viernes, 27 de agosto de 2021

Si te quitas el top, tu bikini se transforma en monokini

 


Recuerdo que hace años, cuando era traductor de películas, me mandaron a hacer un documental sobre las mujeres de Afganistán. El tema del film era que, debajo de sus burkas, las mujeres afganas iban a la última moda: ropa de diseñador, perfumes caros, maquillaje de marcas famosas, etc. (desde luego, sólo las que podían costearse tales lujos). La moraleja es que, como siempre, el pensamiento crítico debe tener ojos de rayos X y penetrar bajo las más intrincadas apariencias.

En estos días, estamos cerrando un ciclo histórico de 20 años. Como decía Gardel, 20 años no es nada. 20 años atrás, unos sospechosos aviones, supuestamente secuestrados por una pandilla de árabes que habían aprendido a volar avionetas, fueron lanzados contra las Torres Gemelas de Nueva York, símbolos imponentes del poderío del capitalismo mundial.

Violando descaradamente las tres leyes del movimiento de Newton, dichas aeronaves, en vez de estrellarse, penetraron (según los videos que todo el mundo vio) la armazón de acero y concreto de los rascacielos. Aunque los impactos fueron en los pisos más altos, ambas torres se desplomaron en caída libre, en perfecta (y sospechosa) simetría. Todo esto ante los ojos aterrorizados del mundo entero.


En 1945, un bombardero B-25 se estrelló contra el Empire State Building, dejando abundantes restos por todas partes. El edificio no sólo no se derrumbó, sino que en unos días volvió a abrir como si nada

Recién empezado el siglo XXI, estos espectaculares atentados servirían de justificación para llevar a cabo agendas guerreristas que estaban en marcha desde hacía bastante tiempo. El presidente de EE.UU, recién electo en unos comicios también bastante sospechosos, de inmediato se autoproclamó campeón de la libertad en el mundo y, sin ofrecer ninguna prueba, declaró que los ataques habían sido planeados desde unas cuevas en un país lejano y atrasado, del cual la mayoría nunca había oído hablar. 
 
Los villanos eran unos fanáticos islamistas que maltrataban a las mujeres y que estaban ocultando en sus montañas inaccesibles al único culpable, un malvado enturbantado al que había que eliminar de inmediato para preservar las sagradas libertades de Occidente.

Aunque esta historia dejaba muchas preguntas sin responder, eso no importaba: era perfecta para apelar al patriotismo estadounidense, como fue el ataque a Pearl Harbor 60 años antes. De inmediato se lanzó una ofensiva aplastante contra un enemigo un tanto ambiguo: el Terrorismo Islámico. Más de 40 países aceptaron a EE.UU como Gendarme Necesario y, bajo su égida, volvieron trizas a los detestables Talibanes. Para no perder el impulso guerrero, poco después la alianza lanzaba al ejército más poderoso de la galaxia contra otros enemigos, siempre más débiles, pero igualmente oscuros y envilecidos por los todopoderosos medios de comunicación.


Pero al poco tiempo empezaron a oírse algunas voces incómodas, que tercamente llamaban la atención justamente sobre las innumerables preguntas sin responder. ¿Cómo es posible que un avión penetre un edificio construido precisamente a prueba de accidentes de aviación? ¿Se puede creer que un avión de pasajeros desaparezca al chocar con un edificio? ¿Dónde están los restos del fuselaje, las alas, la cola, los motores de los aviones? ¿Cómo era posible que el presidente de EE.UU estuviera leyendo libritos infantiles mientras ocurría un ataque devastador contra el país más poderoso del mundo? Ya que la lista de preguntas es interminable, voy a quedarme con una sola: ¿dónde están las pruebas de que Bin Laden haya sido el responsable?

Una década después nos echaron otro cuento: un audaz grupo de comandos super-entrenados habían encontrado al super-villano y lo habían asesinado, lanzando luego su cuerpo al mar, supuestamente para que sus seguidores no pudieran idolatrarlo, y porque esa era una costumbre musulmana (¿?). 

Si esos tipos eran tan eficaces, tan infalibles, tan herederos de James Bond, Rambo e Indiana Jones, ¿por qué no capturaron a Bin Laden, se lo llevaron amarrado en un helicóptero y lo sometieron a juicio en EE.UU, para que aclarara de una vez por todas lo que había pasado? La respuesta parece obvia: porque sus jefes (incluyendo al nuevo presidente, a quien habían otorgado el Premio Nobel de la Paz justo antes de que empezara dos nuevas guerras, continuara otras dos y amenazara con otras) no querían que se supiera lo que había pasado.

Otra mentira más: los talibanes habían sido definitivamente derrotados, borrados del mapa, y en su lugar se instaló un gobierno decente, democrático, respetuoso de las mujeres, tolerante con los gays. Ese gobierno estaba muy bien armado, preparado para defenderse a sí mismo cuando los protectores gringos decidieran volver a casa. La verdad era que aquel montón de parásitos, lacayos, narcotraficantes y proxenetas ni siquiera aguantaron una semana: los talibanes habían pasado 20 años esperando su oportunidad y apenas ésta se presentó, el castillo de naipes se vino abajo.

Talibanes jugando con carritos chocones (gossipvehiculo.com)

Afganistán,el cementerio de los imperios… el mismísimo Alejandro Magno había sudado la gota gorda cuando pasó por ahí. Siglos después, los británicos fueron derrotados y humillados tres veces por una turba de guerrilleros campesinos mal armados, sin suministros, indisciplinados y semisalvajes. También la Unión Soviética había tenido que salir con el rabo entre las piernas después de 10 años de ocupación.

A pesar de estos antecedentes, los gringos se creyeron el cuento del Fin de la Historia y pensaron que con ellos sería diferente. Además, como dijo Julian Assange, la idea nunca fue obtener una victoria rápida, sino mantener la guerra indefinidamente, para robarse el dinero de los contribuyentes y tener un campo de entrenamiento donde se disparaban balas de verdad y se podían probar nuevos armamentos y tácticas. Hasta que al final ya no pudieron sostener la farsa.

Aunque recientemente fui criticado por un estudiante (de historia, por cierto) por utilizar películas como soportes para mis argumentaciones, quisiera mencionar dos filmes que sirven para darse una idea de lo que ha pasado en Afganistán en los últimos 40 y pico de años. El más reciente de estos filmes, producido (para Netflix) y protagonizado por Brad Pitt (quien, por cierto, es mucho más creíble haciendo papeles de patán brutal, estúpido y malhablado que los de galán irresistible) ilustra hasta qué punto la ocupación estadounidense era una mascarada y una tapadera de corruptelas.

Un general del ejército gringo llega a Afganistán decidido a hacer las cosas bien, a jugar rudo y “echarle pichón” para ganar la guerra… hasta que se da cuenta que a nadie le interesaba ganarla. Tanto el gobierno afgano títere como los militares sólo querían seguir chupando dólares y pasarla bien mientras se pudiera. Después de hacer el ridículo por un tiempo, el general es sustituido por otro patán ignorante y la historia vuelve a repetirse.

La otra película es de una época anterior. En ella, el gran actor Tom Hanks hace de un senador estadounidense que encuentra la manera de ridiculizar a los soviéticos en Afganistán entregándole a los guerrilleros muyahidines unos lanzacohetes portátiles, parecidos a bazucas (creo que se llaman Stingers, o sea, punzantes, “puyudos”), que son relativamente baratos y fáciles de transportar. Con estas armas que cuestan unos pocos miles de dólares, los afganos podían derribar aviones y helicópteros soviéticos que costaban una millonada cada uno.


El astuto senador hace que los israelíes, que no son precisamente simpatizantes de los muyahidines, les faciliten a estos los Stingers, logrando su propósito de desmoralizar al Ejército Rojo y precipitar el fracaso de la URSS. Pero el que ríe el último ríe mejor: las armas que les entregaron a los afganos terminaron siendo usadas contra los propios gringos. La moraleja en este caso es que, si se quiere pensar estratégicamente, hay que tener una visión a muy largo plazo de las acciones que se toman y sus consecuencias. Respecto a los tiempos de la historia, Gardel tiene toda la razón: 20 años no es nada.

Afganistán es un país artificial donde viven diversos grupos tribales que ni siquiera se entienden entre sí y que generalmente están en guerra, todos contra todos, como decía Hobbes; totalmente ajenos a la idea occidental (y quizás sino-japonesa) del estado-nación o Leviatán. Es lo mismo que decía Gadafi de Libia: si lo eliminaban a él, que era el eje que mantenía el delicado equilibrio entre las tribus, la guerra “civil” era inevitable. 

Los talibanes, que después de todo son unos tipos estudiosos, aparecieron en los 90, después de la retirada soviética, y lograron derrotar a algunos “señores de la guerra” y hacer pactos con otros hasta que controlaron la mayor parte del país. Si los dejaran en paz, podrían convertirse en el fiel de la balanza. Ya juraron que dejarían de apalear a las mujeres…


Entretanto, las cosas se están complicando por allá; ya aparecieron los del Estado Islámico (otro monstruo creado por el mismo imperio anglo-sionista) poniendo bombas y matando gente, azuzando el pánico generalizado. Pescando en río revuelto. La estupidez, la ignorancia, el miedo, son las herramientas que siempre han usado los imperios. ¿Será posible evitar otra guerra basada en mentiras como ésta que acaba de terminar (si es que terminó)? ¿Será ésta la tumba del imperio anglo-sionista?
 
¿Mereceremos vivir algún día en un mundo sin imperios? ¿O será que los gnósticos tienen razón, y este mundo es la creación irremediablemente imperfecta de un demiurgo farsante? ¿Un valle de lágrimas donde nos ponen a prueba a ver de cuánta maldad somos capaces? La respuesta sopla en el viento que levanta tormentas de polvo en el desierto.