domingo, 20 de mayo de 2018

Algo más que un evangelio para matones

Quiero incluir o "colgar" este escrito del año 2003 esperando que le sirva de algo a alguno de mis desprevenidos lectores que a veces se acercan a este blog obligados, para ver si pasan la materia. Trata de dos personajes por los que siento un gran afecto: uno es Jorge Luis Borges, quien junto con Neruda y también Cortázar han sido siempre mis escritores favoritos y los que más han influido en mi manera de pensar, hablar, y en consecuencia, de escribir (uno escribe, después de todo, como habla; o escribir es otra forma de hablar...). El otro es Nietzsche (que siempre como buen profesor debo aclarar que se pronuncia Niche, así como Goethe es Guéte o algo así, ya que ambos son alemanes y no franceses). Respecto a Nietzsche, es fácil condenarlo por haber escrito aquella frase lapidaria: Dios ha muerto. Recuerdo haber visto escrito en la pared de un baño lo siguiente: Dios ha muerto, firmado Sartre (o Nietzsche, u otros muchos), 1930 (por ejemplo). Y más abajo: Sartre (o Nietzsche) ha muerto, firmado Dios (1980 para el primero, 1900 para el segundo). En ambos casos, Dios es el que ríe el último. Muy bien, pero a mí me gusta enfocar a Nietzsche como cordero que quiso vestirse de lobo: después de ridiculizar la piedad cristiana, terminó su vida como un inválido, dependiendo de la compasión de su madre y su hermana. Eso es seguramente peor (más humillante) que la muerte, a la cual, según enseña mi maestro Epicuro, no hay que tenerle miedo. Morirse es inevitable, hay que saber hacerlo con dignidad. Lo verdaderamente difícil es vivir.




MAGIAS PARCIALES DE UN VISIONARIO CIEGO

Creo en los razonables misterios, no en los milagros brutos.
BORGES, Elementos de Perceptiva. (1)

BORGES Y YO. Pertenezco a la muchedumbre de lectores que se tropezaron con Jorge Luis Borges en aquel libro extraordinario, Le Matin des Magiciens, de Louis Pauwels y Jacques Bergier; conocido entre nosotros, gracias a la perversión de los traductores españoles, como El Retorno de los Brujos. Ahí leí “El Aleph” (2), una historia de despecho, envidia y desprecio que gira en torno a un punto donde se concentra el infinito. De esa primera lectura nació mi ternura hacia el legendario ciego argentino, una ternura similar a la que debe de haber sentido Julio Cortázar cuando escribió el siguiente poema (fechado en 1956) (3):

THE SMILER WITH THE KNIFE
UNDER THE CLOAK

Justo en mitad de la ensaimada
se plantó y dijo: Babilonia.
Muy pocos entendieron
que quería decir el Río de la Plata.
Cuando se dieron cuenta ya era tarde,
quién ataja a ese potro que galopa
de Patmos a Gotinga a media rienda.
Se empezó a hablar de vikings
en el café Tortoni,
y eso curó a unos cuantos de Juan Pedro Calou
y enfermó a los más flojos de runa y David Hume.

A todo esto él leía
novelas policiales.

BORGES Y LOS OTROS. Mojo un trozo de ensaimada en café con leche y pienso: Hay mucha gente que detesta a Borges. Algunos se quejan de que hay que leerlo con una enciclopedia al lado. A esos flojos les respondería que Borges puede ser comparado (al igual que el ya mencionado Retorno de los Brujos) con un poste plantado en un Jardín de Senderos que se Bifurcan, cubierto de flechas que señalan numerosos caminos (por aquí la germanística, por allá Berkeley, más allá Chesterton y Kipling, por este lado la poesía gauchesca, por este otro la metafísica, etc.) hacia placeres intelectuales que ya no nos están negados. Porque Borges representa el principio del fin del complejo de inferioridad de las literaturas hispanoamericanas. Después de él y gracias a él, nuestras letras se liberaron del color local y el costumbrismo para abrirse al infinito.
Otros ven a Borges como prototipo del “escuálido avant la lettre”, un maldito ciego derechista. Su odio hacia Perón, quien lo retiró de la biblioteca municipal donde trabajaba para darle un cargo de supervisor de gallinas y conejos, no deja dudas de lo que ahora pensaría de un personaje como Chávez. En plena moda literaria del “compromiso revolucionario”, escribió que no aspiraba a ser Esopo: “no soy ni he sido jamás lo que antes se llamaba un fabulista o un predicador de parábolas y ahora un escritor comprometido” (4). Se declaró conservador y escéptico, y más de uno que ya lo aborrecía empezó a odiarlo a muerte. Cuando al final de su vida se casó con la Kodama lo llamaron viejo verde. Él parecía disfrutar de su impopularidad. Sus opiniones, sus “tristes aberraciones políticas” como decía Cortázar (3), fueron la razón principal por la que nunca le dieron el Nobel. Pero la pipa de opio borgiana ha sido una experiencia decisiva en la lucha de nuestras letras por liberarse de su indigente condición, de su “incapacidad de atraer” (5).

BORGES Y LA FILOSOFÍA. Cuando Borges dice: “la metafísica es una rama de la literatura fantástica” (6), pone el dedo en la llaga. En boca de un positivista, estas palabras implicarían condena y descalificación. Pero no olvidemos que para nuestro autor la literatura, y más precisamente la literatura fantástica, es el verdadero propósito y máximo placer de su vida.
He comprobado que la mayoría de los que se dedican a la filosofía (estudiantes, profesores o diletantes) rara vez se encuentra a gusto con el cálculo proposicional y los teoremas y axiomas de la matemática (que para algunos constituyen la ‘verdadera filosofía’, no porque lo hayan demostrado sino porque lo creen), y se siente más atraída por la hermenéutica de las ideas a través de la historia y de los libros. Me incluyo en esa mayoría de nostálgicos. En vista de nuestras preferencias, deberíamos tener la humildad de reconocer que apenas somos intérpretes de un cierto tipo de obras literarias, y que en ese sentido Borges puede ser uno de nuestros baquianos.
              Además, si no he entendido mal, la lógica consiste ante todo en la delimitación de una parcela aislada (un lenguaje artificial, por ejemplo), dentro de la cual operan (o importan) las leyes de la lógica. Pero apenas salimos de ahí, nos encontramos en un mundo que definitivamente no es lógico. El mundo real es alucinatorio, pasional, contradictorio, poblado de sueños y símbolos que no admiten ser reducidos a esquemas racionalistas. Como escribió Ernesto Sábato (bajo la innegable influencia de Borges): “La verdad es que la razón sirve para bien poca cosa, ya que, como bien mostró el obispo Berkeley, ni siquiera es capaz de demostrar la existencia del mundo exterior. Como dijo Hume, sus argumentos no admiten la más mínima refutación, aunque no produzcan la más mínima convicción” (7).

BORGES REFUTA A ZARATHUSTRA. Llegamos así al tema que he escogido para concluir este seminario, que tan buenos ratos me ha deparado: la comparación de dos textos borgianos dedicados a Friedrich Nietzsche, el teutón de los bigotes chorreados.
              El primer texto (“La Doctrina de los Ciclos”) (8), fechado en 1934, fue publicado originalmente en Sur, en 1936, e incluido el mismo año en Historia de la Eternidad. En él, Borges emprende la refutación de la pesadilla del Eterno Retorno, engendro de los insomnios nietzscheanos, haciendo un derroche de ironía. Comienza citando el falaz razonamiento: el número de átomos que componen el Universo puede ser enorme, pero es finito. En un período incalculable de tiempo, todas las combinaciones posibles entre ellos terminarán por darse, y entonces todo comenzará de nuevo: el Universo se repetirá. De dos premisas falsas no podía menos que obtenerse una conclusión absurda.             
Borges comienza la refutación con algunos ejercicios numéricos que involucran a los átomos y sus componentes. Previendo que el filólogo Nietzsche se escandalizaría con la idea de que un átomo pudiera partirse, prosigue con una exposición (que el propio Franklin Galindo aprobaría) de la inmortal Teoría de Conjuntos de Georg Cantor: una demostración transparente de la realidad del infinito. Si en un segmento de línea hay infinitos puntos, ¿qué podemos esperar de las inmensidades del Universo? “El roce del hermoso juego de Cantor con el hermoso juego de Zarathustra es mortal para Zarathustra. Si el Universo consta de un número infinito de términos, es rigurosamente capaz de un número infinito de combinaciones – y la necesidad de un Regreso queda vencida.”
              Implacable, Borges pasa a acusar al helenista Nietzsche de plagiar alevosamente a los clásicos, ya que
seguramente no ignoraba que su tesis había sido planteada anteriormente por pitagóricos y estoicos. Sin embargo, decía recordar el momento preciso en que lo había visitado el Retorno, el cual fijó en una página célebre. “No debemos postular una sorprendente ignorancia, ni tampoco una confusión humana, harto humana, entre la inspiración y el recuerdo”, dice Borges, “ni tampoco un delito de vanidad”. En vez de admitir su deuda con la historia de la filosofía, el profeta Nietzsche se declara padre de la criatura. “El estilo profético no permite el empleo de las comillas ni la erudita alegación de libros y autores”. Sin embargo, Borges no lo condena por esta apropiación: en una hermosa línea, se pregunta: “Si mi carne humana asimila carne brutal de ovejas, ¿quién impedirá que la mente humana asimile estados mentales humanos?” Es la tesis borgiana de que el hombre que se deleita con Shakespeare efectivamente es Shakespeare. El Eterno Retorno “es ya de Nietzsche y no de un muerto que es apenas un nombre griego.”
              Nietzsche, dice Borges, “desenterró la intolerable hipótesis griega de la eterna repetición y procuró educir de esa pesadilla mental una ocasión de júbilo. Buscó la idea más horrible del universo y la propuso a la delectación de los hombres.” Lo cual es indudablemente heroico. “El optimista flojo suele imaginar que es nietzscheano; Nietzsche lo enfrenta con los círculos del eterno regreso y lo escupe así de su boca.” De poeta a poeta, Borges justifica el horror imaginado por su colega como producto del insomnio que lo torturaba, y cita a Robert Burton: “El no dormir harto crucifica a los melancólicos.” Borges sabía de eso: su Funes el Memorioso es una imagen del insomnio, que nos tortura con un desfile interminable de recuerdos (o peor aún, con un solo recuerdo obstinado) y nos amenaza con una eternidad atroz.

LA OBRA DE NIETZSCHE: MÁS QUE UN EVANGELIO PARA MATONES. El segundo texto (“Algunos Pareceres de Nietzsche”) (9) fue publicado en La Nación el once de febrero de 1940, es decir, en momentos en que la Alemania nazi desataba su ofensiva relámpago sobre Europa. Se trata de un breve ensayo no incluido en ninguna obra “oficial” de Borges, y que he podido leer en la extraordinaria antología de Emir Rodríguez Monegal. En este caso, a Borges no le interesaba tanto refutar las tesis de Nietzsche como demostrar la incompatibilidad del pensamiento de éste con la doctrina nazi.
Nietzsche enfermo
La lectura de un compendio de pensamientos de Nietzsche reunidos en una obra titulada “algo torpemente” La Inocencia del Devenir (Die Unschuld des Werdens, Leipzig, 1931), lleva a Borges a anotar que “Siempre la gloria es una simplificación y a veces una perversión de la realidad; no hay hombre célebre a quien no lo calumnie un poco su obra.” Hay una tendencia a asociar alegremente a Nietzsche con el supremacismo germánico, con el racismo – en particular con el antisemitismo – y con los excesos violentos propios de la llamada “bestia rubia.” Borges llama nuestra atención sobre algunos fragmentos nietzscheanos que niegan esta pretensión. Después de todo, como dice Rodríguez Monegal, “Nietzsche... no tuvo nada que ver con Hitler. Murió, loco, en 1900.” (10)
Respecto al supuesto nacionalismo germánico de Nietzsche, Borges encuentra la siguiente joya: “Alemania, Alemania encima de todo” (Deutschland, Deutschland über alles, famosa primera estrofa del himno nacional alemán que, si no me equivoco, fue eliminada después de 1945) “es el lema más insensato que se ha propalado jamás. ¿Por qué Alemania – pregunto yo – si no quiere ser, si no representa, si no significa algo de más valor que lo representado por otras potencias anteriores? En sí, es sólo un gran Estado más, una bobería más de la historia.” Son líneas dignas del gran opositor de Hegel que fue Nietzsche, el hombre que escribió: “Llámase Estado el más frío de todos los monstruos fríos. Y miente fríamente, siendo su mentira ésta: ‘Yo, el Estado, soy el pueblo’... Nacen demasiados hombres. ¡Para los superfluos ha sido inventado el Estado! ¡Mirad cómo atrae al montón de los superfluos! ¡Cómo los traga y masca y machaca!” (11) Difícilmente son éstas las palabras de un partidario del totalitarismo.
Respecto a la superioridad racial alemana, nuevas sorpresas: “Todos los verdaderos germanos emigraron; la Alemania actual es un puesto avanzado de los eslavos y prepara el camino para la rusificación de Europa.” Comenta Borges: “... esa doctrina puede congregar escasos prosélitos en la Alemania de hoy” (o sea, de 1940). “El país está regido por germanistas que preconizan la anexión de ciertos vecinos porque son de raza germánica y de ciertos otros vecinos porque son de raza inferior.” Tales ideas hubieran llevado a Nietzsche (quien, según Borges, era muy alemán, a pesar de su nombre polaco) directamente a Auschwitz.
Sobre el tema del judaísmo hallamos estas reflexiones: “Los judíos son un antídoto contra el nacionalismo, esa última enfermedad de la razón europea... en la insegura Europa son quizás la raza más fuerte: superan a todo el Occidente de Europa por la duración de su proceso evolutivo... Una raza que no ha
perecido es una raza que ha crecido incesantemente... la raza más antigua debe ser también la más alta.” A Borges le parece poco sincera esta “hipérbole del nacionalismo judío” – “el más exorbitante de todos”, pues en aquel entonces no podía “invocar un país, un orden, una bandera”. Nietzsche se propone ante todo desagradar a los nacionalistas alemanes. Dice Borges: “Una de las capacidades geniales del intelectual alemán – no sé si del francés – es la de no ser accesible a las supersticiones del patriotismo. En trance de ser injusto, prefiere serlo con su propio país.”
En cuanto a la práctica nazi de la violencia sistemática, Nietzsche escribió proféticamente: “Los alemanes creen que la fuerza debe manifestarse por el rigor y por la crueldad. Les cuesta creer que puede haber fuerza en la serenidad y en la quietud. Creen que Beethoven es más fuerte que Goethe; en eso se equivocan.”
Concluye Borges afirmando que “ningún autor del siglo XIX es tan contemporáneo nuestro como Friedrich Nietzsche.” La fascinación que ejerce se debe en parte a su “vertiginosa riqueza mental... tanto más sorprendente si recordamos que en su casi totalidad versa sobre aquella materia en que los hombres se han mostrado más pobres y menos inventivos: la ética.”
La mejor definición ostensiva del nazismo se atribuye a Göring (aunque hay diferentes versiones respecto a quién fue su verdadero autor): “Cuando oigo hablar de cultura, saco mi revólver.” Aunque en su momento conquistó a muchos célebres artistas y pensadores, fue siempre un movimiento voluntarista y “enemigo del espíritu.” En palabras de Borges: “Ser nazi (jugar a la barbarie enérgica, jugar a ser un viking, un tártaro, un conquistador del siglo XVI, un gaucho, un piel roja) es, a la larga, una imposibilidad mental y moral. El nazismo adolece de irrealidad, como los infiernos de Erígena. Es inhabitable, los hombres sólo pueden morir por él, mentir por él, matar y ensangrentar por él. Nadie, en la soledad central de su yo, puede anhelar que triunfe.”(12)
Con ese juicio, expresado de un modo tan insuperable, quisiera cerrar esta modesta indagación, que incluye algo de filosofía y mucha poesía de uno de los magos de la palabra más poderosos de los últimos tiempos.


BIBLIOGRAFÍA


BORGES, Jorge Luis. Ficcionario. Una antología de sus textos. Edición, introducción, prólogos y notas de Emir Rodríguez Monegal. Fondo de Cultura Económica, México (1997). (1) “Elementos de Perceptiva”, pp. 55-58, cita en p. 57; (4) “Prólogo a ‘El Informe de Brodie’”, pp. 371-374, cita en p. 372; (6) “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, pp. 147-159, cita en p. 152; (8) “La Doctrina de los Ciclos”, pp. 88-96; (9) “Algunos Pareceres de Nietzsche”, pp. 143-146; (10) p. 448.  

PAUWELS, Louis y BERGIER, Jacques. El Retorno de los Brujos. Plaza y Janés, Barcelona (1962); (2) pp. 597-613.

CORTÁZAR, Julio. La Vuelta al Día en Ochenta Mundos. Siglo Veintiuno Editores, México (1967); (3)  p. 41.

BORGES, Jorge Luis. Obras Completas (1923-1972). Emecé Editores, Buenos Aires (1974). (5) “La Supersticiosa Ética del Lector” (en Discusión, 1932), pp. 202-205, cita en p. 202; (12)  ”Anotación al 23 de Agosto de 1944” (en Otras Inquisiciones, 1952), pp. 727-728, cita en p. 728.

SÁBATO, Ernesto. Hombres y Engranajes – Heterodoxia. Alianza Editorial, Madrid; Emecé Editores, Buenos Aires  (1973); (7) p. 166.

NIETZSCHE, Federico. Así Hablaba Zaratustra. Editores Mexicanos Unidos, México (1983); (11) p. 50, “Del Nuevo Ídolo”.


Caracas, 12 de marzo de 2003.

domingo, 6 de mayo de 2018

La serpiente emplumada y la escala de grises


Escala de grises
Lo bueno de no ser un experto (como yo, que sólo soy experto en generalidades) es que se tiene la libertad o la inocencia de la ignorancia y uno puede lanzarse a decir lo que quiera sin seguir la práctica académica de apoyarse en lo que otros (las autoridades) ya han dicho al respecto, haciendo uso de la irreverencia y la “licencia poética” para rellenar cualquier laguna. Ya que sólo quiero compartir un tema que me interesa y no ganarme un premio a la investigación más erudita, supongo que estaré haciendo lo que mi amigo Zacarías García llama indagación sensible. Y no necesariamente será dar palos de ciego… En conversaciones con mis colegas profesores, me enteré de que en el mundo académico hay una corriente de opinión según la cual cuando se habla de arte, o cuando un artista (o en mi caso, un diletante) quiere decir algo relacionado con el elusivo tema del arte, su historia o su teoría, no estaría “generando conocimiento”… Para mí eso es positivismo de la peor especie (y eso que un grado de positivismo no siempre es malo). Tal vez no se estará generando conocimiento científico entendido de una manera bastante estrecha, pero la falacia está en que el conocimiento en general no se restringe a lo meramente “científico” (y este término también necesitaría ser desambiguado). En fin, para rematar esta introducción, con la modesta “indagación sensible” que presento a continuación espero abrir puertas a la curiosidad de mis escasos pero fieles lectores y poder transmitirles algunas cosas que encuentro interesantes.
Frida Kahlo, Mi nana y yo
Lo que me interesa en este caso tiene que ver con la cultura mexicana y su inmenso impacto en toda Latinoamérica, sobre todo a partir de la Revolución Mexicana, la primera del siglo XX; y de su magnífica expresión artística, el muralismo mexicano. En los murales por ejemplo de Diego Rivera encuentro (aparte de un logro artístico colosal) una superación de la ideología marxista gracias a la introducción de lo que podríamos llamar una postura indigenista, un intento de reivindicar la antigua cultura indígena frente a la colonialidad eurocentrística dentro de la cual se ubican los usuales paradigmas críticos, incluso el marxismo. Ahora bien,  para referirse a la riquísima tradición histórica y antropológica de ese país fabuloso hay que pasar por el tamiz de una ciencia que a los profesores alemanes les gusta llamar mexicanística (especializada en “el ámbito de las culturas civilizadas de la Norteamérica precolombina”, según define Herr Doktor Werner Stenzel). Pese a mi comprobable ignorancia histórica, arqueológica, lingüística, etc., quisiera compartir mi primera impresión meramente sensible y subjetiva sobre las antiguas civilizaciones mesoamericanas: en todas ellas parece haber un culto al miedo, una utilización mágica y política del terror para el control social. Para justificar esta afirmación, basta con echar un vistazo a esta figura emblemática:



Se trata de Coatlicue, la gran Diosa Madre del panteón azteca o mexica, creadora y destructora, llena de serpientes y colmillos por todas partes, personaje principal de una mitología cuya complejidad abrumadora siempre aparece mezclada con la crueldad y la masacre. Conmovido por su belleza terrorífica, empiezo a dar mis primeros palos de ciego: el primer tema que me interesa indagar es el mito de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, y cómo las leyendas relacionadas con esta deidad tuvieron un efecto sobre la conquista española de México.
Quetzalcóatl aparece como una figura dual: por una parte es uno de los dioses fundamentales, relacionado tanto con el planeta Venus (astrológicamente primordial) como con la cosmogonía de los diversos pueblos originarios mexicanos (se dice que es el creador del Quinto Sol y de la humanidad más reciente). Por otra parte, es también un héroe-sacerdote, cuya posible existencia histórica aparece entrelazada con una poderosa leyenda: se le presenta como fundador de la ciudad de Tula, donde reina y oficia como sacerdote, cuya vida ejemplar, alejada de la carnalidad y la embriaguez, le permite actuar como una especie de Prometeo, un intermediario entre hombres y dioses que enseña a su pueblo las artes y los oficios, así como el cultivo de la planta de maíz; y que significativamente se opone a los sacrificios humanos, uno de los puntos más polémicos de la religión de los antiguos mexicanos. Si bien los sacrificios humanos y el derramamiento de sangre son frecuentes en culturas agrícolas como las mesoamericanas, en éstas se practicaba a una escala impresionante. Se habla de decenas de miles de sacrificados en las fechas sagradas y de las “guerras floridas” que se llevaban a cabo para capturar prisioneros destinados al sacrificio ritual. Al respecto es bueno recordar uno de los primeros cuentos que leí de Julio Cortázar, La noche boca arriba.
Otra parte de la leyenda se refiere a la apariencia humana de Quetzalcóatl: se dice que era un hombre de piel blanca, alto y barbado, de una raza completamente diferente a la indígena. Esto nos lleva al final de la leyenda: por medio de las intrigas de su contrafigura Tezcatlipoca, Quetzalcóatl se embriaga con pulque y tiene relaciones carnales con su propia hermana. Caído en desgracia, debe abandonar su posición de sumo sacerdote y exiliarse. Al partir de Tula, promete que un día ha de regresar. De esta leyenda se aprovecharía posteriormente Hernán Cortés para facilitar la conquista de los mexicas y su prodigiosa capital Tenochtitlan. Aparentemente, muchos indígenas (incluyendo al mismísimo emperador Moctezuma) creyeron realmente que los españoles blancos y barbados eran los descendientes de Quetzalcóatl. Probablemente otros muchos no lo creyeron, pero ciertamente la leyenda tuvo una importancia decisiva en la derrota y destrucción de un poderoso imperio por un puñado de aventureros que supieron manipular tradiciones como la que hemos mencionado en conjunción con las tremendas rivalidades y odios ancestrales entre los mismos pueblos originarios. Recordemos que cuando Cortés avanza sobre Tenochtitlan, sus quinientos guerreros van acompañados por cientos de miles de indígenas ansiosos por destruir el yugo de los aztecas.
Porque no hay que olvidar que se trataba de un imperio cruel e implacable que sometía a sus vasallos por medio del terror. Los españoles no eran mejores, pero tampoco peores. Ahí es donde hay que aplicar el concepto de la “escala de grises”: Cortés no era simplemente “el malo” y Moctezuma “el bueno”. Es tan insensato tomar partido por un sistema abiertamente esclavista y sanguinario como condenarlo en nombre de una piedad cristiana que, si bien desaprobaba el sacrificio humano (de hecho, el sacramento fundamental cristiano es una sublimación del sacrificio humano y el derramamiento de sangre), tampoco era respetada por los conquistadores, pues su propósito era el genocidio, epistemicidio y saqueo de toda una cultura. En este punto viene a colación otra historia de gran interés: la de la Malinche. 

Si adoptamos el punto de vista maniqueo, que simplifica todo en términos de blanco y negro, la Malinche es rápidamente
El mercado de Tlatelolco, por Diego Rivera
etiquetada como traidora y “perra colaboracionista”. Pero el personaje tiene una dimensión humana muy profunda que va surgiendo entre la escala de grises: para la historia fue primero la esclava de Cortés, luego su intérprete, su amante y la madre de su hijo. Para una comprensión enmarcada en la indagación sensible de este relato me apoyo en la novela de Laura Esquivel, que, sustentada por una copiosa bibliografía, busca mostrar el drama humano de esta mujer atrapada en las trágicas violencias y el terrible choque de culturas de la conquista de México. Empecemos por el nombre del personaje: algunos la llaman Malinalli, otros Malintzín. Según las diferentes crónicas, sus padres la vendieron siendo aún niña a un cacique de Tabasco. Su lengua materna era el náhuatl, pero en su nuevo destino aprendió también la lengua de los mayas yucatecos. Cuando Hernán Cortés llegó a la zona y derrotó en combate a los indígenas, recibió como presente del cacique local veinte jóvenes esclavas, entre las que se contaba Malinalli, quien aprendió rápidamente la lengua de sus nuevos amos. Cuando Cortés se dio cuenta de la habilidad lingüística de la joven, la llevó consigo para que le sirviera de intérprete, labor que consideraba esencial para sus propósitos de conquista. Para citar a Esquivel, “Cortés sabía que no le bastarían los caballos, la artillería y los arcabuces para lograr el dominio de aquellas tierras. Estos indígenas eran civilizados, muy diferentes a aquellos de La Española y Cuba. Los cañones y la caballería surtían efecto entre la barbarie, pero dentro de un contexto civilizado lo ideal era lograr alianzas, negociar, prometer, convencer, y todo esto sólo podía lograrse por medio del diálogo”.
Convertida en asistente del conquistador, Malinalli debió bautizarse y recibió el católico nombre de Marina. Su trabajo de intérprete resultó ser estratégicamente decisivo para la conquista de Tenochtitlan y en el sometimiento de Moctezuma, logrado gracias a la intervención de la intérprete, a la que los españoles agradecidos llegaron a llamar respetuosamente Doña Marina. Siendo la colaboradora más importante de Cortés, y en el contexto de dominación violenta de aquellos invasores extranjeros, Malinalli se convirtió en amante del conquistador. Podemos suponer que entre ellos hubo en parte imposición violenta, pero también una relación amorosa, que se convertiría en amor-odio a medida que las masacres y saqueos cometidos por los codiciosos españoles se hacían cada vez más atroces. En todo caso, en 1523, Malinalli daría a luz un hijo de Cortés: Martín, su primogénito ilegítimo. Simbólicamente, sería el primer miembro de la nueva raza mestiza característica de la América conquistada, y con ello, Malinalli se convertiría en la madre de lo que más tarde sería llamada “La Raza Cósmica”.
Esta historia ha hallado frecuente expresión en las artes plásticas: Malinalli aparece en rol protagónico en todos los códices y lienzos que narran la conquista de México, siempre al lado de Cortés. Otros artistas muestran diferentes puntos de vista de esta relación: Orozco enfatiza en su mural el sometimiento, destacando el contraste entre los colores de la piel de los cuerpos desnudos, con la figura de un indio tirado en el piso bajo los pies del conquistador. Frida Kahlo se pinta a sí misma amamantándose de una mujer india sin rostro que puede representar a la madre de la nueva raza, cuya colaboración con los españoles ya no se juzga como acto de rebelión contra los tenochcas, sino como una traición a una patria que ni siquiera existía como tal. Rosario Marquardt presenta una Malinche desdoblada, dos caras que quizás aluden a una doble personalidad, o a la actitud ambivalente de la amante que no podía decir que no, o de la traidora que también es una mujer que sirve de intérprete entre dos culturas que inevitablemente habían chocado y tendrían que fundirse traumáticamente para formar una nueva raza. El lagarto en sus manos puede interpretarse como símbolo del dominio paradójico de la esclava sobre la situación en que se encuentra: ella es la que tiene la clave para la comunicación entre dos mundos. El aliento que sale de su boca parece aludir a las dos lenguas que dominaba (aunque en realidad eran tres). Cabe señalar, ya para terminar con esta indagación sensible, que según Esquivel, era Cortés quien recibía el apelativo de Malinche, queriendo decir “el que anda con Malinalli o Malintzin”. Cuando Cuauhtémoc, en el episodio final de la resistencia de los aztecas en Tenochtitlan, es finalmente capturado y conducido ante Cortés, le dice al conquistador:
“Señor Malinche, ya he hecho lo que estoy obligado a hacer en defensa de mi ciudad y de los vasallos y no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder; toma ese puñal que tienes en el cinto y mátame luego con él”. En vez de matarlo, Cortés (quien nunca le hizo honor a su nombre) hace que lo torturen quemándole los pies para que dijera dónde escondían el oro… el mismo oro que hizo posible el Siglo de Oro español.