lunes, 1 de enero de 2024

El suave olor de la carne quemada

 

El juicio final, por El Bosco

… y quemarás todo el carnero sobre el altar. Es ofrenda de fuego a Yahvé de suave olor; es sacrificio a Yahvé por el fuego (Éxodo 29-18)

Mientras la guerra en Ucrania se estancaba y empezaba a aburrirnos, el verdadero polvorín, la verdadera llaga sangrante que los creadores de “contenidos” para descerebrados habían pretendido esconder, estalló con toda la violencia volcánica que venía acumulando en silencio. Sobre la tierra que mana leche y miel llovió otra vez fuego y azufre. Y más que nunca quedó claro que la palabra “apocalíptico”, en su sentido tanto de revelación como de fin catastrófico de una era, es la que mejor describe nuestros tiempos, capaces de engendrar un infierno como el que ahora se despliega ante los ojos perplejos y estupefactos del mundo.

La boca del infierno, Bosco

Ya que no soy (ni remotamente) un experto en un tema tan complejo como el de Israel y Palestina, que involucra no sólo profundos conocimientos de historia, sino también de religión, geopolítica, antropología (etnología, arqueología y lingüística) y en general un nivel de cultura y de experiencia vital e intelectual muy por encima de mis modestísimas capacidades, me atrevo a escribir brevemente al respecto subiéndome a los hombros de algunos gigantes que espero que no me aplasten en castigo por mi osadía.

Para empezar, hay que evitar caer en las trampas lingüísticas que, en una era de embrutecimiento colectivo como ésta, acechan nuestra ignorancia con la amenaza de lo “políticamente correcto” (que ahora llaman “conciencia woke”). Aquí me subo a los hombros de mi primer gigante: Alfredo Jalife-Rahme, polímata mexicano, una especie de super-Walter Martínez (que sabe de todo, ha estado en todas partes y conoce a todo el mundo) en cuya sabiduría me apoyo para superar este primer escollo.

Alfredo Jalife

El término “antisemita” no es más que un eufemismo. Si nos basamos en la etimología (y en la mitología), resulta que los semitas son los descendientes de Sem, hijo de Noé; el más famoso de cuyos vástagos fue desde luego Abraham, que a su vez es padre de dos pueblos: los ismaelitas (porque Ismael se llamaba el primer hijo de Abraham, padre de los hoy llamados árabes), cuya madre, Agar, terminó siendo desterrada por las intrigas de Sara, la mujer legítima de Abraham; la cual finalmente también le dio otro hijo, llamado Isaac, quien, tras salvarse de ser degollado por su propio padre, dio origen a los israelitas. De esta tradición podemos sacar al menos dos conclusiones: que árabes y judíos son pueblos hermanos, y que la palabra “antisemita”, que en justicia debería referirse a ambos, es sólo una forma disimulada (o hipócrita) de decir “antijudío”, o, en todo caso, “antisionista”.

Criticar las políticas del estado de Israel conlleva el ser automáticamente descalificado como “antisemita”, y asociado con Hitler y los campos de exterminio nazis. Pero ocurre que la mayoría de los judíos que existen en la actualidad no son, racialmente hablando, semitas. Los judíos de origen centroeuropeo, muchos de los cuales ostentan apellidos germánicos, como Rosenbaum (que significa árbol de rosas) o Rothschild (escudo rojo) o Blumenthal (valle de flores) o Einstein (una piedra) no son semitas sino jázaros. Por eso Jalife, descendiente de libaneses, se llama a sí mismo semita, y a los que lo acusan de antisemita por criticar a Israel les responde con su estupenda ironía que los peores antisemitas son actualmente los gobernantes del estado de Israel (y también, para ser justos, los de EE.UU).

Para aclarar el significado de la palabra jázaro me apoyo en otro gigante: Arthur Koestler, autor de un libro que a los sionistas no les gusta: La decimotercera tribu (en referencia a las legendarias 12 tribus de Israel). Según la tesis que sustenta esta obra, la mayoría de los actuales “judíos” (practicantes o no de la religión hebrea) provienen ancestralmente del antiguo reino de Jazaria, ubicado en el Cáucaso, entre el Mar Negro y el Mar Caspio, llamados por gentilicio jázaros. Este pueblo, ante la disyuntiva de elegir entre hacerse cristianos ortodoxos o musulmanes, eligió un tercer camino: el judaísmo. Pero étnicamente están emparentados con los turcomanos y otros pueblos de las estepas de Asia Central. Me atrevería a decir que son más arios que semitas. Son judíos conversos, por religión, pero no son semitas.


Los jázaros, pueblo guerrero, fueron arrasados por las invasiones mongolas y debieron emigrar a Europa Central y Oriental. Ellos son los antepasados de los llamados judíos asquenazis, que hablan su propia lengua, el yidis, y tienen prácticas religiosas, tradiciones, vestuario y demás muy diferentes a los de otros grupos judaicos como los sefardíes y magrebíes. Los descendientes de este pueblo converso constituyen actualmente la inmensa mayoría de los judíos por cultura o religión en el mundo. También este pueblo es el que sufrió siglos de persecución y discriminación en Europa, sobre todo en Rusia, Polonia y Alemania. También migraron masivamente a Norteamérica. Actualmente son la población mayoritaria en el estado de Israel.

Para seguir esta fascinante historia me baso en dos libros imprescindibles para todo el que quiera entender los orígenes y fundamentos históricos e ideológicos de lo que actualmente llamamos Israel: se trata de La Invención del Pueblo Judío, del historiador israelí Shlomo Sand; y de Historia Judía, Religión Judía: el peso de tres mil años, de Israel Shahak. Cabe destacar que ambos son intelectuales judíos cuyo trabajo se realizó en el propio Israel. 

Despojos del templo saqueado por los romanos

 

La aparición del cristianismo coincidió con la destrucción del Segundo Templo y del reino judío de Palestina a manos de los romanos. Poco a poco el cristianismo fue creciendo y ganando adeptos, dejando de ser una secta minoritaria judía e imponiéndose finalmente como religión oficial del Imperio. Los judíos se vieron obligados a redefinir su religión en contraste con la cristiana, a la que consideraban una herejía.

El llamado Viejo Testamento de la Biblia cristiana es esencialmente una traducción griega del antiguo libro que los hebreos llamaban Torá. Si bien la tradición reza que los cinco primeros libros (que en griego se llaman Pentateuco) que constituyen la Torá fueron escritos por Moisés, los estudios histórico-lingüísticos indican que probablemente fueron compilados después del retorno del exilio de Babilonia, bajo influencia de los persas. Es a partir de esa época que la Biblia hace referencia a personajes históricos conocidos, como Ciro o Alejandro Magno. Los estudios también señalan que el monoteísmo judío fue profundamente influenciado por el zoroastrismo persa. 


Los rabinos hebreos que no aceptaban a Cristo como mesías produjeron sus propios libros doctrinarios para diferenciarse del cristianismo. El principal de estos libros es el Talmud, escrito unos 500 años después de Cristo, que contiene las estrictas leyes que rigen el judaísmo rabínico y las relaciones de los judíos entre sí y respecto a los no-judíos. El texto es claramente anti-cristiano y define al judaísmo como una comunidad religiosa totalmente cerrada y excluyente, con una declarada hostilidad hacia los no-judíos, a los que se les denomina goyim, término que equivale a infieles, extranjeros, impuros, etc., pero que ha sido traducido eufemísticamente como gentiles. Los rabinos tenían un poder absoluto sobre sus fieles, aunque esta situación se fue suavizando a través de los siglos con la aparición de las naciones-estado modernas en Europa.

Precisamente la modernidad y el concepto de nacionalismo llevaron a la aparición de un movimiento mucho más político que religioso llamado sionismo, cuyo propósito era la creación de una nación-estado para los judíos que vivían en Europa. Una gran influencia y un apoyo decisivo a este movimiento provino de la fascinación de los reformadores o protestantes cristianos en Inglaterra y EE.UU por el Antiguo Testamento. La modernidad está íntimamente ligada al colonialismo, y los primeros colonos británicos que se establecieron en Norteamérica se identificaban con la idea tomada de la Biblia de la llegada de un pueblo elegido a la Tierra Prometida, que les sería entregada por Dios una vez hubieran acabado con los infieles que la habitaban.


Al concluir la II Guerra Mundial, bajo presiones de los puritanos estadounidenses y los grandes financistas judíos de Inglaterra, fue creado el estado de Israel en 1948. Como toda nación, Israel necesitaba de héroes y épicas legendarias que sustentaran su orgullo nacional. Los fundadores del nuevo estado tomaron sus próceres directamente de la Biblia: los judíos ya no serían las débiles víctimas llevadas mansamente al exterminio, sino héroes poderosos, espartanos, victoriosos, como Moisés y Josué, y grandes reyes como Saúl, David y Salomón. Con ánimo expansionista y colonialista, siguiendo el modelo de la modernidad europea y estadounidense, se trazaron la meta de recuperar el magnífico reino del gran Salomón, que se extendía desde el Mar Rojo hasta el Éufrates, en Mesopotamia. Y, como Josué, no vacilaron en emprender el genocidio de los ocupantes de aquella Tierra Prometida.


Pero la historia, y su cómplice, la arqueología, terminaron por estropear esa imagen resplandeciente. Después de la Guerra de los Seis Días en 1967, cuando Israel se apoderó de casi todo el territorio de Palestina, se inició una entusiasta búsqueda para excavar las antiguas glorias cantadas en la Biblia. Los resultados fueron decepcionantes: no se encontró ninguna evidencia de que Abraham siquiera hubiera existido. El Éxodo de Moisés, que supuestamente movilizó millones de personas por el desierto, no había dejado ningún rastro. De las victorias de Josué sobre potentes ciudades como Jericó sólo quedaban huellas dudosas de pequeñas aldeas primitivas. Y lo peor era que el sabio Salomón y sus palacios, harenes, riquezas y templos no aparecían por ningún lado. Nunca me ha gustado ese papel de la historia como destructora de leyendas, porque estas siempre son más grandes y hermosas que la vida misma. Pero nuestra civilización materialista, sobre la cual se edifica el progreso científico, no tiene piedad con los ideales románticos.


Moshé Dayan, el León del Sinaí

La Guerra de los Seis Días, reedición mejorada del Blitzkrieg o guerra relámpago con la que Hitler acabó con Francia en un mes, consolidó a Israel como el mayor beneficiario de la ayuda financiera y militar de EE.UU. Esto significó un enorme progreso material para el país, aparte de la construcción de un ejército temible, equipado con las armas más avanzadas. Poco se habla del hecho de que Israel posee un arsenal nuclear que las agencias internacionales nunca han podido cuantificar efectivamente. Su alianza indestructible con la mayor potencia de la historia de la humanidad también protege a Israel de las normas de transparencia y respeto a los tratados internacionales que se aplican a cualquier otro país.

El hecho de que Israel se defina a sí mismo como un “estado judío” es quizás el meollo de todas las contradicciones en que está envuelto ese país. Siendo una teocracia, Israel no puede ser un país democrático en el sentido usual de esta palabra. Es de hecho un régimen de apartheid donde algunos ciudadanos acaparan todos los derechos y otros sólo pueden aspirar a ser sirvientes degradados. Y para gozar de plenos derechos basta con ser judío, debidamente certificado por los rabinos. Cualquier extranjero que se convierta al judaísmo puede mudarse a Israel y recibir todo tipo de prerrogativas que le están negadas a personas que han vivido en su territorio desde hace incontables generaciones. De hecho, estas últimas pueden ser expulsadas y despojadas de sus propiedades para entregarlas a “colonos” cuya única virtud es ser judíos. Todo con el beneplácito del último imperio de la historia, cuya política exterior parece estar totalmente sometida a los caprichos y rencores y arrogancias de un régimen político colonialista y racista que se esconde detrás de una falsa teocracia totalitaria.

Navidad entre escombros en Gaza. BBC/Getty

No todos los judíos son sionistas. Terminemos esta modesta indagación citando las palabras del rabino estadounidense Dovid Feldman, portavoz de la Organización Internacional de Judíos Contra el Sionismo. Según él, la raíz de los problemas que se viven en Palestina está en el movimiento sionista que estableció el Estado de Israel, e insiste en que los verdaderos judíos que siguen la Torá no aceptan tal situación. “La única explicación que se le puede dar a esto es que el movimiento sionista necesita de la guerra para existir y ganarse la simpatía del pueblo judío. Necesitan la guerra para poder decirles a los judíos, miren, estamos en peligro, los palestinos son una amenaza para nosotros”.

El conflicto de 75 años en Palestina es un ejemplo más del mismo colonialismo europeo que ha ensangrentado el mundo desde hace siglos, de la idea de la “raza superior” que llevó a los horrores de los campos de exterminio nazis, del revanchismo de un grupo de astutos intrigantes que usurpa la representación de un pueblo mítico, el “pueblo elegido por Dios”, que no es ni pueblo ni raza, pero proporciona un sistema de creencias atávicas muy difundidas que este grupo utiliza descaradamente para sus propios fines, que son principalmente los negocios del complejo militar-industrial-mediático-financiero-tecnológico del imperio que merece ser llamado “anglo-sionista” y que está en el ciclo final de su decadencia. La barbarie que presenciamos actualmente es una señal muy clara de ello.  

No sería justo culpar de esta barbarie a la antigua religión que ha generado las dos grandes creencias monoteístas del mundo (el cristianismo y el Islam) y que, en comparación con ellas, es muy minoritaria. Terminemos con estilo profético-estético con una digresión acerca de aquel dicho que dice “todo lo saludable viene de los judíos” (Juan 4, 22). En una de sus Fantasías Memorables, el poeta William Blake, en su viaje por el Infierno, conversa con los profetas Isaías y Ezequiel, y este último le dice que el pueblo de Israel cree que el Genio Poético es el Primer Principio del cual derivan todos los otros, que por eso los israelitas (no los israelíes, los primeros son el pueblo de Dios, los segundos los ciudadanos de la teocracia sionista) desprecian a los sacerdotes y filósofos de otros pueblos y profetizan que todos los dioses son tributarios de ese Genio Poético cantado por su gran poeta, el Rey David. Luego añade: “de estas opiniones el vulgo ha llegado a creer que todas las naciones serían finalmente sometidas a los judíos. Esto, dijo, como todas las convicciones firmes, llegará a suceder, pues todas las naciones creen en los mandamientos de los judíos y adoran al dios de los judíos, ¿y qué mayor sometimiento puede haber?” 


 

BIBLIOGRAFÍA

Shahak, Israel. Jewish history, Jewish religion (1994-2002-2008). Pluto Press, Londres.

Sand, Shlomo. The invention of the Jewish people (2009). Verso, Londres.

Koestler, Arthur. The 13th tribe. ISBN 0-394-402847.

Mearsheimer, John y Walt, Stephen. The Israel lobby and U.S. foreign policy (2007). Farrar, Strauss and Giroux, Nueva York.

Blake, William. The marriage of Heaven and Hell (1927). J. M. Dent and Sons Limited, Nueva York.