viernes, 24 de septiembre de 2021

Indagación sensible sobre "La burbuja del arte"

 

Jugando al artista en Los Galpones

La decadencia del arte actual es un crudo reflejo de la actual decadencia de la cultura “occidental”. Que no es necesariamente “nuestra” cultura (afortunadamente). Para corroborar esto, basta con darse un paseo por los museos, galerías y/o “centros de arte” —como Los Galpones, donde estuve recientemente. Encontré ahí expuesta, tal como esperaba, la consabida rutina: malas imitaciones de Andy Warhol, Marcel Duchamp o Joseph Beuys. En vez de latas de sopa Campbell, hay paquetes de Harina Pan o Maizina Americana, en semicuero (¡puagh!). Con razón a los niños ya no les gusta el arte. Les aburre.

Hay quienes creen —y dicen— que a los niños les gustan las obras “interactivas”, como los penetrables de Soto. A mí me parecen platos de espagueti invertidos, de modo que los fideos queden guindando. Ciertamente, Soto es muy limpio, clásico y decente; supongo que alguien con un espíritu más travieso —como Duchamp— podría añadirle a los filamentos colgantes una sustancia viscosa a modo de salsa para que los que interactúen con ellos salgan todos manchados. Pero eso de agredir al espectador ya no está de moda. 

Artnet

 

¿Cuáles son las noticias que escuchamos últimamente sobre el mundo del arte? Que Fulanito vendió una “obra” (algún mamarracho, como las colillas de cigarro de Damien Hirst) en no sé cuántos millones de dólares. Recordemos la banana pegada con tirro en la pared que se vendió por $ 120 mil. Hace unos años, se estableció un récord (y ya sabemos que los récords están ahí para romperlos): apareció un supuesto cuadro de Leonardo Da Vinci, debidamente restaurado y autentificado, que fue subastado por una de las grandes casas de mercadeo de arte (Christie’s). Un comprador anónimo (dicen que fue un príncipe de una de las petromonarquías del Golfo Pérsico —sólo esa gente tiene suficiente dinero para esas extravagancias) pagó la bicoca de 450 millones de dólares por la pinturita en cuestión…

¿Qué es el arte entonces? ¿Una industria que produce artículos de lujo que sólo los ultrarricos pueden comprar? Si un artista quiere promocionar su obra, el mejor argumento que puede ofrecer es que una pieza suya fue elegida para una subasta de Christie’s o Sotheby’s… Y si le preguntas a uno de esos yupis neoliberales que abundan por ahí ¿qué es el arte?, te responderá sin vacilar: es una inversión. No se refiere a una inversión de valores éticos ni nada por el estilo. Es algo que compras a un precio hoy para venderlo más caro mañana. O un “activo” para inflar tu declaración de patrimonio. O un fetiche para presumir de tu riqueza.

En mi búsqueda de juicios críticos respecto a la locura del arte contemporáneo, descubrí a un personaje realmente interesante: se trata de Ben Lewis, quien se autodefine como “historiador cultural interdisciplinario”, periodista, escritor y documentalista británico (supongo). Casualmente pasaron hace poco su documental “La Burbuja del Arte” por la inefable Vale TV (Canal 5; posteriormente lo encontré en YouTube, doblado al español castizo). Al igual que Avelina Lésper, Lewis asume una visión irónica y escéptica ante el patético espectáculo que presenta el mundo del arte mal llamado “contemporáneo”.

En vez de escribir crípticos elogios reforzados por citas de Heidegger y Derrida para justificar y contribuir al mercadeo de exposiciones de mamarrachos, tanto Avelina como Ben Lewis se proponen revelar las mezquindades y frivolidades del gran negocio fraudulento que practican las actuales celebridades del mundo del arte, incluyendo artistas, curadores, marchantes y el resto de la fauna.


Revisando el blog de Ben Lewis, me entero de que su último libro está dedicado justamente al ahora famoso cuadro que ostenta el récord de la pieza de arte más cara de la historia. La pintura en cuestión, cuyo título es “Salvator Mundi”, empezó su periplo comercial en la década de 1950, cuando fue calificada como una copia de escaso valor, y vendida por $ 57. Se pensaba entonces que el cuadro era cuando mucho obra de alguno de los aprendices del gran Leonardo.

Lo cierto es que un consorcio de marchantes de arte le vio posibilidades al pequeño cuadro, y en 2005, cuando todavía no era oficialmente atribuido a Leonardo, lo compraron por $ 10.000, pensando que al final podrían sacarle mucho más. La llevaron a restaurar y analizar con los respetables peritos de la National Gallery de Londres. En 2011, tras seis años de restauración, recibió la bendición de los expertos londinenses, y en 2017 produjo el mencionado terremoto en la sede niuyorquina de Christie’s.

Salvator Mundi contando billete (por Ben Lewis)

Se rumora que el comprador anónimo no es otro que el príncipe coronado de Arabia Saudita, Mohammad Bin Salman. Se anunció en el momento que la pintura iba a ser expuesta en el nuevo Louvre de Abu Dhabi, pero luego de su adquisición en la subasta de marras, nadie sabe que ha sido de ella. Según los rumores, está colgada en una pared del yate supermegalujoso de Bin Salman, aunque no hay manera de saberlo con certeza. No todo el mundo puede entrar en ese botecito.

Hay que señalar que no todos los expertos están de acuerdo en que la obra sea efectivamente de Leonardo. Lewis opina que lo más probable es que haya sido pintada en colaboración con uno o varios de sus muchos discípulos. Otros conocedores estiman que la participación de Leonardo estaría entre un 5 y un 20%. Lewis incluso llega a decir que, si esto último fuera cierto, el valor de la pintura disminuiría considerablemente: entre un mínimo de $ 1,5 millones y un máximo de $ 20 millones. Incluso añade que la razón por la que el cuadro se mantiene oculto es para evitar que una apreciación demasiado crítica ponga en duda el veredicto de autenticidad y la obra se deprecie en consecuencia.

Y ahora puedo comenzar con mi propuesta de indagación sensible[1], que consiste en una reseña, sin mayores pretensiones, del documental “La gran burbuja del arte contemporáneo” de Ben Lewis. El contexto histórico-temporal de este filme es la tremenda crisis financiera mundial de 2008. Acá en Venezuela no percibimos en aquel momento la gravedad de la catástrofe: en aquellos años, vivíamos una especie de segunda ola de prosperidad petrolera. La gente compraba neveras, televisores gigantes, camionetas, cocinas y otros artefactos chinos que nos ofrecían a precio de gallina flaca. Y eso sin mencionar los viajes fraudulentos de los raspacupos. Teníamos una venda en los ojos: la crisis de entonces la estamos viviendo ahora, pero magnificada.

En los días previos a la catástrofe, Lewis se pasea por Londres en su coche eléctrico, decorado por el famoso diseñador Tobías Rehberger, recordando que entre 2003 y 2008 se vivía en un mundo de excesos y extravagancias. El petróleo estaba casi a $ 150 el barril. Pero todo el mundo sabía que esa prosperidad era una gran farsa: todo eran burbujas creadas por las trampas, estafas y engañifas de unos cuantos pillos que se endeudaban más allá de lo que podían pagar. Y la burbuja más burbujeante de toda la economía mundial era la del arte contemporáneo.

Incluso cuando empezaban a verse las grietas en el casino (el desempleo crecía y los bancos se hundían), el mercado del arte seguía en alza, con precios absurdos y obscenos que sólo los multimillonarios podían pagar. La frase en boga era una de Andy Warhol: “hacer dinero es arte”. Por cierto, una de sus obras llegó a venderse en $ 72 millones. Todos sabían que el “nuevo arte” era producido en masa, repetitivo y comercial, una mera inversión para los coleccionistas, pero los periódicos, en vez de denunciar los hechos, se limitaban a reseñar los nuevos precios-récord.

El mercado del arte contemporáneo abarcaba maestros consagrados ya muertos, como Warhol y Rothko, y las nuevas estrellas muy vivas, entre las que descollaban Damien Hirst y Jeff Koons. Entre 2003 y 2008, el valor de esta clase de arte aumentó en un 80%. Las ganancias de una subastadora como Sotheby’s en el mismo período superaban el millardo de dólares, un incremento del 600%. Para muchos, esto era un nuevo Renacimiento, que combinaba una inmensa riqueza con un sentido de la innovación.

Las voces agoreras anunciaban una inminente crisis mundial, pero el mercado del arte ganaba nuevos adeptos: los oligarcas rusos y los jeques petroleros, que gastaban chorros de millones para adquirir los nuevos trofeos icónicos, la nueva mercancía del siglo XXI. Pero había algo más detrás del auge de los precios del arte contemporáneo.

¿Qué clase de ética puede existir en este mundo estimulado por sus propios excesos? Las estrategias de los marchantes de arte son bien conocidas. Una de ellas es mantener (por no decir inflar) los precios de las piezas de los artistas que ellos mismos representan. Para este fin, las propias subastadoras les prestan dinero a los participantes en las subastas para subir los precios lo más que se pueda.

Estas astucias podrían tildarse de “prácticas monopolistas”, pero en el mercado del arte estas últimas no son ilegales. Ya nadie se asombra al saber cómo los Lirios de Van Gogh se vendieron en casi $ 54 millones en 1987: Sotheby’s simplemente le prestó la mitad de ese dinero al comprador. Así se creó la burbuja de las subastas engañosas, donde los supuestos intermediarios participan en el negocio, invierten, corren riesgos, especulan.

Otra viveza practicada por los multimillonarios es la donación de obras de arte a instituciones públicas a cambio de reducciones en los impuestos a sus ganancias. Por eso no es de extrañar que tantos eventos artísticos sean patrocinados por los grandes bancos. La evasión de impuestos ligada a las exposiciones públicas y la protección de precios de las obras de ciertos artistas conocidos por producir en masa son los grandes fuelles que inflan la burbuja del arte contemporáneo.

The Masticator

Un ejemplo clásico de esta práctica “burbujeante” es la historia de la compra fraudulenta de una obra llamada “For the Love of God” del más conspicuo representante del arte decadente de hoy en día: Damien Hirst. Esta obra, un cráneo de platino engastado con 8.601 diamantes, fue ofrecida a la venta por $ 100 millones. La galería que representa al artista declaró haber vendido el fulano cráneo por el precio mencionado. Pronto se descubrió que un consorcio formado por los representantes y el propio Hirst poseía más de la mitad del cráneo. Esto es equivalente en el mundo bursátil a una emisión fallida de acciones que tienen que volver al vendedor porque nadie las ha comprado.

En realidad, la galería tenía una colección de cientos de obras de Hirst que no había podido vender. Pero no nos compadezcamos por la suerte del artista: resulta que el mismo día en que se desató la crisis de 2008, el Lunes Negro cuando quebró Lehman Brothers y se confirmó la peor recesión en 60 años, Hirst lanzó una megasubasta en Nueva York. Una de las obras puestas a la venta fue el famoso Becerro de Oro, muy significativa dadas las circunstancias. Se vendieron todos los lotes y se obtuvo una ganancia de $ 200 millones.


Adoramos al Becerro de Oro mientras el Titanic navega a toda máquina hacia el iceberg. Lewis nos informa de que en octubre de 2008 finalmente estalló la burbuja, y las subastas a partir de esa fecha fueron un desastre. Sólo se vendió la mitad de los lotes por la mitad del dinero esperado. A finales de 2008, Sotheby’s reconoció $ 83 millones en pérdidas. En 2009, el negocio había caído un 75%.

Han pasado 12 años desde el final de esta historia. ¿Cuál es la situación actual del mercado del arte? No sé, y la verdad, no me importa. Sin embargo, aunque comparto la conclusión ética de que la burbuja del arte es el epítome de la vanidad y la locura de nuestro tiempo, estimo conveniente que a nuestros estudiantes de arte se les enseñe como parte de la carrera algunas destrezas que seguramente necesitarán cuando salgan a enfrentar el verdadero mundo del arte. Esas destrezas son contabilidad, administración y mercadeo, tres materias que deberían formar parte del pensum de nuestra querida universidad. Es mejor salir de ella teniendo una idea clara de lo que es el dinero en vez de aprenderlo en la llamada “universidad de la vida” siendo estafado por algún pillo de siete suelas.



[1] Este término ha sido definido informalmente por mi amigo Zacarías García como una investigación libre en el campo de las artes, sin aspiraciones de ser considerada como un trabajo científico o académico a la altura de las grandes publicaciones oficiales.