domingo, 23 de agosto de 2020

El necio persistente

 

Si el necio persistiera en su necedad, se volvería sabio.

(Proverbs of Hell)

…la verdadera mente religiosa no pertenece a ningún culto, a ningún grupo, a ninguna religión, a ninguna iglesia organizada… La mente religiosa está completamente sola. Es una mente cuya mirada atraviesa la falsedad de iglesias, dogmas, creencias, tradiciones… Es explosiva, nueva, joven, fresca, inocente. La mente inocente, la mente joven, la mente que es extraordinariamente plegable, sutil, y no tiene ancla. Sólo una mente así puede experimentar lo que llaman Dios, lo que no es mensurable. Un ser humano es un verdadero ser humano cuando el espíritu científico y el verdadero espíritu religioso andan juntos.

(J. Krishnamurti)

La necedad más peligrosa es querer ser artista, especialmente desde que hace no sé cuántos años se rompieron todas las compuertas de todos los diques y se desataron todos los excesos y ahora no se puede diferenciar el Arte, aquel Arte con A mayúscula, el Arte del Espíritu, de la sofistería más ramplona y la charlatanería más soez. Los peores embaucadores andan tras el aplauso y el dinero, pero los verdaderos artistas comparten un espíritu religioso, fresco e inocente (el alma llena de dulce placer no puede ser manchada: ése es otro proverbio del infierno) con un espíritu científico lo suficientemente desarrollado como para que cualquier cosa de índole material no sea motivo de dolor y confusión, sino de curiosidad e investigación. Y desde la soledad y el silencio, hacen la magia que les toca hacer, con la única compensación de cumplir la tarea que vinieron a hacer en este mundo. 

 

Sólo vale aquello que prueba su validez a todo hombre y a toda mujer,

Sólo tiene valor aquello que nadie niega. (Walt Whitman)

Para adquirir facultades mágicas se necesitan dos cosas: redimir la voluntad de toda servidumbre y ejercitarse en regularla. (Eliphas Levy)

 

Una de las muchas cosas que se quedaron por hacer a causa de la cuarentena fue la celebración —en mayo— del nacimiento de Armando Reverón en la sede de UNEARTE que lleva su nombre en Caño Amarillo. La idea era convocar a varios profesores para que presentaran sendas ponencias sobre el pintor del Castillete. A mí me tocaba hablar sobre un libro que había descubierto recientemente: “Los Laberintos de la Luz – Reverón y los Psiquiatras”, compilado por Juan Calzadilla, editado digitalmente por El Perro y la Rana. Hay varios temas en este libro que merecen tomarse el trabajo de escribir un par de párrafos sobre ellos. 

 

En primer lugar, tenemos las fotografías de Ricardo Razetti. La de Reverón en la puerta de madera del Castillete es ahora mi foto favorita de todas las suyas que he visto hasta ahora. La expresión corporal parece totalmente cándida, y hay en ella una timidez, una fragilidad, una ternura maravillosas. Es un hombre ya viejo, pero también es un niño. Además, hay que destacar el increíble diseño del taparrabo, que supongo que será del propio Reverón. Hay otra foto en que aparece pintando ante su rústico caballete usando el mismo taparrabo, que puede apreciarse aún mejor en esa toma. Como complemento, incluyo en esta publicación algunas fotos que tomé yo mismo en el Castillete, quizás a mediados de la década de los 1980, muchos años antes de que fuera arrasado por el deslave de 1999. Luego, hacia 2014, visitamos con un grupo de artistas y gente de UNEARTE —encabezado por Zacarías García— el sitio donde estuvo el Castillete, y no he podido regresar después de eso. Entiendo que lo están restaurando. 

 

En el libro anteriormente mencionado se recoge el testimonio de varios psiquiatras, psicólogos y psico-sofistas. Por cierto, algunos artistas con los que he hablado piensan que fueron precisamente los psiquiatras y sus acólitos los que “fuñeron” a Reverón. En todo caso, tienen gran valor histórico los testimonios de los médicos que lo trataron, sobre todo el del Dr. Báez Finol, que estuvo con él las dos veces que fue internado. La psiquiatría ha cambiado mucho desde mediados de los años 1950. En aquel momento estaban en pleno apogeo las interpretaciones psicoanalíticas de Sigmund Freud. Como sabemos, a Freud siempre le fascinó el arte, y había logrado que los artistas también se fascinaran con él y sus teorías inspiradas en los mitos griegos, la infancia y la sexualidad. El tema de la dramática niñez de Reverón y su relación con su madre puede ser fácilmente enmarcado en el freudianismo más ortodoxo: su padre, Julio Reverón Garmendia, es descrito como un mujeriego toxicómano que había abandonado tempranamente a su familia. Sobre su madre, Dolores Travieso, se dice que era una frívola excéntrica cuyo narcisismo hacía que estuviera siempre acicalándose. Como consecuencia del descuido de sus padres, el pequeño Armando debió ser criado por una familia que no era la suya, con una madre sustituta. Como si eso fuera poco, quizás la primera relación afectiva importante de Reverón fue con la hija de esta familia, su falsa “hermana”, lo que le daba un toque incestuoso a aquella por lo demás inocente relación. 

 

Tampoco es difícil asimilar los manierismos, poses y exhibicionismos de Reverón al dogma freudiano: su costumbre de ponerse una faja para impedir que la parte inferior e “impura” de su cuerpo estuviera en contacto con la parte superior puede ubicarse en el contexto de un “complejo de castración”. El doctor Báez Finol toma nota de que Reverón daba vueltas sobre sí mismo a izquierda y derecha, diciendo que cuando giraba a la izquierda era hombre, y cuando lo hacía a la derecha era mujer. Otro punto que llamaba la atención de los analistas eran las famosas muñecas con que se rodeaba, “enfermizos juguetes de adulto, síntomas de trapo y cartón”. A pesar de su prolongada fama de excéntrico, Reverón vino a ser internado por primera vez en el sanatorio san Jorge en 1945, mediante la intervención de amigos suyos como Manuel Cabré y los hermanos Monsanto. El pintor presentaba episodios de alucinaciones y delirios, incoherencias en el habla y una úlcera peligrosamente agusanada en una pierna. De nuevo fue internado en 1953, en estado delirante y declarando que oía voces externas e internas. Mientras estaba en el sanatorio, sufrió una hemorragia cerebral que ocasionó su muerte. 

 

Aunque el libro incluye un ensayo del célebre Rafael López Pedraza, líder en Venezuela de la escuela de psicología analítica fundada por Carl Gustav Jung, no sentí que hiciera un aporte sustancioso a la interpretación de la figura de Reverón. Pensé que a los junguianos les complacería encontrar en nuestro pintor la encarnación de algunos arquetipos: el del artista-héroe, el del artista-loco, e incluso el del filósofo cínico al estilo de Diógenes. Si hablamos del artista-loco, el más famoso representante de este arquetipo es desde luego Vincent Van Gogh, quien también terminaría en manos de los psiquiatras. Pero a diferencia de Van Gogh, Reverón perdía completamente el deseo de pintar cuando sufría sus crisis. En vez de eso, se refugiaba en el misticismo religioso. Sólo retomaba la pintura cuando sentía que estaba “curado”. 

 

Ciertamente, la psiquiatría ha cambiado mucho desde el tiempo de Reverón. La tendencia actual es a desechar por igual al freudianismo y al junguianismo como meras charlatanerías no-científicas y a favorecer un modelo mecanicista del cerebro. Dice mi muy respetado Mario Bunge que hoy contamos con la psico-neuro-endocrino-inmuno-farmacología, una combinación de ciencias que busca tratar con fármacos los trastornos mentales que se manifiestan como ataques de pánico, alucinaciones, depresión, amnesia, etc. El cerebro sería comparable a una factoría química que en determinadas circunstancias produce sustancias tóxicas que a su vez pueden neutralizarse también químicamente. Ahora bien, en mi modestísima opinión, hay un reduccionismo peligroso en este enfoque. Los psiquiatras siguen sin comprender la locura, pero creen que pueden controlarla dándoles pastillas e inyecciones a los locos. Si las pastillas no sirven, siempre queda el electroshock. En los años 50 todavía se usaba la lobotomía como último recurso en casos extremos. Las consecuencias no siempre benéficas y la implacable dureza de los tratamientos psiquiátricos han llevado a la aparición de un movimiento socio-político internacional conocido como la anti-psiquiatría. La polémica continúa: ¿puede curarse la enfermedad mental reparando el cerebro como si fuera una máquina, o existe una entidad misteriosa llamada “la mente” que nadie sabe realmente qué es o dónde está?

 

Interesante como puede ser el punto de vista psicológico, limitarse a él no le hace justicia a un personaje tan complejo como Reverón. Y por ello, considero que el artículo más apasionante del libro es el titulado “Tras la experiencia de Armando Reverón”, firmado por Juan Liscano, que no es ni psicólogo ni psiquiatra ni periodista de farándula. Es muy fácil creer que alguien que renuncia al confort de la vida moderna para encerrarse en un rancho a pintar sobre telas de yute, dejándose crecer una barba enmarañada, y dando espectáculos estrambóticos a sus visitantes acompañado de sus monos predilectos, es simplemente un loco. Hace falta la percepción de un poeta para comprender que detrás de las aparentes excentricidades se esconde “un sentir mágico y una voluntad de ascesis”, la dignidad de asumir un llamado de índole espiritual en un país como el nuestro, donde siguen imperando (irremediablemente) el utilitarismo y la politiquería.

 

Comenta Liscano los excesos chismográficos que habían aparecido en la prensa nacional a raíz de las revelaciones de Juanita (la compañera, la cómplice, la nueva madre del Reverón renacido) según las cuales nunca había existido intimidad sexual entre la pareja. Las risotadas de los frívolos, los pedantes análisis de los sexólogos, no toman en cuenta la importancia de la palabra castidad en el contexto de una búsqueda ascética, de una consagración espiritual: “toda santidad… toda realización mística, descansan sobre la renuncia al dinero y a la carne”. También reflexiona Liscano sobre la presencia obsesiva del color blanco en una cierta etapa de la obra reveroniana. En lugar de refugiarse en los lugares comunes de las explicaciones psicosomáticas, nos deja esta frase penetrante en su lucidez: Reverón, en cierta manera, vuelve a comprobar, pero por las vías de la creación pictórica, el experimento del disco en movimiento de Newton, a saber: que el blanco devora los demás colores en determinadas circunstancias dinámicas”.

 

Hay tres actitudes predominantes entre los que quieren abordar la obra de Reverón: la primera es centrarse en la obra, dejando las extravagancias biográficas como asunto secundario. Ésta es la que asumen los estudiosos, analistas y críticos como Alfredo Boulton o Pascual Navarro. La segunda es divagar sobre su extravagancia, exhibir el fenómeno público como les gusta hacer a los periodistas. La tercera es situarlo como un “caso clínico… inscrito en la nómina extensa de los degenerados superiores”, como Van Gogh, Nietzsche, Alejandro Colina y otros locos célebres; actitud ésta “propia de psiquiatras, de positivistas, de realistas”. Sea cual fuera la actitud asumida, en cualquier intento de narrar y evaluar la vida y obra de Reverón, es imprescindible mencionar a alguien a quien él siempre consideró como su maestro. 

 

La influencia de Nicolás Alexéevich Ferdinándov sobre Reverón va más allá de lo meramente técnico o estilístico. “La función de maestro”, nos recuerda Liscano, “no se limita a la enseñanza de doctrinas, sino (que) más bien propicia con su acción vital y espiritual comunicante un despertar de conciencia, una libertad de escogencia, un impulso hacia adelante o hacia arriba… creando las condiciones anímicas para que alguien viva su propia experiencia”. Este misterioso artista ruso le mostró a Reverón que, para poder entregarse en cuerpo y alma al arte y a su impulso creador, era necesario vivir en un estado de libertad total. Recuerda también Liscano que uno de los profesores (aunque no su Maestro) de Reverón en Madrid le había dado tres consejos para poder dedicarse a la pintura (y en general al arte) en Venezuela. Esos consejos, en mi opinión, no han perdido vigencia en la actualidad: 1) conseguirse (como sea) algún dinero, 2) comprarse un rancho y aislarse en él, 3) buscarse una mujer humilde como compañera. 

 

Ya para finalizar, Liscano recuerda una frase pronunciada por Miguel Otero Silva durante una exposición retrospectiva realizada poco después de la muerte del pintor de Macuto: “Reverón aprendió a vivir como un salvaje porque era la única manera de sobrevivir como pintor”. Y es que, como ocurre con un grupo muy reducido de artistas de nuestro tiempo, la mejor obra de Reverón es él mismo, su figura y su leyenda. ¿Necedad y locura, o espiritualidad, pensamiento mágico y entrega total al arte? Aquellos que reciben un llamado superior, que los conduce a un camino incierto, de incomprensión, carencias y escarnios, ¿tienen derecho a negarse a escucharlo por preservar un cómodo lugar en la sociedad convencional? ¿Los enfermos no seremos los que no tenemos imaginación ni coraje para romper con todo para responder al llamado del Espíritu? Por eso el verdadero Artista es también siempre un Héroe.

 

lunes, 10 de agosto de 2020

Se vende tapaboca fashion

 

Oscar Wilde: El alma del hombre bajo el socialismo. Este ensayo apareció originalmente en la prensa londinense en 1890. Fue publicado como folleto en 1895, el mismo año en que el hasta entonces exitoso, adulado y envidiado Wilde dejaría de ser autor de moda y fashion dandy consentido de la alta sociedad para caer al foso de la desgracia y convertirse en un paria. En mayo de 1895 sería condenado a dos años de trabajos forzados por pederastia y sodomía. Tras cumplir su condena, pasaría sus últimos años exiliado y olvidado en una buhardilla en París, mendigando para embriagarse con absenta hasta su muerte en 1900.

 

Cuando escribí mi trabajo final para graduarme de ese nido de alacranes y víboras llamado Escuela de Filosofía de la UCV, uno de los epígrafes que coloqué al principio de mi disertación fue esta frase tomada del susodicho ensayo de Wilde: “el socialismo por sí mismo será valioso simplemente porque conducirá al Individualismo”. Esta es supuestamente una paradoja, ya que, en una interpretación simplista de lo que llaman “socialismo”, el individualismo no sólo es un error, sino prácticamente un pecado, una inmoralidad. Lo correcto tiene que ser el “colectivismo” y lo único que cuenta es que estamos montados en la misma canoa y todos debemos remar para el mismo lado. Pero el modo en que Wilde entiende el individualismo no es en absoluto egoísta ni mezquino, y quizás sorprenda a muchos que su posición coincide nada más y nada menos que con la del mismísimo profeta mayor del socialismo y el comunismo, el gran Carlos Marx. 

 

El Individualismo (así, con mayúscula), según Wilde, no tiene que ver con lo que se tiene, sino con lo que se es (como más adelante afirmaría Erich Fromm). La propiedad privada es dañina para el Individualismo justamente porque confunde al hombre con lo que posee. La meta del Socialismo, por su parte, es “reconstruir la sociedad sobre una base tal que la pobreza resulte imposible”; superando la inmoralidad de la caridad cristiana, que pretende usar la propiedad privada para aliviar los terribles males que resultan de la institución misma de la propiedad privada. El matrimonio, que en el actual estado de cosas no es sino otra forma de propiedad privada, también debe ser superado. “Cuando quede abolida la propiedad privada, no habrá necesidad del crimen,” desaparecerán los celos y la envidia. Y si eso parece utópico, no importa, puesto que el progreso no es más que “la realización de las utopías”.

 

La misión del Socialismo es asegurar que cada individuo sea libre para escoger el trabajo que prefiera, ya que esa es la única manera en que el ser humano podrá desarrollar su verdadera esencia. Es imposible lograrlo si la necesidad le obliga a hacer cosas que detesta. La función del Estado será ocuparse de que cada individuo pueda alcanzar su desarrollo pleno haciendo lo que más le gusta. “El Estado deberá hacer lo que es útil. El individuo debe hacer lo que es hermoso”. Y a la larga, toda forma de gobierno habrá de desaparecer, pues “toda autoridad es degradante. Degrada a quien la ejerce y degrada a aquellos sobre quienes se ejerce… Y junto con la autoridad desaparecerá el castigo”, pues es evidente que “mientras más castigos se infligen más crímenes se producen”. Pensamientos todos estos muy en sintonía con un hombre que está a punto de ir preso por “ese amor que no osa decir su nombre…”

 

La forma suprema de Individualismo se encuentra desde luego en el Artista. “El arte es la forma más intensa de Individualismo que el mundo ha conocido”. Al verdadero artista no le importa la opinión pública; para él simplemente no existe, no tiene ningún valor: “El Arte nunca debiera ser popular. Es el público quien debería tratar de hacerse artístico”. El Artista hace el trabajo que le da la gana y encuentra en él su único placer verdadero. “Todo trabajo no intelectual, toda tarea monótona, aburrida, toda tarea relacionada con cosas feas que implique condiciones desagradables, debiera hacerse con máquinas”. La máquina no debe competir con el hombre, sino servirle para que pueda dedicarse a su verdadera tarea, que es realizar la perfección del alma que vive dentro de sí. Por otra parte los trabajadores, esclavos de la necesidad, no deberían tener miedo a ser reemplazados por las máquinas. La máquina elimina la necesidad de que haya esclavos. Wilde no duda que en el futuro las máquinas serán esclavas del hombre, para encargarse de hacer todo el trabajo desagradable pero necesario, mientras la Humanidad se dedica a gozar de su libertad y hacer cosas hermosas. 

Ludovico Silva
 

Volvamos ahora a mi historia de cómo me salvé del pantano de la Escuela de Filosofía, que tiene la mayor proporción de estudiantes TMT (Todo Menos Tesis) de toda la UCV. No es fácil graduarse de Licenciado en Filosofía. Yo quería hacer mi tesis sobre Epicuro, pero Epicuro no es un filósofo académico, y los profesores de filosofía prefieren sobre todo a los idealistas: Platón, Aristóteles, Descartes, Kant o Hegel, llenos de posibilidades retóricas y escolásticas. En fin, para no extender demasiado el relato, después de fracasar con Epicuro, tomé (bajo la guía del venerable profesor Gonzalo León) un seminario sobre Ludovico Silva, autor venezolano al que muchos desdeñan porque siempre prefirió ser un borracho famoso y no un alcohólico anónimo. Entonces descubrí un texto que me salvó de quedarme para siempre como otro TMT más. Se trata de los Grundrisse[1] de Carlos Marx.

 

Si uno le pregunta a cualquier marxista de cafetín (y la UCV está llena de ellos) es muy probable que nunca haya oído hablar de los Grundrisse. La razón es que es un texto póstumo, publicado ya en el siglo XX, y que fue traducido al español apenas en 1971. Sólo los verdaderos conocedores de la obra de Marx, como Herbert Marcuse, Enrique Dussel o el propio Ludovico Silva, podrían estar al tanto de la existencia de esta obra cuasi-misteriosa, que contiene el trabajo de los 15 mejores años de la vida de Marx. Escrita alrededor de 1858, muestra unos paralelismos muy interesantes con el ensayo de Wilde que comenté anteriormente.

 

Lo que me atrajo inmediatamente de los Grundrisse es la visión futurista que Marx adopta en su crítica a la economía política. La estafa fundamental del capitalismo es que quiere poner a trabajar a todo el mundo, mientras que los dueños del capital simplemente no trabajan. Los predicadores y moralistas alaban y enaltecen las virtudes del trabajo, pero en realidad es un engaño: mientras todos vendemos nuestro tiempo a cambio de unas monedas, los que reparten esas monedas disfrutan de un verdadero monopolio del tiempo libre. El trabajo del capitalista es representar al capital en reuniones, almuerzos y recepciones donde se hace de todo menos trabajar. Y menos todavía trabajan sus esposas, hijos, amantes y demás parásitos. En  resumen, a todos nos meten en la cabeza que tenemos que trabajar para vivir dignamente, pero lo que hacemos realmente es mantener el status de una casta de caballeros ociosos que se reúnen en sus clubes a beber buenos vinos y jugarse a la ruleta la ganancia que obtienen de nuestro trabajo. 

 

Pero el capitalismo tiene una misión histórica que cumple a pesar de sí mismo: la de crear un todopoderoso sistema de producción material basado en la plusvalía, que es la explotación del excedente del tiempo de trabajo de los esclavos de la necesidad. El mismo progreso irresistible de este sistema lo llevará gradualmente a independizarse del trabajo humano directo y hacerse autosuficiente, dependiente únicamente de las máquinas y otros progresos tecnológicos que él mismo ha creado. La consecuencia inesperada de esto es que el tiempo libre, antes privilegio de la clase propietaria, empieza a generalizarse a toda la sociedad.

 

Las máquinas hacen todo el trabajo desagradable, mientras que los seres humanos, que ya no necesitan trabajar en cosas que detestan, deben ahora lidiar con el problema de su propia ociosidad. Ese es el dilema de nuestra época, profetizado por Marx 150 años antes. Es una visión hermosa la del barbudo de Tréveris. El sistema diseñado para poner a trabajar a la gente pierde todo su sentido, pues ahora no hace falta que la gente trabaje. El trabajo de la gente finalmente se reduce a ser vigilantes y reguladores de las máquinas. El tiempo de trabajo se vuelve superfluo y lo demás es tiempo libre.

 

La verdadera nueva preocupación del ser humano en la actualidad es qué hacer con su tiempo libre. Me permito a continuación citarme a mí mismo, del abstract de mi trabajo de grado para aspirar al título de Licenciado en Filosofía, intitulado: “Ludovico Silva: La alienación del tiempo libre en los Grundrisse de Carlos Marx”:

 

Desde los 1980, la explosión de la tecnología ha revolucionado profundamente el sistema de producción, confirmando la predicción de Marx. Los medios de información y comunicación, la máxima expresión de esta revolución, son al mismo tiempo la mayor fuente de alienación del tiempo libre y la herramienta con mayor potencial para superar las barreras impuestas por el propio capital contra el nacimiento de una nueva Sociedad del Conocimiento. El peor enemigo del desarrollo universal y libre del individuo humano y el último reducto del capitalismo depredador y del totalitarismo político es la llamada “propiedad intelectual” de los avances tecnológicos. Pero dentro del mismo mundo de la tecnología existe una tendencia que busca la universalización del conocimiento y su liberación de las barreras que imponen las grandes corporaciones y los gobiernos. Estos nuevos trabajadores que se desplazan libremente por un mundo virtual corresponden a la visión de Marx de los trabajadores del futuro.

 

Los hackers son guerreros del Individualismo libertario que luchan contra la distopía tecnológica que nos quieren imponer los poderes fácticos que están practicando el lavado de cerebro a escala planetaria. Ahorita con la cuarentena creen que nos tienen mansitos. Es nuestro deber desconfiar de todo lo que hagan, aunque nos llamen paranoicos. Una vez más se revela la validez del método paranoico-crítico de Salvador Dalí. Concluyo citándome a mí mismo una vez más: estos son los últimos dos párrafos de mi tesis:

Pero cuidado: la tecnología no es más que una herramienta. Asumirla como un fin en sí mismo es la peor forma de alienación. Es al ser humano a quien corresponde crear una nueva civilización, donde sus esfuerzos serán premiados y podrá disfrutar de sus logros; y para ello necesita nuevos valores, una nueva conciencia capaz de aunar la fiebre de conocimiento con la necesidad de ética y libertad del individuo. Es imperativo buscar el justo equilibrio entre el totalitarismo, que consiste en hacer sólo lo que te mandan a hacer, y el conformismo, que es hacer lo que todo el mundo hace. Los gobiernos tienden al totalitarismo, las grandes empresas nos manipulan predicando el conformismo (y viceversa). Nuestro camino debe ser un término medio, dinámico y siempre cambiante, entre estas tendencias opuestas. Nuestra libertad consiste en alertar contra los que pretenden imponerse por encima de (y aprovechándose de) la legítima aspiración de la humanidad a una vida plena de bienestar y libertad.

 

Esta aspiración, como escribió Ludovico Silva, constituye una utopía concreta (es decir, realizable) que corresponde a lo que desde el siglo XIX ha sido llamado “socialismo.” Más allá de la discusión (necesaria) acerca de las diferencias entre socialismo y comunismo (y recordemos que, según Silva, generalmente se entiende que el primero es una etapa inicial para llegar al segundo, pero también puede argumentarse que el primero representa la superación del segundo), concordamos con el filósofo venezolano en que el verdadero socialismo es marxista, o al menos está basado en Marx. Y de toda la obra de Marx, los Grundrisse se destacan por apuntar decididamente hacia el futuro y proporcionar las ideas más pertinentes a nuestra era de revolución tecnológica.

 

 



[1] Su título completo en alemán es Grundrisse der Kritik der politischen Oekonomie (Rohentwurf). Publicado originalmente por el Instituto Marx-Engels-Lenin de Moscú en 1939-41. Reimpreso en 1953 por la Dietz Verlag, Berlín. Traducido al español como Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Borrador). Siglo XXI, Buenos Aires, 1971.