martes, 1 de junio de 2021

Transitando el transhumanismo y conversando el cosmismo

 

La ontogenia recapitula la filogenia

Desde que Charles Darwin publicó El Origen de las Especies en 1859, la Teoría de la Evolución se convirtió en el dogma, el evangelio, la revelación, la justificación, el fundamento científico inapelable del materialismo ateo. Marx seguramente se habrá tomado más de una cerveza para celebrar la aparición de esa obra. Nietzsche se inspiró en ella como si hubiera fumado una pipa de opio: Dios había muerto, la selección natural era su partida de defunción. El mono era al hombre como el hombre al superhombre. Lo grande del hombre es que no es una meta sino un puente. ¿Un puente hacia qué? Porque seguramente la evolución no había terminado: después del hombre vendría algo más grande y menos imperfecto que el hombre. 

Los seguidores de Darwin ya habían creado una mitología que prescindía del Creador, eficientemente sustituido por el Azar y la Necesidad. Unas moléculas se habían combinado aleatoriamente en algún charco, cayó un rayo providencial, y así se formaron los primeros seres vivos. No había nada más que materia bruta obedeciendo sus propias leyes. No había trascendencia ni objetivo, y sobre todo, no existía ese barbudo con sandalias creando cosas a su imagen y semejanza.


Últimamente, y a consecuencia de la Revolución Tecnológica, que empezó quizás a mediados de la década de los 1980, se fue aclarando la imagen de cómo sería ese siguiente paso en la evolución del hombre: aditamentos tecnológicos que mejorarían los cuerpos y aumentarían el poder del cerebro serían injertados. Los futurólogos empezaron a fantasear sobre las inmensas posibilidades que se abrían, y así nació el trans-humanismo, una vía hacia la post-humanidad. Silicon Valley era el nuevo Edén donde se realizaría la mutación definitiva a la nueva especie: el Homo sapiens ya no era tan sapiens y nacía el Homo cyber, que compartía y delegaba su inteligencia en las supercomputadoras. 

Cuando se consolidó Internet empezando el siglo XXI, el cambio parecía inminente. La Inteligencia Artificial y el Internet de las Cosas eran el camino a seguir. Elon Musk dejaba atrás a Bill Gates como el nuevo Fausto, y no sólo ofrecía paquetes turísticos al espacio, sino una interfaz directa entre cerebro y máquina llamada Neuralink. La alianza de la nanotecnología con la ingeniería genética era la herramienta para crear el hombre nuevo. Entre tanto, los dueños de GAFA adquirían poderes sobrehumanos y Mefistófeles sostenía la sartén por el mango.

Homo cyber

Pero la mitología en que se apoya todo este magnífico edificio presentaba algunos puntos débiles. Para empezar, a muchos les parecía poco creíble que el mero azar produjera las combinaciones químicas necesarias para que se formaran los aminoácidos, la base de la materia orgánica. Una explicación alterna es que hubieran venido esporas, semillas de vida del espacio exterior, de otros mundos. Muy bien, pero ¿y ellas cómo se formaron? En alguna parte tendría que haber empezado todo, o estaríamos ante una regresión al infinito

Por otra parte, si bien los paleontólogos y antropólogos habían elaborado un aparato teórico aparentemente muy consistente para sustentar la evolución humana, también allí encontrábamos algunas patas cojas. Los fósiles de los primeros simios bípedos tienen una edad no mayor de cinco millones de años. Los primeros homínidos como tales tienen una edad muy inferior. Pareciera que la evolución del australopiteco al Homo erectus al Homo habilis al Neanderthal fue un proceso bastante acelerado, realizado en muy poco tiempo (geológicamente hablando). 

Además, los mismos científicos materialistas aseveran que aquellos humanoides sufrieron una misteriosa mutación hace unos 50 mil años, y sólo después de este evento se puede hablar de seres que ya no eran meramente hábiles, sino inteligentes (capaces de producir cosas como religión, arte y ciencia). Pero nadie explica en qué consistía ni cómo ocurrió esta mutación.


De eso precisamente trata la secuencia inicial (El Alba del Hombre) de la mítica película 2001 Odisea Espacial, producto de la unión del genio visionario de Stanley Kubrik con el de Arthur C. Clarke. Recordemos: una manada de homínidos sometidos al terror de una naturaleza darwinista de repente despiertan una noche y se encuentran con un misterioso monolito, un perfecto prisma rectangular u ortoedro negro, que ha sido colocado ahí por “los extraterrestres” (aunque nunca se nos dice ni cómo lo hicieron ni quiénes son ni de dónde vinieron). 

A consecuencia de este encuentro, los hombres-mono empiezan a tener brillantes ideas, como la de utilizar huesos como armas para matar a sus rivales e imponerse sobre ellos. Una interpretación de esta historia es que la evolución definitiva del simio al hombre ocurrió porque alguien le dio un empujoncito. Los caminos de Dios son misteriosos: lo de formar al hombre con barro e insuflarle el espíritu divino es una hermosa metáfora, pero después de Darwin, preferimos creer que Dios (¿o los dioses? ¿Elohim?) provocó cambios decisivos en los cerebros de unos simios antropoides—quizás desatados por la contemplación de una figura geométrica perfecta, que nunca se encuentra en la naturaleza. 

Entonces, ¿es Dios un extraterrestre? ¿Pero no es eso precisamente lo que es Dios, un ser que viene del cielo, que proviene de otros mundos que desconocemos? ¿No es esa la definición de “extraterrestre”?


Volvamos al trans- y post-humanismo. Cuando leemos la historia de este movimiento, siempre nos topamos con la mención de un antecedente: el cosmismo ruso (no confundir con el comunismo ruso, aunque hay extrañas coincidencias entre ambos). Antes de entrar a discutir este tema, es necesario que hablemos brevemente sobre Rusia y su peculiar civilización. 

Porque Rusia no pertenece a “Occidente”, no es otro país europeo: es una cultura diferente, en todo caso euro-asiática, con un elemento racial mongol y estepario, pero firmemente enraizada en la religión cristiana ortodoxa. Desde sus orígenes, la mentalidad rusa aparece cargada de misticismo febril y ascetismo. Tal vez las extensiones de la Madre Rusia son excesivas, o su clima es demasiado extremo, o el vodka demasiado potente. Lo cierto es que la historia rusa está llena de personajes alucinantes y esotéricos (Iván el Terrible, Rasputín, Madame Blavatsky…). 

Sin embargo, la conjunción alcohólico-político-mágico-religiosa no impidió que, a partir de 1917, se estableciera en sus inmensidades un sistema político materialista y ateo, una versión exacerbada del totalitarismo, encabezada por hombres como Lenin o Stalin, que parecían balancearse entre el mesianismo y el satanismo. Paradójicamente, el comunismo soviético no estaba exento de misticismo, y los rusos consideran su inesperado colapso como “la mayor tragedia del siglo XX”.

Iván el Terrible por Eisenstein

El profeta del cosmismo ruso es una figura radicalmente excéntrica, como corresponde a la historia cultural de su patria: Nikolai Fiodórovich Fiódorov (1829-1903). Durante toda su vida se esforzó por vivir en el anonimato: sólo a regañadientes llegó a entrar en contacto con algunos de los más famosos pensadores y escritores rusos de su tiempo. No llegó a vivir la era soviética, pero durante ella su obra sería estigmatizada y la mayoría de sus seguidores perseguidos, exiliados o ejecutados. En la actualidad es considerado no sólo uno de los mayores héroes del pensamiento ruso de avanzada, sino el creador de una variante fantásticamente original del trans-humanismo. Todo esto sin mencionar su enorme influencia en el programa de exploración espacial de Rusia.

El único retrato de Fiódorov por el pintor Pasternak

Fiódorov estaba dominado por una sola idea: creía que todos los problemas de la humanidad tenían su origen en la supuesta inevitabilidad de la muerte. Para resolver todos los otros problemas humanos, ya fueran sociales, políticos, económicos o filosóficos, primero había que resolver el problema de la muerte. El hombre sólo podría llegar a desarrollar todo su potencial si superaba la circunstancia de su propia mortalidad. 

Todos los sistemas de pensamiento humano, incluso los más escépticos, se inclinan, aceptan sin discutir, se rinden ante la idea de la muerte. Pero para este extraño ruso, la humanidad debía unirse en la tarea común de vencer la muerte y asegurar la inmortalidad. No sólo eso: una vez alcanzada esa meta, también habría que restaurar la vida de todos los que han vivido y ahora están muertos. Claro, después de que todos fuéramos inmortales y hubiéramos resucitado a todos los muertos, ya no cabríamos en la Tierra, y sería necesario lanzarnos a conquistar el espacio interplanetario para poder acomodar a tanta gente.


Si todo esto les parece a Uds. una sarta de disparates, vamos a detenernos un poco en lo que propone Fiódorov. Si lo pensamos bien, tendremos que darle la razón en que la única forma en que el hombre pueda superarse a sí mismo es derrotando a la muerte. El hombre es el único animal que sabe que va a morir, y eso lo determina en muchos sentidos. El origen del poder de la religión hay que buscarlo en el miedo a la muerte. Las (todavía) actuales filosofías de la desesperación y la angustia se basan todas en el miedo a la muerte: ¿no dice Heidegger que el hombre es un ser para la muerte

Antes nos consolábamos creyendo que habría una vida después de la muerte; pero ahora que sólo creemos en la materia, sabemos que vamos a morir y sólo nos queda la angustia de la nada. También dice Fiódorov que la humanidad invierte sus mayores recursos y energías en mejorar las formas de matar y destruir a sus semejantes. Si en vez de ello usáramos esos recursos y energías en combatir la muerte, es seguro que, al final de un largo y arduo esfuerzo, lo conseguiríamos.

Putin ortodoxo

Fiódorov era profunda y absolutamente cristiano, para él la idea de la resurrección era perfectamente normal, uno de los pilares de su fe. Pero, tanto para los no-cristianos como para los que han perdido la fe, uno de los puntos de la doctrina cristiana que más desafía el sentido común es la creencia en la resurrección. 

El acto de vencer su propia muerte convierte a Jesús en algo más que un hombre. Ya cuando Pablo fue a Atenas a explicar la nueva religión, se encontró con que estoicos y epicúreos lo escucharon muy cortésmente hasta que presentó el tema de la resurrección. Entonces, algunos se rieron y otros se negaron a seguir discutiendo (Hechos 17, 16-34). 

Por otra parte, el proyecto de resucitar a todos nuestros antepasados crea interesantes problemas logísticos: ¿qué tan atrás habría que llegar, hasta el Neanderthal o el pitecántropo? Y las complicaciones se harían infinitas si vamos a incluir a todos los que han vivido… 

Recordemos que Platón decía (en el Timeo) que para cada uno de nosotros hay una estrella en el cielo. Esa es la estrella que nos correspondería poblar junto con nuestros ancestros (por cierto, ya no habría más nacimientos, puesto que todos seríamos eternos)…

Tolstoi y Dostoievski

Muchos llamaban al ascético Fiódorov el Sócrates de Moscú. Vivía prescindiendo de todas las comodidades, detestaba el dinero, era bibliotecario público y tenía un reducidísimo grupo de seguidores. A través de estos discípulos llegó a ser conocido, respetado y hasta venerado por personajes tan importantes como Dostoievski y Tolstoi

Gracias a su trabajo en la biblioteca, solía tomar bajo su protección a algunos estudiantes, generalmente muy pobres, con quienes compartía el tesoro de su erudición cuasi-monástica. Más allá del misticismo, Fiódorov predicaba la acción, y decía que su proyecto de regeneración sólo iba a lograrse a través de la ciencia y la técnica. Su lema era: a Dios rogando y con el mazo dando.

Konstantin Eduárdovich Tsiolkovski

Monumento a los conquistadores del espacio, Moscú

Entre sus protegidos estaba el pionero de la ciencia cosmonáutica rusa, Konstantin Eduárdovich Tsiolkovski (1857-1935). Este excéntrico discípulo del excéntrico Fiódorov es el padre del programa espacial de la Unión Soviética. Sordo desde los 10 años, Tsiolkovski había sido rechazado por todas las escuelas hasta que Fiódorov se lo encontró en la biblioteca y empezó a guiar sus estudios. 

El jovenzuelo quedó totalmente fascinado con los viajes espaciales, que según él eran la clave para la liberación y el perfeccionamiento de la especie humana. A él se le debe el desarrollo teórico de las naves impulsadas por cohetes y la colonización espacial. Tsiolkovski tuvo suficiente astucia política para evitar las purgas de la era de Stalin, y se convirtió en un héroe popular en la URSS. 

Durante la Guerra Fría, sus proyectos se concretaron gracias al trabajo de otro cosmista: Serguéi Pávlovich Koroliov (1906-1966), quien sí pasó un tiempito en el GULAG. Así se templó el acero en Rusia, el primer país que puso en órbita un satélite artificial y envió un ser humano al espacio. Por si no lo sabían, los rusos nunca hablan de astronautas sino de “cosmonautas”.

A diferencia del trans-humanismo “occidental”, secuestrado por las élites plutocráticas, mecanicista, farandulero y manipulador, el cosmismo ruso predica la unión de todas las ciencias, las artes, la sociología, la economía, la filosofía y la religión para conseguir la trascendencia de la especie humana. Para los cosmistas, es absurda la división entre ciencias experimentales y/o numéricas “duras” y “ciencias humanas”. Todas las ciencias son humanas, y los problemas y las soluciones que aportan tienen consecuencias sociales, políticas, económicas, pero también espirituales. Los cosmistas son polímatas, saben de todo, conocen la química, la física, la ingeniería, pero no por ello dejan de ser poetas, gnósticos, metafísicos y profetas.


Concluyamos señalando que, junto con el colosal crecimiento económico experimentado por China después de la muerte de Mao, una de las hazañas más asombrosas de los últimos 20 años ha sido la recuperación de Rusia, que dejó de ser un país humillado, plagado por las mafias, dirigido por un borracho entreguista, para reinstalarse con plena justicia en su lugar como una de las tres superpotencias del mundo. 

Creo que una importante lección que nos dejan los rusos es que el patriotismo es algo más que “el último refugio de los canallas”. El amor a su patria, el deseo de recuperar su dignidad, les ha permitido superar dialécticamente su tránsito por el marxismo-leninismo. Rusia ha resuelto la contradicción entre comunismo y capitalismo y ahora se halla en una etapa superior de organización sintética, firmemente asentada en sus tradiciones nacionales más profundas, pero con una visión de cooperación cósmica. Da svidánia.


 

BIBLIOGRAFÍA:

“Nikolai Fyodorov, "el Sócrates de Moscú" que impulsó el "cosmismo" y la carrera espacial soviética”. Benjamin Ramm. BBC. 8 mayo 2021. https://www.bbc.com/mundo/noticias-56840099

 

The Russian Cosmists. The Esoteric Futurism of Nikolai Fedorov and his followers. George M. Young (2012). Oxford University Press.