domingo, 6 de mayo de 2018

La serpiente emplumada y la escala de grises


Escala de grises
Lo bueno de no ser un experto (como yo, que sólo soy experto en generalidades) es que se tiene la libertad o la inocencia de la ignorancia y uno puede lanzarse a decir lo que quiera sin seguir la práctica académica de apoyarse en lo que otros (las autoridades) ya han dicho al respecto, haciendo uso de la irreverencia y la “licencia poética” para rellenar cualquier laguna. Ya que sólo quiero compartir un tema que me interesa y no ganarme un premio a la investigación más erudita, supongo que estaré haciendo lo que mi amigo Zacarías García llama indagación sensible. Y no necesariamente será dar palos de ciego… En conversaciones con mis colegas profesores, me enteré de que en el mundo académico hay una corriente de opinión según la cual cuando se habla de arte, o cuando un artista (o en mi caso, un diletante) quiere decir algo relacionado con el elusivo tema del arte, su historia o su teoría, no estaría “generando conocimiento”… Para mí eso es positivismo de la peor especie (y eso que un grado de positivismo no siempre es malo). Tal vez no se estará generando conocimiento científico entendido de una manera bastante estrecha, pero la falacia está en que el conocimiento en general no se restringe a lo meramente “científico” (y este término también necesitaría ser desambiguado). En fin, para rematar esta introducción, con la modesta “indagación sensible” que presento a continuación espero abrir puertas a la curiosidad de mis escasos pero fieles lectores y poder transmitirles algunas cosas que encuentro interesantes.
Frida Kahlo, Mi nana y yo
Lo que me interesa en este caso tiene que ver con la cultura mexicana y su inmenso impacto en toda Latinoamérica, sobre todo a partir de la Revolución Mexicana, la primera del siglo XX; y de su magnífica expresión artística, el muralismo mexicano. En los murales por ejemplo de Diego Rivera encuentro (aparte de un logro artístico colosal) una superación de la ideología marxista gracias a la introducción de lo que podríamos llamar una postura indigenista, un intento de reivindicar la antigua cultura indígena frente a la colonialidad eurocentrística dentro de la cual se ubican los usuales paradigmas críticos, incluso el marxismo. Ahora bien,  para referirse a la riquísima tradición histórica y antropológica de ese país fabuloso hay que pasar por el tamiz de una ciencia que a los profesores alemanes les gusta llamar mexicanística (especializada en “el ámbito de las culturas civilizadas de la Norteamérica precolombina”, según define Herr Doktor Werner Stenzel). Pese a mi comprobable ignorancia histórica, arqueológica, lingüística, etc., quisiera compartir mi primera impresión meramente sensible y subjetiva sobre las antiguas civilizaciones mesoamericanas: en todas ellas parece haber un culto al miedo, una utilización mágica y política del terror para el control social. Para justificar esta afirmación, basta con echar un vistazo a esta figura emblemática:



Se trata de Coatlicue, la gran Diosa Madre del panteón azteca o mexica, creadora y destructora, llena de serpientes y colmillos por todas partes, personaje principal de una mitología cuya complejidad abrumadora siempre aparece mezclada con la crueldad y la masacre. Conmovido por su belleza terrorífica, empiezo a dar mis primeros palos de ciego: el primer tema que me interesa indagar es el mito de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, y cómo las leyendas relacionadas con esta deidad tuvieron un efecto sobre la conquista española de México.
Quetzalcóatl aparece como una figura dual: por una parte es uno de los dioses fundamentales, relacionado tanto con el planeta Venus (astrológicamente primordial) como con la cosmogonía de los diversos pueblos originarios mexicanos (se dice que es el creador del Quinto Sol y de la humanidad más reciente). Por otra parte, es también un héroe-sacerdote, cuya posible existencia histórica aparece entrelazada con una poderosa leyenda: se le presenta como fundador de la ciudad de Tula, donde reina y oficia como sacerdote, cuya vida ejemplar, alejada de la carnalidad y la embriaguez, le permite actuar como una especie de Prometeo, un intermediario entre hombres y dioses que enseña a su pueblo las artes y los oficios, así como el cultivo de la planta de maíz; y que significativamente se opone a los sacrificios humanos, uno de los puntos más polémicos de la religión de los antiguos mexicanos. Si bien los sacrificios humanos y el derramamiento de sangre son frecuentes en culturas agrícolas como las mesoamericanas, en éstas se practicaba a una escala impresionante. Se habla de decenas de miles de sacrificados en las fechas sagradas y de las “guerras floridas” que se llevaban a cabo para capturar prisioneros destinados al sacrificio ritual. Al respecto es bueno recordar uno de los primeros cuentos que leí de Julio Cortázar, La noche boca arriba.
Otra parte de la leyenda se refiere a la apariencia humana de Quetzalcóatl: se dice que era un hombre de piel blanca, alto y barbado, de una raza completamente diferente a la indígena. Esto nos lleva al final de la leyenda: por medio de las intrigas de su contrafigura Tezcatlipoca, Quetzalcóatl se embriaga con pulque y tiene relaciones carnales con su propia hermana. Caído en desgracia, debe abandonar su posición de sumo sacerdote y exiliarse. Al partir de Tula, promete que un día ha de regresar. De esta leyenda se aprovecharía posteriormente Hernán Cortés para facilitar la conquista de los mexicas y su prodigiosa capital Tenochtitlan. Aparentemente, muchos indígenas (incluyendo al mismísimo emperador Moctezuma) creyeron realmente que los españoles blancos y barbados eran los descendientes de Quetzalcóatl. Probablemente otros muchos no lo creyeron, pero ciertamente la leyenda tuvo una importancia decisiva en la derrota y destrucción de un poderoso imperio por un puñado de aventureros que supieron manipular tradiciones como la que hemos mencionado en conjunción con las tremendas rivalidades y odios ancestrales entre los mismos pueblos originarios. Recordemos que cuando Cortés avanza sobre Tenochtitlan, sus quinientos guerreros van acompañados por cientos de miles de indígenas ansiosos por destruir el yugo de los aztecas.
Porque no hay que olvidar que se trataba de un imperio cruel e implacable que sometía a sus vasallos por medio del terror. Los españoles no eran mejores, pero tampoco peores. Ahí es donde hay que aplicar el concepto de la “escala de grises”: Cortés no era simplemente “el malo” y Moctezuma “el bueno”. Es tan insensato tomar partido por un sistema abiertamente esclavista y sanguinario como condenarlo en nombre de una piedad cristiana que, si bien desaprobaba el sacrificio humano (de hecho, el sacramento fundamental cristiano es una sublimación del sacrificio humano y el derramamiento de sangre), tampoco era respetada por los conquistadores, pues su propósito era el genocidio, epistemicidio y saqueo de toda una cultura. En este punto viene a colación otra historia de gran interés: la de la Malinche. 

Si adoptamos el punto de vista maniqueo, que simplifica todo en términos de blanco y negro, la Malinche es rápidamente
El mercado de Tlatelolco, por Diego Rivera
etiquetada como traidora y “perra colaboracionista”. Pero el personaje tiene una dimensión humana muy profunda que va surgiendo entre la escala de grises: para la historia fue primero la esclava de Cortés, luego su intérprete, su amante y la madre de su hijo. Para una comprensión enmarcada en la indagación sensible de este relato me apoyo en la novela de Laura Esquivel, que, sustentada por una copiosa bibliografía, busca mostrar el drama humano de esta mujer atrapada en las trágicas violencias y el terrible choque de culturas de la conquista de México. Empecemos por el nombre del personaje: algunos la llaman Malinalli, otros Malintzín. Según las diferentes crónicas, sus padres la vendieron siendo aún niña a un cacique de Tabasco. Su lengua materna era el náhuatl, pero en su nuevo destino aprendió también la lengua de los mayas yucatecos. Cuando Hernán Cortés llegó a la zona y derrotó en combate a los indígenas, recibió como presente del cacique local veinte jóvenes esclavas, entre las que se contaba Malinalli, quien aprendió rápidamente la lengua de sus nuevos amos. Cuando Cortés se dio cuenta de la habilidad lingüística de la joven, la llevó consigo para que le sirviera de intérprete, labor que consideraba esencial para sus propósitos de conquista. Para citar a Esquivel, “Cortés sabía que no le bastarían los caballos, la artillería y los arcabuces para lograr el dominio de aquellas tierras. Estos indígenas eran civilizados, muy diferentes a aquellos de La Española y Cuba. Los cañones y la caballería surtían efecto entre la barbarie, pero dentro de un contexto civilizado lo ideal era lograr alianzas, negociar, prometer, convencer, y todo esto sólo podía lograrse por medio del diálogo”.
Convertida en asistente del conquistador, Malinalli debió bautizarse y recibió el católico nombre de Marina. Su trabajo de intérprete resultó ser estratégicamente decisivo para la conquista de Tenochtitlan y en el sometimiento de Moctezuma, logrado gracias a la intervención de la intérprete, a la que los españoles agradecidos llegaron a llamar respetuosamente Doña Marina. Siendo la colaboradora más importante de Cortés, y en el contexto de dominación violenta de aquellos invasores extranjeros, Malinalli se convirtió en amante del conquistador. Podemos suponer que entre ellos hubo en parte imposición violenta, pero también una relación amorosa, que se convertiría en amor-odio a medida que las masacres y saqueos cometidos por los codiciosos españoles se hacían cada vez más atroces. En todo caso, en 1523, Malinalli daría a luz un hijo de Cortés: Martín, su primogénito ilegítimo. Simbólicamente, sería el primer miembro de la nueva raza mestiza característica de la América conquistada, y con ello, Malinalli se convertiría en la madre de lo que más tarde sería llamada “La Raza Cósmica”.
Esta historia ha hallado frecuente expresión en las artes plásticas: Malinalli aparece en rol protagónico en todos los códices y lienzos que narran la conquista de México, siempre al lado de Cortés. Otros artistas muestran diferentes puntos de vista de esta relación: Orozco enfatiza en su mural el sometimiento, destacando el contraste entre los colores de la piel de los cuerpos desnudos, con la figura de un indio tirado en el piso bajo los pies del conquistador. Frida Kahlo se pinta a sí misma amamantándose de una mujer india sin rostro que puede representar a la madre de la nueva raza, cuya colaboración con los españoles ya no se juzga como acto de rebelión contra los tenochcas, sino como una traición a una patria que ni siquiera existía como tal. Rosario Marquardt presenta una Malinche desdoblada, dos caras que quizás aluden a una doble personalidad, o a la actitud ambivalente de la amante que no podía decir que no, o de la traidora que también es una mujer que sirve de intérprete entre dos culturas que inevitablemente habían chocado y tendrían que fundirse traumáticamente para formar una nueva raza. El lagarto en sus manos puede interpretarse como símbolo del dominio paradójico de la esclava sobre la situación en que se encuentra: ella es la que tiene la clave para la comunicación entre dos mundos. El aliento que sale de su boca parece aludir a las dos lenguas que dominaba (aunque en realidad eran tres). Cabe señalar, ya para terminar con esta indagación sensible, que según Esquivel, era Cortés quien recibía el apelativo de Malinche, queriendo decir “el que anda con Malinalli o Malintzin”. Cuando Cuauhtémoc, en el episodio final de la resistencia de los aztecas en Tenochtitlan, es finalmente capturado y conducido ante Cortés, le dice al conquistador:
“Señor Malinche, ya he hecho lo que estoy obligado a hacer en defensa de mi ciudad y de los vasallos y no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder; toma ese puñal que tienes en el cinto y mátame luego con él”. En vez de matarlo, Cortés (quien nunca le hizo honor a su nombre) hace que lo torturen quemándole los pies para que dijera dónde escondían el oro… el mismo oro que hizo posible el Siglo de Oro español.

1 comentario: