Los
numerólogos miran con ansia la llegada del 2020, que luce muy atractivo con ese
20 repetido que parece augurar grandes acontecimientos. El 20 es símbolo de la
excelencia, tradicionalmente es la máxima calificación en nuestro sistema
educativo, y se usa en expresiones como “una visión 20/20”, para significar la
perfección. Ciertamente, la situación actual del mundo hace esperar un año
excepcional.
Pero
el 2019, a punto de ser despedido por el tradicional cañonazo, ha sido un año lleno de sucesos históricos sin
precedentes en la historia de este país. Desde aquellos días gloriosos de
2002-2003, que pusieron a Venezuela en el mapa y nos cambiaron para siempre, no
se había visto nada igual. Hemos presenciado la culminación de una etapa que se
inició en 2013 tras la muerte del comandante Chávez, y que había tenido
momentos de exacerbación con la guarimba de 2014, la derrota del chavismo en
las parlamentarias del 2015 y las feroces guarimbas “ucranianas” perversamente perfeccionadas
de 2017. Habría que hacer mención aparte al atentado con drones de 2018, el
primero en la historia, pero lo que se estaba preparando para el año siguiente
era el clímax de todo ese proceso. Veamos:
Empieza
el año con la auto-proclamación como presidente
encargado de un diputado de tercera
fila y balbuceador de lugares comunes, un perfecto desconocido, cuyo gesto es
inmediatamente aplaudido y saludado con bombos y platillos por todo el Imperio
Anglo-Sionista y sus lacayos. Sobre todo meten mucho ruido los sub-lacayos de
Latinoamérica, particularmente en Colombia y Brasil. Hasta la pequeña Guyana
muestra los dientes. El 23 de febrero se despliega el primer acto de lo que se
pretendía pasar por gesta heroica y que terminó siendo una opereta bufa: el
prefabricado líder de la lucha por la libertad (freedom fighter) aparece
en la frontera con Colombia acompañado de tres presidentes de otros tantos
países conocidos por su hostilidad hacia el gobierno venezolano, avalados por
varios senadores de EE.UU y por los fanáticos religiosos Mike Pompeo
(Secretario de Estado) y el inefable Mike Pence (jefe de los sionistas cristianos
y vicepresidente de EE.UU), más el infaltable Luis Almagro. Cinco o seis
generales dirigiendo una operación bélica que no merece otro nombre que el de una
invasión a Venezuela con el torpe disfraz de la ayuda humanitaria.
Ocurre
entonces el fiasco de la batalla de los
puentes. Los cinco generales se quedan con los crespos hechos: la pose de
valiente “muchacho de la película” hollywoodense de Guaidó montado en uno de
los camiones será el emblema del fiasco. El mismo día salen a relucir historias
truculentas de diputados metidos en hoteles picarescos y embaucados e
intoxicados por “muñecas” cucuteñas. Después todos quieren ocultarse detrás de
la alcahuetería de las campañas mediáticas, pero el odio que le tiene la propia
prensa norteamericana a su presidente hace que se caigan todas las máscaras, y
la manipulación es malograda por el mismísimo New York Times.
Todavía
estamos lamiéndonos las heridas cuando empieza sorpresivamente el segundo acto:
el 7 de marzo ocurre el primero de una serie de terroríficos apagones, los más
largos y dañinos en la historia de Venezuela. Nuestra civilización
contemporánea depende totalmente de la electricidad, y si nos la quitan, como
dijeron por ahí, nos regresan al Paleolítico. Esas noches a la luz de unas
velas que de pronto se pusieron carísimas serán inolvidables. Los efectos del
apagón todavía se sienten, y si no me creen, pregunten en Movilnet. Por otra
parte, da la impresión de que, al hacer el recuento de los sucesos del año, el
gobierno quiere pasar por alto este episodio. Hay varias razones para ello: si
el sistema eléctrico en todo el país depende casi exclusivamente de la
generación del Guri, entonces tenemos expuesto un inmenso talón de Aquiles que
se vuelve aún más vulnerable en una situación
de guerra. Además, las explicaciones que ha dado el gobierno son muy difíciles de probar: el ataque
cibernético, el shock electro-magnético, los disparos con balas explosivas de
un francotirador, el incendio de unos matorrales o el paso de una iguana por
unos cables pelados, todos entran en el plano de las teorías conspirativas al no producirse evidencias incontrovertibles.
Pero como yo he dicho más de una vez, los
paranoicos tienen razón; quizás no siempre, pero ¿qué se puede decir en
este caso? ¿Hubo un cumplimento inexorable de la llamada Ley de Murphy (ya saben: si algo puede salir mal, saldrá mal, de la
peor manera posible y en el peor momento)? Lo único cierto es que este segundo
acto fue el más aterrador de toda esta trama, que la mayor parte del tiempo
parecía más un episodio de la vieja Radio Rochela que una distopía asimoviana.
Hablando
de Radio Rochela, pasemos al tercer capítulo de la farsa: Guaidó y su mentor, el
gran Leopoldo, aparecen en un puente haciendo una pésima parodia de un golpe de
estado, como consecuencia del cual varios de sus colegas parlamentarios fueron
a dar a la cárcel o tuvieron que huir del país. Por otra parte, y eso es lo
mejor de todo, el consejero de seguridad nacional de EE.UU John Bolton quedó
salpicado con el ridículo, y unos meses más tarde terminaría perdiendo su
empleo. Poco a poco, el presidente Trump dejó de hablar de que “tenía todas las
opciones sobre la mesa” con respecto a Venezuela, y actualmente debe enfrentar
un torpísimo intento de los –idiotas- parlamentarios del partido demócrata para
sacarlo del poder, tan absurdo y mal montado que probablemente fracasará. Que
es lo mejor que puede pasar, porque es preferible tener a Trump en la Casa
Blanca que al fanático fundamentalista de Mike Pence. Entretanto en Chile, el
oasis del neoliberalismo, estallaron unas inesperadas revueltas callejeras que
tienen al presidente Piñera contra las cuerdas. Y en Colombia la gente se hartó
de que el presidente Duque se la pasara echando pestes de Venezuela y han
tomado las calles como si fueran unos chalecos amarillos.
Para
concluir, el gran ganador a esta altura del juego es Nicolás Maduro,
subestimado y escarnecido por toda la casta política imperial y cipaya. La
historia tendrá que tomarlo en cuenta: para empezar, nunca había habido un
presidente venezolano con las características de Maduro. Para continuar, ha
demostrado ser un político inteligente y audaz, a nivel nacional e
internacional: no en balde fue el canciller de Chávez por tantos años, enfrentando
situaciones tan complejas como los golpes parlamentarios y militares de
Paraguay y Honduras, por ejemplo. Y ahora tiene sobre el tapete un tema
totalmente decisivo para el futuro de la humanidad, como es la liberación de
las economías mundiales de la funesta tiranía del dólar. Ya en el metro no
hablan de la “dieta Maduro”, sino del Petro. Todavía no se entiende bien todo
ese negocio de criptomonedas, criptobilleteras, cadenas de bloques, etc. Pero
con el prolongado sabotaje a la moneda, ahora cualquier carrito de
perrocalientes tiene su punto de venta. El dinero en efectivo es una
antigualla. Los que saben hablan de “dinero fiat”, porque a fin de cuentas todo
es cuestión de fe.
Yo
generalmente evito escribir sobre el tema político, en parte por seguir a mi
maestro Epicuro. Pero lo que hay que evitar es involucrarse en política para
conseguir algún cargo y aprovecharse de él para hacerse famoso y/o millonario. O
apenas un burócrata embrutecido. La vía ética es idéntica con la verdadera
acción política, como decía Aristóteles. Somos animales políticos, querámoslo o
no. Con el perdón de los animales, por supuesto. Feliz año 2020 y no crean en
la numerología, es pura superstición.
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