miércoles, 31 de agosto de 2022

Por sus frutos los conoceréis

No logré encontrar fotos de Fruto joven

 

A los 94 años, Fruto Vivas finalmente entra en la historia. Siempre he pensado que mientras uno esté vivo, aunque tenga cien años, sigue siendo un contemporáneo, otro espectador del inasible presente, un habitante más de este universo, que es apenas uno de los infinitos posibles. Pero cuando uno muere, pueden pasar dos cosas: o bien uno entra en la historia, volviéndose parte de la memoria colectiva, protagonista mitológico de aventuras y desventuras que ya nadie sabe cómo ocurrieron en un pasado para siempre irrecuperable; o bien se resigna a la tranquila aniquilación, a la paz definitiva del olvido.


Fruto Vivas no será olvidado. Su vida errante fue fabulosa; su genio creativo, incansable; su lealtad a principios trascendentales, inquebrantable. Su idea siempre lúdica del arte lo llevó a interactuar con otros personajes igualmente fantásticos, que colaboraron con él en colosales proyectos, muchas veces irrealizables. También siempre he pensado (quizás lo leí en alguna parte) que un arquitecto es lo más cercano que hay a un cineasta: un emprendedor de sueños cuya realización requiere del trabajo de un ejército de especialistas en saberes y técnicas a veces milenarias, a veces ultramodernas, que someten el sueño a los prosaicos compromisos materiales de una industria compleja e implacable.


Nunca lo conocí personalmente. Pero hace unos años participé en un proyecto que seguramente será fundamental para preservar su memoria: el monumental libro Fruto Vivas: pensamiento y obra, editado en 2012 por mis amigas de Editemos, supervisado por el hermano de Fruto, Efraín Vivas, con el patrocinio de la renombrada (para bien y para mal) empresa brasileña Odebrecht.

Mi participación en esta obra fue de lo más modesta: simplemente fui el encargado de traducir al inglés los textos escritos por el propio Fruto y otros arquitectos, críticos y testigos de su accionar. Pero recibí como recompensa, aparte de un dinero que gasté hace mucho, un voluminoso ejemplar de los 1.500 que se imprimieron. Es uno de esos libros que una persona común y corriente nunca podría comprar, pues han sido pensados para formar parte de colecciones institucionales, como piedras angulares de la historiografía de hechos y personajes que eso que llaman “la sociedad” considera influyentes y trascendentes.

Y ahora abandonaré la retórica laudatoria para descender a lo didáctico, ya que muchos de mis lectores tal vez no conozcan el ABC biográfico, los datos esenciales de la historia del personaje. Para ayudar a divulgar esta información a los que no tienen la menor idea de quién era Fruto Vivas, aprovecharé que soy uno de los pocos afortunados que poseen un ejemplar del susodicho libro para citar la cronología publicada en la parte final de éste.


Fruto Vivas, uno de los nombres artísticos más hermosos que yo haya oído (su verdadero nombre es José Fructuoso), nació en La Grita, estado Táchira, el 21 de enero de 1928. Un acuariano nacido en pleno gomecismo, en la tierra misma del Benemérito dictador. A los 12 años ya se siente arquitecto y diseña y construye una pequeña capilla “con una carretilla llena de cal y un machete”. Años después estudiaría arquitectura en la Universidad Central de Venezuela. Antes de graduarse, el joven Fruto ya ha diseñado diversos proyectos, entre los que destaca una casa para el general Marcos Pérez Jiménez, su paisano tachirense, en Playa Grande, en el Litoral Central, en 1954. Actualmente, la casa es la residencia oficial del gobernador del estado La Guaira.


Todavía sin graduarse de arquitecto, realiza otro proyecto innovador: la sede del Club Táchira en Colinas de Bello Monte, dotada de un techo o membrana que él describe como “una gran cáscara de hormigón”, algo nunca antes visto en Caracas. En este proyecto colaboró por primera vez con el legendario arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, el célebre diseñador de la futurista ciudad de Brasilia.


Al año siguiente realiza en Mérida el Hotel Moruco, empleando el acapro, la madera del araguaney. En esta obra, las vigas de madera se unieron sin utilizar un solo tornillo, gracias a un ingenioso sistema de tarugos y cuñas. Ya para entonces se le encargaban numerosos proyectos públicos y privados en todo el país. En 1958, fiel a su perenne militancia comunista, viaja a la Unión Soviética, donde participa en un Congreso Internacional de Arquitectos en Moscú. El mismo año es invitado por el gobierno de la República Popular China, muy interesado en sus planes sociales de vivienda.

Durante los años 60, empieza a utilizar materiales innovadores, en particular estructuras metálicas ultralivianas. Sus ideas políticas le impiden convivir con los gobiernos venezolanos de entonces. En 1966 se establece por tres años en Cuba, donde es nombrado director del Centro de Investigaciones Técnicas. Allí trabaja con materiales de desecho, como el bagazo de caña, que utiliza en proyectos agroindustriales y habitacionales en La Habana.


Una de las obsesiones de Fruto Vivas es construir viviendas populares usando materiales tradicionales y de bajo costo, como bahareque, cartón, caña brava, excremento de animales, pulpa de sábila, latas y envases plásticos reciclados, estructuras metálicas prefabricadas, etc. Sus teorías sobre la Tecnología de lo Necesario, la arquitectura populista y de masas, la climatización de viviendas por medio de corrientes de aire, los ambientes bioclimáticos refrescados por plantas, se sintetizan en la arquitectura ecológica de los Árboles para Vivir.

La reivindicación del rancho, de la vivienda popular fabricada con cualquier material que hubiera a mano —“las casas más sencillas”— es uno de los temas que le acompañan durante toda su vida. Vale la pena volver a ver sus programas de televisión, en los cuales revela su faceta de educador y la  misma fe en “los poderes creadores del pueblo” de que hablaba quien fuera gran amigo suyo, el poeta Aquiles Nazoa. No es una falta de respeto decir que las casas que diseñó para gente pudiente eran en el fondo ranchos extraordinarios, bien pensados y bien ejecutados.


Entre sus muchísimas obras quisiera destacar la casa que construyó para sí mismo, conocida como El Tarantín, en las afueras de Barquisimeto. En esos tiempos (la casa se terminó en 1976) Fruto era un perseguido político obligado a vivir en la clandestinidad. El trabajo reúne diversos aspectos de su ideario arquitectónico: es una casa ultraliviana, con un peso de unos 12 kilogramos por metro cuadrado. “Un rancho bien hecho” de lata con piso de bahareque muy comprimido, paredes a base de aglomerado de caña revestido en baquelita, con doble techo de zinc y sembrado totalmente de árboles frutales criollos para asegurar un clima fresco. Como casi todas las edificaciones de Fruto, la casa fabricada en una ladera se eleva del suelo por medio de una estructura metálica.


Se habla mucho de la famosa Orquídea diseñada por Fruto como pabellón de Venezuela para una Exposición Universal en Alemania. Esta obra, con sus espectaculares pétalos móviles, tiene su historia y su leyenda. Pero yo prefiero hablar de Fruto como inspirador e ideólogo de la Misión Vivienda. Muchos de los urbanismos de esta última —desafortunadamente no todos— son claramente frutescos, en particular los que se encuentran en la avenida Libertador, cerca de la CANTV. Ahí podemos ver de
nuevo la idea del edificio que se levanta del suelo por medio de unas patas (tetrápodos y hexápodos) de inspiración orgánica. Sus obras parecen flotar, como si desafiaran la ley de gravedad. Otro detalle es el uso de “marcos portantes” combinados con mástiles metálicos para sostener estructuras modulares muy livianas, resistentes y fáciles de construir. Ideales para un proyecto masivo de viviendas destinadas a resolver un problema social.

Mi casa frutesca favorita es la llamada Los Guayabitos (1983), un espectacular rancho levantado sobre un cubo de concreto anclado en una ladera, sobre el cual se colocó una estructura de madera de acapro, con las paredes y el piso hechos de polietileno revestido con mallas metálicas frisadas con barro crudo con aglutinante de sábila. El resultado final es un gigantesco rancho de bahareque, sólido y ultraliviano, al que las vigas cruzadas de madera dan una hermosa apariencia rústica. Otra obra que me fascina es el Museo Dimitrios Demu en Lechería, con su espectacular vitral conocido como “El ojo de Dios”.


La penúltima parte del libro, quizás la más interesante, está dedicada a las obras soñadas pero nunca realizadas. La arquitectura siempre empieza con un sueño que debe luchar contra todo tipo de contratiempos que muchas veces logran frustrarlo. Entre los proyectos no realizados se cuentan algunos de los más revolucionarios: desde un terminal de pasajeros en Coche y un espectacular monumento a Manuela Sáenz, pasando por la segunda autopista Caracas-La Guaira y una versión totalmente diferente del Mausoleo detrás del Panteón Nacional, hasta las estaciones del metro de Guarenas-Guatire, que transformarían la vida de los desventurados millones que viven en esas ciudades satélites.

Dicen que todo arte aspira a ser como la música, pero en realidad la música es una arquitectura modelada en el tiempo y el silencio. Fruto Vivas me hace pensar que la palabra de origen griego “arquitecto” combina en sí las nociones de origen, principio, poder y mando (arkhe) con la de arte (techne); y me hace recordar a Aristóteles cuando éste afirma que el conocimiento de la causa (aitía) es lo que diferencia a los verdaderos artistas de los meros expertos, “pues los expertos saben el qué, pero no el porqué. Aquellos, en cambio, conocen el porqué y la causa.” Fruto cree que el porqué, el propósito de la arquitectura, es dar respuesta a las necesidades concretas del ser humano. En su compromiso con lo humano, lo social y lo popular, llega a ofender a los profesionales al promover una “arquitectura sin arquitectos”. Para él, la obra siempre es un hecho emocional, una arquitectura que conmueve o “arqui-ternura”.