viernes, 17 de abril de 2020

El rebaño inmune (a costa del individuo)



Toda esta locura que nos restriegan y machacan todo el tiempo seguramente está sirviendo de inspiración para artistas, poetas, filósofos, místicos y otros majaderos. Ocio, soledad, tristeza y silencio son ingredientes perfectos para confeccionar alguna bagatela artística, o quizás alguna reflexión catártica que alivie el dolor y el miedo. Se dice que toda obra que valga la pena nace de un 1% de inspiración y un 99% de transpiración. Este lema emblemático del genio práctico anglosajón se atribuye nada menos y nada más que a Thomas Edison. La transpiración, el esfuerzo, consiste en este caso en tratar de poner algún orden en las dispares interpretaciones de los fenómenos delirantes que estamos viviendo para exponerlas de modo que puedan iluminarnos. La primera reflexión que hay que hacer es que, en la situación actual, todos somos prisioneros del miedo. Es necesario darse cuenta de eso: tenemos miedo a enfermar, a morir; o tal vez, peor todavía: miedo a violar el consenso impuesto sobre el rebaño de que hay que tener miedo. La segunda reflexión es que hay gente muy poderosa interesada en sacar provecho de ese miedo para incrementar el poder que ya tienen sobre nosotros, los individuos. Pero la individualidad es una cosa contradictoria. En realidad todos somos lo mismo, pero no somos iguales: ni con todo el poder del mundo se podría alterar el hecho de que cada uno de nosotros es único. Cada hoja de hierba es la misma hierba, pero cada una es diferente. Entonces, una clave para al menos aliviar nuestro miedo es saber que nunca podrán transformarnos en una masa homogéneamente asustada. Aunque siguen intentándolo.

Cuando Ronald Reagan asumió la presidencia de EE.UU en 1981, en su discurso inaugural dijo aquellas palabras fatales: “El gobierno no es la solución a nuestro problema. El gobierno es el problema”. Ese fue un momento histórico, un hito simbólico que marcaba el fin de una era iniciada cuando Franklin Roosevelt sacó a EE.UU de la Gran Depresión de los años 30, gracias precisamente a la acción decidida del gobierno (“tirando dinero desde un helicóptero”, como dijeron entonces). Después de la guerra, la confianza en que el gobierno estaba ahí para ayudarnos en los momentos de peligro empezó a desmontarse gradualmente. Ese proceso de desmantelamiento termina con Reagan asumiendo un gobierno que se niega a sí mismo, que renuncia definitivamente a ser el protector del colectivo para convertirse en alcahuete de la minoría de los ricachones. En eso consiste el famoso neoliberalismo, un constructo basado totalmente en mentiras, empezando por su nombre: parece que ofreciera una “nueva libertad”, pero esa libertad no es para todos. Es exclusiva para los plutócratas de siempre, que ahora pueden ejercer su señorío sin necesidad de disimular. Amparados por el mito de que la codicia es eficiente, se han hecho dueños de todo. En particular, convirtieron la educación y la salud públicas en sendos negocios. El mundo es un juego de monopolio, los políticos son prostitutas tarifadas, la supuesta democracia se limita a una falsa elección entre una falsa izquierda “progresista” y una falsa derecha “conservadora”, cuando lo único que progresa es la riqueza de los que ya tenían todo, y lo único que se conserva son sus privilegios. Pero no hay mal que dure cien años: según parece, podemos esperar que esa era funesta iniciada en 1980 haya llegado a su fin con otro hito histórico-simbólico: la actual pandemia en este cabalístico año 2020. Pero al mismo tiempo, desconfiemos: seamos fieles a la escuela de la sospecha

Donald Trump, autoproclamado heredero de Reagan, es el producto final de este decadente neoliberalismo globalizado: fatuo, frívolo, farandulero, hijito de papá que le dejó todo el dinero, emprende la política como un negocio más (¿y acaso no lo es?). Su forma de ganar las elecciones aprovechando el sistema indirecto supuestamente “democrático” que impera en EE.UU ilustra su pragmatismo de businessman pseudo-mafioso (bastaba concentrarse en algunos estados clave que le dieran la mayoría de votos electorales, ¿para qué perder tiempo y dinero buscando una innecesaria avalancha de votos populares?). Sin embargo, soy de los que cree que era mejor que ganara él y no Hillary, candidata de los que querían una guerra con Rusia. Trump se alineó con los cristianos sionistas y demás fundamentalistas puritanos (siendo él un sátiro hedonista amoral) que prefieren pelear con Irán y el Islam, explotando a su favor la idea calvinista de la predestinación: si tienes dinero y poder es porque Dios te lo ha dado. Eso te hace un elegido de Dios, y nadie le pregunta a Dios por qué eligió a semejante bufón. Desde mi perspectiva paranoica-crítica, delirante e irresponsable, quisiera proponer una nueva teoría conspirativa: el virus, la pandemia y el repentino apocalipsis es, entre muchas otras cosas, un complot contra Trump. No exclusivamente, pero es una de las aristas posibles, muy conveniente para los muchos enemigos de Trump. Para empezar, un manejo desastroso de la crisis de la pandemia es la única forma de lograr que pierda las elecciones. El candidato demócrata que quedó a última hora, el viejito Biden, es una nulidad senil con un “rabo de paja” larguísimo. Necesita un buen empujón para ganarle el hombre del copete anaranjado. El otro viejito, el supuesto “socialista” Sanders, ha sido siempre un fraude.
BBC-Getty Images
Hagamos una nueva lista de teorías conspirativas: primero tenemos la dicotomía a) el virus es una creación de laboratorio, o b) es producto de la evolución natural. Eso convertiría a la naturaleza en conspiradora, una idea nada antipática. Los argumentos que apoyan esta última teoría no son extremadamente convincentes. Pero poco importa si el responsable es Dios (o la naturaleza, como decía Spinoza) o los anónimos científicos sin ética de la guerra biológica. Ya el bicho está suelto y el mundo conmocionado. Nunca había habido una cuarentena global como ésta, ni siquiera cuando la Gripe Española (que no era española, sino gringa, pero esa es otra historia), que mató 20 millones hace un siglo. La globalización, de hecho, permite que el mundo sea uno: múltiple y variado, pero único, es decir, universal, que significa uno y diverso. ¿Y ahora qué? 
Radiosoh.com
No sabemos lo que viene, pero tenemos ciertos indicios. Pepe Escobar (brasileño que vive en China y sabe mucho de la Ruta de la Seda y demás chinerías) escribe que el plan es llegar al tan ansiado “gobierno único mundial”, con una moneda digital única que reemplazará definitivamente al papel moneda, con cada individuo debidamente inscrito en los archivos de un algoritmo de control social manejado a través del “internet de las cosas” y la inteligencia artificial. Lo que estamos viviendo ahora no es más que un ensayo, por eso el virus tiene una tasa relativamente baja de mortalidad-letalidad, pero funciona perfectamente para crear el pánico. Al final, los plutócratas maltusianos, o los gobiernos autoritarios, o una alianza de ambos, ofrecerán una vacuna contra la peste, y junto con ella insertarán en cada individuo una contraseña digital, como un código de barras o un nanochip que pasará a ser parte de nuestros cuerpos. Será una versión trans-post-hiper moderna de la Marca de la Bestia, tal como se la describe en Apocalipsis 13, 16-17: “e hizo que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se les imprimiese una marca en la mano derecha y en la frente, y que nadie pudiese comprar o vender, sino el que tuviera la marca, el nombre de la bestia o el número de su nombre”. (Ya sabemos cuál es ese número…)

Pero como yo soy un optimista incurable, creo que después de superar esta prueba y algunos tragos muy amargos, después de sufrir en carne propia la agonía de este mundo fracasado, vendrá una nueva Era Dorada en que las grandes potencias, en vez de desperdiciar sus energías en complots y guerras mezquinas y absurdas, harán una alianza sagrada bajo el signo de la inteligencia y retomarán los proyectos que fueron abandonados por ignorancia, estupidez, arrogancia y otros pecados. Esas metas que están a nuestro alcance prometen el desarrollo de todas las capacidades del ser humano y le aseguran su libertad y prosperidad. Nos referimos en primer lugar a la adquisición definitiva de la energía fundamental del universo, el combustible de las estrellas: la fusión nuclear, una empresa a la que deberían dedicarse todos los recursos del planeta, y que no está tan lejos de conseguirse como puede parecernos en estos momentos catastróficos. Y una vez que tengamos ese poder, la humanidad seguirá con el plan que se vio obligada a interrumpir a finales de los años 70: la conquista del espacio exterior. Las riquezas de la Luna, para empezar, podrían ser patrimonio de la humanidad si tan solo lográramos ponernos de acuerdo y reunir los esfuerzos y talentos de todos. Estados Unidos, Rusia y últimamente China ya tienen una buena parte del camino explorado. Ciertos emprendedores privados visionarios también harán su aporte. La actitud de China de cooperar con todas las naciones en vez de encerrarse en un nacionalismo arrogante, excluyente y competitivo, es el ejemplo a seguir. Al final, comprenderemos que la estupidez equivale a la maldad y la inteligencia brillará como el lucero de la mañana. “Y el que tenga sed, venga, y el que quiera tome gratis el agua de la vida” (Apocalipsis 22, 17).