lunes, 19 de abril de 2021

Los paranoicos (casi siempre) tienen razón

 

Nichts neues

Parece que ya no existen personas sanas: solamente asintomáticas. ¿Será eso lo que llaman “inmunidad del rebaño”? Pero entrevemos un rayo de esperanza: Bill Gates, que es como el vocero de los Amos de la COVID, y que había predicho con varios meses de anticipación que iba a venir una pandemia, ahora reaparece para decirnos que la cuarentena durará hasta finales del 2022. A ellos, los Illuminati-Bilderberger, parece que les agradan esos números pares que tienen como una resonancia: 2020, 2022… En todo caso, podemos esperar un largo 2021, con 365 domingos. (¿Qué día es hoy? Qué importa. Todos los días son domingo. Así lo quieren los Amos). 

Bill Gates arrestado por conducir ebrio

 

Estamos viviendo una metamorfosis social y cultural, un traumático cambio de era, la realización de las predicciones de la ciencia-ficción. Independientemente de cuál sea la teoría conspirativa que más nos agrade (aplicando la parte estética del método paranoico-crítico de Salvador Dalí), hay varios temas sobre el tapete, deliciosamente complejos todos ellos y merecedores de profundas reflexiones. 

Para empezar, aumentan las noticias de un descontento generalizado y creciente contra la cuarentena mundial. Se habla de protestas multitudinarias y violentas en sitios tan diferentes como Alemania, o los Países Bajos (cuyos habitantes tienen fama de ser la gente más conformista y satisfecha y menos dada a protestar), o Perú (donde de paso hay innegables problemas con el sistema de salud pública). También se protesta en París (donde se implantó un toque de queda), Madrid, Copenhague, Londres, Belgrado y en varias ciudades italianas. En India, 600 mil fieles insisten en bañarse en el Ganges, a pesar de las prohibiciones. A la lista se añaden Colombia, Guatemala, Chile, Líbano… 

Los manifestantes rechazan las mascarillas o barbijos o tapabocas, y no hablemos del “distanciamiento social” (¿se han subido al metro últimamente?). Los sectores más afectados son obviamente los pequeños comerciantes, restaurantes, cafés y el sector turístico; pero el mundo del arte y la cultura no lo son menos. 


 

Luego está el tema de la educación. Hoy mismo (19 de abril de 2021) hay una polémica en Argentina porque el gobierno local de Buenos Aires se niega a acatar el decreto de confinamiento total dictado por presidente de la república, insistiendo en que no se suspendan las clases. Más allá de la política partidista que ciertamente está involucrada, se esgrime en este caso un argumento de mucho peso: el experimento de la educación “virtual” ha sido un fracaso

Los educadores tendemos a aceptar la verdad de dicho argumento, y de hecho, muchas de las protestas que mencionamos anteriormente tienen que ver con exigencias de los estudiantes a que regresen las clases presenciales. 

Esto es extremadamente interesante: desde hace años se dice que la Revolución Informático-Digital abría una nueva era en la educación (después de la aparición de la escritura, la imprenta y los medios “analógicos” como la radio, el cine y la TV). Pero un año después de que la pandemia ofreciera la oportunidad de generalizar la educación basada en plataformas tecnológicas, los resultados no parecen ser muy satisfactorios. Como por lo demás nunca fue totalmente exitosa la educación basada únicamente en la lectura de libros o las clases radiofónicas o televisadas. 

Telesur - Protestas en Bélgica

 

Algo parecido ocurre con el trabajo en general: los empleadores no están demasiado contentos con que sus empleados trabajen en casa con una computadora conectada a internet. La idea capitalista del trabajo es que el empleador compra el tiempo del trabajador, quien debe cumplir con un horario durante el cual prácticamente pertenece a su patrón, aunque sólo una parte de ese tiempo sea necesario para el trabajo como tal, y el resto sea tiempo superfluo para chismear y jugar al “amigo secreto”. 

Los patronos son felices de tener a sus empleados confinados en sus puestos de trabajo aunque no estén haciendo nada. Esta idea convencional del trabajo está siendo desafiada, y en ello hay un potencial revolucionario que es preocupante incluso para las grandes empresas tecnológicas como GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon). 

Personalmente, siempre fui partidario del teletrabajo, pues lo veía como una manera de liberarse de las grandes aglomeraciones resultantes del desplazamiento obligatorio de millones de trabajadores, que salen y vuelven a casa casi todos a la misma hora. Claro, eso fue antes de que empezara a trabajar como docente. Entonces entendí la importancia de la presencia del maestro dando la cara a sus estudiantes, en una especie de ritual o ceremonial que facilita la transmisión del conocimiento. 

Aunque siempre he odiado que se obligue a los docentes a hacer “trabajo administrativo”, mayormente superfluo, pero supuestamente obligatorio y vigilado por la figura más antipática del sistema educativo: el supervisor, cuya labor es “vigilar y castigar” a cuenta del cumplimento de un vulgar horario, como si los maestros fuéramos trabajadores convencionales. 

mdzol.com

 

Y ahora quisiera terminar con una breve reflexión sobre China y Rusia. Los chinos son por naturaleza seres sociales, por no decir “comunistas”, en un sentido que trasciende la mera ideología marxista. Para ellos es natural, deseable y loable que el individuo se sacrifique por el bien de la colectividad. 

Además, la disciplina es una parte fundamental de su cultura. Al presentarse el primer brote de la pandemia el año pasado, se implementó la paralización social más grande de la historia, involucrando a millones de personas que se sometieron sin chistar a un régimen de cuarentena de una dureza sin precedentes. El gobierno socialista chino demostró su eficacia, tomando las medidas heroicas que la situación requería (como la construcción de un hospital totalmente dotado en diez días). En consecuencia, China puede mostrar resultados muy superiores a los de cualquier parte del mundo, a pesar de haber sido el lugar de origen del fenómeno. 

Los chinos, naturalmente estoicos, están acostumbrados a sufrir catástrofes que podrían destruir a cualquier otro pueblo. Lo mismo puede decirse de los orientales en general: pensemos en las penurias históricas que han sufrido los pueblos de Corea, Japón o Vietnam. 

Un hospital en 10 días (Xinhua)

 

En cuanto a los rusos, han demostrado una sabiduría sorprendente. Sin aspavientos, han conseguido implementar un régimen bastante flexible en cuanto a las restricciones sociales. Entiendo que en Rusia nunca se suspendieron las clases ni las actividades cotidianas que son la esencia de la cultura. Pero astutamente, no han tomado actitudes estridentes como le vimos hacer a Donald Trump o a Bolsonaro, por mencionar sólo a ellos dos. 

Y es que la política más sensata en un caso como éste de la pandemia involucra tener respeto por el miedo ajeno. Ante la perspectiva de la muerte por un agente invisible como un virus, y frente a los que pretenden aprovecharse de ese miedo para lucrarse (como es el caso de las tecnológicas y de los monstruos farmacéuticos) es necesario conducirse con gran discreción. Ahora Rusia aparece como un gigante gentil guiado por un maestro del arte del judo, el cual se basa en utilizar los movimientos de agresión en contra del propio agresor. 

El Trabalengua no se detiene