lunes, 4 de marzo de 2024

Un asunto espinoso

 


Tengo muy gratos recuerdos de cuando daba clases en la Universidad Católica Santa Rosa, que está ubicada en un sitio muy bonito al pie del Ávila, donde una vez estuvo el Seminario Mayor de la ciudad. La UCSAR se enorgullece de ser descendiente de la antigua facultad de teología de la Real y Pontificia Universidad de Caracas. Yo era feliz entre sus vetustos pasillos, por donde decían que en las noches se paseaba un cura sin cabeza, aunque nunca lo vi. Finalmente me echaron, porque como en todas las universidades, había intrigas palaciegas, envidias, soberbias y zancadillas, y yo no tenía la protección de que ahí gozaban los exseminaristas y demás amantes de las sotanas.

Entre otras experiencias que tuve, recuerdo las crisis vocacionales de muchos curas y ex-curas, que algunos resolvían dejando el catolicismo y convirtiéndose en anglicanos, pues los clérigos de esa iglesia tienen permitido casarse. Obviamente, el catolicismo no ha resuelto los dilemas que se le presentaron hace 500 años, cuando ya no pudieron quemar a Lutero y la Reforma se impuso en medio mundo. Yo creo que el celibato era un asunto que se trataba con bastante flexibilidad en los viejos tiempos, pero después de la revolución luterana se volvió una cuestión de orgullo y terquedad, propia de una institución reaccionaria que se niega a renovarse.

Con la iglesia hemos topado: fachada de la UCSAR

En fin, yo enseñaba griego, inglés y filosofía moderna. Para los curas, el griego antiguo es una forma de tortura: te castigan obligándote a estudiar “esa sucia lengua que nadie, pero nadie habla en el mundo” (como escribió Rimbaud). El inglés también era visto como un mero requisito, como ocurre en casi todas las universidades en este país. Dicen que, en Cuba, para graduarte de bachiller necesitas tener dominio de un idioma extranjero, en la universidad tienes que dominar dos, y para los postgrados tienes que echarle pichón a tres en la maestría y cuatro en el doctorado. No sé si eso será verdad, pero aquí la costumbre es pagarle a alguien para que te haga el examen de suficiencia, y que siga el bochinche (como dijo Miranda).

La famosa escalera de caracol de la UCSAR

En filosofía moderna me lucía hablando de Descartes, Hobbes, Spinoza y Kant (este último el más duro de todos). De entre las superestrellas del siglo XVII, me faltaban Leibniz, Locke y (quizás) Berkeley. Pero, con el póker de ases que mencioné anteriormente, era feliz y hacía felices a mis escasos estudiantes. Yo trataba de sintetizar y resumir las complejidades de estos pensadores para evitar convertirlos en instrumentos adicionales de tortura. Por cierto, los únicos profesionales que tienen que estudiar obligatoriamente filosofía son los teólogos.

René Descartes por Franz Hals

Y ahora puedo entrar finalmente en materia: en la escuela de filosofía de la UCV yo había tomado el curso que ellos llaman “Spinoza-autor”, con un joven y excelente profesor (Gustavo Borges). El personaje Spinoza siempre me atrajo y algunas de sus ideas me fascinaban, porque coinciden sorprendentemente con mis propias opiniones. Después, siendo profesor de la UCSAR, uno de mis estudiantes me preguntó por qué Spinoza era tan famoso y en qué se basaba su inmenso prestigio. Para responder esa pregunta que me hicieron hace más de 15 años estoy escribiendo estas líneas.

Debo advertir que no pretendo ser un gran experto en este autor, y ni siquiera he leído a profundidad sus obras más celebradas. Para este breve resumen me baso en las notas que usé para mi curso de filosofía moderna en la UCSAR. Ni siquiera puedo dar las referencias, pues he olvidado de dónde las saqué. Sólo sé que me gustan mucho. Trataré de seguirlas una a una, añadiendo algún que otro breve comentario.

Spinoza. ¿Dónde han visto antes ese cuello y esa melena?

Lo primero que hay que decir de Baruch Spinoza (1632-1677) es que era descendiente de judíos marranos. Este término se aplicaba a los judíos que se convertían al catolicismo para evitar persecuciones, aunque en secreto conservaban sus creencias. Los antepasados de Spinoza parece que no disimularon muy bien, ya que fueron expulsados primero de España y luego de Portugal. Fueron a dar a Ámsterdam, ciudad famosa por su tolerancia, donde pudieron retomar su religión. Aunque los judíos marranos que regresaban al judaísmo ya no eran los mismos.


Spinoza fue educado como judío ortodoxo, entregado al estudio del hebreo, la Torá y el Talmud. Se le consideraba un estudiante muy dotado, con perspectivas de llegar a ser rabino. Pero el clima de tolerancia que imperaba en Ámsterdam le permitió beber de otras fuentes de pensamiento. Sus contactos con cristianos protestantes disidentes del calvinismo lo llevaron al descubrimiento de Descartes. Ése fue el principio del fin de su carrera como talmudista.

La duda metódica cartesiana, inaceptable para la estricta dictadura de los rabinos, sedujo al joven Spinoza. No sólo se volvió incrédulo, sino que lo manifestaba, lo cual era imperdonable. En 1656 (con 24 años) fue expulsado de la comunidad judía por las “horrendas herejías que practicaba y enseñaba” y los “actos monstruosos que cometió”.

Son famosos algunos pasajes del decreto de expulsión de Spinoza, y a mucha gente le gusta citarlos: “Maldito sea: de día, de noche, cuando se levante, cuando se acueste, cuando salga, cuando entre… Nadie podrá tener con él contacto oral ni verbal, ni hacerle ningún favor, ni permanecer con él bajo el mismo techo ni a cuatro cuadras de donde él esté; ni deberá leer ningún tratado por él escrito”. Dicen que en esos días un fanático judío lo atacó con un puñal.

Una lección que deja Spinoza a los que quieren dedicarse a la filosofía, pero no han nacido en cuna de oro como Platón o Bertrand Russell o Wittgenstein, es que conviene tener una profesión que te permita ganarte la vida en caso de que tus ideas te metan en problemas y no puedas dedicarte a la enseñanza o a las conferencias. Spinoza era pulidor de lentes, y, como Descartes, conocedor de la ciencia de la óptica.

Sus primeros escritos tratan de la filosofía cartesiana. En 1670 publica de forma anónima su famoso Tratado Teológico-Político, que lo convierte en precursor de la Ilustración y del Estado Secular. Hoy en día nos parece totalmente normal vivir en un estado que permite la libertad de cultos y no favorece a ninguna religión en particular. Israel, por ejemplo, que se declara un estado judío, es visto como una anomalía anacrónica. Pero en el siglo XVII, esas ideas eran muy novedosas y peligrosas.

En el Tratado, Spinoza afirma que la estabilidad y seguridad de la sociedad dependen de la libertad de pensamiento, y ésta sólo puede existir en un estado secular que tolere todas las religiones y establezca su propio código de ética para preservar el bien común. La mayor amenaza a la libertad de pensamiento, dice Spinoza, la plantea el clero, la casta sacerdotal, porque se dedica a manipular los miedos y supersticiones del pueblo para mantenerse en el poder. De nuevo, hay que situarse en aquella época para darse cuenta de la osadía de estas propuestas. Ni siquiera Descartes se atrevió a cantar tan claro estas verdades, que hoy día nos parecen obvias.

Para terminar de ganarse el odio de los fanáticos, Spinoza hace otra afirmación totalmente radical: la verdadera religión y sus sutilezas sólo son comprensibles para el filósofo. Es decir, que “Dios sólo existe filosóficamente”. Con esto, Spinoza quedó encasillado como ateo. El Tratado fue prohibido a raíz de los violentos cambios políticos ocurridos en Holanda que, invadida por Francia e Inglaterra, dejó de ser un oasis de tolerancia.


La gran obra de Spinoza, la Ética demostrada según el orden geométrico, concluida en 1675, no fue publicada en vida de su autor por temor a las persecuciones. En pleno desarrollo de estos acontecimientos, en 1677, con (apenas) 45 años, Spinoza muere repentinamente en La Haya. Lo inesperado y súbito del hecho inspiró a Thomas de Quincey la idea (registrada en su irónico ensayo El asesinato como una de las bellas artes) de que el gran filósofo pudo haber sido asesinado. Poco después de su excomunión ya hubo un atentado en su contra. Además, según de Quincey, los fanáticos siempre han querido matar a todos los verdaderos filósofos, y muchas veces han logrado su objetivo (Sócrates, Cicerón, Boecio, Giordano Bruno…).

De modo que Spinoza planteaba ideas que hoy en día damos por sentadas, pero que, en su tiempo, y más aún dada su condición de judío execrado por los propios judíos, eran terriblemente peligrosas, subversivas, revolucionarias. Sus convicciones lo enfrentaban a los poderosos del mundo. Aunque quiso demostrar sus argumentos con métodos hiper-racionales, terminó quedándose terriblemente solo. Jorge Luis Borges, siempre tan intuitivo, nos propone esta semblanza:

Lo que ha quedado del nombre de Spinoza no son sus demostraciones, que creo que no convencen a nadie, su método geométrico: todo eso ha desaparecido. Lo que hay son esas dos imágenes: la del hombre Spinoza, que nació y murió en Holanda, que rehusó favores que le ofrecían los grandes, que quiso vivir en humildad; y luego, la idea de un Dios infinito.

Aquí Borges hace referencia a una célebre anécdota según la cual Spinoza rechazó generosas ofertas de rentas y herencias de un ricachón admirador suyo, prefiriendo seguir puliendo lentes y arriesgando el pellejo escribiendo anónimamente libros subversivos. Por otra parte, menciona quizás la idea más interesante de este singular personaje en el plano de lo que podríamos llamar “metafísica”. Aunque él la incluye en su famosa Ética.


La idea de utilizar el método geométrico con sus definiciones, axiomas, proposiciones, demostraciones, escolios, corolarios y apéndices, es parte de la herencia cartesiana, y sirve para darle un orden a sus reflexiones. Por otra parte, Spinoza emplea la terminología metafísica de Aristóteles, y habla de causa, sustancia, atributo, esencia, modo, afección o accidentes… Pero en medio de todo este aparato peripatético-escolástico-cartesiano, podemos extraer algunas ideas geniales.

Primeramente, para Spinoza, Dios es un ser absolutamente infinito, una sustancia con infinitos atributos, una esencia eterna e infinita. Existe necesariamente, es único y obra sólo por necesidad de su naturaleza. Todo es Dios, y todo es en Dios, pero Dios no tiene capricho ni voluntad, sino infinita potencia. (Algunos llaman a esto Panteísmo, a otros no les gusta esa palabra). Dios no tiene propósito ni fin ni teleología. No dirige el mundo ni hizo al hombre para que lo adorara.

Los hombres imaginan ser libres porque siguen sus apetitos y buscan su utilidad. Ignoran lo que les hace apetecer y querer. Siempre actúan siguiendo algún fin. Creen que la naturaleza les da medios para conseguir sus fines. Creen que Dios puso ahí esos medios para que ellos los usen y le rindan honores. Pero en realidad, el juicio de Dios supera la capacidad de comprensión del hombre. Si Dios actuara por un fin, estaría apeteciendo algo de lo que carece. Creer que los dioses se enojan y causan desgracias, tempestades, terremotos, pestes, son sólo supersticiones y prejuicios. El peor error que cometen los hombres es querer humanizar a Dios. La voluntad de Dios es el santuario de la ignorancia.

Hay que entender como sabio, no admirar como necio, aunque te llamen hereje o impío. No hay Bien, Mal, Orden, Confusión, Calor, Frío, Belleza, Fealdad… Pero los necios creen que todo está hecho para ellos y lo llaman Bueno/Malo según su conveniencia.

El fatalismo de Spinoza recuerda a los antiguos estoicos. “Las cosas no han podido ser producidas por Dios de ninguna otra manera y en ningún otro orden que como lo han sido”. La perfección debe estimarse por su propia naturaleza y potencia y no porque ofenda/deleite, convenga/repugne a los hombres.


Dios es la única sustancia, es lo único que hay, y por lo tanto es lo mismo que la naturaleza. Por eso Spinoza dice: Deus sive natura, Dios o la naturaleza. No hay diferencia entre ellos. Y de ahí se desprende que no hay creador ni creación. Hay natura naturans (activa) y natura naturata (pasiva). La primera es en sí y se concibe por sí sub especie aeternitatis. La segunda se sigue de la necesidad de la naturaleza de Dios, de cada uno de sus infinitos atributos, de todos los modos de sus atributos, que son en Dios y sin Él no pueden ser ni concebirse. De aquí el concepto de inmanencia: Dios es la suma total del universo natural.

Del fatalismo y el estoicismo se sigue el determinismo: el hombre se cree libre, pero no lo es. Está determinado por la naturaleza. No puede perturbarla, sólo seguirla. Sin embargo, paradójicamente, “el deseo es la esencia del hombre”. Los afectos, que son acciones y pasiones, siguen la misma necesidad y fuerza de la naturaleza. Pero como “cada cosa busca perseverar en su ser”, el hombre ha de vivir entre acciones y pasiones. Lo más sabio es tratar de moderar y restringir las pasiones para ser activos y autónomos; y seguir las ideas adecuadas, que surgen de la propia naturaleza, en vez de las inadecuadas, generadas por las pasiones.

Spinoza no es tan estoico como para negar la bondad del gozo o placer, al que llama laetitiae, porque aumenta la capacidad de acción y conduce a la mente a la perfección por una causa externa. El dolor es tristitiae, un estado menor, más alejado pero no ajeno a la perfección. El amor es alegría con conciencia de causa, y el odio es tristeza con la misma conciencia.

La libertad es igual a la sabiduría. El ignaro deja de ser en cuanto deja de padecer. El sabio nunca deja de ser, siempre está contento. Pero llegar a ese estado no es fácil. Por eso, “todo lo excelso es tan difícil como raro”.

No hay creación ni creador. Dios es infinito y eterno. La eternidad es condición esencial para poder experimentar el infinito. No hay principio ni fin, la naturaleza siempre estuvo, está y estará ahí. La naturaleza no es menos que Dios porque éste la haya creado, es lo mismo que Dios. Si humanizamos a Dios, necesitamos principio y fin, vida y muerte, pecado y castigo. El libre albedrío es una ilusión inevitable, porque somos natura naturata, venimos de lo perecedero y volvemos a ello, y creemos que todo es así, porque es lo único que conocemos.


El deseo es la esencia del hombre, y es el origen de todo el sufrimiento. Pero la conciencia de un Dios infinito y eterno que a fin de cuentas es idéntico a nosotros puede liberarnos de ese dolor. O al menos aliviarlo. Aunque un buen estoico no quiere aliviar ningún dolor ni consolarse de nada. No busca la Consolación de la Filosofía, como Boecio mientras esperaba al verdugo. Tan sólo permanecer imperturbable ante la fatalidad, implacable pero necesaria, de la naturaleza. Más allá del bien y del mal.
 
Todo eso y más podemos encontrar en Spinoza, alias el marrano de la razón. Para terminar, quisiera incluir aquí una breve digresión tomada del blog que escribía cuando trabajaba en la UCSAR. Para mis nuevos lectores, siempre muy escasos, siempre cuatro gatos.

La rosa de Spinoza


Spinoza colocaba este sello lacrado en toda su correspondencia. Las siglas B D S valen por Baruch de Spinoza. Vemos una rosa y la palabra latina "Caute" (cuyo significado es cuidadosamente, con cautela), que supuestamente era el lema de Spinoza, aunque fue siempre violado por él. Primero al hacerse expulsar por sus correligionarios judíos, y luego al tomar y expresar posiciones revolucionarias ante la religión y la política, a pesar de no contar con aliados poderosos que lo protegieran.

 
Colocar enigmas en sellos y/o escudos era una costumbre muy medieval. Se han sugerido varias interpretaciones para el sello de Spinoza. Según una de ellas, el hecho de que la rosa tenga espinas hace que sea "spinosa." Combinando esto con el ¿adverbio? Caute, el enigma podría interpretarse como Cavete Spinosam, o "Cúidense de Espinoza," o "Cuidado, esto es de Spinoza," dando a entender que el contenido de las cartas era peligroso de leer. Como se sabe, a Spinoza lo perseguían los católicos, los judíos y todos los fundamentalistas de su época. Deliberadamente se quedó solo ante todas las jaurías.


Otra interpretación es que Spinoza recomendaba mantener su filosofía sub rosa o sub silentio para evitar una inútil exposición al odio, la controversia y la persecución. Ambas interpretaciones tienen sentido y me parece que no se contradicen.


(Epistolario de Spinoza, Colihue, Buenos Aires, 2007).

domingo, 11 de febrero de 2024

Gaforismos de un tonto inútil

 

La belleza al acecho
El rinconcito más anodino, el charquito más humilde, la callejuela más cotidiana, en todas ellas está al acecho la belleza. No siempre se tiene la oportunidad de oprimir el obturador para aprisionar las imágenes, pero eso es lo de menos. Lo que cuenta es estar alerta para comprobar y verificar el misterio, la luz, el reflejo, el instante.

Micromilagro

En mi entrada anterior, mencioné el tema de los jázaros. Para muchos, es una hipótesis desacreditada. Otros aseguran que la genética la refuta completamente. Que los estudios del ADN no muestran evidencias a su favor. Nunca pretendí que fuera una verdad absoluta. Seguramente las razas se han mezclado infinitamente a través de los siglos. Respecto a los que se basan en argumentos genéticos, tal vez han encontrado precisamente lo que estaban buscando, y lo bueno de la ciencia es que ninguna verdad es absoluta. Pero sí creo que no existen razas puras ni particularmente bendecidas (y/o malditas). Los que presumen tener a Abraham por padre, deberían recordar que Dios puede sacar hijos de Abraham hasta de las piedras.

Santa Claus merodeador

El misterio nunca termina. Por eso el arte, la poesía, la filosofía, la religión, nunca perderán su sentido. La ciencia busca los constituyentes de la materia, los elementos del espacio. ¿Y qué encuentra? La materia aparentemente sólida, líquida o gaseosa está formada principalmente por vacío. Lo concreto es una ilusión. En el universo, lo que más abunda, según los cálculos de los físicos, es la materia oscura, que nadie sabe lo que es. La energía oscura es todavía más oscura. La luz que no puede escapar de los agujeros negros yo creo que se va a alumbrar otros mundos que están al otro lado. 

La calle habla

Tal vez la materia inerte, sometida al azar y la necesidad, ni siquiera existe. Tal vez el idealismo más radical, que afirma que nada existe si antes no es percibido y/o concebido por una mente, tenga razón al final. Aunque tal vez no haya final, ni principio. Todo lo que conocemos es perecedero, tiene su origen en algo preexistente y se dirige a su final inexorable. Pero si hay una mente que percibe la totalidad, el infinito, la eternidad, entonces será capaz de una conciencia total, infinita, eterna.

Infinitamente trivial

Por eso la idea de la creación siempre me ha resultado estéticamente insatisfactoria. Pues para que haya creación, hay que partir de que al principio no había nada. De esa nada, Dios, el Demiurgo, el Gran Arquitecto, lo creó todo. Es fácil desechar esa idea como absurda, pero la ciencia la cambia por otro constructo materialista que tampoco me satisface: al principio no había NADA, ni siquiera tiempo, ni espacio, pero de repente ALGO estalló haciendo BANG. O sea que sí había algo, después de todo, porque si no, ¿qué fue lo que estalló? Y la prueba de la hipótesis del Big Bang es que supuestamente el universo se está expandiendo. Encuentro esa idea demasiado brutal. Yo prefiero creer que siempre hubo, hay y habrá algo. Y que la materia no es brutal. No quería citar a nadie, pero ¿no decía Aristóteles que no hay materia sin forma, pero la forma sin materia es lo que llamamos Dios?

Gauguin tocando el órgano sin pantalones

Hay que ser irreverentes, pero no ignorantes. Y menos todavía dogmáticos. Los chinos dicen que la lengua aguanta más que los dientes, porque los dientes son rígidos.

Sabana Grande irreverente
La búsqueda no es la respuesta. Más bien tengo fe en que lo que buscamos y lo que encontramos está escondido, o esperando, en el mundo supuestamente trivial de todos los días. Los mayores milagros son ver y oír, sobre todo ver, porque implica el contacto con la luz, que es el misterio que ilumina.
Estéticamente ético
A mis cuatro gatos lectores los saludo una vez más y les digo que aprovechen el carnaval, porque después vendrán los rigores de la cuaresma.
Don Carnaval Vs. Doña Cuaresma de Pieter Brueghel el Viejo (detalle)




lunes, 1 de enero de 2024

El suave olor de la carne quemada

 

El juicio final, por El Bosco

… y quemarás todo el carnero sobre el altar. Es ofrenda de fuego a Yahvé de suave olor; es sacrificio a Yahvé por el fuego (Éxodo 29-18)

Mientras la guerra en Ucrania se estancaba y empezaba a aburrirnos, el verdadero polvorín, la verdadera llaga sangrante que los creadores de “contenidos” para descerebrados habían pretendido esconder, estalló con toda la violencia volcánica que venía acumulando en silencio. Sobre la tierra que mana leche y miel llovió otra vez fuego y azufre. Y más que nunca quedó claro que la palabra “apocalíptico”, en su sentido tanto de revelación como de fin catastrófico de una era, es la que mejor describe nuestros tiempos, capaces de engendrar un infierno como el que ahora se despliega ante los ojos perplejos y estupefactos del mundo.

La boca del infierno, Bosco

Ya que no soy (ni remotamente) un experto en un tema tan complejo como el de Israel y Palestina, que involucra no sólo profundos conocimientos de historia, sino también de religión, geopolítica, antropología (etnología, arqueología y lingüística) y en general un nivel de cultura y de experiencia vital e intelectual muy por encima de mis modestísimas capacidades, me atrevo a escribir brevemente al respecto subiéndome a los hombros de algunos gigantes que espero que no me aplasten en castigo por mi osadía.

Para empezar, hay que evitar caer en las trampas lingüísticas que, en una era de embrutecimiento colectivo como ésta, acechan nuestra ignorancia con la amenaza de lo “políticamente correcto” (que ahora llaman “conciencia woke”). Aquí me subo a los hombros de mi primer gigante: Alfredo Jalife-Rahme, polímata mexicano, una especie de super-Walter Martínez (que sabe de todo, ha estado en todas partes y conoce a todo el mundo) en cuya sabiduría me apoyo para superar este primer escollo.

Alfredo Jalife

El término “antisemita” no es más que un eufemismo. Si nos basamos en la etimología (y en la mitología), resulta que los semitas son los descendientes de Sem, hijo de Noé; el más famoso de cuyos vástagos fue desde luego Abraham, que a su vez es padre de dos pueblos: los ismaelitas (porque Ismael se llamaba el primer hijo de Abraham, padre de los hoy llamados árabes), cuya madre, Agar, terminó siendo desterrada por las intrigas de Sara, la mujer legítima de Abraham; la cual finalmente también le dio otro hijo, llamado Isaac, quien, tras salvarse de ser degollado por su propio padre, dio origen a los israelitas. De esta tradición podemos sacar al menos dos conclusiones: que árabes y judíos son pueblos hermanos, y que la palabra “antisemita”, que en justicia debería referirse a ambos, es sólo una forma disimulada (o hipócrita) de decir “antijudío”, o, en todo caso, “antisionista”.

Criticar las políticas del estado de Israel conlleva el ser automáticamente descalificado como “antisemita”, y asociado con Hitler y los campos de exterminio nazis. Pero ocurre que la mayoría de los judíos que existen en la actualidad no son, racialmente hablando, semitas. Los judíos de origen centroeuropeo, muchos de los cuales ostentan apellidos germánicos, como Rosenbaum (que significa árbol de rosas) o Rothschild (escudo rojo) o Blumenthal (valle de flores) o Einstein (una piedra) no son semitas sino jázaros. Por eso Jalife, descendiente de libaneses, se llama a sí mismo semita, y a los que lo acusan de antisemita por criticar a Israel les responde con su estupenda ironía que los peores antisemitas son actualmente los gobernantes del estado de Israel (y también, para ser justos, los de EE.UU).

Para aclarar el significado de la palabra jázaro me apoyo en otro gigante: Arthur Koestler, autor de un libro que a los sionistas no les gusta: La decimotercera tribu (en referencia a las legendarias 12 tribus de Israel). Según la tesis que sustenta esta obra, la mayoría de los actuales “judíos” (practicantes o no de la religión hebrea) provienen ancestralmente del antiguo reino de Jazaria, ubicado en el Cáucaso, entre el Mar Negro y el Mar Caspio, llamados por gentilicio jázaros. Este pueblo, ante la disyuntiva de elegir entre hacerse cristianos ortodoxos o musulmanes, eligió un tercer camino: el judaísmo. Pero étnicamente están emparentados con los turcomanos y otros pueblos de las estepas de Asia Central. Me atrevería a decir que son más arios que semitas. Son judíos conversos, por religión, pero no son semitas.


Los jázaros, pueblo guerrero, fueron arrasados por las invasiones mongolas y debieron emigrar a Europa Central y Oriental. Ellos son los antepasados de los llamados judíos asquenazis, que hablan su propia lengua, el yidis, y tienen prácticas religiosas, tradiciones, vestuario y demás muy diferentes a los de otros grupos judaicos como los sefardíes y magrebíes. Los descendientes de este pueblo converso constituyen actualmente la inmensa mayoría de los judíos por cultura o religión en el mundo. También este pueblo es el que sufrió siglos de persecución y discriminación en Europa, sobre todo en Rusia, Polonia y Alemania. También migraron masivamente a Norteamérica. Actualmente son la población mayoritaria en el estado de Israel.

Para seguir esta fascinante historia me baso en dos libros imprescindibles para todo el que quiera entender los orígenes y fundamentos históricos e ideológicos de lo que actualmente llamamos Israel: se trata de La Invención del Pueblo Judío, del historiador israelí Shlomo Sand; y de Historia Judía, Religión Judía: el peso de tres mil años, de Israel Shahak. Cabe destacar que ambos son intelectuales judíos cuyo trabajo se realizó en el propio Israel. 

Despojos del templo saqueado por los romanos

 

La aparición del cristianismo coincidió con la destrucción del Segundo Templo y del reino judío de Palestina a manos de los romanos. Poco a poco el cristianismo fue creciendo y ganando adeptos, dejando de ser una secta minoritaria judía e imponiéndose finalmente como religión oficial del Imperio. Los judíos se vieron obligados a redefinir su religión en contraste con la cristiana, a la que consideraban una herejía.

El llamado Viejo Testamento de la Biblia cristiana es esencialmente una traducción griega del antiguo libro que los hebreos llamaban Torá. Si bien la tradición reza que los cinco primeros libros (que en griego se llaman Pentateuco) que constituyen la Torá fueron escritos por Moisés, los estudios histórico-lingüísticos indican que probablemente fueron compilados después del retorno del exilio de Babilonia, bajo influencia de los persas. Es a partir de esa época que la Biblia hace referencia a personajes históricos conocidos, como Ciro o Alejandro Magno. Los estudios también señalan que el monoteísmo judío fue profundamente influenciado por el zoroastrismo persa. 


Los rabinos hebreos que no aceptaban a Cristo como mesías produjeron sus propios libros doctrinarios para diferenciarse del cristianismo. El principal de estos libros es el Talmud, escrito unos 500 años después de Cristo, que contiene las estrictas leyes que rigen el judaísmo rabínico y las relaciones de los judíos entre sí y respecto a los no-judíos. El texto es claramente anti-cristiano y define al judaísmo como una comunidad religiosa totalmente cerrada y excluyente, con una declarada hostilidad hacia los no-judíos, a los que se les denomina goyim, término que equivale a infieles, extranjeros, impuros, etc., pero que ha sido traducido eufemísticamente como gentiles. Los rabinos tenían un poder absoluto sobre sus fieles, aunque esta situación se fue suavizando a través de los siglos con la aparición de las naciones-estado modernas en Europa.

Precisamente la modernidad y el concepto de nacionalismo llevaron a la aparición de un movimiento mucho más político que religioso llamado sionismo, cuyo propósito era la creación de una nación-estado para los judíos que vivían en Europa. Una gran influencia y un apoyo decisivo a este movimiento provino de la fascinación de los reformadores o protestantes cristianos en Inglaterra y EE.UU por el Antiguo Testamento. La modernidad está íntimamente ligada al colonialismo, y los primeros colonos británicos que se establecieron en Norteamérica se identificaban con la idea tomada de la Biblia de la llegada de un pueblo elegido a la Tierra Prometida, que les sería entregada por Dios una vez hubieran acabado con los infieles que la habitaban.


Al concluir la II Guerra Mundial, bajo presiones de los puritanos estadounidenses y los grandes financistas judíos de Inglaterra, fue creado el estado de Israel en 1948. Como toda nación, Israel necesitaba de héroes y épicas legendarias que sustentaran su orgullo nacional. Los fundadores del nuevo estado tomaron sus próceres directamente de la Biblia: los judíos ya no serían las débiles víctimas llevadas mansamente al exterminio, sino héroes poderosos, espartanos, victoriosos, como Moisés y Josué, y grandes reyes como Saúl, David y Salomón. Con ánimo expansionista y colonialista, siguiendo el modelo de la modernidad europea y estadounidense, se trazaron la meta de recuperar el magnífico reino del gran Salomón, que se extendía desde el Mar Rojo hasta el Éufrates, en Mesopotamia. Y, como Josué, no vacilaron en emprender el genocidio de los ocupantes de aquella Tierra Prometida.


Pero la historia, y su cómplice, la arqueología, terminaron por estropear esa imagen resplandeciente. Después de la Guerra de los Seis Días en 1967, cuando Israel se apoderó de casi todo el territorio de Palestina, se inició una entusiasta búsqueda para excavar las antiguas glorias cantadas en la Biblia. Los resultados fueron decepcionantes: no se encontró ninguna evidencia de que Abraham siquiera hubiera existido. El Éxodo de Moisés, que supuestamente movilizó millones de personas por el desierto, no había dejado ningún rastro. De las victorias de Josué sobre potentes ciudades como Jericó sólo quedaban huellas dudosas de pequeñas aldeas primitivas. Y lo peor era que el sabio Salomón y sus palacios, harenes, riquezas y templos no aparecían por ningún lado. Nunca me ha gustado ese papel de la historia como destructora de leyendas, porque estas siempre son más grandes y hermosas que la vida misma. Pero nuestra civilización materialista, sobre la cual se edifica el progreso científico, no tiene piedad con los ideales románticos.


Moshé Dayan, el León del Sinaí

La Guerra de los Seis Días, reedición mejorada del Blitzkrieg o guerra relámpago con la que Hitler acabó con Francia en un mes, consolidó a Israel como el mayor beneficiario de la ayuda financiera y militar de EE.UU. Esto significó un enorme progreso material para el país, aparte de la construcción de un ejército temible, equipado con las armas más avanzadas. Poco se habla del hecho de que Israel posee un arsenal nuclear que las agencias internacionales nunca han podido cuantificar efectivamente. Su alianza indestructible con la mayor potencia de la historia de la humanidad también protege a Israel de las normas de transparencia y respeto a los tratados internacionales que se aplican a cualquier otro país.

El hecho de que Israel se defina a sí mismo como un “estado judío” es quizás el meollo de todas las contradicciones en que está envuelto ese país. Siendo una teocracia, Israel no puede ser un país democrático en el sentido usual de esta palabra. Es de hecho un régimen de apartheid donde algunos ciudadanos acaparan todos los derechos y otros sólo pueden aspirar a ser sirvientes degradados. Y para gozar de plenos derechos basta con ser judío, debidamente certificado por los rabinos. Cualquier extranjero que se convierta al judaísmo puede mudarse a Israel y recibir todo tipo de prerrogativas que le están negadas a personas que han vivido en su territorio desde hace incontables generaciones. De hecho, estas últimas pueden ser expulsadas y despojadas de sus propiedades para entregarlas a “colonos” cuya única virtud es ser judíos. Todo con el beneplácito del último imperio de la historia, cuya política exterior parece estar totalmente sometida a los caprichos y rencores y arrogancias de un régimen político colonialista y racista que se esconde detrás de una falsa teocracia totalitaria.

Navidad entre escombros en Gaza. BBC/Getty

No todos los judíos son sionistas. Terminemos esta modesta indagación citando las palabras del rabino estadounidense Dovid Feldman, portavoz de la Organización Internacional de Judíos Contra el Sionismo. Según él, la raíz de los problemas que se viven en Palestina está en el movimiento sionista que estableció el Estado de Israel, e insiste en que los verdaderos judíos que siguen la Torá no aceptan tal situación. “La única explicación que se le puede dar a esto es que el movimiento sionista necesita de la guerra para existir y ganarse la simpatía del pueblo judío. Necesitan la guerra para poder decirles a los judíos, miren, estamos en peligro, los palestinos son una amenaza para nosotros”.

El conflicto de 75 años en Palestina es un ejemplo más del mismo colonialismo europeo que ha ensangrentado el mundo desde hace siglos, de la idea de la “raza superior” que llevó a los horrores de los campos de exterminio nazis, del revanchismo de un grupo de astutos intrigantes que usurpa la representación de un pueblo mítico, el “pueblo elegido por Dios”, que no es ni pueblo ni raza, pero proporciona un sistema de creencias atávicas muy difundidas que este grupo utiliza descaradamente para sus propios fines, que son principalmente los negocios del complejo militar-industrial-mediático-financiero-tecnológico del imperio que merece ser llamado “anglo-sionista” y que está en el ciclo final de su decadencia. La barbarie que presenciamos actualmente es una señal muy clara de ello.  

No sería justo culpar de esta barbarie a la antigua religión que ha generado las dos grandes creencias monoteístas del mundo (el cristianismo y el Islam) y que, en comparación con ellas, es muy minoritaria. Terminemos con estilo profético-estético con una digresión acerca de aquel dicho que dice “todo lo saludable viene de los judíos” (Juan 4, 22). En una de sus Fantasías Memorables, el poeta William Blake, en su viaje por el Infierno, conversa con los profetas Isaías y Ezequiel, y este último le dice que el pueblo de Israel cree que el Genio Poético es el Primer Principio del cual derivan todos los otros, que por eso los israelitas (no los israelíes, los primeros son el pueblo de Dios, los segundos los ciudadanos de la teocracia sionista) desprecian a los sacerdotes y filósofos de otros pueblos y profetizan que todos los dioses son tributarios de ese Genio Poético cantado por su gran poeta, el Rey David. Luego añade: “de estas opiniones el vulgo ha llegado a creer que todas las naciones serían finalmente sometidas a los judíos. Esto, dijo, como todas las convicciones firmes, llegará a suceder, pues todas las naciones creen en los mandamientos de los judíos y adoran al dios de los judíos, ¿y qué mayor sometimiento puede haber?” 


 

BIBLIOGRAFÍA

Shahak, Israel. Jewish history, Jewish religion (1994-2002-2008). Pluto Press, Londres.

Sand, Shlomo. The invention of the Jewish people (2009). Verso, Londres.

Koestler, Arthur. The 13th tribe. ISBN 0-394-402847.

Mearsheimer, John y Walt, Stephen. The Israel lobby and U.S. foreign policy (2007). Farrar, Strauss and Giroux, Nueva York.

Blake, William. The marriage of Heaven and Hell (1927). J. M. Dent and Sons Limited, Nueva York.