Escribo
esto como reacción tardía a la presentación que hizo un estudiante en una de
mis clases, inspirado en la película y el libro Inferno, de Dan Brown, un escritor de best sellers sensacionalistas, amarillistas y con premisas traídas
por los pelos, cuyos argumentos luego se llevan al cine para hacer películas
sensacionalistas, amarillistas y con premisas traídas por los pelos que tienen
enorme éxito en taquilla. Por cierto, nunca he leído ninguno de los libracos de
Brown, pero sí he visto (por televisión) al menos una adaptación
cinematográfica: la de El código Da Vinci,
que fue la comidilla del mundo por bastante tiempo. Teorías conspiranoicas armadas
por villanos católicos que quieren esconder ciertos chismes que, de conocerse,
acabarían con el catolicismo, y que los héroes WASP-sionistas deben revelar
siguiendo pistas y adivinanzas ocultas en los cuadros de Leonardo, en medio de
constantes carreras y persecuciones registradas por una cámara temblorosa que
abusa del recurso del steadycam y un montaje calculado para producir angustia.
No es el clásico suspense de Alfred
Hitchcock, en el cual el espectador sabe más que los personajes, sino una mera
agitación manipuladora.
Siempre corriendo |
Entiendo
que el meollo del argumento de Inferno
es que un científico loco ha creado un virus para eliminar drásticamente una
buena parte de la población humana, bajo la premisa (traída por los pelos) de
que obviamente hay cada vez más gente y cada vez menos recursos. Para llegar
donde el virus hay que resolver una serie de enigmas (o más bien adivinanzas) que
se encuentran esta vez en la Comedia de Dante, como antes en Leonardo. Ahora
bien, aunque nunca he leído a Brown, encontré hace tiempo un argumento similar en
un relato de ciencia ficción de los años 70 (cuando la ciencia ficción aún era
posible: entonces era un vehículo para predecir el futuro; ahora estamos en el
futuro, viviendo la realización o frustración de todas sus utopías y
distopías).
Entretanto, la población de la humanidad va disminuyendo gradualmente, y al cabo de unos cuantos años, los problemas supuestamente causados por la sobrepoblación (desempleo, contaminación, daños ambientales, hacinamiento, tensiones sociales…) van desapareciendo, los ríos y lagos se llenan de peces (la población de otras especies no ha sido afectada), los árboles crecen, los bosques recuperan el espacio que las ciudades les habían robado, los pajaritos gorjean, los recursos del mundo se reparten equitativamente… Lo que se percibió al principio como una catástrofe termina siendo una bendición para la humanidad. En suma, una presentación mucho más razonada y carente de amarillismo de la idea de que el problema a resolver es la sobrepoblación.
Arcadia |
Mi
estudiante parecía totalmente convencido no sólo de que era necesario acabar
con una parte de la humanidad, sino además de que había que esterilizar a otra
parte para evitar el fin del mundo; porque el argumento de que cada vez seremos
más y cada vez habrá menos comida es muy persuasivo. Pero, ¿es verdad eso? ¿De
dónde viene esa idea? Se trata de una de las concepciones más reaccionarias de
la historia, expresada en el “Ensayo sobre el principio de la población”, que
Thomas Robert Malthus publicó (anónimamente) en 1798. Enemigo de la Revolución
Francesa, asustado por el aumento de la población en Inglaterra, debido en
parte a la Revolución Industrial, y aborrecedor de los ideales de la
Ilustración y de su optimismo respecto al progreso que traerían la ciencia y
las nuevas libertades, Malthus estaba convencido de que la población
seguiría creciendo a un ritmo muy superior a la capacidad de la tierra para
mantenerla, y que había que hacer algo al
respecto.
Llamemos
a esta idea maltusianismo,
combinémosla con la selección natural
de Darwin, y tendremos lo que se llama eugenesia.
El maltusianismo nos sugiere que hay
que matar a la gente que sobra (las
guerras y las pestes no son suficientes), mientras que la eugenesia nos dice a quiénes hay que matar: a los
inferiores, claro. Metemos todo esto en la licuadora, lo condimentamos con el
horror al comunismo, y nos sale una merengada llamada nazismo; un movimiento místico-satánico, totalitario-racista,
populista-genocida diseñado para seducir a los amantes (sobre todo jóvenes) de
los abrigos de cuero negro, los signos esotéricos y las botas de montar bien lustradas. Esta
secta estuvo a punto de ganar la peor guerra de la historia hasta 1943 (diez
años de hegemonía política más cuatro años de triunfos militares y sólo dos de
derrumbe… un resultado nada despreciable). Siempre he pensado que esto fue así
porque casi todos en Europa (y también en EEUU, la patria de la eugenesia) estaban
más o menos de acuerdo con Hitler. Y si no me creen, vean cómo está el mapa
político actual del viejo continente. Y quién es el actual inquilino de la Casa
Blanca.
Fotograma de Portero de Noche, de Liliana Cavani (1974) |
Uno de los mayores atractivos del nazi-fascismo es la sinceridad brutal con la que plantea discursos extremistas (como el exterminio de los indeseables, o el levantamiento de muros para contenerlos), en contraste con la gazmoñería hipócrita de lo “políticamente correcto.” Pero cuidado: en realidad ser fascista es la cosa más ordinaria y vulgar que pueda haber. Casi todo el mundo es fascista porque es el camino más fácil e irreflexivo, que te lleva a aceptar por simple pereza mental argumentos falaces como el del maltusianismo. No es cierto que no hay suficiente para todos, la verdad es que todo está mal repartido. Hay una minoría que lo quiere todo para sí, que necesita que la mayoría sea pobre para ellos aumentar y ostentar su riqueza. Y que utiliza su poder para mantenernos engañados y dóciles. El “nuevo orden mundial” neo-liberal es maltusiano: quiere detener el aumento de la población saboteando el progreso y perpetuando un esquema social en el que una oligarquía disfruta niveles de vida cada vez más altos, mientras las grandes mayorías son sometidas a una escasez creciente de agua, alimento, salud, educación, energía y todo lo bueno que puede ofrecer eso que llaman civilización.
Volvamos
a la ciencia ficción, que había previsto que para inicios del siglo XXI la
humanidad ya habría conquistado la luna y estaría proyectándose hacia la
exploración de otros planetas. Por otra parte, la fuente de la creación del
universo, la clave de la energía de las estrellas, que es la fusión nuclear, ya debería haber sido dominada. En vez de desatar ese poder en
forma de bombas que sólo son capaces de destruir, y dedicarnos a amenazarnos
mutuamente con ellas, nuestro deber como especie supuestamente inteligente era
controlarlo para así poseer una fuente de energía virtualmente inagotable que daría
luz y calor al mundo entero, liberándonos del miedo y la ignorancia y permitiéndonos
alcanzar las metas más osadas.
Después
de la implosión de la URSS en 1991, los oligarcas creyeron que el mundo les
pertenecía, y crearon organizaciones más poderosas que los propios gobiernos,
verdaderos clubes de magnates (Club de Roma, Comisión Trilateral, Grupo Bilderberg, etc.), dedicados
a diseminar la idea de que el mayor enemigo de la humanidad era la propia
humanidad. Pero esta plutocracia maltusiana (y por lo tanto fascista, capitalista,
imperialista, anglo-sionista, narcotraficante, genocida…) que maneja a los
líderes políticos del mundo como a sus títeres, todavía no ha ganado la
partida. Sus maldades han llevado a sus víctimas a unirse y buscar alternativas
a su hegemonía criminal. China, que hace cien años era un infierno despedazado
por el colonialismo supremacista eurocéntrico, ha recuperado su condición de
gran potencia que siempre había tenido, y propone al mundo reabrir su milenaria Ruta de
la Seda reforzada por la tecnología más avanzada, provocando el terror de sus
antiguos opresores. La Rusia post-soviética, levantada sobre las ruinas del
experimento socialista que cambió el siglo XX, surge como la única gran
potencia capaz de contener la furia destructiva del decadente imperio
occidental. Lenin decía que el comunismo era el socialismo más la electricidad;
ahora Putin dice que en el siglo XXI el bienestar de la humanidad depende de la
energía termonuclear y la tecnología puesta a su servicio. A Venezuela y países
como Irán o Cuba, que eligieron seguir su propio camino (con sus aciertos y errores), también les toca un honroso lugar como parte de la resistencia
de la humanidad a una forma de avasallamiento que ya agotó su ciclo histórico.
Xi Jinping brindando con Putin |
En
una entrevista también reciente con el FinancialTimes, Putin proclama la obsolescencia del orden neoliberal fundamentado en
el pesimismo maltusiano, que condena a la humanidad a la esclavitud de un
sistema cerrado, cuyos recursos cada vez más escasos son manejados por una
élite privilegiada. En oposición a esta visión oscurantista, el verdadero
humanismo afirma el poder creador de la mente humana, capaz de hacer
descubrimientos sin límites en un universo infinito. En vez de sentirse anonadado
por la infinitud, el ser humano realmente inteligente siente que su mente
también es infinita, y comprende que existe la posibilidad de ser absolutamente
libre, con la condición de ser también absolutamente responsable y consciente
de la necesidad de armonizar con la naturaleza y coexistir con la humanidad en
términos de amor, respeto, justicia y comprensión.
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