domingo, 20 de mayo de 2018

Algo más que un evangelio para matones

Quiero incluir o "colgar" este escrito del año 2003 esperando que le sirva de algo a alguno de mis desprevenidos lectores que a veces se acercan a este blog obligados, para ver si pasan la materia. Trata de dos personajes por los que siento un gran afecto: uno es Jorge Luis Borges, quien junto con Neruda y también Cortázar han sido siempre mis escritores favoritos y los que más han influido en mi manera de pensar, hablar, y en consecuencia, de escribir (uno escribe, después de todo, como habla; o escribir es otra forma de hablar...). El otro es Nietzsche (que siempre como buen profesor debo aclarar que se pronuncia Niche, así como Goethe es Guéte o algo así, ya que ambos son alemanes y no franceses). Respecto a Nietzsche, es fácil condenarlo por haber escrito aquella frase lapidaria: Dios ha muerto. Recuerdo haber visto escrito en la pared de un baño lo siguiente: Dios ha muerto, firmado Sartre (o Nietzsche, u otros muchos), 1930 (por ejemplo). Y más abajo: Sartre (o Nietzsche) ha muerto, firmado Dios (1980 para el primero, 1900 para el segundo). En ambos casos, Dios es el que ríe el último. Muy bien, pero a mí me gusta enfocar a Nietzsche como cordero que quiso vestirse de lobo: después de ridiculizar la piedad cristiana, terminó su vida como un inválido, dependiendo de la compasión de su madre y su hermana. Eso es seguramente peor (más humillante) que la muerte, a la cual, según enseña mi maestro Epicuro, no hay que tenerle miedo. Morirse es inevitable, hay que saber hacerlo con dignidad. Lo verdaderamente difícil es vivir.




MAGIAS PARCIALES DE UN VISIONARIO CIEGO

Creo en los razonables misterios, no en los milagros brutos.
BORGES, Elementos de Perceptiva. (1)

BORGES Y YO. Pertenezco a la muchedumbre de lectores que se tropezaron con Jorge Luis Borges en aquel libro extraordinario, Le Matin des Magiciens, de Louis Pauwels y Jacques Bergier; conocido entre nosotros, gracias a la perversión de los traductores españoles, como El Retorno de los Brujos. Ahí leí “El Aleph” (2), una historia de despecho, envidia y desprecio que gira en torno a un punto donde se concentra el infinito. De esa primera lectura nació mi ternura hacia el legendario ciego argentino, una ternura similar a la que debe de haber sentido Julio Cortázar cuando escribió el siguiente poema (fechado en 1956) (3):

THE SMILER WITH THE KNIFE
UNDER THE CLOAK

Justo en mitad de la ensaimada
se plantó y dijo: Babilonia.
Muy pocos entendieron
que quería decir el Río de la Plata.
Cuando se dieron cuenta ya era tarde,
quién ataja a ese potro que galopa
de Patmos a Gotinga a media rienda.
Se empezó a hablar de vikings
en el café Tortoni,
y eso curó a unos cuantos de Juan Pedro Calou
y enfermó a los más flojos de runa y David Hume.

A todo esto él leía
novelas policiales.

BORGES Y LOS OTROS. Mojo un trozo de ensaimada en café con leche y pienso: Hay mucha gente que detesta a Borges. Algunos se quejan de que hay que leerlo con una enciclopedia al lado. A esos flojos les respondería que Borges puede ser comparado (al igual que el ya mencionado Retorno de los Brujos) con un poste plantado en un Jardín de Senderos que se Bifurcan, cubierto de flechas que señalan numerosos caminos (por aquí la germanística, por allá Berkeley, más allá Chesterton y Kipling, por este lado la poesía gauchesca, por este otro la metafísica, etc.) hacia placeres intelectuales que ya no nos están negados. Porque Borges representa el principio del fin del complejo de inferioridad de las literaturas hispanoamericanas. Después de él y gracias a él, nuestras letras se liberaron del color local y el costumbrismo para abrirse al infinito.
Otros ven a Borges como prototipo del “escuálido avant la lettre”, un maldito ciego derechista. Su odio hacia Perón, quien lo retiró de la biblioteca municipal donde trabajaba para darle un cargo de supervisor de gallinas y conejos, no deja dudas de lo que ahora pensaría de un personaje como Chávez. En plena moda literaria del “compromiso revolucionario”, escribió que no aspiraba a ser Esopo: “no soy ni he sido jamás lo que antes se llamaba un fabulista o un predicador de parábolas y ahora un escritor comprometido” (4). Se declaró conservador y escéptico, y más de uno que ya lo aborrecía empezó a odiarlo a muerte. Cuando al final de su vida se casó con la Kodama lo llamaron viejo verde. Él parecía disfrutar de su impopularidad. Sus opiniones, sus “tristes aberraciones políticas” como decía Cortázar (3), fueron la razón principal por la que nunca le dieron el Nobel. Pero la pipa de opio borgiana ha sido una experiencia decisiva en la lucha de nuestras letras por liberarse de su indigente condición, de su “incapacidad de atraer” (5).

BORGES Y LA FILOSOFÍA. Cuando Borges dice: “la metafísica es una rama de la literatura fantástica” (6), pone el dedo en la llaga. En boca de un positivista, estas palabras implicarían condena y descalificación. Pero no olvidemos que para nuestro autor la literatura, y más precisamente la literatura fantástica, es el verdadero propósito y máximo placer de su vida.
He comprobado que la mayoría de los que se dedican a la filosofía (estudiantes, profesores o diletantes) rara vez se encuentra a gusto con el cálculo proposicional y los teoremas y axiomas de la matemática (que para algunos constituyen la ‘verdadera filosofía’, no porque lo hayan demostrado sino porque lo creen), y se siente más atraída por la hermenéutica de las ideas a través de la historia y de los libros. Me incluyo en esa mayoría de nostálgicos. En vista de nuestras preferencias, deberíamos tener la humildad de reconocer que apenas somos intérpretes de un cierto tipo de obras literarias, y que en ese sentido Borges puede ser uno de nuestros baquianos.
              Además, si no he entendido mal, la lógica consiste ante todo en la delimitación de una parcela aislada (un lenguaje artificial, por ejemplo), dentro de la cual operan (o importan) las leyes de la lógica. Pero apenas salimos de ahí, nos encontramos en un mundo que definitivamente no es lógico. El mundo real es alucinatorio, pasional, contradictorio, poblado de sueños y símbolos que no admiten ser reducidos a esquemas racionalistas. Como escribió Ernesto Sábato (bajo la innegable influencia de Borges): “La verdad es que la razón sirve para bien poca cosa, ya que, como bien mostró el obispo Berkeley, ni siquiera es capaz de demostrar la existencia del mundo exterior. Como dijo Hume, sus argumentos no admiten la más mínima refutación, aunque no produzcan la más mínima convicción” (7).

BORGES REFUTA A ZARATHUSTRA. Llegamos así al tema que he escogido para concluir este seminario, que tan buenos ratos me ha deparado: la comparación de dos textos borgianos dedicados a Friedrich Nietzsche, el teutón de los bigotes chorreados.
              El primer texto (“La Doctrina de los Ciclos”) (8), fechado en 1934, fue publicado originalmente en Sur, en 1936, e incluido el mismo año en Historia de la Eternidad. En él, Borges emprende la refutación de la pesadilla del Eterno Retorno, engendro de los insomnios nietzscheanos, haciendo un derroche de ironía. Comienza citando el falaz razonamiento: el número de átomos que componen el Universo puede ser enorme, pero es finito. En un período incalculable de tiempo, todas las combinaciones posibles entre ellos terminarán por darse, y entonces todo comenzará de nuevo: el Universo se repetirá. De dos premisas falsas no podía menos que obtenerse una conclusión absurda.             
Borges comienza la refutación con algunos ejercicios numéricos que involucran a los átomos y sus componentes. Previendo que el filólogo Nietzsche se escandalizaría con la idea de que un átomo pudiera partirse, prosigue con una exposición (que el propio Franklin Galindo aprobaría) de la inmortal Teoría de Conjuntos de Georg Cantor: una demostración transparente de la realidad del infinito. Si en un segmento de línea hay infinitos puntos, ¿qué podemos esperar de las inmensidades del Universo? “El roce del hermoso juego de Cantor con el hermoso juego de Zarathustra es mortal para Zarathustra. Si el Universo consta de un número infinito de términos, es rigurosamente capaz de un número infinito de combinaciones – y la necesidad de un Regreso queda vencida.”
              Implacable, Borges pasa a acusar al helenista Nietzsche de plagiar alevosamente a los clásicos, ya que
seguramente no ignoraba que su tesis había sido planteada anteriormente por pitagóricos y estoicos. Sin embargo, decía recordar el momento preciso en que lo había visitado el Retorno, el cual fijó en una página célebre. “No debemos postular una sorprendente ignorancia, ni tampoco una confusión humana, harto humana, entre la inspiración y el recuerdo”, dice Borges, “ni tampoco un delito de vanidad”. En vez de admitir su deuda con la historia de la filosofía, el profeta Nietzsche se declara padre de la criatura. “El estilo profético no permite el empleo de las comillas ni la erudita alegación de libros y autores”. Sin embargo, Borges no lo condena por esta apropiación: en una hermosa línea, se pregunta: “Si mi carne humana asimila carne brutal de ovejas, ¿quién impedirá que la mente humana asimile estados mentales humanos?” Es la tesis borgiana de que el hombre que se deleita con Shakespeare efectivamente es Shakespeare. El Eterno Retorno “es ya de Nietzsche y no de un muerto que es apenas un nombre griego.”
              Nietzsche, dice Borges, “desenterró la intolerable hipótesis griega de la eterna repetición y procuró educir de esa pesadilla mental una ocasión de júbilo. Buscó la idea más horrible del universo y la propuso a la delectación de los hombres.” Lo cual es indudablemente heroico. “El optimista flojo suele imaginar que es nietzscheano; Nietzsche lo enfrenta con los círculos del eterno regreso y lo escupe así de su boca.” De poeta a poeta, Borges justifica el horror imaginado por su colega como producto del insomnio que lo torturaba, y cita a Robert Burton: “El no dormir harto crucifica a los melancólicos.” Borges sabía de eso: su Funes el Memorioso es una imagen del insomnio, que nos tortura con un desfile interminable de recuerdos (o peor aún, con un solo recuerdo obstinado) y nos amenaza con una eternidad atroz.

LA OBRA DE NIETZSCHE: MÁS QUE UN EVANGELIO PARA MATONES. El segundo texto (“Algunos Pareceres de Nietzsche”) (9) fue publicado en La Nación el once de febrero de 1940, es decir, en momentos en que la Alemania nazi desataba su ofensiva relámpago sobre Europa. Se trata de un breve ensayo no incluido en ninguna obra “oficial” de Borges, y que he podido leer en la extraordinaria antología de Emir Rodríguez Monegal. En este caso, a Borges no le interesaba tanto refutar las tesis de Nietzsche como demostrar la incompatibilidad del pensamiento de éste con la doctrina nazi.
Nietzsche enfermo
La lectura de un compendio de pensamientos de Nietzsche reunidos en una obra titulada “algo torpemente” La Inocencia del Devenir (Die Unschuld des Werdens, Leipzig, 1931), lleva a Borges a anotar que “Siempre la gloria es una simplificación y a veces una perversión de la realidad; no hay hombre célebre a quien no lo calumnie un poco su obra.” Hay una tendencia a asociar alegremente a Nietzsche con el supremacismo germánico, con el racismo – en particular con el antisemitismo – y con los excesos violentos propios de la llamada “bestia rubia.” Borges llama nuestra atención sobre algunos fragmentos nietzscheanos que niegan esta pretensión. Después de todo, como dice Rodríguez Monegal, “Nietzsche... no tuvo nada que ver con Hitler. Murió, loco, en 1900.” (10)
Respecto al supuesto nacionalismo germánico de Nietzsche, Borges encuentra la siguiente joya: “Alemania, Alemania encima de todo” (Deutschland, Deutschland über alles, famosa primera estrofa del himno nacional alemán que, si no me equivoco, fue eliminada después de 1945) “es el lema más insensato que se ha propalado jamás. ¿Por qué Alemania – pregunto yo – si no quiere ser, si no representa, si no significa algo de más valor que lo representado por otras potencias anteriores? En sí, es sólo un gran Estado más, una bobería más de la historia.” Son líneas dignas del gran opositor de Hegel que fue Nietzsche, el hombre que escribió: “Llámase Estado el más frío de todos los monstruos fríos. Y miente fríamente, siendo su mentira ésta: ‘Yo, el Estado, soy el pueblo’... Nacen demasiados hombres. ¡Para los superfluos ha sido inventado el Estado! ¡Mirad cómo atrae al montón de los superfluos! ¡Cómo los traga y masca y machaca!” (11) Difícilmente son éstas las palabras de un partidario del totalitarismo.
Respecto a la superioridad racial alemana, nuevas sorpresas: “Todos los verdaderos germanos emigraron; la Alemania actual es un puesto avanzado de los eslavos y prepara el camino para la rusificación de Europa.” Comenta Borges: “... esa doctrina puede congregar escasos prosélitos en la Alemania de hoy” (o sea, de 1940). “El país está regido por germanistas que preconizan la anexión de ciertos vecinos porque son de raza germánica y de ciertos otros vecinos porque son de raza inferior.” Tales ideas hubieran llevado a Nietzsche (quien, según Borges, era muy alemán, a pesar de su nombre polaco) directamente a Auschwitz.
Sobre el tema del judaísmo hallamos estas reflexiones: “Los judíos son un antídoto contra el nacionalismo, esa última enfermedad de la razón europea... en la insegura Europa son quizás la raza más fuerte: superan a todo el Occidente de Europa por la duración de su proceso evolutivo... Una raza que no ha
perecido es una raza que ha crecido incesantemente... la raza más antigua debe ser también la más alta.” A Borges le parece poco sincera esta “hipérbole del nacionalismo judío” – “el más exorbitante de todos”, pues en aquel entonces no podía “invocar un país, un orden, una bandera”. Nietzsche se propone ante todo desagradar a los nacionalistas alemanes. Dice Borges: “Una de las capacidades geniales del intelectual alemán – no sé si del francés – es la de no ser accesible a las supersticiones del patriotismo. En trance de ser injusto, prefiere serlo con su propio país.”
En cuanto a la práctica nazi de la violencia sistemática, Nietzsche escribió proféticamente: “Los alemanes creen que la fuerza debe manifestarse por el rigor y por la crueldad. Les cuesta creer que puede haber fuerza en la serenidad y en la quietud. Creen que Beethoven es más fuerte que Goethe; en eso se equivocan.”
Concluye Borges afirmando que “ningún autor del siglo XIX es tan contemporáneo nuestro como Friedrich Nietzsche.” La fascinación que ejerce se debe en parte a su “vertiginosa riqueza mental... tanto más sorprendente si recordamos que en su casi totalidad versa sobre aquella materia en que los hombres se han mostrado más pobres y menos inventivos: la ética.”
La mejor definición ostensiva del nazismo se atribuye a Göring (aunque hay diferentes versiones respecto a quién fue su verdadero autor): “Cuando oigo hablar de cultura, saco mi revólver.” Aunque en su momento conquistó a muchos célebres artistas y pensadores, fue siempre un movimiento voluntarista y “enemigo del espíritu.” En palabras de Borges: “Ser nazi (jugar a la barbarie enérgica, jugar a ser un viking, un tártaro, un conquistador del siglo XVI, un gaucho, un piel roja) es, a la larga, una imposibilidad mental y moral. El nazismo adolece de irrealidad, como los infiernos de Erígena. Es inhabitable, los hombres sólo pueden morir por él, mentir por él, matar y ensangrentar por él. Nadie, en la soledad central de su yo, puede anhelar que triunfe.”(12)
Con ese juicio, expresado de un modo tan insuperable, quisiera cerrar esta modesta indagación, que incluye algo de filosofía y mucha poesía de uno de los magos de la palabra más poderosos de los últimos tiempos.


BIBLIOGRAFÍA


BORGES, Jorge Luis. Ficcionario. Una antología de sus textos. Edición, introducción, prólogos y notas de Emir Rodríguez Monegal. Fondo de Cultura Económica, México (1997). (1) “Elementos de Perceptiva”, pp. 55-58, cita en p. 57; (4) “Prólogo a ‘El Informe de Brodie’”, pp. 371-374, cita en p. 372; (6) “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, pp. 147-159, cita en p. 152; (8) “La Doctrina de los Ciclos”, pp. 88-96; (9) “Algunos Pareceres de Nietzsche”, pp. 143-146; (10) p. 448.  

PAUWELS, Louis y BERGIER, Jacques. El Retorno de los Brujos. Plaza y Janés, Barcelona (1962); (2) pp. 597-613.

CORTÁZAR, Julio. La Vuelta al Día en Ochenta Mundos. Siglo Veintiuno Editores, México (1967); (3)  p. 41.

BORGES, Jorge Luis. Obras Completas (1923-1972). Emecé Editores, Buenos Aires (1974). (5) “La Supersticiosa Ética del Lector” (en Discusión, 1932), pp. 202-205, cita en p. 202; (12)  ”Anotación al 23 de Agosto de 1944” (en Otras Inquisiciones, 1952), pp. 727-728, cita en p. 728.

SÁBATO, Ernesto. Hombres y Engranajes – Heterodoxia. Alianza Editorial, Madrid; Emecé Editores, Buenos Aires  (1973); (7) p. 166.

NIETZSCHE, Federico. Así Hablaba Zaratustra. Editores Mexicanos Unidos, México (1983); (11) p. 50, “Del Nuevo Ídolo”.


Caracas, 12 de marzo de 2003.

1 comentario:

  1. Jejejeje... interesante pero cómico (cundo es Dios quien "escribe") lo de Nietzsche. Aunque sip, meterse en sus zapatos debe ser algo muy desesperante.

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