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Patio central de la U. C. Santa Rosa |
En vez de revivir cualquier resentimiento, prefiero seguir fiel a las enseñanzas de Epicuro, que con toda su aspiración a la serenidad era un tipo sumamente polémico, enfrentado a las tres grandes escuelas filosóficas de su tiempo: platónicos, peripatéticos y estoicos; y a todos los prejuicios e injusticias de la sociedad griega de entonces, como espero mostrar en el siguiente escrito. Quiero hacer como él: buscar mi propio camino, sintetizar y elevar como en un Aufhebung hegeliano lo que me gusta y me interesa de las enseñanzas de otros.
Sostengo que si la filosofía tiene algún valor es como guía para buscar la felicidad. No puedo avalar filosofías de la angustia y el miedo a la muerte, como el existencialismo; ni pirotecnias verbales como la fenomenología; ni reduccionismos y descalificaciones a priori como el positivismo lógico. Una de las cosas que más admiro de Epicuro es precisamente su desprecio por la terminología complicada, la retórica y los sofismas; aunque eso precisamente lo convierte en un filósofo poco atractivo para los académicos, que siempre andan buscando giros y sutilezas del lenguaje, o sea, aire caliente (palabras) para hacer sus verbosas (e inútiles) tesis. Por otra parte, el llamado Filósofo del Jardín (aunque en realidad era una huerta organopónica, adelantada a su época - Epicuro también es pionero del pensamiento ecológico) ofrecía convincentes reflexiones para aliviar los mayores temores del ser humano. Además, enseñaba que la filosofía era la más agradable de las actividades, ya que daba placer por sí misma, sin necesidad de esperar a recoger ninguna cosecha.
Epicuro: una
filosofía ecuménica y liberadora
Epicurus: an ecumenical and liberating philosophy
Pedro Leonardo González
RESUMEN
La filosofía de Epicuro es ecuménica, porque fue la
primera que, en vez de encerrarse en los límites de la polis griega (que había quedado reducida a un mero municipio dentro
de un vasto imperio), buscaba adeptos en todas las regiones conquistadas por
Alejandro. Es igualitaria porque explícitamente incluyó a mujeres, bárbaros y
esclavos. Es hedonista porque enseñaba el verdadero placer catastemático, y cómo éste se equilibra con el dolor. Es pacifista
porque proponía el aislamiento político como medio para protegerse de las
constantes guerras de la época. Pero sobre todo es liberadora, porque su meta
definitiva era liberar al hombre del
miedo y la ignorancia.
PALABRAS CLAVE: Epicuro, filosofía helenista, placer
catastemático.
ABSTRACT
Epicurus’
philosophy is ecumenical, for it was the first one not exclusively limited to
the Greek polis (now a mere
department within a much larger Empire), and sought followers in the regions
conquered by Alexander. It is egalitarian, since it explicitly included women,
barbarians and slaves. It is hedonist, since it showed what true, katastematic
pleasure was, and how it could be balanced with pain. It is pacifist because it
preached political aislationism as a means of protection against the constant
wars of the time. But above all it is liberating because its ultimate goal was
to free man from fear and ignorance.
KEY
WORDS: Epicurus, helenistic philosophy, katastematic pleasure.
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Busto de Epicuro en la Biblioteca Nacional de Nápoles |
Introducción
Después de alcanzar
sucesivamente con Sócrates, Platón y Aristóteles las cimas más elevadas de su
historia, es natural que la filosofía griega clásica entrara en un período de
decadencia. Es lo que dice Marx en su tesis doctoral (1841): “nada tiene de
sorprendente el que la filosofía griega, tras su florecimiento sumo en
Aristóteles, se marchitara. Sólo que la muerte de los héroes se parece al ocaso
de un sol, y no al reventar de una rana inflada” (Marx, ed. de 1997; p. 23). En
efecto, no sería justo ni exacto decir que las escuelas filosóficas sucesoras
de la gran tradición clásica, denominadas “helenísticas” o “alejandrinas,” sean
el “final gris” de una mala tragedia (lo cual se decía frecuentemente en la época
de Marx). Más bien hay que verlas como la proyección del espíritu de la antigua
Grecia sobre la naciente civilización romana, destinada a ser su auténtica
heredera histórica. Por eso Marx, lejos de considerar a epicúreos, estoicos y
escépticos como “un apéndice extemporáneo, sin relación alguna con sus potentes
predecesores,” asegura que son “los tipos originales del espíritu romano,”
dignos representantes de “la figura de Grecia al peregrinar a Roma” (p. 24).
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Karl Marx joven |
En
este crepúsculo histórico de la
Grecia clásica se destaca la figura de Epicuro como exponente
de una filosofía que no sólo fue capaz de sintetizar todo el pensamiento
precedente, sino también de insertarse en el nuevo mundo cosmopolita surgido a
consecuencia de las conquistas de Alejandro Magno de Macedonia. En los siglos
siguientes, el epicureismo también gozaría de amplia aceptación en el mundo
romano, como lo demuestra el colosal poema de Lucrecio, De Rerum Natura, el cual,
según Farrington (1968, p. 186), no sólo fue el texto en lengua latina más
importante de su tiempo, sino que “sigue siendo, según la opinión general, el
mayor poema filosófico del mundo.” Finalmente, conviviría, se asimilaría y
ejercería una gran influencia sobre la nueva religión destinada a prevalecer en
todo el Imperio Romano: el Cristianismo, a su vez una poderosa síntesis de
elementos religiosos y filosóficos del Oriente y de Grecia. Como bien lo dice
N. W. DeWitt (1964; p. 64) en su exhaustivo estudio: la obra de Epicuro
representa “nada menos que la síntesis de la física que los jonios cultivaron,
pero descuidando la ética, con la ética que Sócrates y Platón cultivaron, pero
descuidando la física.”
El Helenismo,
universalización de la cultura griega
El tiempo de vida de Epicuro
coincide con la destrucción del modelo de la ciudad-estado, que tal vez fue el
mayor orgullo de los griegos, pero también a fin de cuentas el mayor obstáculo
para su unidad nacional; cuya ausencia facilitó la conquista macedónica. En las
nuevas condiciones, los griegos estaban sometidos a un amo que, si bien
compartía con ellos lengua y cultura, seguía siendo visto como un bárbaro. El
descontento y la sensación de derrota eran generalizados. Era el fin de una
civilización y el nacimiento de otra: la helenística.
La marcha triunfal de
Alejandro Magno, que apenas duró una docena de años, supuso para el oriente de
la cuenca mediterránea una verdadera revolución. Por primera y última vez, el
poderío de las armas griegas había unificado bajo una férula única un inmenso
territorio que se extendía desde Macedonia hasta el Punjab y desde el sur de
Egipto hasta el actual Afganistán. Los conquistadores, aunque perdieran
rápidamente la unidad política y se dividieran en diversos reinos, lograron
asentarse en casi todo el ámbito conquistado por Alejandro, y formaron sobre
las poblaciones indígenas subyugadas una superestructura militar, política,
económica y cultural que habría de permanecer siglos enteros… La cultura de la polis griega, hasta el momento cerrada
en el ágora y en sus murallas, se extiende por territorios sin barreras y se
hace casi universal, gracias a una educación común, ocupando casi todo el mundo
conocido y habitado (oikoumene, en
gr.) (Piñero, 1989; p. 7).
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La batalla de Issos |
La palabra oikoumene (de la cual se deriva nuestro
término “ecuménico”) significa exactamente eso: “todo el mundo conocido y
habitado” para aquel momento histórico, sobre el cual la cultura griega ahora predominaba.
Por su parte, la lengua griega evolucionaba hacia la koiné, la lengua común que unía a numerosos pueblos profundamente
diferentes entre sí. El griego siguió siendo la lingua franca del Medio Oriente por milenios. Ni siquiera el latín
imperial pudo desplazarlo.
Amigos que “viven
ocultamente”
A diferencia de Platón,
Epicuro nació pobre, aunque recibió cierta educación (era hijo de un maestro de
escuela, figura socialmente desdeñada). Su familia, de origen ateniense, se
había visto obligada a emigrar a una colonia agrícola en la isla de Samos, patria
de Pitágoras, donde nació Epicuro. La vida de un colono o klerújos era bastante dura, sometida a los vaivenes de las
constantes guerras de entonces, que para el hombre común sólo traían
sufrimientos y carencias de todo tipo. Por otro lado, con la desaparición de la
polis, la libre participación del
ciudadano en la vida pública era imposible. Para enfrentar estas realidades, la
filosofía epicúrea se aparta de sus antecesoras platónico-aristotélicas y se
concentra en el individuo al margen (o más allá) del estado; en contraste con
el ideal clásico del ciudadano, que identifica la ética con la política. “El
hombre epicúreo es como una ciudad asediada que se encierra dentro de sus
muros” (Daraky y R.-Dherbey, 1996; p. 59).
Durante
aquella “espantosa gestación del mundo helenístico… siempre bajo la amenaza de
la hambruna” (Ibíd., p. 7), Epicuro predicaba el apoliticismo, o más
exactamente, la no participación en el servicio público (leitourgía). Es interesante señalar que lo que Epicuro propugnaba
equivalía a no colaborar con una forma de gobierno que para los griegos era, ni
más ni menos, una ocupación militar.
El ideal político epicúreo
se sintetiza en la máxima “Vive ocultamente” (láthe biósas). Como dice el fragmento 552 de Usener: “Los epicúreos
huyen de la política como daño y destrucción de la vida dichosa.” Sustituyendo
a la política, la amistad o philía
universal, más preciosa que la misma sabiduría, es el único nexo que mantiene
unidos a los miembros de la escuela epicúrea. Sin embargo, aunque el Sabio propone
el placer y la amistad como fines y bienes supremos, no deja de ser básicamente
un asceta, en la tradición de Sócrates y de Diógenes de Sínope; cuya sabiduría
consistía en minimizar sus necesidades y atenderlas con la mayor simplicidad
posible. En una aparente paradoja, “la moral del placer desemboca en un frugal
ascetismo, y la universalidad de la amistad epicúrea acaba reduciéndose al
marco de un retirado jardín” (García y Acosta, 1973; p. 83). Sin embargo, Epicuro
llegó a ser tan popular que, como recuerda Diógenes Laercio, “su patria… lo
honró con estatuas de bronce; sus amigos… eran en tan gran número que ya no
cabían en las ciudades.” Lejos de ser un movimiento aislado, su escuela
“permanece sin interrupción de maestros a discípulos, cuando todas las otras
han acabado” (D. L. X, 6) [1].
Placer,
virtud, temor, libertad y fatalidad
En palabras del gran
Francisco de Quevedo, autor de una Defensa
de Epicuro Contra la Común Opinión
(ed. de 1997; p. 5), “Epicuro puso la felicidad en el deleite, y el deleite en
la virtud.” Epicuro concordaba con Aristipo el Cirenaico en que la sabiduría
consistía, no en abstenerse del placer, sino en dominarlo para que no nos
envilezca (D. L. II, 75); pero se diferenciaba de aquél en el concepto mismo de
placer. Para Epicuro, el verdadero placer era el catastemático, o inmóvil; es decir, un estado que consiste en una simple ausencia de dolor y turbación (aponía). El verdadero placer era no
tener sed, no tener hambre, no tener frío. Aquí se oponía a tanto a los
cirenaicos como al Platón del Filebo,
que niega que pueda existir placer sino en el movimiento indispensable para
obtener la katástasis o restauración
de un estado doloroso (comer cuando se tiene hambre, beber cuando se tiene
sed). Para Epicuro, el placer era el resultado o katastéma, y no la acción que lleva a él (García y Acosta, 1973; p.
32).
Por otro lado, la teoría epicúrea del mundo físico es una
adaptación con pocos cambios del atomismo de Demócrito. A pesar de la
importancia de la física en su doctrina, el interés principal de Epicuro, más
que ofrecer una explicación científica de la naturaleza, es fundamentar su
teoría ética, cuyo propósito es eliminar el temor a los dioses y a la muerte
por medio de una actitud racional y calculadora hacia el placer y el dolor (el
llamado tetrafármaco). Su intención
era “proporcionar una visión conjunta de la naturaleza que permitiese la
tranquilidad del ánimo y ayudara a liberar el espíritu humano de los terrores
supersticiosos ante los prodigios impresionantes de la naturaleza, en los que
Demócrito había visto una de las causas de la religión” (García y Acosta, 1973;
p. 211-212).
Demócrito muerto de la risa |
Como a Sócrates, a Epicuro
le parece ocioso ocuparse del origen y la formación de este mundo (o de los
infinitos mundos que según él existían). Acepta la teoría atómica sólo porque
le parece suficientemente plausible. Pero lo único que realmente le interesa es
el sufrido hombre de su época, esclavizado por el miedo. Por eso, hasta en la
física dejaba un margen para la libertad, “pues sería mejor aceptar la fábula
popular sobre los dioses que ser esclavo de la Fatalidad de los
fisiólogos” (D. L. X, 134).
Igualitarismo,
ataraxia y posible orientalismo
También como consecuencia de
la destrucción de la civilización de la polis,
el epicureismo fue la primera doctrina filosófica griega que no se dirigía
exclusivamente al ciudadano griego. Por eso DeWitt (1964, p. 26) dice que fue
la primera “filosofía misionera,” que buscaba adeptos de todas las
nacionalidades y condiciones sociales. Era una doctrina para griegos y
bárbaros, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, amos y esclavos por igual;
unidos todos por el amor, el afecto y la amistad mutuos. Cabe señalar que
mujeres, bárbaros y esclavos eran los grupos más discriminados en la sociedad
griega, antes y después de Alejandro.
La felicidad consistía en la
suspensión de toda ansiedad, la ausencia de perturbación, la calma perfecta: la
ataraxia. Es posible hallar
similitudes de esta doctrina con el budismo y otras religiones orientales, pues
la definición epicúrea del ascetismo parecía “conducir a una especie de
aniquilación de la persona, análoga al nirvana
búdico” (Festugière, 1963; p. 26). De hecho, fue durante las conquistas de
Alejandro cuando ocurrieron los primeros contactos entre hindúes y griegos,
quienes llamaron a los ascetas hindúes “gimnosofistas,” o sea, sabios desnudos (Plutarco, ed. de 1970;
p. 97). Sin embargo, Festugière (1963, p. 26) opina que la noción de “extinguir
en sí mismo todos los deseos… tornarse indiferente a todos los móviles de la
actividad humana,” es un “camino de vida” que “siempre ha repugnado al alma occidental,
singularmente al alma griega” y “no presenta con la doctrina epicúrea sino
analogías de superficie” (Ibíd.). A pesar de esta opinión, expresada por uno de
los mayores conocedores de Epicuro, no es difícil encontrar muchas importantes
semejanzas entre las doctrinas del sabio del jardín y el pensamiento oriental.
Fakir indio en una cama de clavos |
Por supuesto, también es
evidente la filiación de Epicuro con las grandes corrientes del pensamiento
griego. Algunas raíces del epicureismo pueden hallarse sin duda en la Ética Nicomáquea de Aristóteles (ed. de
1999), que dedica dos libros completos a la amistad: “Cuando los hombres son
amigos, no hay necesidad de justicia… la más perfecta expresión de la justicia
es la amistad… la amistad no es sólo un medio, sino un fin… En resumen, identificamos
el bien con la amistad.” (1115a) También en el Estagirita hallamos la noción, defendida
posteriormente por Epicuro, de que los dioses son indiferentes hacia los
asuntos humanos: “¿No parecerá ridículo ver a los dioses haciendo contratos,
devolviendo depósitos y otras cosas semejantes? etc.” (1178b). El cálculo del
placer aparece en 1105a: “todo el estudio de la virtud y la política está en
relación con el placer y el dolor, puesto que quien se sirve bien de ellos,
será bueno, y quien se sirva mal, será malo.”
El epicureismo
en Roma
Es natural que una filosofía
tan amable como la de Epicuro tuviera numerosos seguidores, primero en el
ámbito helenista, y luego entre los romanos. Aunque autores griegos como
Plutarco, de creencias platónicas, y latinos como Cicerón, influenciado por los
estoicos, fueron duros críticos del epicureismo, éste a su vez fue defendido
por figuras igualmente ilustres, como los poetas Horacio (quien dijo de sí
mismo que era “un cerdo de la piara epicúrea”) y Juvenal. También Epicuro es
citado por Séneca (a pesar de ser éste también estoico) en 20 de sus epístolas:
“todas las veces que necesita de socorro en las materias morales que escribe...
Séneca habla de Epicuro con suma veneración… Más frecuente es Epicuro en las
obras de Séneca que Sócrates y Platón y Aristóteles y Zenón” (Quevedo, ed. de
1997; p. 18).
Pero la mejor expresión de
la importancia del movimiento en Roma es el ya mencionado poema de Tito Lucrecio
Caro, monumento de las letras latinas; que se inicia con una alabanza al
fundador, ese “varón griego” que se rebeló contra la religión, el fanatismo y
“las fábulas de los dioses:”
No intimidó a este hombre
señalado
La fama de los dioses, ni
sus rayos,
Ni del cielo el colérico
murmullo.
(…)
Por lo que el fanatismo envilecido
A su voz es hallado con
desprecio;
¡Nos iguala a los dioses la
victoria! (Lucrecio, ed. de 2007; 100-110)
David Sedley (citado por
Clay, 2000), de Cambridge, ha propuesto que Lucrecio utilizó una obra ahora
perdida de Epicuro (Peri Physeós o
“Sobre la Naturaleza”)
como base doctrinaria para sustentar De
Rerum Natura. Curiosamente, el poema fue editado por un enemigo del
epicureismo, el mismísimo Cicerón.
Dice
Farrington (1968, p. 190) que la razón de la antipatía que muchos en Grecia y
en Roma sentían hacia el epicureismo era su negativa a usar la religión como instrumento
político: “El gobernar era para los romanos lo que la filosofía había sido para
los griegos,” y tanto unos como otros sostenían que la religión era el mejor
medio para “impresionar a las masas… (y) llenar de miedo su imaginación.” Esta
práctica de manipular políticamente al vulgo por medio de la religión era
aprobada tanto por platónicos como por peripatéticos y estoicos, y todos ellos
consideraban subversiva la posición epicúrea de “participar en el ritual
estatal, pero (sin) permitir que (éste) afecte a su religión interior.” Los
epicúreos, que participaban en el culto socialmente aceptado, pero sin
renunciar a sus propias convicciones privadas, eran vistos por los
fundamentalistas como unos infiltrados.
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Un cerdo de la piara epicúrea |
Epicuro y el
cristianismo
La aparición del
cristianismo significó la fusión definitiva de la filosofía griega con la
teología hebraica, después de siglos de estrecha convivencia. Quizás el primer
episodio de este fenómeno fue la traducción de la Torá
hebrea al griego koiné por los
legendarios Setenta, en Alejandría. Esto permitió que los gentiles conocieran
las Escrituras judaicas bajo nombres griegos (Biblia, Pentateuco, etc.). De
cualquier modo, los nuevos amos europeos que reemplazaban a los sátrapas de los
antiguos imperios asiáticos tenían costumbres que podían parecer escandalosas a
los pueblos sometidos. El libro de los Macabeos (I, 1-42) relata justamente un
enfrentamiento entre el pueblo judío y las autoridades helenísticas, motivado
por la construcción de un gimnasio al estilo griego en Jerusalén, a la que
habían seguido violaciones al código judío tan graves como “la restitución de
los prepucios,” que los guardianes de la ortodoxia no pudieron soportar.
Para bien o para mal, la
fusión cultural y religiosa se dio a la larga; y un personaje tan cosmopolita
como el apóstol Pablo, judío de lengua griega y ciudadano romano, aparece como
el mayor representante de ella. También es indudable que Pablo estaba
familiarizado con las doctrinas epicúreas y estoicas que prevalecían en la
época. En su obra St. Paul and Epicurus,
DeWitt (1954, p. 2) llega a decir que San Pablo reconoció los grandes méritos
de la ética epicúrea, y que la adoptó, otorgándole el rango de doctrina
religiosa; pero sin admitir su deuda con Epicuro, cuyos reputados materialismo
y hedonismo lo hacían aparecer al criterio cristiano como un pagano pecaminoso
de la peor especie. Pero ni el materialismo de Epicuro lo hacía ateo, ni los
placeres que buscaba eran los placeres de la carne, y un espíritu esclarecido
como Pablo ha debido reconocer esto.
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San Pablo en Atenas |
DeWitt (1954) propone una
clave para descubrir los principios epicúreos ocultos en los escritos de San
Pablo. Se puede concordar con él en que el ecumenismo, el igualitarismo, la
prédica del amor y la paz, la preferencia por el estilo epistolar, la práctica
de reunirse en residencias privadas y el aislacionismo político eran
características que compartían los epicúreos con los primeros cristianos. Pero
a un cristiano (y de hecho, al practicante de cualquier religión) le sería
imposible aceptar la idea, central al epicureismo, de que los dioses son
indiferentes a lo que ocurre en el mundo de los hombres. Tampoco podría aceptar
el atomismo, y mucho menos la idea de que el alma, compuesta de átomos al igual
que el cuerpo, desaparece por completo después de la muerte. En efecto, el
dogma cristiano de la resurrección de la carne, defendido por Pablo en su
discusión con los filósofos griegos en el areópago de Atenas (Hechos, XVII, 16-34), es irreconciliable
no sólo con la filosofía de Epicuro, sino con la de cualquier otro pensador
griego. Pitagóricos y platónicos, por el contrario, preferían creer en la
reencarnación.
No obstante, es innegable
que existen ecos, no sólo de Epicuro, sino de muchos otros filósofos griegos,
en los escritos doctrinarios cristianos: los hay de Platón en el Sermón de la Montaña; de Heráclito y de
los estoicos en la tesis del lógos
hecho carne; de Sócrates en su injusta condena y su entrega al sacrificio, que
anticipa el de Cristo. En conclusión, puede decirse que no sólo el epicureismo,
sino también toda la filosofía griega, encuentran su culminación en el
Cristianismo, al que ayudaron a dar forma y profundidad.
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Bacca. UCV, Dirección de Cultura, Caracas.
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Sáenz, Antonio (1989). La Civilización Helenística.
Historia del Mundo Antiguo Akal, Vol. 35. Akal, Madrid.
Plutarco
(Ed. de 1970). Alejandro y César. Traducido
por Carles Riba. Salvat, Barcelona.
Quevedo,
Francisco de (ed. de 1996). Defensa de
Epicuro contra la Común
Opinión. Tecnos, Madrid.
Tito
Lucrecio Caro (ed. de 2007). De la Naturaleza de las Cosas.
Traducción del latín de José Marchena. El Perro y la Rana, Caracas.
Sagrada Biblia. Versión
Nácar-Colunga (1988). Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid.
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