lunes, 26 de agosto de 2019

¿No alcanza para todos? (O el verdadero poder está en las estrellas)


Escribo esto como reacción tardía a la presentación que hizo un estudiante en una de mis clases, inspirado en la película y el libro Inferno, de Dan Brown, un escritor de best sellers sensacionalistas, amarillistas y con premisas traídas por los pelos, cuyos argumentos luego se llevan al cine para hacer películas sensacionalistas, amarillistas y con premisas traídas por los pelos que tienen enorme éxito en taquilla. Por cierto, nunca he leído ninguno de los libracos de Brown, pero sí he visto (por televisión) al menos una adaptación cinematográfica: la de El código Da Vinci, que fue la comidilla del mundo por bastante tiempo. Teorías conspiranoicas armadas por villanos católicos que quieren esconder ciertos chismes que, de conocerse, acabarían con el catolicismo, y que los héroes WASP-sionistas deben revelar siguiendo pistas y adivinanzas ocultas en los cuadros de Leonardo, en medio de constantes carreras y persecuciones registradas por una cámara temblorosa que abusa del recurso del steadycam  y un montaje calculado para producir angustia. No es el clásico suspense de Alfred Hitchcock, en el cual el espectador sabe más que los personajes, sino una mera agitación manipuladora. 

Siempre corriendo
 
Entiendo que el meollo del argumento de Inferno es que un científico loco ha creado un virus para eliminar drásticamente una buena parte de la población humana, bajo la premisa (traída por los pelos) de que obviamente hay cada vez más gente y cada vez menos recursos. Para llegar donde el virus hay que resolver una serie de enigmas (o más bien adivinanzas) que se encuentran esta vez en la Comedia de Dante, como antes en Leonardo. Ahora bien, aunque nunca he leído a Brown, encontré hace tiempo un argumento similar en un relato de ciencia ficción de los años 70 (cuando la ciencia ficción aún era posible: entonces era un vehículo para predecir el futuro; ahora estamos en el futuro, viviendo la realización o frustración de todas sus utopías y distopías). 


El relato en cuestión, de Philip José Farmer, va más o menos así: un científico loco ha lanzado a la atmósfera un gas que hace que el 99,995% de la población mundial quede estéril, incapaz de engendrar descendencia. En este caso, no se trata de una amenaza que sería posible detener, sino de un hecho consumado que dejaba a sólo el 0,005% de la humanidad con la posibilidad de procrear. El autor, que obviamente está de acuerdo en que el problema es que hay demasiada gente, se permite hacer algunas bromas: entre los que son inmunes a los efectos del gas hay una monja católica (evidentemente), una lesbiana radical, una loca de remate, un misántropo que no quería donar su simiente porque creía que Dios deseaba aniquilar a la humanidad… Bromas aparte, la situación obliga a los gobiernos del mundo a tomar medidas drásticas para ubicar y controlar a las escasas personas fértiles que quedan. La monja y la lesbiana aceptan la inseminación artificial. Liberada de su función reproductora, la sexualidad se convierte en una práctica meramente hedonista, un tema muy frecuente en la ciencia ficción distópica.

Entretanto, la población de la humanidad va disminuyendo gradualmente, y al cabo de unos cuantos años, los problemas supuestamente causados por la sobrepoblación (desempleo, contaminación, daños ambientales, hacinamiento, tensiones sociales…) van desapareciendo, los ríos y lagos se llenan de peces (la población de otras especies no ha sido afectada), los árboles crecen, los bosques recuperan el espacio que las ciudades les habían robado, los pajaritos gorjean, los recursos del mundo se reparten equitativamente… Lo que se percibió al principio como una catástrofe termina siendo una bendición para la humanidad. En suma, una presentación mucho más razonada y carente de amarillismo de la idea de que el problema a resolver es la sobrepoblación. 

Arcadia
Mi estudiante parecía totalmente convencido no sólo de que era necesario acabar con una parte de la humanidad, sino además de que había que esterilizar a otra parte para evitar el fin del mundo; porque el argumento de que cada vez seremos más y cada vez habrá menos comida es muy persuasivo. Pero, ¿es verdad eso? ¿De dónde viene esa idea? Se trata de una de las concepciones más reaccionarias de la historia, expresada en el “Ensayo sobre el principio de la población”, que Thomas Robert Malthus publicó (anónimamente) en 1798. Enemigo de la Revolución Francesa, asustado por el aumento de la población en Inglaterra, debido en parte a la Revolución Industrial, y aborrecedor de los ideales de la Ilustración y de su optimismo respecto al progreso que traerían la ciencia y las nuevas libertades, Malthus estaba convencido de que la población seguiría creciendo a un ritmo muy superior a la capacidad de la tierra para mantenerla, y que había que hacer algo al respecto

Llamemos a esta idea maltusianismo, combinémosla con la selección natural de Darwin, y tendremos lo que se llama eugenesia. El maltusianismo nos sugiere que hay que matar a la gente que sobra (las guerras y las pestes no son suficientes), mientras que la eugenesia nos dice a quiénes hay que matar: a los inferiores, claro. Metemos todo esto en la licuadora, lo condimentamos con el horror al comunismo, y nos sale una merengada llamada nazismo; un movimiento místico-satánico, totalitario-racista, populista-genocida diseñado para seducir a los amantes (sobre todo jóvenes) de los abrigos de cuero negro, los signos esotéricos y las botas de montar bien lustradas. Esta secta estuvo a punto de ganar la peor guerra de la historia hasta 1943 (diez años de hegemonía política más cuatro años de triunfos militares y sólo dos de derrumbe… un resultado nada despreciable). Siempre he pensado que esto fue así porque casi todos en Europa (y también en EEUU, la patria de la eugenesia) estaban más o menos de acuerdo con Hitler. Y si no me creen, vean cómo está el mapa político actual del viejo continente. Y quién es el actual inquilino de la Casa Blanca.

Fotograma de Portero de Noche, de Liliana Cavani (1974)

Uno de los mayores atractivos del nazi-fascismo es la sinceridad brutal con la que plantea discursos extremistas (como el exterminio de los indeseables, o el levantamiento de muros para contenerlos), en contraste con la gazmoñería hipócrita de lo “políticamente correcto.” Pero cuidado: en realidad ser fascista es la cosa más ordinaria y vulgar que pueda haber. Casi todo el mundo es fascista porque es el camino más fácil e irreflexivo, que te lleva a aceptar por simple pereza mental argumentos falaces como el del maltusianismo. No es cierto que no hay suficiente para todos, la verdad es que todo está mal repartido. Hay una minoría que lo quiere todo para sí, que necesita que la mayoría sea pobre para ellos aumentar y ostentar su riqueza. Y que utiliza su poder para mantenernos engañados y dóciles. El “nuevo orden mundial” neo-liberal es maltusiano: quiere detener el aumento de la población saboteando el progreso y perpetuando un esquema social en el que una oligarquía disfruta niveles de vida cada vez más altos, mientras las grandes mayorías son sometidas a una escasez creciente de agua, alimento, salud, educación, energía y todo lo bueno que puede ofrecer eso que llaman civilización

Volvamos a la ciencia ficción, que había previsto que para inicios del siglo XXI la humanidad ya habría conquistado la luna y estaría proyectándose hacia la exploración de otros planetas. Por otra parte, la fuente de la creación del universo, la clave de la energía de las estrellas, que es la fusión nuclear, ya debería haber sido dominada. En vez de desatar ese poder en forma de bombas que sólo son capaces de destruir, y dedicarnos a amenazarnos mutuamente con ellas, nuestro deber como especie supuestamente inteligente era controlarlo para así poseer una fuente de energía virtualmente inagotable que daría luz y calor al mundo entero, liberándonos del miedo y la ignorancia y permitiéndonos alcanzar las metas más osadas.


¿Qué ocurrió en vez de eso? Después de los viajes lunares de los 70, se redujo a un mínimo el presupuesto del programa de exploración espacial. La investigación en fusión nuclear, que debía de haber obtenido resultados tangibles para la década de 1980, también perdió las necesarias inversiones. El mundo cayó en manos de una oligarquía financiera, que en esencia era la misma que había estado detrás de Hitler y Mussolini, y que empezó a usar los grandes recursos económicos en su poder para convertir el mundo en un inmenso casino donde la tecnología sirve para hacer apuestas millonarias y ganar cada vez más dinero, en vez de invertirlo en cosas realmente inteligentes y beneficiosas como buscar fuentes de energía más eficientes y menos dañinas. Más eficientes que el petróleo, pero también que las “alternativas verdes” como la energía solar, eólica, la biomasa, etc. Me refiero a la verdadera fuente de energía del universo, la fusión del hidrógeno para producir helio, el combustible de las estrellas.

Después de la implosión de la URSS en 1991, los oligarcas creyeron que el mundo les pertenecía, y crearon organizaciones más poderosas que los propios gobiernos, verdaderos clubes de magnates (Club de Roma, Comisión Trilateral, Grupo Bilderberg, etc.), dedicados a diseminar la idea de que el mayor enemigo de la humanidad era la propia humanidad. Pero esta plutocracia maltusiana (y por lo tanto fascista, capitalista, imperialista, anglo-sionista, narcotraficante, genocida…) que maneja a los líderes políticos del mundo como a sus títeres, todavía no ha ganado la partida. Sus maldades han llevado a sus víctimas a unirse y buscar alternativas a su hegemonía criminal. China, que hace cien años era un infierno despedazado por el colonialismo supremacista eurocéntrico, ha recuperado su condición de gran potencia que siempre había tenido, y propone al mundo reabrir su milenaria Ruta de la Seda reforzada por la tecnología más avanzada, provocando el terror de sus antiguos opresores. La Rusia post-soviética, levantada sobre las ruinas del experimento socialista que cambió el siglo XX, surge como la única gran potencia capaz de contener la furia destructiva del decadente imperio occidental. Lenin decía que el comunismo era el socialismo más la electricidad; ahora Putin dice que en el siglo XXI el bienestar de la humanidad depende de la energía termonuclear y la tecnología puesta a su servicio. A Venezuela y países como Irán o Cuba, que eligieron seguir su propio camino (con sus aciertos y errores), también les toca un honroso lugar como parte de la resistencia de la humanidad a una forma de avasallamiento que ya agotó su ciclo histórico. 

Xi Jinping brindando con Putin
Concluyamos citando palabras de un discurso reciente de Vladimir Vladimírovich Putin, recogidas por Matthew Ehret en un artículo publicado en el portal Strategic Culture Foundation: criticando a los tecnócratas maltusianos que quieren detener el progreso y disminuir la población, Putin se pregunta sobre qué bases podría sostenerse el verdadero progreso de la sociedad humana. La respuesta está en la energía de la fusión nuclear, que permite armonizar el reino de la naturaleza (la biósfera) con el de la “razón creativa” humana (la tecnosfera): “soluciones científicas de ingeniería y manufactura nos ayudarán a crear un equilibrio entre la biósfera y la tecnosfera… la energía de fusión, que de hecho es similar a la forma en que nuestra estrella, el sol, produce calor y luz, es un ejemplo de esta clase de tecnologías tomadas de la naturaleza”. 

En una entrevista también reciente con el FinancialTimes, Putin proclama la obsolescencia del orden neoliberal fundamentado en el pesimismo maltusiano, que condena a la humanidad a la esclavitud de un sistema cerrado, cuyos recursos cada vez más escasos son manejados por una élite privilegiada. En oposición a esta visión oscurantista, el verdadero humanismo afirma el poder creador de la mente humana, capaz de hacer descubrimientos sin límites en un universo infinito. En vez de sentirse anonadado por la infinitud, el ser humano realmente inteligente siente que su mente también es infinita, y comprende que existe la posibilidad de ser absolutamente libre, con la condición de ser también absolutamente responsable y consciente de la necesidad de armonizar con la naturaleza y coexistir con la humanidad en términos de amor, respeto, justicia y comprensión.

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