En
2019 Mario Bunge cumplió cien años. No es infrecuente que los filósofos vivan
muchísimos años: Gorgias, por ejemplo, vivió 106 o 108 años, según la fuente
que se consulte. Más recientemente, Hans-Georg Gadamer falleció a sus 102 años.
Aparte de prolongada, se espera que la vida de un filósofo se caracterice por
la serenidad, la austeridad y la moderación, virtudes necesarias para la
meditación y el estudio; aunque los verdaderos filósofos son también amantes de
la polémica: creo que fue el sereno, austero y moderado David Hume que dijo que
su mayor diversión era discutir sus ideas con los que no estuvieran de acuerdo
con ellas, para argumentar y reducir al absurdo las tesis de sus contrincantes,
y en el proceso ganarse algunos enemigos. He aquí la gran diferencia entre
poetas y filósofos: mientras que los primeros se desviven por ser amados, los
segundos consiguen muchas veces ser odiados a muerte.
Bunge
es muy reconocido por su epistemología, o filosofía de la ciencia, o metaciencia, que sería la ciencia de la
ciencia (o el camino hacia la ciencia). Yo acepto plenamente su clasificación
de las ciencias en formales y fácticas: las formales se refieren a
objetos que no tienen existencia física, sino exclusivamente mental, y serían
esencialmente dos: la matemática y la lógica. Las fácticas estudian los hechos
perceptibles y ponderables y abarcan todas las otras: desde la física a la
biología, y desde la sociología a la psicología.
Esta es una clasificación
mucho más sensata que otra que se oye mentar mucho por ahí: ciencias duras y ciencias blandas, queriendo así diferenciar las que utilizan mucha
matemática y las que necesitan menos números y más “fineza del lenguaje”. Un
buen criterio para los flojos y para los que no han experimentado la revelación de la espiritualidad de la matemática. Yo, por
cierto, no soy muy bueno ni con los números ni con la lógica formal, pero
reconozco su belleza, y estoy convencido de que el problema es que los
profesores de matemática no saben develar a sus estudiantes la profunda hermosura
de su disciplina. Son precisamente estos docentes los más necesitados de comprender
la importancia de la filosofía y, dentro de ella, de la estética. Podrían
empezar por leer La Ciencia, su método y
su filosofía, de Mario Bunge.
Nacido en Buenos Aires en 1919, Mario Bunge es doctor en física y matemática. Aparte de eso es filósofo y ha recibido quince doctorados honoris causa. Entre sus más de cincuenta libros se cuenta un Tratado de Filosofía en nueve tomos, que yo nunca he leído (ni siquiera lo he visto de lejos). Recientemente leí uno mucho menos voluminoso: 100 ideas, un compendio de artículos de prensa, cuyo propósito, según el propio autor, es “informar, provocar, entretener y divertirme”. Pero antes quisiera contar por qué Mario Bunge me convenció de que era un filósofo de primera línea.
En
mi propia y personal interpretación de la historia de la filosofía, ésta abarcaba
inicialmente todas las formas de conocimiento, incluyendo el científico. Un
filósofo sabía de todo: teología, metafísica, poesía, historia; y además astronomía,
física, biología, química, medicina y todo lo demás. Pero eso cambió a partir
de la revolución científica del siglo XVII, después de Copérnico, Galileo,
Kepler, y sobre todo Newton.
Aunque este último llamaba a lo que hacía
“filosofía natural”, y además era alquimista, su uso radical e implacable de la
matemática y el cálculo creó una nueva realidad. Desde ese momento,
necesariamente, fue naciendo la especialización en el área científica, porque
era imposible que individuos aislados abarcasen todo el conocimiento. Con
Newton nació la física, con Boyle y Lavoisier, la química, y así sucesivamente.
Mientras
la ciencia desplegaba sus alas y se lanzaba a la conquista de la verdad verdadera con una exigencia cada
vez mayor de objetividad, la filosofía se quedaba atrás. Aunque Kant todavía hizo
algunos planteamientos dignos de ser escuchados, como su intento (fallido) de
sintetizar el racionalismo y el empirismo, la ciencia como tal empezó a seguir
su propio camino, cortando sin piedad con una navaja de Occam el cordón
umbilical que la unía a la vieja filosofía; y ésta quedó entonces a merced de…
los charlatanes. El primero fue Hegel y sus compinches, los románticos
alemanes. Más adelante aparecería Edmund Husserl, “el abuelo del
postmodernismo” (Bunge dixit),
creador de ese “engendro del racionalismo” llamado fenomenología, y sus seguidores, el más famoso de los cuales fue
Martin Heidegger.
En este punto quisiera hablar un poquito de mí mismo: si bien tengo ya cuatro títulos universitarios y estoy haciendo un doctorado, he sido llamado farsante y pirata por gente que siente una reverencia cuasi religiosa por tipos como Hegel y Heidegger y otros como ellos. Por eso, al expresar mi opinión en este espinoso asunto (o sea, que el rey está desnudo), me veo obligado a recurrir a la autoridad de figuras plenamente consagradas, para poder decir como Newton que “camino sobre hombros de gigantes”.
Tal vez soy
demasiado insignificante para adelantar mis propias dudas sobre Hegel, pero puedo
acudir a Schopenhauer (que lo llamaba “un vulgar e
ignorante filosofastro, que embadurna el papel con necedades y que echa a
perder por completo y para siempre las mentes con su huera palabrería”), o a
Lord Bertrand Russell (en sus Ensayos
Impopulares):
La filosofía de Hegel es tan extraña,
que nadie habría podido esperar que lograse hacer que hombres cuerdos la
aceptasen, pero lo logró. La expresó con tanta oscuridad, que la gente pensó
que debía de ser profunda. Puede ser fácilmente explicada con lucidez en
palabras sencillas, pero en ese caso su absurdidez se torna palmaria… Para
cualquiera que todavía albergue la esperanza de que el hombre es un animal más
o menos racional, el éxito de este fárrago de disparates debe parecerle
sorprendente.
Pero en el caso de Heidegger, mi campeón es y será siempre Mario
Bunge (con sus 15 doctorados honoris
causa sobre sus hombros centenarios). De los diversos escritos que ha dedicado a
combatir las pseudociencias y las “fobosofías”, me limitaré a referirme, por su
ejemplar brevedad, a los publicados en 100
ideas (en su edición digital, desde luego).
Antes de entrarle a Heidegger, veamos qué dice Bunge de Hegel: “Es
sabido que, hasta hace un par de siglos, no se distinguió entre filosofía y
ciencia. Los filósofos de la Contrailustración, en particular Hegel, Schelling
y Fichte, fueron los primeros en erigir una pared entre ambos campos”. Más
adelante afirma que “la ruptura final de la filosofía con la ciencia” se
consolidó con la hermenéutica post-hegeliana (Dilthey, Croce, Gentile), la
fenomenología husserliana y el existencialismo (Heidegger y Sartre), entre
otros.
Me gustaría añadir esta cita por los nombres que contiene: “Hay quienes,
como Hegel, Husserl, Heidegger y Derrida, han alcanzado fama por ser
incomprensibles”. (En otros pasajes también fustiga a Deleuze, Foucault, Bachelard, Vattimo, y en
general a los postmodernos). Además, dice Bunge, hegelianos, fenomenologistas y
existencialistas son oscurantistas, enemigos de la ciencia, y sus enigmáticos
escritos sólo sirven para sostener interminables discusiones escolásticas.
En cuanto a Heidegger, que según Bunge escribe como un monje
medieval anterior a Tomás de Aquino, aparece junto con Wittgenstein como el
filósofo más famoso del siglo XX. Pero mientras Wittgenstein amaba tanto la
claridad que sólo se ocupaba de asuntos triviales (según él, la filosofía no
era sino un malentendido entre gentes que no hablaban con claridad), Heidegger
es deliberadamente hermético, hasta el punto de que casi nunca se entiende lo
que quiere decir. Por cierto, la afiliación de Heidegger al nazismo es un tema
tabú entre sus admiradores. Al respecto, me quedo con la siguiente cita de
Bunge, que no tiene desperdicio:
(Heidegger) era un pillo que se
aprovechó de la tradición académica alemana según la cual lo incomprensible es
profundo. Y por supuesto adoptó el irracionalismo y atacó la ciencia porque,
cuanto más estúpida sea la gente, tanto mejor se la puede manejar desde arriba.
Por esto es por lo que Heidegger es el filósofo de Hitler, su protegido. Pero
al mismo tiempo su seudofilosofía es tan abstrusa que no podía ser popular. De
modo que al pueblo se le da una filosofía crasa, del suelo, lo telúrico, la
sangre, la raza. Y para la élite, fenomenología, existencialismo, esas cosas
abstrusas que nadie entiende, pero si usted dice que no entiende, pasa por
tonto. Si quiere hacer carrera académica tiene que tratar de imitar a estos
pillos, de lo contrario, se queda atrás… (Entrevista en El País, 2008).
El
existencialismo “es una doctrina sombría que no sirve para pensar ni para hacer
otra cosa que no sea deprimirse, destruir o destruirse”. Mientras Sartre
escribía buena prosa francesa cuando no estaba imitando a Heidegger, este
último masacraba la lengua de Goethe, Schiller y Heine garabateando disparates
como “el mundo mundea”, “la nada nadifica”, “la palabra es la morada del ser”,
“el tiempo es la maduración de la temporalidad”, y otras por el estilo.
Su
concepción egoísta y degradante del hombre como un ser angustiado y paralizado
ante la nada (la muerte) y su desprecio por la razón y la ciencia son afines y
muy convenientes al nazismo. Lo único que importa es “estar ahí” (el famoso Dasein) y “ser para la muerte” (sein zum Tode). Es la filosofía apropiada para un soldado dócil, sin razón ni emociones ni conciencia moral, que mata y se deja
matar en el más horrible campo de batalla de la historia: Stalingrado. Convertido
prácticamente en “una cucaracha complicada”, un “insecto electromecánico” que
“no se autoprograma, no se propone problemas nuevos, no se le ocurren ideas
originales, no comenta ni critica, no tiene sentimientos, carece de vida social
y de conciencia moral, etcétera”.
Para
concluir, me temo que yo nunca podría ser un buen profesor de filosofía, como
Savater, que en su programa de televisión habla indiscriminadamente de
cualquier filósofo famoso. Es sabido el refrán según el cual no hay disparate tan grande que no haya sido dicho por algún filósofo. Yo no podría hablar de Hegel o de Heidegger con
imparcialidad: creo que su influencia es funesta y que sólo vale la pena leerlos para revelar sus falacias y reducirlas al absurdo. Y ganarse de enemigos a los hegelianos/heideggerianos.
En
fin, le deseo a Mario Bunge que rompa el récord de longevidad para los filósofos
gozando de buena salud, disfrutando de su privilegiada lucidez y compartiéndola
con los que sabemos apreciarla.
P.S. Mario Bunge falleció el 24 de febrero de 2020 en Montreal, Canada, donde vivía desde hacía muchísimo tiempo. QEPD
P.S. Mario Bunge falleció el 24 de febrero de 2020 en Montreal, Canada, donde vivía desde hacía muchísimo tiempo. QEPD