domingo, 1 de diciembre de 2019

Epicuro y mi derecho a la pereza

Siempre estoy diciendo que Epicuro es mi filósofo griego favorito. Ahora por fin me decido a rescatar este resumen de su pensamiento que escribí creo que en 2009. En aquel entonces trabajaba en la Universidad Católica Santa Rosa, cuya sede en Sabana del Blanco es uno de los sitios más agradables de nuestra Caracas. Pretendía que este artículo me lo publicaran en la revista de la mencionada universidad, pero lamentablemente (para ellos) me echaron a patadas poco después...

Patio central de la U. C. Santa Rosa

En vez de revivir cualquier resentimiento, prefiero seguir fiel a las enseñanzas de Epicuro, que con toda su aspiración a la serenidad era un tipo sumamente polémico, enfrentado a las tres grandes escuelas filosóficas de su tiempo: platónicos, peripatéticos y estoicos; y a todos los prejuicios e injusticias de la sociedad griega de entonces, como espero mostrar en el siguiente escrito. Quiero hacer como él: buscar mi propio camino, sintetizar y elevar como en un Aufhebung hegeliano lo que me gusta y me interesa de las enseñanzas de otros.

Sostengo que si la filosofía tiene algún valor es como guía para buscar la felicidad. No puedo avalar filosofías de la angustia y el miedo a la muerte, como el existencialismo; ni pirotecnias verbales como la fenomenología; ni reduccionismos y descalificaciones a priori como el positivismo lógico. Una de las cosas que más admiro de Epicuro es precisamente su desprecio por la terminología complicada, la retórica y los sofismas; aunque eso precisamente lo convierte en un filósofo poco atractivo para los académicos, que siempre andan buscando giros y sutilezas del lenguaje, o sea, aire caliente (palabras) para hacer sus verbosas (e inútiles) tesis. Por otra parte, el llamado Filósofo del Jardín (aunque en realidad era una huerta organopónica, adelantada a su época - Epicuro también es pionero del pensamiento ecológico) ofrecía convincentes reflexiones para aliviar los mayores temores del ser humano. Además, enseñaba que la filosofía era la más agradable de las actividades, ya que daba placer por sí misma, sin necesidad de esperar a recoger ninguna cosecha.



Epicuro: una filosofía ecuménica y liberadora
Epicurus: an ecumenical and liberating philosophy
Pedro Leonardo González
RESUMEN
La filosofía de Epicuro es ecuménica, porque fue la primera que, en vez de encerrarse en los límites de la polis griega (que había quedado reducida a un mero municipio dentro de un vasto imperio), buscaba adeptos en todas las regiones conquistadas por Alejandro. Es igualitaria porque explícitamente incluyó a mujeres, bárbaros y esclavos. Es hedonista porque enseñaba el verdadero placer catastemático, y cómo éste se equilibra con el dolor. Es pacifista porque proponía el aislamiento político como medio para protegerse de las constantes guerras de la época. Pero sobre todo es liberadora, porque su meta definitiva era  liberar al hombre del miedo y la ignorancia.
PALABRAS CLAVE: Epicuro, filosofía helenista, placer catastemático.

ABSTRACT
Epicurus’ philosophy is ecumenical, for it was the first one not exclusively limited to the Greek polis (now a mere department within a much larger Empire), and sought followers in the regions conquered by Alexander. It is egalitarian, since it explicitly included women, barbarians and slaves. It is hedonist, since it showed what true, katastematic pleasure was, and how it could be balanced with pain. It is pacifist because it preached political aislationism as a means of protection against the constant wars of the time. But above all it is liberating because its ultimate goal was to free man from fear and ignorance.
KEY WORDS: Epicurus, helenistic philosophy, katastematic pleasure. 

Busto de Epicuro en la Biblioteca Nacional de Nápoles


Introducción
Después de alcanzar sucesivamente con Sócrates, Platón y Aristóteles las cimas más elevadas de su historia, es natural que la filosofía griega clásica entrara en un período de decadencia. Es lo que dice Marx en su tesis doctoral (1841): “nada tiene de sorprendente el que la filosofía griega, tras su florecimiento sumo en Aristóteles, se marchitara. Sólo que la muerte de los héroes se parece al ocaso de un sol, y no al reventar de una rana inflada” (Marx, ed. de 1997; p. 23). En efecto, no sería justo ni exacto decir que las escuelas filosóficas sucesoras de la gran tradición clásica, denominadas “helenísticas” o “alejandrinas,” sean el “final gris” de una mala tragedia (lo cual se decía frecuentemente en la época de Marx). Más bien hay que verlas como la proyección del espíritu de la antigua Grecia sobre la naciente civilización romana, destinada a ser su auténtica heredera histórica. Por eso Marx, lejos de considerar a epicúreos, estoicos y escépticos como “un apéndice extemporáneo, sin relación alguna con sus potentes predecesores,” asegura que son “los tipos originales del espíritu romano,” dignos representantes de “la figura de Grecia al peregrinar a Roma” (p. 24).

Karl Marx joven

            En este crepúsculo histórico de la Grecia clásica se destaca la figura de Epicuro como exponente de una filosofía que no sólo fue capaz de sintetizar todo el pensamiento precedente, sino también de insertarse en el nuevo mundo cosmopolita surgido a consecuencia de las conquistas de Alejandro Magno de Macedonia. En los siglos siguientes, el epicureismo también gozaría de amplia aceptación en el mundo romano, como lo demuestra el colosal poema de Lucrecio, De Rerum Natura, el cual, según Farrington (1968, p. 186), no sólo fue el texto en lengua latina más importante de su tiempo, sino que “sigue siendo, según la opinión general, el mayor poema filosófico del mundo.” Finalmente, conviviría, se asimilaría y ejercería una gran influencia sobre la nueva religión destinada a prevalecer en todo el Imperio Romano: el Cristianismo, a su vez una poderosa síntesis de elementos religiosos y filosóficos del Oriente y de Grecia. Como bien lo dice N. W. DeWitt (1964; p. 64) en su exhaustivo estudio: la obra de Epicuro representa “nada menos que la síntesis de la física que los jonios cultivaron, pero descuidando la ética, con la ética que Sócrates y Platón cultivaron, pero descuidando la física.”

El Helenismo, universalización de la cultura griega
El tiempo de vida de Epicuro coincide con la destrucción del modelo de la ciudad-estado, que tal vez fue el mayor orgullo de los griegos, pero también a fin de cuentas el mayor obstáculo para su unidad nacional; cuya ausencia facilitó la conquista macedónica. En las nuevas condiciones, los griegos estaban sometidos a un amo que, si bien compartía con ellos lengua y cultura, seguía siendo visto como un bárbaro. El descontento y la sensación de derrota eran generalizados. Era el fin de una civilización y el nacimiento de otra: la helenística.

La marcha triunfal de Alejandro Magno, que apenas duró una docena de años, supuso para el oriente de la cuenca mediterránea una verdadera revolución. Por primera y última vez, el poderío de las armas griegas había unificado bajo una férula única un inmenso territorio que se extendía desde Macedonia hasta el Punjab y desde el sur de Egipto hasta el actual Afganistán. Los conquistadores, aunque perdieran rápidamente la unidad política y se dividieran en diversos reinos, lograron asentarse en casi todo el ámbito conquistado por Alejandro, y formaron sobre las poblaciones indígenas subyugadas una superestructura militar, política, económica y cultural que habría de permanecer siglos enteros… La cultura de la polis griega, hasta el momento cerrada en el ágora y en sus murallas, se extiende por territorios sin barreras y se hace casi universal, gracias a una educación común, ocupando casi todo el mundo conocido y habitado (oikoumene, en gr.) (Piñero, 1989; p. 7).

La batalla de Issos
                La palabra oikoumene (de la cual se deriva nuestro término “ecuménico”) significa exactamente eso: “todo el mundo conocido y habitado” para aquel momento histórico, sobre el cual la cultura griega ahora predominaba. Por su parte, la lengua griega evolucionaba hacia la koiné, la lengua común que unía a numerosos pueblos profundamente diferentes entre sí. El griego siguió siendo la lingua franca del Medio Oriente por milenios. Ni siquiera el latín imperial pudo desplazarlo.

Amigos que “viven ocultamente”
A diferencia de Platón, Epicuro nació pobre, aunque recibió cierta educación (era hijo de un maestro de escuela, figura socialmente desdeñada). Su familia, de origen ateniense, se había visto obligada a emigrar a una colonia agrícola en la isla de Samos, patria de Pitágoras, donde nació Epicuro. La vida de un colono o klerújos era bastante dura, sometida a los vaivenes de las constantes guerras de entonces, que para el hombre común sólo traían sufrimientos y carencias de todo tipo. Por otro lado, con la desaparición de la polis, la libre participación del ciudadano en la vida pública era imposible. Para enfrentar estas realidades, la filosofía epicúrea se aparta de sus antecesoras platónico-aristotélicas y se concentra en el individuo al margen (o más allá) del estado; en contraste con el ideal clásico del ciudadano, que identifica la ética con la política. “El hombre epicúreo es como una ciudad asediada que se encierra dentro de sus muros” (Daraky y R.-Dherbey, 1996; p. 59).
            Durante aquella “espantosa gestación del mundo helenístico… siempre bajo la amenaza de la hambruna” (Ibíd., p. 7), Epicuro predicaba el apoliticismo, o más exactamente, la no participación en el servicio público (leitourgía). Es interesante señalar que lo que Epicuro propugnaba equivalía a no colaborar con una forma de gobierno que para los griegos era, ni más ni menos, una ocupación militar.

El ideal político epicúreo se sintetiza en la máxima “Vive ocultamente” (láthe biósas). Como dice el fragmento 552 de Usener: “Los epicúreos huyen de la política como daño y destrucción de la vida dichosa.” Sustituyendo a la política, la amistad o philía universal, más preciosa que la misma sabiduría, es el único nexo que mantiene unidos a los miembros de la escuela epicúrea. Sin embargo, aunque el Sabio propone el placer y la amistad como fines y bienes supremos, no deja de ser básicamente un asceta, en la tradición de Sócrates y de Diógenes de Sínope; cuya sabiduría consistía en minimizar sus necesidades y atenderlas con la mayor simplicidad posible. En una aparente paradoja, “la moral del placer desemboca en un frugal ascetismo, y la universalidad de la amistad epicúrea acaba reduciéndose al marco de un retirado jardín” (García y Acosta, 1973; p. 83). Sin embargo, Epicuro llegó a ser tan popular que, como recuerda Diógenes Laercio, “su patria… lo honró con estatuas de bronce; sus amigos… eran en tan gran número que ya no cabían en las ciudades.” Lejos de ser un movimiento aislado, su escuela “permanece sin interrupción de maestros a discípulos, cuando todas las otras han acabado” (D. L. X, 6) [1].
           
Placer, virtud, temor, libertad y fatalidad
En palabras del gran Francisco de Quevedo, autor de una Defensa de Epicuro Contra la Común Opinión (ed. de 1997; p. 5), “Epicuro puso la felicidad en el deleite, y el deleite en la virtud.” Epicuro concordaba con Aristipo el Cirenaico en que la sabiduría consistía, no en abstenerse del placer, sino en dominarlo para que no nos envilezca (D. L. II, 75); pero se diferenciaba de aquél en el concepto mismo de placer. Para Epicuro, el verdadero placer era el catastemático, o inmóvil; es decir, un estado que consiste en una simple ausencia de dolor y turbación (aponía). El verdadero placer era no tener sed, no tener hambre, no tener frío. Aquí se oponía a tanto a los cirenaicos como al Platón del Filebo, que niega que pueda existir placer sino en el movimiento indispensable para obtener la katástasis o restauración de un estado doloroso (comer cuando se tiene hambre, beber cuando se tiene sed). Para Epicuro, el placer era el resultado o katastéma, y no la acción que lleva a él (García y Acosta, 1973; p. 32).
      Por otro lado, la teoría epicúrea del mundo físico es una adaptación con pocos cambios del atomismo de Demócrito. A pesar de la importancia de la física en su doctrina, el interés principal de Epicuro, más que ofrecer una explicación científica de la naturaleza, es fundamentar su teoría ética, cuyo propósito es eliminar el temor a los dioses y a la muerte por medio de una actitud racional y calculadora hacia el placer y el dolor (el llamado tetrafármaco). Su intención era “proporcionar una visión conjunta de la naturaleza que permitiese la tranquilidad del ánimo y ayudara a liberar el espíritu humano de los terrores supersticiosos ante los prodigios impresionantes de la naturaleza, en los que Demócrito había visto una de las causas de la religión” (García y Acosta, 1973; p. 211-212). 

Demócrito muerto de la risa
Como a Sócrates, a Epicuro le parece ocioso ocuparse del origen y la formación de este mundo (o de los infinitos mundos que según él existían). Acepta la teoría atómica sólo porque le parece suficientemente plausible. Pero lo único que realmente le interesa es el sufrido hombre de su época, esclavizado por el miedo. Por eso, hasta en la física dejaba un margen para la libertad, “pues sería mejor aceptar la fábula popular sobre los dioses que ser esclavo de la Fatalidad de los fisiólogos” (D. L. X, 134).

Igualitarismo, ataraxia y posible orientalismo
También como consecuencia de la destrucción de la civilización de la polis, el epicureismo fue la primera doctrina filosófica griega que no se dirigía exclusivamente al ciudadano griego. Por eso DeWitt (1964, p. 26) dice que fue la primera “filosofía misionera,” que buscaba adeptos de todas las nacionalidades y condiciones sociales. Era una doctrina para griegos y bárbaros, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, amos y esclavos por igual; unidos todos por el amor, el afecto y la amistad mutuos. Cabe señalar que mujeres, bárbaros y esclavos eran los grupos más discriminados en la sociedad griega, antes y después de Alejandro.
La felicidad consistía en la suspensión de toda ansiedad, la ausencia de perturbación, la calma perfecta: la ataraxia. Es posible hallar similitudes de esta doctrina con el budismo y otras religiones orientales, pues la definición epicúrea del ascetismo parecía “conducir a una especie de aniquilación de la persona, análoga al nirvana búdico” (Festugière, 1963; p. 26). De hecho, fue durante las conquistas de Alejandro cuando ocurrieron los primeros contactos entre hindúes y griegos, quienes llamaron a los ascetas hindúes “gimnosofistas,” o sea, sabios desnudos (Plutarco, ed. de 1970; p. 97). Sin embargo, Festugière (1963, p. 26) opina que la noción de “extinguir en sí mismo todos los deseos… tornarse indiferente a todos los móviles de la actividad humana,” es un “camino de vida” que “siempre ha repugnado al alma occidental, singularmente al alma griega” y “no presenta con la doctrina epicúrea sino analogías de superficie” (Ibíd.). A pesar de esta opinión, expresada por uno de los mayores conocedores de Epicuro, no es difícil encontrar muchas importantes semejanzas entre las doctrinas del sabio del jardín y el pensamiento oriental. 

Fakir indio en una cama de clavos
Por supuesto, también es evidente la filiación de Epicuro con las grandes corrientes del pensamiento griego. Algunas raíces del epicureismo pueden hallarse sin duda en la Ética Nicomáquea de Aristóteles (ed. de 1999), que dedica dos libros completos a la amistad: “Cuando los hombres son amigos, no hay necesidad de justicia… la más perfecta expresión de la justicia es la amistad… la amistad no es sólo un medio, sino un fin… En resumen, identificamos el bien con la amistad.” (1115a) También en el Estagirita hallamos la noción, defendida posteriormente por Epicuro, de que los dioses son indiferentes hacia los asuntos humanos: “¿No parecerá ridículo ver a los dioses haciendo contratos, devolviendo depósitos y otras cosas semejantes? etc.” (1178b). El cálculo del placer aparece en 1105a: “todo el estudio de la virtud y la política está en relación con el placer y el dolor, puesto que quien se sirve bien de ellos, será bueno, y quien se sirva mal, será malo.”

El epicureismo en Roma
Es natural que una filosofía tan amable como la de Epicuro tuviera numerosos seguidores, primero en el ámbito helenista, y luego entre los romanos. Aunque autores griegos como Plutarco, de creencias platónicas, y latinos como Cicerón, influenciado por los estoicos, fueron duros críticos del epicureismo, éste a su vez fue defendido por figuras igualmente ilustres, como los poetas Horacio (quien dijo de sí mismo que era “un cerdo de la piara epicúrea”) y Juvenal. También Epicuro es citado por Séneca (a pesar de ser éste también estoico) en 20 de sus epístolas: “todas las veces que necesita de socorro en las materias morales que escribe... Séneca habla de Epicuro con suma veneración… Más frecuente es Epicuro en las obras de Séneca que Sócrates y Platón y Aristóteles y Zenón” (Quevedo, ed. de 1997; p. 18).
Pero la mejor expresión de la importancia del movimiento en Roma es el ya mencionado poema de Tito Lucrecio Caro, monumento de las letras latinas; que se inicia con una alabanza al fundador, ese “varón griego” que se rebeló contra la religión, el fanatismo y “las fábulas de los dioses:”

No intimidó a este hombre señalado
La fama de los dioses, ni sus rayos,
Ni del cielo el colérico murmullo.
(…)
Por lo que el fanatismo envilecido
A su voz es hallado con desprecio;
¡Nos iguala a los dioses la victoria! (Lucrecio, ed. de 2007; 100-110)

David Sedley (citado por Clay, 2000), de Cambridge, ha propuesto que Lucrecio utilizó una obra ahora perdida de Epicuro (Peri Physeós o “Sobre la Naturaleza”) como base doctrinaria para sustentar De Rerum Natura. Curiosamente, el poema fue editado por un enemigo del epicureismo, el mismísimo Cicerón.
            Dice Farrington (1968, p. 190) que la razón de la antipatía que muchos en Grecia y en Roma sentían hacia el epicureismo era su negativa a usar la religión como instrumento político: “El gobernar era para los romanos lo que la filosofía había sido para los griegos,” y tanto unos como otros sostenían que la religión era el mejor medio para “impresionar a las masas… (y) llenar de miedo su imaginación.” Esta práctica de manipular políticamente al vulgo por medio de la religión era aprobada tanto por platónicos como por peripatéticos y estoicos, y todos ellos consideraban subversiva la posición epicúrea de “participar en el ritual estatal, pero (sin) permitir que (éste) afecte a su religión interior.” Los epicúreos, que participaban en el culto socialmente aceptado, pero sin renunciar a sus propias convicciones privadas, eran vistos por los fundamentalistas como unos infiltrados. 

Un cerdo de la piara epicúrea
     
Epicuro y el cristianismo
La aparición del cristianismo significó la fusión definitiva de la filosofía griega con la teología hebraica, después de siglos de estrecha convivencia. Quizás el primer episodio de este fenómeno fue la traducción de la Torá hebrea al griego koiné por los legendarios Setenta, en Alejandría. Esto permitió que los gentiles conocieran las Escrituras judaicas bajo nombres griegos (Biblia, Pentateuco, etc.). De cualquier modo, los nuevos amos europeos que reemplazaban a los sátrapas de los antiguos imperios asiáticos tenían costumbres que podían parecer escandalosas a los pueblos sometidos. El libro de los Macabeos (I, 1-42) relata justamente un enfrentamiento entre el pueblo judío y las autoridades helenísticas, motivado por la construcción de un gimnasio al estilo griego en Jerusalén, a la que habían seguido violaciones al código judío tan graves como “la restitución de los prepucios,” que los guardianes de la ortodoxia no pudieron soportar.
Para bien o para mal, la fusión cultural y religiosa se dio a la larga; y un personaje tan cosmopolita como el apóstol Pablo, judío de lengua griega y ciudadano romano, aparece como el mayor representante de ella. También es indudable que Pablo estaba familiarizado con las doctrinas epicúreas y estoicas que prevalecían en la época. En su obra St. Paul and Epicurus, DeWitt (1954, p. 2) llega a decir que San Pablo reconoció los grandes méritos de la ética epicúrea, y que la adoptó, otorgándole el rango de doctrina religiosa; pero sin admitir su deuda con Epicuro, cuyos reputados materialismo y hedonismo lo hacían aparecer al criterio cristiano como un pagano pecaminoso de la peor especie. Pero ni el materialismo de Epicuro lo hacía ateo, ni los placeres que buscaba eran los placeres de la carne, y un espíritu esclarecido como Pablo ha debido reconocer esto. 

San Pablo en Atenas
DeWitt (1954) propone una clave para descubrir los principios epicúreos ocultos en los escritos de San Pablo. Se puede concordar con él en que el ecumenismo, el igualitarismo, la prédica del amor y la paz, la preferencia por el estilo epistolar, la práctica de reunirse en residencias privadas y el aislacionismo político eran características que compartían los epicúreos con los primeros cristianos. Pero a un cristiano (y de hecho, al practicante de cualquier religión) le sería imposible aceptar la idea, central al epicureismo, de que los dioses son indiferentes a lo que ocurre en el mundo de los hombres. Tampoco podría aceptar el atomismo, y mucho menos la idea de que el alma, compuesta de átomos al igual que el cuerpo, desaparece por completo después de la muerte. En efecto, el dogma cristiano de la resurrección de la carne, defendido por Pablo en su discusión con los filósofos griegos en el areópago de Atenas (Hechos, XVII, 16-34), es irreconciliable no sólo con la filosofía de Epicuro, sino con la de cualquier otro pensador griego. Pitagóricos y platónicos, por el contrario, preferían creer en la reencarnación.
No obstante, es innegable que existen ecos, no sólo de Epicuro, sino de muchos otros filósofos griegos, en los escritos doctrinarios cristianos: los hay de Platón en el Sermón de la Montaña; de Heráclito y de los estoicos en la tesis del lógos hecho carne; de Sócrates en su injusta condena y su entrega al sacrificio, que anticipa el de Cristo. En conclusión, puede decirse que no sólo el epicureismo, sino también toda la filosofía griega, encuentran su culminación en el Cristianismo, al que ayudaron a dar forma y profundidad.

BIBLIOGRAFIA
Aristóteles (Ed. de 1999). Ética Nicomáquea. Gredos, Madrid.
Clay, Diskin (2000). “Recovering Originals: Peri Physeos and De Rerum Natura (A Review of David Sedley, Lucretius and the Transformation of Greek Wisdom).” En: Apeiron, Vol. XXXIII Nro. 3, Sept. 2000.
Daraki, María y Romeyer-Dherbey, Gilbert (1996). El Mundo Helenístico: Cínicos, Estoicos y Epicúreos. Akal, Madrid.
DeWitt, Norman Wentworth (1964). Epicurus and his Philosophy. University of Minnesota Press, Minneapolis.
DeWitt, Norman Wentworth (1954). St. Paul and Epicurus. Originally published by the University of Minnesota Press in 1954 (copyright expired). Epicurus_info E texts. 
Diógenes Laercio (Ed. de 1985). Vidas de los más Ilustres Filósofos Griegos. Traducido del griego por José Ortiz y Sainz. Orbis, Barcelona.
Farrington, Benjamin (1968). La Rebelión de Epicuro. Ediciones de Cultura Popular, Barcelona.
Festugière, A.- J. (1963). Epicuro y sus Dioses. Eudeba, Buenos Aires.
García Gual, Carlos y Acosta, Eduardo (1974). Epicuro. Ética. La Génesis de una Moral Utilitaria. Barral, Barcelona.
Marx, Carlos (Ed. de 1997). Diferencia entre la Filosofía de la Naturaleza según Demócrito y según Epicuro. Traducción directa del alemán por J. D. García Bacca. UCV, Dirección de Cultura, Caracas.
Piñero Sáenz, Antonio (1989). La Civilización Helenística. Historia del Mundo Antiguo Akal, Vol. 35. Akal, Madrid.
Plutarco (Ed. de 1970). Alejandro y César. Traducido por Carles Riba. Salvat, Barcelona.
Quevedo, Francisco de (ed. de 1996). Defensa de Epicuro contra la Común Opinión. Tecnos, Madrid.
Tito Lucrecio Caro (ed. de 2007). De la Naturaleza de las Cosas. Traducción del latín de José Marchena. El Perro y la Rana, Caracas.
Sagrada Biblia. Versión Nácar-Colunga (1988). Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid.



[1] D. L.: Diógenes Laercio.
 



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