domingo, 24 de enero de 2021

Esperando a la mujer perfecta

 

Las señales y los símbolos gobiernan el mundo, no las palabras ni las leyes.

(Atribuido a Confucio)


 

Habría que buscar e interpretar las señales y los símbolos involucrados, tanto en el asalto al Capitolio de Washington por una pandilla de deplorables (ésta fue la palabra usada por la antipática oligarca Hillary Clinton en 2016 para describir a los rednecks y otros “blancos de orilla” que apoyaban y aún apoyan a Donald Trump), como en la más reciente toma de posesión (que los gringos llaman inauguración) de Joe Biden. En esta última se destaca Lady Gaga (que no tiene nada de tartamuda) cantando el himno nacional con un atuendo que a mí me recuerda a nuestra popular burriquita. Y unas semanas antes, qué fácil les fue a los fulanos deplorables romper el cerco de seguridad policial en un edificio tan simbólico como el Capitolio: qué sospechoso. Cómo no sospechar de todo en este nuevo mundo donde la palabra clave es manipulación. Manipulación por el miedo, valiéndose de la interpretación tendenciosa de las imágenes. 

Edward Bernays

 

En estos días volví a ver la película Wag the dog, donde se presenta la manipulación como arte y como ciencia, utilizando los mismos métodos y recursos que las producciones de Hollywood. Sin duda, el profeta de nuestra época se llama Edward Bernays. Sus discípulos no paran de manipular todo el tiempo, por eso hay que sospechar de todo: el escepticismo es imprescindible para conservar la salud mental, en esta era y en el venidero post-apocalipsis. También lo es la aplicación del método paranoico-crítico, sobre todo para los que tenemos tendencias o pretensiones artísticas.


 

Entrando ya en el tema, es obvio que la industria de las telenovelas está paralizada desde hace años en Venezuela; y si me preguntan, no la echo de menos. Ahora les ha dado por repetir antiguos culebrones exitosos. Yo confieso que recientemente me enganché con el refrito de La Mujer Perfecta, diez años después de su estreno, por varias razones que expondré a continuación: primero y principal, por la encerrona forzosa y los largos tedios de esta estúpida cuarentena (sin ella, no me habría enganchado). 


 

La otra razón es que creo que se sobreestima la noción de estética. No hace falta leerse los densos tratados de Theodor Wiesengrund Adorno para saber que la estética es esencialmente una teoría del gusto: yo sé lo que me gusta; pero si me pongo a preguntarme por qué, entonces estoy haciendo una indagación estética. No hay una estética seria y una trivial, porque en nuestros tiempos se ha borrado la distinción entre lo artístico profundo y la artificialidad banal, entre vanguardia y kitsch. Si me preguntan por qué me gusta La Mujer Perfecta, puedo pensar en varios argumentos; pero para no sobre-extenderme (después de todo no es más que un culebrón) mencionaré sólo dos: a) el morbo que me produce saber a posteriori la forma cobarde, miserable, inhumana, sórdida, despreciable en que fue asesinada la protagonista en la vida real; esa misma que, como decía Oscar Wilde, siempre tiende a imitar las ficciones del arte. 


 

B) La nostalgia que sienten muchos por aquel país que se jactaba de ser el más frívolo del mundo, donde hacerse las lolas (glándulas mamarias) se llamaba loliplastia, donde el árbitro de la elegancia era Osmel Sousa, fabricante en serie de mujeres perfectas desde aquella famosa quinta en Las Mercedes. Mientras nuestros equipos de béisbol no ganaban casi nunca la Serie del Caribe, y la Vino Tinto siempre era eliminada de todos los torneos en que participaba, las misses de Osmel eran un orgullo nacional y ganaban repetidamente aquel concurso que más que internacional se autodenomina universal: Miss Universe, que fue regentado en su momento (para seguir hallando señales y símbolos) nada menos y nada más que por Donald Trump.

Forrest Gump con J.F. Kennedy

 

Filosóficamente, pienso que es un error crear en la mente una Mujer Perfecta para después no encontrarla nunca. Mejor es ir recogiendo lo que se va presentando. Nunca olvido el aforismo del gran moralista Eudomar Santos: “como va viniendo vamos viendo”. Por otra parte, en esta culebra perpetrada por Leonardo Padrón se juega con un estereotipo (o para que suene más dignificado, con un arquetipo) que estuvo muy de moda en el cine hollywoodense en cierto momento: el del héroe “con una condición”. El primero que recuerdo es a Forrest Gump, que impuso el modelo. Era autista, o retardado, o algo por el estilo, pero también era un superhéroe, y su condición reforzaba sus lados tierno y cómico. Luego se hicieron películas como Tonto y más tonto, donde ya se parodiaba la glorificación de las personas excepcionales

Forrest Gump con John Lennon

 

Micaela, personaje central de la telenovela de marras, experimenta el síndrome de Asperger. Padrón intenta hacer alrededor de esto una especie de telenovela brasileira, mezclando la vulnerable excentricidad de la protagonista con una gran cantidad de personajes que siempre salen comiendo o bebiendo. Pero hasta ahí llega el toque brasileño de Padrón: falta el picante del naturalismo social que se saborea en excelentes dramones como Roque Santeiro o Vale Tudo. En fin, lo perfecto es enemigo de lo bueno (comentario éste que no es necesariamente cínico, pero sí más ético que estético).


 

Cuando pasaron La Mujer Perfecta para las 10 pm, empecé a ver más seguido la serie que Netflix hizo en Colombia sobre Bolívar. Siempre he apreciado las producciones colombianas, y además creo que ellos se atreven a presentar a Bolívar de una manera mucho más divergente y audaz, cosa que en Venezuela es muy difícil, porque el culto bolivariano puede coartar nuestra libertad frente al personaje. Por eso mi versión audiovisual favorita de Bolívar es aquella película colombiana llamada “Bolívar soy yo”, donde el actor de una popular telenovela empieza a creer que realmente es Bolívar, y en su locura produce desquiciantes situaciones paródicas. Además, la Manuelita más hermosa que haya representado el papel es Amparo Grisales, a quien el uniforme militar del siglo XIX le sienta maravillosamente. 


 

Para los que vivimos en países que formaron parte de la Gran Colombia, Bolívar es ante todo una imagen, y por eso el tema de la semejanza del actor que lo representa con la iconografía bolivariana es tan importante. No se trata simplemente de buscarse un actor de Hollywood (llámese Maximilian Schell o Edgar Ramírez, que por cierto se parece mucho más a Pablo Morillo que a Bolívar), además hay que fijarse en la reconstrucción histórica: crear vestuarios, escenarios y sobre todo fisionomías creíbles. Hasta ahora el mejor trabajo que he visto en ese sentido se hizo en “Bolívar, el hombre de las dificultades”, dirigida por el cineasta estrella de Venezuela, Luis Alberto Lamata. 


 

Hay un hermosísimo retrato de Bolívar de 1815, el año de la Carta de Jamaica, donde aparece luciendo unos largos bigotes. Ese fue el momento más duro en su carrera: derrotado y arruinado, debía hacer antesala para pedir prestado a gobiernos extranjeros. Ese retrato se recuerda mucho porque aparecía en un también hermoso billete de Bs. 500 que circulaba, creo, en los años 80. El actor Roque Valero logró una respetable semejanza con los rasgos del mencionado retrato. Además, por su físico, se parece más a la imagen atribuida a Bolívar como hombre de baja estatura y complexión magra. Es quizás la más acertada representación del Libertador que se ha hecho en Venezuela en el área audiovisual. 

¿Quién se parece a quién?

 

Otro acierto de “Bolívar, el hombre de las dificultades” es que se concentra en un período muy determinado de la vida del hombre, en lugar de querer meter en las dos horas que convencionalmente dura una película una vida tan compleja como la del Libertador. Eso permite concentrarse en los detalles. En cuanto a la serie de Netflix, los primeros capítulos y en general toda la parte de la vida del héroe que transcurre en Venezuela me pareció un poco fastidiosa. La reconstrucción de época y los escenarios me parecieron “cachacos”. Y el año 1814 tenía ciertos desaciertos históricos. Hay que hacer urgentemente una película sobre la segunda batalla de La Puerta (15 de junio de 1814). Esa emblemática derrota que Boves y sus llaneros (porque el ejército español estaba casi enteramente compuesto por venezolanos) le infligieron a Bolívar y todos los otros próceres juntos fue un desastre épico. A partir de ahí empezó un derrumbe de piezas de dominó y en seis meses ya no quedaba nada de la Segunda República. (Otra batalla sobre la que quisiera fantasear es la de Urica, 5 de diciembre de 1814, cuando mataron a Boves…)

Monumento a las batallas de La Puerta, cerca de San Juan de los Morros

 

Volviendo a la reconstrucción de los héroes, quisiera dedicarle una crítica a la que los netflixianos hicieron de Páez: una especie de bruto rústico con un pañuelo amarrado en la cabeza. Se subestima al personaje. Para cuando terminó la guerra, el Catire Páez ya lucía un elegante uniforme y se estaba puliendo socialmente… otro tema para una película: de cómo Páez logró refinarse. Finalmente, es natural que a los colombianos les interese más la parte de la vida de Bolívar que transcurrió principalmente en la Nueva Granada. Después de Carabobo, Bolívar sólo volvió a Caracas en 1827 (si no me equivoco), para apaciguar a Páez. En Venezuela se hizo un interesante “unitario” (Bolívar Eterno, creo que se llama) sobre esta última visita de Bolívar a su ciudad natal, y se lograron unas representaciones muy convincentes tanto de Bolívar como de Páez. 

Lástima que no se vea bien

 

Los colombianos destacan ciertos aspectos de la historia bolivariana que en Venezuela no conocemos tan bien, y ponen la luz en personajes complejos y polémicos como Santander. Las intrigas de los neogranadinos eran más difíciles de manejar que las cargas de caballería de los llaneros. Lamentablemente, no pude ver bien el episodio que esperaba con más ansia: el famoso atentado del 25 de septiembre de 1828, cuando los enemigos de Bolívar trataron de asesinarlo y Manuelita les salió al paso, mientras el Libertador tuvo que salir corriendo en ropa interior. Con el frío que hace en Bogotá y la enfermedad pulmonar que ya entonces presuntamente padecía, ése también fue un momento bien difícil para el Hombre de las Dificultades. 

Ilustración: Manuel Salgado