Éste
es un excelente título para un compendio de ensayos. Aunque también podría ser
el título de una novela, o de una serie de relatos que después hasta podrían
ser adaptados al cine (cuando termine la cuarentena… si es que termina). Si
alguien me roba ese título, significará que alguien me ha leído, y que le gustó lo suficiente como para robarlo. Con eso voy
sobando mi ego maltratado, mi pequeña vanidad de escribidor.
El
estado de ánimo del momento actual se resume en aquella canción de Pink Floyd: Comfortably numb (cómodamente
entumecido, traduce google. Numb
significaría “desprovisto o disminuido en su capacidad física o mental de sensación
y movimiento”). Todos estamos como el preso tras varios meses en confinamiento
solitario, con la rebeliosidad disminuida, aprendida la lección de que conviene
ser obediente y darle al verdugo lo que pida con tal de volver a la
“normalidad restringida” — el paseíto bajo el sol en el patio del presidio, la
comida en el comedor, los jueguitos de póker entre las celdas. El mayor experimento
social de la historia global empieza a dar resultados, ahora el rebaño va donde el
perro lo lleva ladrando. Muertos de fastidio, bostezando, aceptamos el
totalitarismo que se nos ofrece como la única manera de volver a creer en el
libre albedrío. Salivamos como perros de Pavlov cuando suena la campanita.
Tirado
en una tumbona, mirando el techo con los ojos girando, inyectados en sangre tras horas
de ver series y películas de Netflix, pensando vagamente en qué vendrá, acepto
que los chinos están mejor entrenados para todo esto y que Corea del Norte es
el modelo a seguir (ni una basurita en sus impecables calles, el paso de ganso
de sus militares es perfecto, nadie se
queja). Esa gente ya vivió situaciones extremas como ésta, que a nosotros
blandengues nos parece el fin del mundo: la política de un solo hijo, el
exterminio de los gorriones, la Revolución Cultural… Ahora, cómodamente
entumecidos, entran finalmente en la meta-trans-post modernidad desplegando la
bandera del 5G, invencibles, disciplinados, des-individualizados… destinados a
heredar el hormiguero del mundo por derecho propio…
La
siempre insidiosa BBC reporta sobre el gaokao,
el super-mega examen nacional de admisión a la universidad al que los
estudiantes chinos recién graduados de secundaria deben someterse cada año. El
resultado del examen determinará la vida del joven, la posición que tendrá en
el hormiguero en el futuro. Tras años de preparación, el examen dura nueve
horas. Seguramente la presión social pesa mucho más en el ánimo del estudiante que el propio contenido del examen. Puedo
imaginar el aumento en la tasa de suicidios después de que se publican los
resultados. Los orientales son estoicos y tienen debilidad por el suicidio:
antes muertos que deshonrados.
Los
chinos la tuvieron bien dura desde que los occidentales empezaron a meter el
hocico. Guerras, masacres, hambrunas, rebeliones, señores de la guerra y la
furia de los elementos plagaron la tierra durante un siglo, hasta que Mao
consolidó su dominio sobre la China continental en 1949. Los experimentos
sociales que siguieron también fueron durísimos. China prevaleció finalmente, y
ahora es la potencia indiscutible del área, dejando atrás a su único competidor,
Japón, promotor del "capitalismo sabio" que fue duramente castigado por el pavoroso terremoto-maremoto que destruyó la
planta nuclear de Fukushima. Japón nunca se ha recuperado de ese golpe. Desde
entonces sólo se habla de China. Pero enfrentar y aguantar condiciones de
dureza extrema parece ser parte de la vida cotidiana de los orientales. Así se
templó su acero. Los admiro y casi los envidio. Pero yo soy epicúreo, nunca
estoico.
La
cuarentena sirvió para desaparecer varios movimientos contestatarios callejeros
que pululaban a finales del año 19 (que será recordado como el último de la
vieja era). Fue la única manera de hacer que los chalecos amarillos dejaran de
salir los sábados. En muchas otras partes había gente en la calle: Chile,
Colombia, Líbano, Hong Kong... Pero lo que vimos hace un par de semanas y que
se hacía pasar por marchas y protestas contra el racismo en EE.UU me pareció bastante
sospechoso: es obvio que hay alguien detrás, son revoluciones de color, vulgares guarimbas aplicadas
a los propios EE.UU, parte de un golpe de estado contra Trump muy parecido a la
histeria anti-Chávez desatada en 2002-2003 y que no debemos olvidar. Todos los mega-medios
cartelizados a favor de los patéticos demócratas, la pandilla de los Clinton y
los Obama, demagogos, mentirosos, apocalípticos pero integrados. Por eso me
gusta decir que en EE.UU hay dos partidos: los demoblicanos y los repúcratas. Es
un sistema que cayó en su propia trampa y ya no puede salir de ella.
Ahora
viene una especie de totalitarismo tecnológico. La propuesta está ahí: lo
primero serán los tecno-implantes. La desaparición del papel moneda creará la
necesidad de prescindir de métodos tan anticuados como las tarjetas de débito o
crédito. Si puedes poner toda la información sobre una persona en un nanochip,
¿por qué no implantárselo en el cuerpo? Puede ser en la nuca, pero también en un
dedo. Poco a poco los lectores de estos chips estarán en todas partes. Y el que
no se deje implantar no podrá comprar ni pagar nada. Por supuesto, toda la
información estará en manos de los entes reguladores de los chips: los poderes
fácticos, no sólo los gobiernos. Sólo los hackers serán realmente libres. O soñarán con serlo.
Pero por otro lado, quiero registrar un rasgo de optimismo. No todo será distopía: viene el reino del dinero virtual. La cadena de bloques (blockchain), el primer sistema global pero independiente de los poderes fácticos, un monstruoso robot financiero capaz de autorregularse, promete manejar una economía liberada de los formalismos, papeleos y demás trucos con que los bancos nos estafan desde siempre. La mejor profecía que he oído en medio de esta proliferación de profetas provocada por el ambiente apocalíptico en que vivimos es ésta: Venezuela volverá a ser uno de los países más ricos del mundo, como le corresponde. Después de la hiperinflación, vendrá la hiper-bitcoinización (Venezuela tiene todo lo que se necesita; entre otras cosas, electricidad barata). Preparémonos para todo lo inesperado. Lo que no ha sido, será. La ciencia ficción es ahora mismo redundante e inútil porque todas las predicciones que hizo se están empezando a cumplir. Necesitamos la post-ciencia ficción.
Pero por otro lado, quiero registrar un rasgo de optimismo. No todo será distopía: viene el reino del dinero virtual. La cadena de bloques (blockchain), el primer sistema global pero independiente de los poderes fácticos, un monstruoso robot financiero capaz de autorregularse, promete manejar una economía liberada de los formalismos, papeleos y demás trucos con que los bancos nos estafan desde siempre. La mejor profecía que he oído en medio de esta proliferación de profetas provocada por el ambiente apocalíptico en que vivimos es ésta: Venezuela volverá a ser uno de los países más ricos del mundo, como le corresponde. Después de la hiperinflación, vendrá la hiper-bitcoinización (Venezuela tiene todo lo que se necesita; entre otras cosas, electricidad barata). Preparémonos para todo lo inesperado. Lo que no ha sido, será. La ciencia ficción es ahora mismo redundante e inútil porque todas las predicciones que hizo se están empezando a cumplir. Necesitamos la post-ciencia ficción.