viernes, 15 de marzo de 2019

Negro con bata, chichero


Blanco con bata, doctor; negro con bata, chichero.

Dicho vulgar venezolano

Cuando uno viene desde los estadios hacia la estación del metro de Ciudad Universitaria, al final de la isla de esa avenida que creo que se llama Las Acacias, hay una plazoleta donde puede verse la estatua de un hombre ataviado con algo que parece una bata desabotonada. Si se hiciera una encuesta al pie de este monumento y se le preguntara a los transeúntes quién es el personaje en cuestión, lo más probable es que muy pocos podrían identificarlo. 



No es de extrañar. La falta de memoria histórica nos caracteriza como pueblo. Es un mal probablemente incurable. Pero digamos rápidamente que se trata de un personaje fundamental, un hito en la Historia con hache mayúscula del país, una figura además cuya historia personal es apasionante y polémica y tiene un final trágico. Se trata de Rafael Rangel, el bachiller que nunca llegó a ser doctor por ser negro e hijo ilegítimo, como el 70% de la población de Venezuela, según se dice y se repite constantemente por ahí. 

Siempre he pensado que la historia de Rafael Rangel merece ser contada en una película (porque esta última es una forma narrativa con el potencial de llegar a una audiencia masiva, aunque tantos venezolanos lamentablemente —y quizás justificadamente— aborrezcan el cine nacional). Podría ser un documental minucioso y exhaustivo como los que hizo Manuel de Pedro en los 70. O una reconstrucción histórica (como las que hacen magistralmente, hay que reconocerlo, los ingleses) de la Venezuela de los primeros años del siglo XX, con tres personajes principales: ante todo, el propio Rangel como protagonista. El segundo lugar, por contraste, lo ocuparía una figura que todo el mundo reconoce, ya que es parte entrañable de nuestra iconografía popular y expresión de nuestro gran complejo de inferioridad nacional, de nuestra frustración y hambre de reconocimiento que se retuerce ante la tozudez de la iglesia católica romana, que sigue negándose a oficializar a nuestro primer santo venezolano. Como si el reconocimiento del pueblo no fuera suficiente. Tal vez al Vaticano no le gusta el aura de curandero-mandinga que ha adquirido. ¿O será que el abogado del diablo ha descubierto cosas que no nos quieren decir?

Mini-altar en el Hospital Vargas


Aparte de su condición de pioneros, héroes e incluso mártires de la ciencia médica en Venezuela, el bachiller Rangel y el doctor José Gregorio Hernández tienen otra cosa en común: ambos son andinos, provenientes de dos poblaciones muy cercanas entre sí del estado Trujillo (Betijoque e Isnotú). Ambos aparecen en el preciso momento en que los andinos finalmente reclamaban el protagonismo que les correspondía por derecho propio en nuestra tragicómica historia, de la mano del tercer gran protagonista que propongo para mi sainetesca película: Cipriano Castro, el Caudillo Restaurador del Liberalismo, a quien no deberíamos permitir que su reciente reivindicación moral le quite nada de su patética humanidad. 



Al morir Joaquín Crespo (1898), el país se quedó sin Macho Alfa, y los diversos machos rivales se enzarzaron en una lucha sin cuartel por la jefatura indiscutible de la manada nacional. Cipriano decidió que él tenía el coraje y la capacidad para derrotarlos a todos, y no sólo lo consiguió, sino que fundó una dinastía tachirense que iba a dominar el naciente siglo XX. Como dice Mariano Picón Salas, entre los 60 compañeros que venían con Cipriano desde el Táchira había tres futuros presidentes de Venezuela, los tres primeros de la mentada dinastía: el propio Castro, su compadre Juan Vicente Gómez, y un quinceañero llamado Eleazar López Contreras. Por cierto, en la película hay que darle un papel secundario pero decisivo a Gómez. Y hay que ser justos con ambos personajes: Cipriano, juerguista y parrandero, tiene una tendencia a la prosopopeya que lo hace caricaturesco. Por su parte, Gómez, en la plenitud de su vigor, tiene una tremenda pinta de galán y no parece un vejete repugnante y adulador. ¿Se puede ser imparcial ante el peor tirano de nuestra historia (que lo fue) y poner en la balanza sus pros y sus contras? Porque no existe un “lado correcto de la historia”, esa expresión horrenda que se oye por ahí últimamente. 



Aprovecho para criticar brevemente la película La Planta Insolente, que me parece terriblemente fastidiosa como todos los “biópicos” (término hollywoodense que fusiona lo biográfíco con lo épico). Encuentro mucho más interesante narrar un episodio breve que involucre a personajes relativamente secundarios de la escena histórico-política del momento (una especie de historia desde abajo), con breves y ocasionales apariciones de las grandes figuras, que hacen sentir su poder, pero como parte del background de la historia que se está narrando. Antes de pasar de una vez a echar el cuento de Rangel, digamos que empieza mientras Venezuela aún está dominada por un Castro aparentemente omnipotente, que ha derrotado a todos sus enemigos, internos y externos; y termina después de que su hasta entonces fiel lugarteniente Gómez, aprovechando la salida del país de su compadre para curar su riñón enfermo, lo desaloja del poder. 

El Macho Alfa y el Macho Beta

Empecemos la historia por el final, como recomienda Marcel Roche en su libro. Rafael Rangel, prestigioso jefe del flamante laboratorio del Hospital Vargas de Caracas, aparece con su bata blanca desabotonada, ingiriendo una dosis mortal de cianuro de potasio. ¿Por qué un joven tan talentoso, respetado por sus colegas y (hasta ese momento) protegido por los poderosos, decide matarse de un modo tan patético? Como decía Cantinflas, “hasta la pregunta es necia”: El talento siempre ha engendrado envidias, y más en un medio tan mezquino como el nuestro, donde las nulidades engreídas siempre se han enseñoreado. Con la caída de Castro, las alabanzas que habían llovido sobre Rangel se convirtieron en chismes e intrigas, y para los nuevos poderosos pasó de ser una eminencia a una rémora del gobierno anterior

Rafael Rangel "vestido de patiquín"

Rangel era hijo ilegítimo de un comerciante de Betijoque. Su madre murió poco tiempo después de su nacimiento y fue reconocido por su padre (es decir, le dio su apellido), quien entonces lo llevó a vivir con su familia legítima al cuidado de su esposa, que para Rafael era una madrastra. Todo esto es una historia muy común en Venezuela. Sus rasgos no eran negroides, sino más bien mestizos (alguien dijo que parecía un hindú de tez morena y cabello negro lacio). Con el apoyo de su padre, llegó a Caracas a estudiar medicina, terminando dos años de la carrera con buenas calificaciones. En ese momento se le ofreció la oportunidad de trabajar en el recién creado laboratorio clínico del Hospital Vargas, dirigido por el doctor José Gregorio Hernández. Allí, Rangel se entregó a la labor investigativa, mucho menos glamorosa que los estudios de medicina. Entre esputos, excrementos, orina, pus y otras secreciones corporales descubrió la belleza de la microbiología y se convirtió en pionero de lo que hoy en día llamaríamos “bioanálisis”. Entre 1902 y 1907, sus investigaciones y publicaciones como patólogo y microbiólogo fueron tan destacadas que mereció ser promovido a jefe del laboratorio, el cual estaba bajo la protección directa del gobierno de Cipriano Castro, quien no vacilaba en asignar importantes sumas para su dotación y modernización. Y entonces se presentó el episodio que resultaría decisivo en la carrera (y en la tragedia) de Rangel: el estallido de la epidemia de peste bubónica en la Guaira en 1908. 

Las ojivas neogóticas del Hospital Vargas

La peste, el cuarto jinete del Apocalipsis, representa uno de los miedos atávicos de la humanidad. Como se sabe, la transmite una pulga que vive como parásita de la rata negra. Cuando la pulga se infecta con el bacilo de la peste, mata a las ratas donde vive normalmente, y entonces pasa a chuparle la sangre al hombre. La peste ha arrasado Europa y Asia varias veces, matando millones. Las ratas la transportan en los barcos, por eso los puertos suelen ser los primeros sitios donde se presenta. La señal inconfundible de su llegada es que empiezan a morir las ratas. Como secuela de la gran peste de Hong Kong en 1896, diseminada en otros puertos del Atlántico y el Pacífico en los años siguientes, las ratas empezaron a morir en el puerto de La Guaira a principios de 1908. 

La rata negra (Rattus rattus)

La reacción de los gobiernos ante la sola mención de la palabra peste es lo que los psicoanalistas llaman mecanismo de negación, porque saben que implica tomar medidas impopulares y ruinosas como la cuarentena, el cierre de puertos y la incineración de cadáveres y propiedades. Castro, que había sido llamado el Salvador de la República, adoptó la misma consabida actitud: en su gobierno no podía ocurrir aquella calamidad. Cuando los rumores aumentaron y aparecieron los primeros muertos, se comisionó a Rafael Rangel para que bajara a La Guaira a constatar si aquello era o no era peste, con la clara esperanza de que no lo fuera. Es interesante el hecho de que se enviara a Rangel, que no era doctor sino apenas bachiller, y no a José Gregorio Hernández, profesor de bacteriología de la Universidad Central de Venezuela. Según Roche, la razón es que Hernández estaba pasando por una crisis de vocación religiosa muy profunda, que lo impulsaría, aún en medio de aquella situación de emergencia, a salir del país para ingresar como monje cartujo en un monasterio en Italia (experiencia que, como se sabe, terminaría siendo fallida). En vista de aquella circunstancia, Rangel fue considerado más competente y mejor equipado que su maestro. 

Muerte de José Gregorio en un muro en La Pastora

En La Guaira, Rangel despliega toda su actividad y experiencia, en contacto permanente con el propio presidente Castro por medio del telégrafo. Al principio, los cultivos e inoculaciones en animales de laboratorio no parecen indicar la presencia del bacilo de la peste; y estos resultados, aunados a la presión del gobierno y de la temerosa ciudadanía, llevan a Rangel a emitir un primer diagnóstico negativo. De momento se arma una gran alharaca y casi se le declara héroe nacional. Sin embargo, siendo un genuino científico que no buscaba los aplausos sino comprobar la verdad, siguió examinando nuevos casos, hasta que finalmente confirmó la presencia del temido bacilo. Enseguida telegrafió a Castro y tomó discretamente el tren a La Guaira, tratando de no alarmar innecesariamente a la población, para iniciar una heroica lucha contra la epidemia. 
Ya este primer diagnóstico errado hacía prever el escándalo que se avecinaba. Cuando Castro decreta el cierre del puerto, la realidad se hizo inocultable. En medio del pánico generalizado, Rangel asume personalmente la dirección médica y administrativa del combate sanitario; con lo cual empieza a ganarse enemigos debido a las medidas extremas que tiene que tomar, entre ellas la quema de algunas viviendas infectadas. Entretanto, Castro y su gobierno apoyan moral y financieramente todo lo que hace. La batalla contra la peste termina oficialmente en mayo de 1908, cuando se reabre el puerto de La Guaira. Rangel y sus colaboradores reciben honores y condecoraciones. 
Pero el final de esa crisis coincide con el agravamiento de la enfermedad renal de Castro. Ningún médico venezolano se atreve a operarlo, y le recomiendan que viaje a Alemania a tratarse con un célebre especialista. Castro se embarca el 24 noviembre de 1908, y el 19 de diciembre su compadre toma el poder, para no soltarlo hasta su muerte 27 años después. Muchos enemigos dentro y fuera del país tenía Castro, muchos intereses poderosos cerraron la trampa sobre él. Y con su caída empezó el calvario de Rafael Rangel. 



Es lo que yo llamo “el síndrome del Helicoide”: si lo hizo el gobierno anterior, no sirve, y hay que abandonarlo, o si es posible, destruirlo. De pronto empezaron a aparecer comentarios en la prensa: que cómo se le ocurría a Castro mandar a un simple bachiller a atender algo tan serio como la peste…que con razón se equivocó en el diagnóstico…se ponen en duda los métodos usados…se dice que gastó demasiado dinero inútilmente, que dónde estaban los reales…que se quemaron unas casas y nunca se pagaron…Rangel trató de responder a todo con dignidad. Pero había que cobrarle su identificación con Castro, sus cartas llenas de lealtad y admiración hacia el que ahora todos llamaban “tirano”. Y para colmo, la merecida beca que le habían ofrecido años atrás para ir a estudiar Patología Tropical a Europa, y que en ese momento, como dice Roche, le hubiera permitido alejarse de la hostilidad que el cambio de gobierno había desatado contra él en Caracas, le es negada terminantemente, como para confirmar su caída en desgracia. 
Quizás había en Rangel un profundo resentimiento a causa de su origen social; quizás había sido maltratado y humillado por esa razón. No sería de extrañarse. Quizás tenía una tendencia a la depresión y al suicidio…Quizás tenía enemigos que aprovecharon las circunstancias para “hacer leña del árbol caído”. Quizás hasta lo habrán llamado “negro”, y no precisamente por cariño. Sólo se puede elucubrar al respecto. Uno de los anexos del libro de Roche trata de las discusiones e interpretaciones de los psicólogos sobre la personalidad de los suicidas. Ahí se dice que muchos grandes investigadores científicos han perdido a uno de sus progenitores en su primera infancia, como le pasó a Rangel con su madre: Newton, Kelvin, Lavoisier, Boyle, Huygens, Rumford, Madame Curie, Maxwell… 
También hay muchos rumores maliciosos sobre una posible enemistad entre Rangel y José Gregorio Hernández, pero no existen pruebas documentales contundentes de ello. Por el contrario, se sabe que Hernández fue su maestro, que lo recomendó para trabajar en el laboratorio y siempre alabó sus trabajos. Por otra parte, se dice que tenía un trato frío y distante, no sólo con él, sino en general. Roche recoge como anécdota el comentario que dicen que hizo Hernández al saber de la tragedia de Rangel: “Se murió ese loco”. En medio del positivismo reinante en la época, la religiosidad de Hernández probablemente no era muy bien vista y pudo haberle hecho antipático a los ojos de algunos de sus colegas. 

Esquina de Amadores

Poco después del suicidio y del escándalo subsiguiente, un conocido de Rangel de nombre Salustio González Rincones presentó en el Teatro Caracas una pequeña obra dramática (llamada Las Sombras) donde se hacen vagas alusiones con nombres supuestos a un famoso doctor que emplea como limpiador en su laboratorio a un chico provinciano, que resulta muy buen estudiante y termina como jefe del laboratorio. Luego el chico demuestra científicamente la existencia de la peste, pero lo obligan a callarse para no estropear un baile que piensa dar el Presidente de la República. El doctor y un ministro corrupto aprovechan la situación para comprar todas las vacunas y hacer negocio cuando se anuncie la peste. Más tarde, intrigan para que expulsen al chico del laboratorio, argumentando que no sólo no es doctor, sino que para colmo es negro. El chico, por supuesto, termina envenenándose. 


En fin, éste es el resumen de la tragedia de Rafael Rangel, pionero de los investigadores científicos de Venezuela, que prefirió ser un estudiante eterno en vez de graduarse de doctor, que vivió en carne propia los implacables vaivenes de la política y se quitó la vida a los 32 años, el 20 de agosto de 1909. Podría ser el tema de una interesante película documental, que rescataría la memoria de uno de los personajes menos reconocidos de la historia de Venezuela. Documental que nadie ha hecho todavía, que yo sepa. También da para un drama de época con estupendas posibilidades escénicas. Si algún estudiante de audiovisual siente interés por el tema, tendría que leerse el excelente libro del doctor Marcel Roche Rafael Rangel, ciencia y política en la Venezuela de principios de siglo, un magnífico estudio histórico con amplísima documentación. Además, recomiendo Días de Cipriano Castro de Mariano Picón-Salas. El blog El cronista de Tucutucu tiene información muy interesante y mucha bibliografía adicional. También es imprescindible el clásico de Albert Camus La peste.