miércoles, 5 de octubre de 2016

Maldiciones paralelas: Rimbaud y Van Gogh vistos por Arturo Uslar Pietri

¿Quién podría imaginar personajes más antitéticos que Rimbaud (el príncipe de los poetas malditos), Van Gogh (pintor alucinado, marginal y autodestructivo), dos artistas dionisíacos por excelencia, y una figura tan sobria y apolínea como Arturo Uslar Pietri? Un artículo escrito por este último en 1990 los une a pesar de sus diferencias. Uslar es algo más que el héroe de los conservadores, aunque nuestros poetas malditos locales y aspirantes a serlo renieguen de él porque nunca lo vieron borracho... Leamos un interesante artículo sobre AUP y a continuación la transcripción de otro tomado de la columna que mantuvo en El Nacional por más de 50 años.

Rimbaud y Van Gogh (Tomado de la columna Pizarrón, de Arturo Uslar Pietri)

El año de 1890, en Francia, en el corto espacio de una docena de días, en condiciones trágicas, murieron dos hombres que para entonces no parecían sino dos desechos de la sociedad, ignorados por casi todos, y apenas conocidos por un puñado de gentes afines a su pasión creadora.

El 10 de noviembre, en un hospital de Marsella, muere Jean-Arthur Rimbaud de 36 años de edad. Prácticamente nadie lo conocía. No parecía ser más que un fracasado negociante y explorador de las costas del Mar Rojo, aventurero sin éxito que, devorado por un cáncer, amputado de una pierna, agonizó largos días, asistido por su hermana y unos pocos allegados. Era, muy posiblemente, el más grande poeta del siglo, pero nadie parecía saberlo entonces.

Poco después, el 22 del mismo noviembre, en Auvers, cerca de París, moría en el cuarto de un hotelucho, como consecuencia de haberse disparado un tiro en la cabeza, Vincent Van Gogh. Con la sola asistencia generosa del doctor Gachet, que lo acompañó hasta el final, terminaba su vida de sufrimiento y miseria a los 35 años. El mundo del arte lo desconocía. Ningún cuadro suyo había logrado no sólo ser admitido en exposición alguna, sino que hasta esa hora no había logrado vender una sola de sus obras. Un siglo después se ha convertido en el pintor más famoso y cotizado del mundo. Una obra suya se ha rematado recientemente en subasta pública por 54 millones de dólares.

El Rimbaud que murió en el abandono del hospital de Marsella no parecía ser, en aquel momento, sino un pobre aventurero sin ventura, que había pasado años de tentativas fracasadas buscando fortuna en las costas del Mar Rojo, en Adén, en Somalia, en Abisinia. Eran los tiempos de la insurrección de Menelik contra los italianos y había posibilidades, con mucho riesgo, de ganar dinero en el contrabando de armas y de marfil.

De todos los que lo toparon en esos duros años de errancia y riesgo, ninguno pudo sospechar que aquel mercader marginal había tenido algo que ver con la poesía. Su caso tiene mucho de prodigioso y de aberrante. Adolescente apenas, hacia los quince años, comenzó a escribir una poesía insólita, deslumbrante, innovadora, que no se parecía a ninguna otra conocida. En los cuatro años siguientes, que fueron de vagabundaje, bohemia y pobreza en París, en Bruselas, en Londres, o en su pueblo natal, reinventa la poesía. Junto a él va a surgir una influencia poderosa y perturbadora, la de Paul Verlaine, mucho mayor que él, que le servirá de guía por los vericuetos del vicio, de los bajos fondos y de la creación literaria. Fue, literalmente, "Una temporada en el infierno", título que más tarde dio a una de sus obras originales. Pocos se dieron cuenta de lo que significaba la creación verbal, imaginativa y subconsciente de aquel adolescente extraviado. De pronto, a los 19 años, rompe con la literatura y, desde entonces hasta su fin, no vuelve a escribir una línea de poesía. Mató al gran poeta que había en él antes de que la dura vida azarienta y vil acabara con él.

Van Gogh no sólo es su contemporáneo exacto, sino que en la pintura va a encarnar la misma experiencia de autodestrucción. Su obra es, como la de Rimbaud, una infernal experiencia. Ha podido hacer suya aquella expresión del poeta que decía que se llegaba a lo inalcanzable por medio "de un largo y razonado desarreglo de todos los sentidos". Los dos se inmolaron para hacerse "videntes", es decir, en palabras de Rimbaud, "para ver lo que el hombre ha creído ver".

El 10 de noviembre muere Rimbaud y el 22 le sigue Van Gogh. No debieron toparse nunca, sus respectivos submundos no se tocaban. De Rimbaud no queda sino un retrato de grupo bohemio hecho por un pintor desdeñable. Quien le hubiera podido hacer su verdadero retrato hubiera sido Van Gogh. Tampoco debió conocer el pintor la poesía escasa y poco publicada del poeta maldito. Sus gustos literarios iban más bien del lado del realismo de protesta y denuncia de los hermanos Goncourt. No debió tampoco el poeta ver nunca un cuadro del pintor. Era una obra casi clandestina, oculta y desconocida para todos.

Aquellas dos vidas paralelas, que tan terriblemente expresan el gran drama de la creación literaria y artística de la Europa de hace un siglo, no se cruzaron nunca. Cada uno por su lado siguió el desgarrador soliloquio de su creación. Somos nosotros ahora los que podemos asomarnos al diálogo que ellos nunca tuvieron pero que mantienen abierto en sus respectivas obras.


2 comentarios: