martes, 31 de marzo de 2020

Ocio en cuarentena (o en busca de Rififí)

CoronaOcio

La insidiosa y tendenciosa BBC, órgano oficial de difusión y propaganda de la Pérfida Albión, sacó un artículo sobre cómo sobrevivir la cuarentena encerrado en casa con su pareja sin terminar divorciándose. Y es que el Reino Unido finalmente se ha unido a la tendencia mundial al “aislamiento social”, después de que el mismísimo primer ministro resultara positivo a la COVID-19 (precisemos: éste es el nombre de la enfermedad producida por el virus SARS-Co-V2). Pero nosotros, los cuatro gatos lectores de este blog, que practicamos el método paranoico-crítico de análisis de teorías conspirativas, y clamamos nuestra libertad de hacer interpretaciones irreverentes (e incluso estéticas) de los “fenómenos delirantes” que ocurren en el mundo, no nos dejamos impresionar por las apariencias, y sospechamos de todo, pero sin que la paranoia nos haga perder el buen humor. Entonces, quisiera empezar esta reflexión, en medio del ocio obligado por la histeria colectiva sin precedentes que nos rodea, repasando las últimas teorías conspirativas. 

Cortesía Getty Images
 Ahora resulta que EE.UU es el país con más casos en todo el planeta. Esto parecería contradecir la teoría conspirativa de que el virus fue elaborado por “los gringos”. Pero refinando nuestro enfoque paranoico, creemos que realmente son las élites plutocráticas maltusianas las que están detrás de toda esta conspiración; y su interés es, por un lado, incrementar el pánico para seguir controlando mejor a la gente de su propio país, y por otro, aprovechar la ocasión para deshacerse de un montón de viejos inútiles, de pobres arruinados y de tantos indeseables como sea posible. Para un paranoico ilustrado, el gobierno de EE.UU no es más que una fachada: el verdadero poder está en manos de gente que no vemos ni conocemos. Algunos lo llaman “el estado profundo”, que responde a los mandatos de los plutócratas del “complejo militar-industrial” (y tecnológico-mediático). Eso explicaría las decisiones aparentemente alocadas y erráticas del gobierno estadounidense: sus funcionarios no son más que marionetas y ratones de laboratorio con los que juegan y experimentan los verdaderos poderosos. 

New Orleans bajo las aguas. Cortesía Pacific Standard
Más allá de toda pose cínica, esta crisis parece demostrar que los países acostumbrados a una organización de tipo socialista pueden reaccionar mejor ante una urgencia colectiva que los que no lo están. Recordemos la no tan lejana crisis del huracán Katrina: Cuba, un pequeño país periódicamente azotado por los ciclones, demostró tener un sistema social bien organizado para evacuar, proteger y minimizar los daños a su población. Por contraste, cuando llegó el Katrina a Nueva Orleáns, el gobierno gringo sólo pudo decir “sálvese quien pueda”, y únicamente los que tenían sus propios vehículos pudieron salir de la ciudad, que quedó arrasada y llena de damnificados indefensos. Pero veamos el otro lado de la moneda: la disciplina social está muy bien, pero el control social me parece preocupante. Una consecuencia de esta crisis será el aumento del control de los gobiernos y las corporaciones sobre los individuos. Ed Snowden ha dicho que, combinando las tecnologías de comunicación e interconexión con la inteligencia artificial, “ellos” (¿los verdaderos dueños del mundo?) ahora no sólo saben dónde uno está, adónde va, con quién habla (y de qué), qué lee, etc., sino que además conocen nuestra presión arterial, temperatura corporal, cuántos latidos por minuto da nuestro corazón, etc. 

Cortesía Hypertextual
 Aunque yo reconozco las ventajas del colectivismo, sigo siendo un individualista, y no puedo aceptar que eso sea un pecado. No es que yo quiera tener más o que me crea más que los demás, es sólo que siento que mi individualidad es preciosa. Esto que yo soy, con todas sus limitaciones, esta máscara, es lo único que es realmente mío (aunque los budistas afirman que es sólo una ilusión, y probablemente tienen razón). Ciertamente, los chinos (y en general los orientales) son un pueblo (por no decir una raza) con una poderosa tendencia al colectivismo, y yo los admiro por eso. Ese rasgo, junto con su estoicismo natural, los hace más fuertes que los occidentales, y también explica su adhesión al comunismo. Pero a mí me molesta sentir que hay un Gran Hermano que sabe todo sobre mí sin mi consentimiento. Aunque no debería angustiarme tanto: en este momento ni siquiera tengo celular (pero creo que lo necesito, ¿cómo voy a saber mi estado de cuenta en el banco? Puede que sea una necesidad creada, artificial, pero también es propia de alguien que vive en esta sociedad… y para no vivir en sociedad tendría que ser una bestia o un dios.)

Cortesía eltribunero.com
Y ahora, mis queridos cuatro gatos paranoico-críticos, recordemos que hace unos días, en plena pandemia, apareció el fiscal general de EE.UU —con su cara mofletuda que a mí me recuerda al perrito Droopy— acusando al presidente de Venezuela y a todo el alto gobierno de narco-terroristas, y ofreciendo recompensas multimillonarias por ellos. No los pedía “vivos o muertos”, pero sólo eso faltaba. Todo ello en el contexto de otra conspiración que había fallado porque capturaron unas armas y los involucrados se fueron de la lengua y salpicaron a un gentío: al gobierno colombiano, las agencias de inteligencia estadounidenses, los políticos venezolanos de oposición… Parecía ser un capítulo más de la misma telenovela, pero en este caso hay un antecedente muy preocupante: la acusación contra Manuel Noriega que justificó la invasión de Panamá en 1989. 


Basta con hacer un breve repaso de la historia para entender que el narcotráfico y el imperialismo siempre han sido como uña y mugre. Empecemos por las Guerras del Opio del Imperio Británico contra China. Desde que la Compañía Británica de las Indias Orientales llegó a Cantón en el siglo XVIII, se dedicó a estimular la adicción a las drogas en gran escala para debilitar y degradar a los chinos y obligarlos a comprar el opio que producían sus plantaciones en la India. Cuando los chinos quisieron reaccionar destruyendo los cargamentos de droga, los británicos invocaron la Libertad de Comercio (Free Trade) y los aplastaron a cañonazos. China tuvo que abrir todos sus puertos al narcotráfico, que se impuso ya desde mediados del siglo XIX como el negocio más rentable del mundo, con su capital en Hong Kong y en la infame City, el distrito financiero de Londres. En otras palabras, el Reino Unido es un narcoestado desde hace siglos. Las redes de lavado de dinero creadas desde esa época todavía están ahí y son uno de los pilares del capitalismo financiero mundial. 

 Después de la Segunda Guerra Mundial, el Imperio Británico colapsó, pero pasó la antorcha del imperialismo narcotraficante a su heredero: los EE.UU. Desde su creación, la CIA estadounidense ha estado ligada al narcotráfico. No sólo continuaron la tradición del negocio del opio y la heroína en el sudeste asiático, sino que controlan desde sus inicios la producción y el tráfico de cocaína, primero en Colombia y últimamente en México. Dicen que una de las causas de la caída de Richard Nixon fue la creación de la DEA en 1973 para contener los desmanes del narcotráfico. Al querer atacar el problema desde sus verdaderas raíces en las instituciones bancarias y redes de distribución mundiales, Nixon se convirtió en un estorbo para gente “demasiado poderosa para caer”, que acabaron con él montándole el escándalo Watergate. Tras la renuncia de Nixon, la DEA pasó de agencia para combatir el narcotráfico a ser su alcahuete. Dondequiera que hay producción y tráfico de drogas está la DEA, y dondequiera que está la DEA aumenta exponencialmente el negocio del narcotráfico. En los 80, bajo la presidencia de Ronald Reagan, se metieron en el escándalo Irán-Contras, mucho peor que el de Watergate: no se trataba de que el presidente de EEUU espiaba a todo el mundo, sino que usaba el dinero del narcotráfico para financiar operaciones de guerra sucia. Sin embargo, el sistema protegió a Reagan, sacrificando a algunos chivos expiatorios.

 
Cortesía Amazon.com
Los narco-escándalos que involucran a la CIA y la DEA son muy numerosos. Bastaría con mencionar los casos de Afganistán, donde la presencia militar de EEUU sólo ha servido para multiplicar la producción de opioides; o de Colombia, donde las nueve bases militares estadounidenses parecen proteger más que combatir el tráfico de cocaína. Entonces, volviendo a la acusación contra el gobierno “narco-corruptísimo” de Venezuela, la parte acusadora simplemente no tiene ninguna credibilidad. Lo que quieren es compensar el ridículo fracaso de esta última aventura con una bravuconada destinada sobre todo a apaciguar a los perros rabiosos de la Florida, un estado con 29 votos en el colegio electoral que Trump no se puede dar el lujo de perder. En cuanto al caso de Noriega, éste era un agente de la CIA con un rol protagónico en la operación internacional de lavado de dinero. Dicen que cayó en desgracia cuando descubrieron que vendía información sobre la Contra nicaragüense a los soviéticos, que se la pasaban a los sandinistas. Un caso parecido al de Sadam Hussein, que era el gran aliado de EEUU en el Medio Oriente hasta que se le pasó la mano y fue reinventado como tirano apocalíptico. 

Noriega alias Cara'e piña y sus compinches de la DEA (alainet.org)
Este mundo traidor tiene el arte que se merece, como dice el tango (el mundo fue y será una porquería… el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente… los inmorales nos han igualao…). Oscar Wilde tenía razón, la vida imita al arte, un arte que asume las formas sórdidas de la corrupción más profunda, de la total falta de valores, de la paranoia que nace de no poder confiar en nadie. Esas formas oscuras nacidas en los bajos fondos incluyen el tango, el blues (low down dirty blues), los dibujos de George Grosz, y el cine negro o film noir. En el ocio forzoso de la cuarentena y gracias a YouTube, he pasado horas viendo algunas viejas películas de este género, que apareció con fuerza después de la Segunda Guerra Mundial y duró hasta finales de los cincuenta. Los horrores de esa guerra produjeron un ambiente de total corrupción donde lo único que podías esperar de tus semejantes eran puñaladas, disparos y traiciones. Los únicos honestos eran los delincuentes, que al menos se arriesgaban profesionalmente dando golpes audaces e ingeniosos, sólo para ser traicionados por ricachones cobardes y aprovechados, como sucede en la magnífica Asphalt Jungle. Nunca fue tan bella Marilyn Monroe como en ese papel de ninfeta adolescente mantenida por el elegante viejo verde al que llamaba “tío”. 

Cortesía allposters.com
 La fotografía en blanco y negro es el único medio que le hace justicia al claroscuro de la noche apenas alumbrado por las luces artificiales de las ciudades del pecado y el crimen donde se desarrolla el verdadero film noir. Y sus protagonistas son todos perdedores cuyos proyectos para triunfar en la mala vida siempre terminan en desastre por muy endurecidos y sinvergüenzas que pretendan ser. Quiero hablar de un descubrimiento que hice recientemente: el cineasta estadounidense Jules Dassin, autor de varias películas negras extraordinarias, cuya vida también fue una aventura digna de ser contada. Hijo de inmigrantes judíos provenientes de Odessa, se unió siendo muy joven al Partido Comunista de EEUU. Aunque abandonó su militancia en 1939, cuando Stalin firmó el pacto de convivencia con Hitler, terminó siendo víctima de la paranoia anticomunista que se desató después de la guerra. Eran los días de la infame caza de brujas encabezada por el senador Joe McCarthy, fanático perseguidor de la subversión comunista, quien basó su carrera política en la denuncia de supuestos espías y agitadores al servicio de la Unión Soviética que habían infiltrado todas las instituciones de EEUU, incluyendo el gobierno, las universidades y sobre todo la industria del cine. McCarthy encarnó una obsesión nacional por extirpar el comunismo a partir de 1950. Esta persecución, apoyada en campañas de desprestigio y calumnia, obligó a importantes figuras del cine a emigrar, entre ellas el mismísimo Charlie Chaplin.

Joseph McCarthy (cortesía theepochtimes.com)
Jules Dassin se había ganado una fama muy merecida con tres películas negras estupendas: Fuerza Bruta (Brute Force, 1947) con Burt Lancaster, donde hay un motín en una cárcel que es una obra maestra; La Ciudad Desnuda (The Naked City, 1948), un clásico que años después inspiraría una memorable serie policiaca de TV que siempre terminaba con el famoso lema: “Hay ocho millones de historias en la Ciudad Desnuda, ésta es tan sólo una de ellas”; y Mercado de Ladrones (Highway of Thieves, 1948), una historia de camioneros llena de personajes extraordinarios. Cuando ya se decía que Dassin era uno de los mejores cineastas estadounidenses de la postguerra, los mccarthystas desenterraron su pasado comunista y lo metieron en una “lista negra” que le impidió seguir trabajando en Hollywood. Su siguiente película tuvo que hacerla en Londres y es uno de los mayores exponentes del film noir, con el título perfecto que define el género: La Noche y La Ciudad (Night and the City, 1950). Incluye todos los elementos de los que hemos hablado: protagoniza el perdedor Harry Fabian, anti-héroe predestinado al fracaso y la muerte (interpretado por Richard Widmark), y una serie de malvivientes a cual más oscuro y corrupto que también terminan mal, en un ambiente decadente y violento que arrastra a los pocos personajes honestos -como el luchador greco-romano Gregorius (que odiaba la farsa de la "lucha libre") o la hermosa Mary (Gene Tierney, famosa belleza de la época que nadie se explica por qué está enamorada de un pillo como Fabian)- a un final funesto. 


Y para terminar: execrado de Hollywood, y tras varios años de desempleo, Dassin aparece en París con el proyecto de llevar al cine una novela de delincuentes, malandros, tipos rudos y mujeres fatales que quería ser el non plus ultra del cine negro. Realizada con actores y técnicos franceses dirigidos por Dassin, Rififí (1955) es una leyenda del género… que nunca he visto. No sé si existe en DVD, lo cierto es que no aparece en YouTube (ni en Vimeo, el otro proveedor gratuito de videos en Internet). Y por eso, mis apreciados cuatro gatos lectores, es que estoy en busca de Rififí. Agradecería si alguno de ustedes sabe dónde conseguirla. Me gustaría dedicarle unas horas de ocio en cuarentena. Y hasta gastaría lo que no tengo para comprar una botellita de algún licor espirituoso y celebrarlo.


viernes, 20 de marzo de 2020

Divagaciones en cuarentena (o menjurje con jengibre)

Cortesía Diario Vasco
El año 2020 empieza a mostrarse tan interesante como prometía. Llegamos al equinoccio de primavera y tenemos al mundo entero enmascarado y en cuarentena. No se habla de otra cosa, los medios de comunicación masivos se volvieron monotemáticos y obsesivos: el virus de la corona en su última mutación acapara el escenario mundial. Nos dicen que la cosa empezó porque los chinos (esa gentuza amarilla, pagana y comunista) comen murciélagos (y un curioso animalito llamado pangolín… aparte de gatos salvajes, cuernos de rinoceronte y otras delicias). Aprendí una nueva palabra: zoonosis, que se refiere a una enfermedad propia de animales pero que puede transmitirse a los humanos. Hay una larga lista de estas afecciones, con nombres tan suntuosos como leishmaniasis o toxoplasmosis. Habría que incluir también al virus del SIDA, el legendario VIH: ¿no se dijo que se había originado en los simios africanos y que estos se lo habían pasado a la gente (hablemos claro: a los negros) por comérselos o por tener contacto sexual con ellos? 
Pangolín (cortesía Diario16)
 A mi modo de ver, lo que está planteado es realmente un desafío a nuestra capacidad de pensamiento crítico: ¿cuánto de esto es paranoia, manipulación, engaño? ¿Hay una operación psicológica detrás de todo esto? Porque se habla de una pandemia, de un virus, pero inmediatamente después se habla del desplome de los mercados, de los índices bursátiles (y de los precios del petróleo… todo a la vez). La temida crisis que todos esperaban aparece de repente de la manera más agresiva e inesperada. Algunos hasta recuerdan el crack de 1929, el legendario Viernes Negro, el primer día de la Gran Depresión, pero esta vez complicado por una epidemia muy sui generis. ¿Cómo tratar este tema sin caer en el ridículo, sobre todo por mi evidente ignorancia tanto de medicina como de economía? Y sobre todo, ¿cómo evitar la repetición de los consabidos lugares comunes?

Giovanni Boccaccio
  Se me ocurre empezar contando una historia que a su vez empieza cuando “ya habían los años de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios llegado al número de mil trescientos cuarenta y ocho”, y Giovanni Boccaccio, poeta y seguidor del gran Dante Alighieri, se encontraba en la hermosa ciudad de Florencia, desde donde pudo presenciar la llegada de una verdadera pandemia: la Peste Negra. Esa no era una gripecita con un promedio de letalidad del 2% y que mata sobre todo a los muy ancianos. No, ése era el cuarto jinete del Apocalipsis, mensajero de la muerte, del horror y el infierno. Llenaba el cuerpo de sus víctimas de unas llagas negras espantosas que el pueblo llamaba “bubas” y que se hinchaban y se esparcían y en menos de tres días causaban la muerte, sin que hubiera remedio ni tratamiento que pudiera evitarlo. Infectaba por igual a los que tocaban a los enfermos y a las posesiones que habían sido de aquellos desdichados. Se sabía que venía del Oriente y que allá había matado a muchos. En su paso por Europa, se estima que mató a una tercera parte de la población (25-30 millones de personas). Pasarían siglos antes de que Europa recuperase el nivel de poblamiento que tenía antes de la peste de 1348. 

Médicos de la Peste
 Aquí podemos colocar un pequeño inciso de índole histórica-estética referente al uso de máscaras, no para disfrazarse u ocultarse, sino para protegerse. Durante los peores momentos de la Peste Negra se designó a un grupo de personas denominadas Médicos de la Peste, que, como también cuenta Boccaccio, no necesariamente tenían una preparación médica óptima, pero servían como una especie de mercenarios profilácticos que reforzaban las mermadas filas de los trabajadores de la salud. Estos personajes, al menos desde el siglo XVII (porque la de 1348 no fue ni la primera ni la última peste que asoló el mundo) usaban un atuendo especial para protegerse del contagio, cuyo rasgo más llamativo era una máscara de cuero bastante siniestra con forma de pico de ave, completada con unos lentes de vidrio sobre los ojos. El pico iba relleno de paja a modo de filtro contra el miasma o “mal aire”, a la que se añadían sustancias aromáticas para atenuar el hedor cadavérico. Estas macabras figuras pueden haber inspirado otro célebre relato sobre la peste, La máscara de la muerte roja, de Edgar Allan Poe.

 
Volviendo a Boccaccio, éste nos cuenta cómo la anarquía se apoderó de Florencia, hasta que cada quien terminó haciendo lo que le daba la gana: o bien se encerraba para someterse a una austeridad extrema, o se entregaba a la orgía y el desenfreno. La propiedad dejó de existir, las casas abandonadas por sus amos muertos o enfermos se volvieron de uso común, la autoridad desprovista de servidores no tenía poder para hacerla respetar. Todos huían de los enfermos, los abandonaban a su suerte y, si podían, dejaban la ciudad, totalmente impregnada por la pestilencia de los cadáveres. Entre marzo y julio (interesante destacar esas fechas) murieron unas cien mil personas dentro de los muros de Florencia. 

Triunfo de la muerte. Pieter Brueghel el viejo (detalle)
 Para contrarrestar tanto horror, Boccaccio se imaginó un grupo de hermosas damiselas y agraciados galanes que, huyendo de la funesta mortandad, se refugiaron en una hermosa casa campestre, donde se obligaron a dedicarse a actividades placenteras que alejaran sus pensamientos del espanto de la peste. Así nació el famoso Decamerón, un compendio de historias de tema amoroso o picaresco que los jóvenes amigos contaban para distraerse. Más de 600 años después, yo ahora invito a mis cuatro gatos lectores a aprovechar la ociosidad forzada de la actual cuarentena para hacer algunas reflexiones (no necesariamente placenteras ni agradables) sobre lo que está ocurriendo. Y propongo invocar para este fin los principios de la Escuela de la Sospecha, inspirada en los tres héroes del pensamiento crítico: Marx (sospecha de tu sociedad), Nietzsche (sospecha de tu cultura) y Freud (sospecha de ti mismo). 

 
El primer tema a tratar es el de las teorías conspirativas. Parece que no se puede escapar de ellas, pues las explicaciones oficiales de ciertos sucesos turbios de la historia reciente suelen ser más increíbles que las versiones alternativas, descalificadas precisamente como teorías conspirativas. Pero ¿quién está conspirando? Consideremos el siguiente ejemplo: siempre que ocurre un siniestro de aviación, quedan esparcidos por todas partes los restos de algo tan enorme como un avión de pasajeros: alas destrozadas, los inmensos motores, la cola, el tren de aterrizaje… Pero según la versión oficial y respetable, que debemos creer so pena de ser considerados paranoicos, los aviones que supuestamente chocaron contra las Torres Gemelas y el Pentágono el 11 de septiembre de 2001 “se volatilizaron”, las temperaturas fueron tan altas que no quedó ni un átomo de ellos… Ah, pero además tenemos que creer (entre muchas otras cosas fabulosas) que el pasaporte de uno de los terroristas que no se desintegró junto con las toneladas de acero de las aeronaves fue hallado por los perspicaces servicios de inteligencia que sin embargo habían fallado lastimosamente en prevenir los atentados. 

Cortesía Sputnik News
 En el caso que nos ocupa ahora, la explicación oficial que circula en los medios occidentales es que los chinos, que tienen la fea y poco higiénica costumbre de beber sopa de murciélago, desataron con la complicidad de su represivo, ineficiente y opaco gobierno comunista la pandemia que tiene a buena parte de la humanidad en cuarentena. La Teoría Conspirativa, descalificada por esos mismos medios, es que el virus fue producido por laboratorios de guerra bacteriológica, pero ¿de quién? Los chinos tienen los suyos, sin duda, pero los estadounidenses los tienen más grandes y más poderosos… además de que existen antecedentes de que los militares y agencias de inteligencia de EEUU han usado elementos biológicos contra su propia población. En todo caso, desde sus respectivos canales oficiales, chinos y estadounidenses se acusan mutuamente de haber extendido al campo bioquímico la guerra económica en que están enzarzados desde hace años. 

Cortesía BBC
A pesar de las dramáticas declaraciones del alcalde de la ciudad italiana de Bérgamo, que según la BBC dice que ha tenido “que abrir el cementerio de la iglesia para alojar la gran cantidad de cadáveres”, sigo sospechando que esta historia del virus coronado tiene todos los elementos de una operación de psicología de masas que pretende utilizar el temor y el racismo para demonizar a China, del mismo modo que el 9/11 fue usado para demonizar al Islam (véase este artículo de Kevin Barret). Y me parece también sospechoso que los dos países más afectados por la pandemia sean precisamente Italia (el aliado más importante de China en la Unión Europea) e Irán (otro aliado estratégico de los chinos y el peor enemigo de los anglo-sionistas en el oriente medio). Desde luego, no tengo ninguna prueba, sólo puedo opinar que medios como la BBC se usan constantemente como armas de propaganda en apoyo de la agenda imperialista internacional. Por esa razón siempre leo la BBC, para saber hacia dónde están apuntando los cañones mediáticos. 


El método paranoico-crítico, propuesto por Salvador Dalí como un “método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetividad crítica y sistemática de las asociaciones e interpretaciones de fenómenos delirantes”, es una metodología ideal para aplicarla en nuestro análisis teorético-conspirativo de lo que está ocurriendo, desde los recovecos donde la cuarentena global nos ha obligado a refugiarnos. Empiezo por darle la razón a José Sant Roz, que ha escrito que los venezolanos estamos tan encallecidos después de años sometidos al pandemonio de la guerra psico-económica que bien podemos resistir cualquier pandemia. Desde Washington, el señor Trump sigue hablando del “virus chino” y se ha planteado una competencia patética entre gringos, chinos, rusos, alemanes, israelíes y hasta cubanos para ver quién produce la primera vacuna contra el fulano virus. Mientras tanto, el dengue y el ébola siguen matando gente, pero sin protagonismo mediático. ¿Qué pasó con los refugiados que Turquía había dicho que no iba a seguir conteniendo? ¿Y los centroamericanos que iban a derribar el muro de Trump? ¿Declararon cuarentena para detener la guerra en Siria y en Yemen? ¿Por fin se va a hundir el dólar y arrastrar consigo toda la economía mundial?


¿No es terriblemente sospechoso que hace unos meses se reunieran Bill Gates y otros plutócratas y especialistas médicos y financieros en un simposio llamado Event 201 para discutir las posibles acciones a tomar en caso de que se desatara una pandemia? Resulta que el escenario ficticio que se manejó en esa simulación era una epidemia global causada por una variedad brasileña de coronavirus porcino que causaría decenas de millones de muertos al mismo tiempo que una hecatombe financiera generalizada. Ya sabemos que la élite plutocrática mundial es malthusiana y está empeñada en disminuir la población del mundo a cualquier costo. Los experimentos biológicos junto con las campañas propagandísticas para hacer lavados de cerebro masivos nunca se han detenido. En el caso del 9/11, la intención era crear un justificativo para las guerras que presenciamos en las primeras décadas del siglo XXI. Esas guerras han llegado a un punto de estancamiento. Tal vez los innombrables que mueven los hilos han decidido buscar un nuevo catalizador, un evento catastrófico que dé pie a nuevas guerras para que sigan enriqueciéndose. La Gran Depresión de los años 30 terminó en la II Guerra Mundial. La Gran Depresión Coronada puede terminar en un Apocalipsis zombi, en el ansiado Armagedón por el que se babean los cristianos sionistas. ¿Será que los paranoicos, definitivamente, tienen razón? 




domingo, 1 de marzo de 2020

No es lo mismo amuñuñarse que escuañangarse

Este libro fue publicado clandestinamente hace muchísimos años ya. Como diría Cervantes, no hay un libro tan malo que no tenga algo bueno. Yo digo que su mayor pecado fue hacer algunas promesas que no cumplió, como la escritura automática, inspirada en la improvisación en el jazz. Pero tiene una parte rescatable, que mucha gente (de los poquísimos que lo han leído) no entiende, y es la parte donde sólo aparecen los títulos de los (supuestos) poemas.

Traducción algo imperfecta de las primeras notas de Bill Evans en el álbum Kind Of Blue
Quizás el autor tuvo demasiada confianza en el poder evocador de la palabra: el lector estaba obligado a hacer su propio poema (en su mente o en su espíritu) apoyándose únicamente en el título. Quizás es una forma de pereza (en vez de escribir el libro, escribo solamente el título... que fácil). En todo caso, el título de una (supuesta) obra de arte tiene una enorme importancia que nunca debe subestimarse. Es el primer encuentro del espectador con la obra. De hecho, es una obra en sí misma.

Apurrú-Ñame
En fin, aprovecho la ocasión para publicar estos trabajos de edición digital que quisiera compartir con mis selectísimos lectores. Sus títulos están inspirados en los de las viejas Ballenas Epilépticas. No sé si significan algo, pero cualquier obra que aspire a ser de arte debe dejarle al espectador la tarea de darle el significado que éste quiera.

El Ñame de Apurrú
Aunque siempre digo que la fotografía digital es un medio diferente a la tradicional o analógica que se imprime sobre papel, creo que estas fotos alteradas se verían buenísimas copiadas en un buen papel fotográfico, o "plata sobre gelatina", como dicen los fotógrafos.

Moñoño
Las sugerencias son eróticas, sin duda, pero la lectura y los detalles, insisto, dependen del espectador como individuo.

Ñandú Ñángara
Los contrastes y las texturas me hacen pensar incluso en el claroscuro que se logra en el grabado sobre metal.

Ñoquis a la Ñaña
También siento una cualidad onírica y una especie de llamado lejano de la adolescencia y de la infancia, de una inocencia perdida y recuperada y vuelta a perder y a recuperar...

Dame una Ñinga, Ñato
Hoy es un día peculiar, realmente un 30 de febrero de un año capicúa, y yo presento mis propias rarezas para mis raros lectores y veedores y mirones... Salud y un trago de ponsigué.