.
(Smartass cracks II)
Cuando hubieron hablado los siete truenos, iba yo a escribir, pero oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que han hablado los siete truenos y no las escribas.
(Apocalipsis 10, 4)


1        El arte actual chapotea en la decadencia de la cultura occidental
Oswald Spengler es uno de esos alemanes geniales, visionarios y super-eruditos que, movido por el deseo ardiente de cambiarle a todo el mundo su forma de entender la Historia Universal, escribió un libro donde plasmaba esa ambición: La decadencia de Occidente (Der Untergang des Abendlandes). En este inmenso mamotreto de más de mil páginas, Spengler expone su visión cíclica y evolutiva de la historia, y habla entre muchas otras cosas de la diferencia entre cultura y civilización
 
La cultura representa la pasión juvenil de los pueblos o naciones, su inspiración y creatividad, su religión, poesía, música y arte; en suma, la expresión de su esencia (o de su espíritu). Cuando los pueblos alcanzan la cúspide de su cultura y producen sus magnas obras empieza su decadencia, caracterizada por la domesticación o racionalización de su impulso creador: a eso llama Spengler civilización
 
Mientras que la cultura es libre, espontánea, idealista, soñadora; la civilización es calculadora, reglamentadora, pragmática, conservadora. La cultura griega es rica e imaginativa, produce mitos encantadores, ideas profundas y originales, es fascinante y seductora. Pero sólo en su decadencia se consolida como civilización: cuando Alejandro se lanza a la conquista del antiguo Oriente, donde están sus orígenes, llevando consigo una versión adulterada de aquella gran cultura (el Helenismo), que terminan heredando los romanos. 
 
Por su parte, Roma no es una cultura, no tiene mitos propios, adopta la religión, el arte y la filosofía de los griegos, pero su esencia es meramente práctica y despótica. Es una civilización cuya meta final es consolidar un imperio. Los griegos nos dicen "conócete a ti mismo" y "nada en exceso"; los romanos, "pan y circo para el pueblo". Mientras las creaciones de la cultura son (quizás) imperecederas, los imperios están destinados a la destrucción, y a caer en manos de los pueblos a quienes sometieron. 

Oswald Spengler (Biografías y Vidas)
 Por siglos, Roma luchó contra los bárbaros del norte de Europa, a quienes veía como las Bestias Rubias. César los venció y ocupó sus tierras, pero ellos siempre estaban detrás de la última frontera trazada por los romanos, al acecho, esperando su oportunidad. Finalmente el imperio ya no pudo contenerlos y las Bestias Rubias cargaron sobre él y lo destruyeron. 
 
Al conquistar Roma, quedaron fascinados con ella. La cultura de los bárbaros era ruda, primitiva; su arte era tosco, sin refinamiento. Poco a poco fueron asimilando la vieja cultura griega entre las ruinas de la civilización romana. Su politeísmo cayó vencido ante el mismo Dios que había triunfado sobre los viejos dioses del Olimpo. Su cultura fue formándose a través de los siglos del Medioevo hasta que alcanzó sus primeros logros con el gran arte gótico, esa síntesis de misticismo judeo-cristiano, laboriosidad bárbara, mitología griega y sentido práctico romano. 
 
Hacia el siglo XVI la civilización europea ya estaba bien formada y entonces, siguiendo la fatalidad histórica, quiso llegar a ser un imperio mundial. Españoles y portugueses iniciaron su expansión al otro lado del Atlántico (el Cercano Oriente que había conquistado Alejandro pertenecía ya entonces a otra cultura devenida en civilización: el Islam). Holandeses, franceses y sobre todo ingleses consolidarían el nuevo Imperio Mundial de las Bestias Rubias.

La bestia rubia


 Pero el cénit de la cultura europea se alcanzó en las ciudades-estado de Italia durante los siglos XV y XVI, con figuras titánicas como Leonardo y Miguel Ángel, sin duda los paradigmas de una nueva forma de arte que incorporaba las conquistas de la ciencia moderna a las glorias del pasado greco-romano. Entonces nació una nueva versión del arte como creación de individuos extraordinarios, prácticamente semidioses, que aspiraban a imitar a la perfección la naturaleza para producir el mayor fetiche comercial concebible: la obra de arte, sea la Gioconda o la Capilla Sixtina (y luego Las Meninas, La Lección de Anatomía, La Maja Desnuda…). Los artistas eran adulados por los poderosos que se disputaban el prestigio de poseer sus creaciones, supremas encarnaciones del lujo; y los bañaban en riquezas. 


Modernidad, Capitalismo, Imperialismo, todas estas palabras describen el Triunfo de la Europa Occidental, en realidad un accidente en los siete mil años de historia previa, pues las grandes potencias mundiales siempre habían sido China e India. 
 
La decadencia de la civilización europea empieza con la pérdida gradual de su fe cristiana y su abandono al hedonismo materialista despiadado. Sea como fuera, la expansión de Occidente y sus valores terminan al cabo de un par de siglos en las inmundas trincheras de las dos guerras mundiales, que demuestran el fracaso del racionalismo y la “ciencia sin conciencia”. Después de tanto despliegue de potencia y pre-potencia, las Bestias Rubias optaban por el suicidio colectivo. Y esta decadencia y sensación de fracaso se reflejan inmediatamente en el arte occidental.


2        Marcel Duchamp, bufón de la corte del arte muerto
Este personaje que se autodefine como anti-artista o anar-tista (un juego de palabras entre artista, anarquista y no-artista) es el pionero del arte como estafa. El estafador es un tipo simpático y locuaz que te envuelve en razonamientos falaces pero encantadores y te hace que compres el puente sobre el lago de Maracaibo antes de que des cuenta de que te está embaucando. 
 
Duchamp ha sido llamado el artista más influyente del siglo XX, creador de todos los bodrios que hoy se nos presentan como arte conceptual, en otras palabras, hijos del capricho de un pícaro autodenominado artista. ¿No es el artista un ser superior, dotado de un genio incomprensible para los miserables proletarios, asalariados y burgueses? Entonces cualquier cosa que este funesto gamberro, estafador y proxeneta le dé la gana de presentar como arte será arte, con la complicidad de galeristas, museólogos, curadores, críticos y toda la manada de inútiles que veneran (y chulean) al payaso que se burla de todo el mundo. 
 
Justamente, la burla es la clave de todo, manejada con tal maestría que logras que el emperador se pasee desnudo llevando ropajes inexistentes que le has hecho creer que son la octava maravilla del mundo. Y si un niño grita “¡El emperador está desnudo!” el estafador y su corte de adulantes replican: “ese mocoso no entiende las sutilezas del arte de nuestro tiempo”. 


Duchamp empezó como pintor, fue impresionista, fauvista y cubista, pero encontró su verdadera voz en la iconoclastia dadaísta que, antes y después de la primera guerra mundial, diseminó el ideario terrorista de que, como el arte, y en particular la pintura, estaban muertos y enterrados, todo se valía. Ya no importaba el talento, la capacidad, la preparación, el estudio, el esfuerzo. La tradición del arte del renacimiento no valía nada, lo inteligente se limitaba al gesto despectivo de pintarle bigotes a la Gioconda. Después vino el urinario, pecado original de donde provienen la lata de mierda de artista y la patineta de chicharrón. El ready-made entronizó al mamarracho como protagonista del arte contemporáneo. 

El Gran Vidrio rajado
 A mí me cae bien Duchamp, como también me agrada Andy Warhol. Porque el problema no es realmente la muerte del arte tradicional: es la muerte lenta e irremediable de la cultura de las Bestias Rubias
 
Mi muy apreciada crítica de arte mexicana Avelina Lésper ha derramado mucha tinta renegando de Duchamp (y Warhol). Vale la pena leer lo que ella escribe, un sano contraste respecto a las pachotadas laudatorias con las que los críticos de arte embadurnan las paredes de los museos y los catálogos de exposiciones de mamarrachos. 
 
Yo sólo digo que la rebelión y las burlas de Duchamp eran válidas… pero hace ya más de un siglo. Si conviertes en fórmula y en academicismo lo que fue una actitud contestataria frente a un mundo en decadencia, entonces sólo queda el gesto vacío y una negatividad inútil, sin otro propósito que el mercadeo de peroles horrorosos que sólo los super-ricachones pueden comprar. Un arte verdaderamente muerto: el arte VIP de que habla Avelina. La auténtica expresión de una cultura y una civilización fracasadas que se hunden en el abismo y cuya última maldad es querer arrastrarnos a todos con ellas. 

Desnudo bajando la escalaera (siamgodh.com)
 
3       Netflix, el Internet de las Cosas, Tarantino y la “Nueva Normalidad”
Aprovechando la ociosidad obligada de la cuarentena global, Netflix ha crecido monstruosamente. Compañera perfecta de los reclusos voluntarios en que nos hemos convertido, la compañía basada en Los Gatos, California, multiplica sus ganancias, diversifica su oferta y aparece como la forma de entretenimiento del futuro. Se acabaron las salas de cine, violadoras del distanciamiento social. Directo a nuestras casas nos teletransmiten los terabytes de las últimas producciones, las series más adictivas. 
 
Así como las muñecas plásticas inflables con inteligencia artificial desbancan a las prostitutas de carne y hueso, el streaming acaba con lo que fue una atracción de feria y que ahora es parte del Internet de las Cosas. Cosificados e interconectados, bestializados y acobardados, contemplamos el triunfo final de la tecnología, el Ocaso de los Dioses de Occidente intercalado con la adaptación que de ella hacen los Orientales. John Wick empieza la masacre aplicando las artes marciales que aprendió de Bruce Lee, pero remata a sus contrincantes disparándoles con una muy occidental pistola automática de 9 milímetros.

filmaffinity.com
Tarantino es el profeta del nuevo cine, aunque como todo profeta tiene antecesores y continuadores. La Naranja Mecánica transformó la violencia en coreografía, pero hubo que esperar a Pulp Fiction para que la crueldad se refinara, la vulgaridad se hiciera sofística y el homicidio a sangre fría llegara a ser una forma de arte (y los homicidas se auto-criticaran). 
 
Pero el genio de Tarantino está en contar la historia jugando con el tiempo, deconstruyendo su ilusoria linealidad. Del futuro vamos al pasado, del pasado al futuro, y el presente asume su irrealidad. Esa fue una de las mayores ambiciones del arte narrativo del siglo XX, una especie de crono-cubismo. Tarantino lo recogió de la nouvelle vague, de Godard y Truffaut, junto con el naturalismo del asesinato y la amoral glorificación del delincuente; le puso un fondo musical que es toda una historiografía de la época de los 70, lo condimentó con los mejores adobos del arte pop, hizo correr la salsa de tomate a borbotones y acabó de desnudar y trivializar en las pantallas la influencia decisiva de la droga en nuestra decadente cultura. 

indiwire.com
Una buena parte de la producción de Netflix son las series de narcos, los nuevos antihéroes que nos fascinan con su riqueza, su arrogancia y su poder sobre la vida y la muerte. En la cuarentena me volví adicto (palabra de origen latino que significa esclavo) a Breaking Bad, toda una reflexión sobre las formas contemporáneas de la maldad. Como decía el Marqués de Sade: “La prosperidad del Crimen es como el rayo, cuyos resplandores engañosos sólo embellecen un instante la atmósfera para precipitar en los abismos de la muerte al desdichado que han deslumbrado.” 
 
Míster White, profesor de química al que le diagnostican cáncer, en dos años deja de ser un Míster Chips para convertirse en Heisenberg, el alquimista del cristal azul. Al final, tras una cadena de asesinatos y millones de dólares que un asalariado nunca hubiera ni soñado en ganar, le confiesa a su esposa que todo lo hizo por él mismo, por sentirse vivo aun sabiéndose condenado a morir. Nadie hace un pacto con Mefistófeles sólo para pagar la quimioterapia y dejarle un dinerito a la familia...


Ya nos hemos acostumbrado tanto a este encierro, a cobrar sin trabajar, a usar la mascarilla, a saludar a codazos, a quedarnos en casa encadenados a un maratón de Netflix, que ya no sabemos cuándo vamos a despertar de este sopor. ¿Cómo será la Nueva Normalidad que nos espera? “Lo que no ha sido será”, eso es lo único seguro. 
 
Esto es un fin de mundo, pero sólo uno más de otros fines de mundo que ya han sido. Como leí hace muchos años en uno de los libros que más hondo me han marcado en mi vida -El Retorno de los Brujos de Pauwels y Bergier- ha habido mil fines del mundo en el transcurso de los milenios. Fin del mundo para los moros en España después de 800 años de civilización, fin del mundo para los incas, para los toltecas, para los mayas… fin del mundo para la Alemania nazi, para la Unión Soviética… Ahora les toca a las Bestias Rubias. Tengamos los ojos bien abiertos. Lo que viene es un espectáculo que ni Netflix se imagina y que valdrá la pena verse.