jueves, 1 de noviembre de 2018

Retozando con el cetáceo

Una falla persistente en Internet que padezco desde hace como un mes había retardado la publicación de esta nota. Hoy que vuelvo a tener conexión aprovecho rapidito antes de que se vuelva a ir-pensando como los pobres: uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde- para publicar este "post", la carne de cuyo sandwich es una reseña del libro de Daniel González El Ojo de la Ballena que tuve el honor de traducir y que será publicada próximamente en la revista Tierra Firme (también como resultado de mi implicación con el Centro Nacional de Historia). Hay dos anécdotas que debo anotar al margen: la primera es que normalmente me regalan un ejemplar de cada libro que traduzco; pero en este caso no ocurrió así, supongo que porque estaban vendiéndolo en el mostrador de la Galeria Tac en Las Mercedes por el módico precio de treinta dólares. La otra es mejor: a la salida de la inauguración de la exposición (en mayo de este año) hubo una degustación nada menos y nada más que de cerveza Polar. Y no eran tercios ni polarcitas: eran las cervezas de lujo Märzen y Solera Black (y otras por el estilo. Claro, ahora hasta la polarcita se ha vuelto una "cerveza de lujo"). Lo cierto es que me di el lujo de agarrar una decente borrachera gratis financiada por la Polar junto con un pequeño grupo de mis amigos. A la salida de la galería todo el mundo estaba "entonado" y feliz, quizás recordando días de abundancia que ahora parecen sepultados en la historia...


RESEÑA – Pedro Leonardo González
EL OJO DE LA BALLENA. Daniel González. Textos: Douglas Monroy, Félix Suazo. Fotografías: Daniel González. Caracas: Monroy Editor, 2018; 180 p. Edición bilingüe (español-inglés). 



Daniel González es uno de los fotógrafos venezolanos más destacados y una figura de prolongada trayectoria en actividades y movimientos artísticos e institucionales muy diversos. En su trabajo se combina magistralmente el compromiso político con un sentido estético de raíces surrealistas y espíritu subversivo, ligado al llamado informalismo que imbuía las producciones del Techo de la Ballena, ese ya legendario movimiento contracultural de la tormentosa década de los sesenta. González fue (y sigue siendo) efectivamente El ojo de la ballena, justificando plenamente el título de este libro, cuya aparición coincide con una excelente muestra antológica presentada en mayo de 2018 en la Galería TAC, en el Paseo de las Mercedes; un verdadero homenaje retrospectivo a este singular artista que incluye fotografías, videos, documentos, catálogos y libros del período comprendido entre 1961 y 1993.
La magnífica fotografía que adorna la portada del libro (un anuncio callejero que muestra una sardónica calavera bajo la cual se lee el misterioso lema Con millón hasta la muerte sastrería) revela lo que Félix Suazo llama la “mirada de cetáceo irreverente y retozón en medio de la marejada” característica de González. Esa mirada recorre las calles de Caracas recogiendo pintas callejeras, letreros insólitos, mordaces grafitis políticos y satíricas expresiones de la imaginería popular. Son inolvidables la imagen de un grupo de trabajadores que colocan sobre una pared en las inmediaciones de La Candelaria un rótulo tan perturbador como Pensión Infierno del Dante; o la tumba del Cementerio General del Sur que ostenta un letrero que dice Terreno propio; o la tienda de pompas fúnebres que anuncia Se venden vestidos para difuntas. Todos estos son ejemplos de la particularísma vertiente surreal-lautreamontiana de humor negro propia de las imágenes de Daniel González.
Nacido en San Juan de los Morros en 1934, Daniel González empieza su carrera artística como diseñador gráfico interesado en la pintura y la escultura. Tras una serie de auspiciosas exhibiciones de su obra pictórica, se involucra a partir de 1961 con un grupo de jóvenes (cuyos nombres —Caupolicán Ovalles, Juan Calzadilla, Carlos Contramaestre, Edmundo Aray, Rodolfo Izaguirre, Perán Erminy, Salvador Garmendia, Adriano González León, Francisco Pérez Perdomo, Fernando Irazábal, Efraín Hurtado, José María Cruxent, Gabriel Morera, Hugo Baptista, Alberto Brandt, Manuel Quintana Castillo, Luis Ángel Luque, Pedro Briceño y Antonio Moya, entre otros llegarían a tener una inmensa significación en el medio cultural venezolano de los años venideros) en un proyecto experimental artístico-literario con propuestas vanguardistas y un claro compromiso social y político denominado El Techo de la Ballena. Esta formidable amalgama trans-disciplinaria de talentos tan dispares, fundada en medio de la agitación revolucionaria de los primeros años del gobierno de Rómulo Betancourt, estaba destinada a hacer historia.
Desde el principio, Daniel González se convierte en “fotógrafo, diseñador, ilustrador y diagramador de libros, folletos, catálogos y de vehementes manifiestos artísticos de El Techo de la Ballena”, como recuerda Douglas Monroy en el texto introductorio del libro que reseñamos. Entretanto, continúa elaborando su propia obra personal, que quedará perennemente marcada por ese espíritu “cetáceo” de irreverencia, irracionalismo y provocación. Cabe destacar la publicación en 1963 de su primer fotolibro, Asfalto-infierno, reconocido como una de las realizaciones más importantes en el área fotográfica en Latinoamérica, continente estremecido por circunstancias extremas muy similares durante el “fiero decenio” de los años sesenta.
En 1966, este “fiel y obstinado cetáceo” presenta dos obras que merecen una nota aparte: su reportaje sobre el pueblo de San Francisco de Cara, cuyo desalojo para ser inundado por las aguas de la represa de Camatagua fue presentado como una silenciosa tragedia humana cargada de soledad y nostalgia; y su documental Alirio Díaz La Candelaria, que muestra el regreso del legendario guitarrista a su pueblo natal, en medio de la árida desolación de los eriales del estado Lara. Muestras de todos estos trabajos fueron exhibidas en la ya mencionada exposición antológica de la Galería TAC.
Con un impecable diseño gráfico de Zilah Rojas, el libro cuenta con sendos ensayos de Douglas Monroy (Ciudad devota) y de Félix Suazo (La mirada del cetáceo). Monroy hace una reflexión histórica desde la participación de Daniel González en el Techo de la Ballena (1961-1969), recordando dos célebres manifestaciones de esta agrupación, que se asumió a sí misma como una “guerrilla cultural”: Homenaje a la necrofilia, polémica exposición de Carlos Contramaestre, y el poemario ¿Duerme usted, señor presidente?, de Caupolicán Ovalles. González desempeñaría un rol estelar en cada una de las acciones subversivas del grupo: “Proclive a formar filas como artista comprometido y actuar como un comunicador de la realidad social, asiste a concentraciones y mítines de dirigentes. Fotografía en las calles y plazas públicas la protesta de trabajadores petroleros, y las pancartas en contra de la Dirección General de Policía (DIGEPOL)”, la emblemática policía política de aquellos días de insurrección y lucha revolucionaria contra el gobierno de Betancourt. Aunque representa un documento histórico importante, la obra de González siempre trasciende el mero panfleto político. Si bien su activismo llegó a costarle un carcelazo (en septiembre de 1964), la reflexión a que nos invita siempre es más profunda: desde los “postulados balleneros”, asume el tema de las pintas callejeras como un “motivo recurrente y obsesivo”.
Suazo, por su parte, celebra el buen humor y la inteligencia aguda de González. En su deambular informalista por cementerios, basureros, poblados abandonados y carreteras solitarias, logró presentar una cara perturbadora, “apocalíptica y amenazante” del aparente “progreso” de Venezuela en la era post-perezjimenista, cada vez más volcada hacia lo urbano. Hay un elemento fatalista, una “obsesión por lo siniestro” que sin embargo conserva “un acento irónico”. Para Suazo, la muerte, que aparece como una “entidad omnipresente” que “desafía la vanidad de una nación ahogada por la violencia política y los antagonismos sociales”, sigue campeando entre nosotros cincuenta años después de la toma de estas fotografías, “como si todo siguiera igual”.
Aunque podemos disentir de esta última aserción, ciertamente reconocemos la Venezuela retratada por este artista de mirada crítica, “enemigo de los estereotipos”, que siempre está buscando “el lado contradictorio o absurdo de lo real”. Suazo también señala “la relación entre el hecho visual y el discurso textual” que caracteriza la propuesta de González: “A menudo los mensajes inscritos en avisos, vallas y carteles callejeros alteran el sentido de la imagen, mostrando una fuerte disyunción entre el lenguaje y la realidad, lo cual se expresa en la no correspondencia de la escena o situación registrada y las alocuciones promocionales, doctrinales o contestatarias que reclaman la atención del ciudadano.Y recuerda el juicio emitido por Juan Carlos Palenzuela en referencia a la serie Asfalto-infierno: “un humor corrosivo y una realidad insólita se enlazan en la foto como actos de conciencia poética y política”. La sabia ubicación en esa frontera es lo que asegura la trascendencia en el tiempo, más allá de la inmediatez y la urgencia del mensaje político, de la obra de un genuino artista como Daniel González.

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