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Cortesía Diario Vasco |
El
año 2020 empieza a mostrarse tan interesante como prometía. Llegamos al
equinoccio de primavera y tenemos al mundo entero enmascarado y en cuarentena.
No se habla de otra cosa, los medios de comunicación masivos se volvieron
monotemáticos y obsesivos: el virus de la corona en su última mutación acapara el
escenario mundial. Nos dicen que la cosa empezó porque los chinos (esa gentuza
amarilla, pagana y comunista) comen murciélagos (y un curioso animalito llamado
pangolín… aparte de gatos salvajes, cuernos de rinoceronte y otras delicias). Aprendí
una nueva palabra: zoonosis, que se refiere a una enfermedad propia de animales
pero que puede transmitirse a los humanos. Hay una larga lista de estas
afecciones, con nombres tan suntuosos como leishmaniasis o toxoplasmosis.
Habría que incluir también al virus del SIDA, el legendario VIH: ¿no se dijo
que se había originado en los simios africanos y que estos se lo habían pasado
a la gente (hablemos claro: a los negros) por comérselos o por tener contacto
sexual con ellos?
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Pangolín (cortesía Diario16) |
A
mi modo de ver, lo que está planteado es realmente un desafío a nuestra
capacidad de pensamiento crítico: ¿cuánto de esto es paranoia, manipulación,
engaño? ¿Hay una operación psicológica detrás de todo esto? Porque se habla de
una pandemia, de un virus, pero inmediatamente después se habla del desplome de
los mercados, de los índices bursátiles (y de los precios del petróleo… todo a
la vez). La temida crisis que todos esperaban aparece de repente de la manera
más agresiva e inesperada. Algunos hasta recuerdan el crack de 1929, el legendario Viernes Negro, el primer día de la
Gran Depresión, pero esta vez complicado por una epidemia muy sui generis. ¿Cómo tratar este tema sin
caer en el ridículo, sobre todo por mi evidente ignorancia tanto de medicina
como de economía? Y sobre todo, ¿cómo evitar la repetición de los consabidos
lugares comunes?
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Giovanni Boccaccio |
Se
me ocurre empezar contando una historia que a su vez empieza cuando “ya habían los
años de la fructífera Encarnación del Hijo de Dios llegado al número de mil
trescientos cuarenta y ocho”, y Giovanni Boccaccio, poeta y seguidor del gran
Dante Alighieri, se encontraba en la hermosa ciudad de Florencia, desde donde pudo
presenciar la llegada de una verdadera pandemia: la Peste Negra. Esa no era una
gripecita con un promedio de letalidad del 2% y que mata sobre todo a los muy ancianos.
No, ése era el cuarto jinete del Apocalipsis, mensajero de la muerte, del
horror y el infierno. Llenaba el cuerpo de sus víctimas de unas llagas negras espantosas
que el pueblo llamaba “bubas” y que se hinchaban y se esparcían y en menos de
tres días causaban la muerte, sin que hubiera remedio ni tratamiento que
pudiera evitarlo. Infectaba por igual a los que tocaban a los enfermos y a las posesiones
que habían sido de aquellos desdichados. Se sabía que venía del Oriente y que
allá había matado a muchos. En su paso por Europa, se estima que mató a una
tercera parte de la población (25-30 millones de personas). Pasarían siglos
antes de que Europa recuperase el nivel de poblamiento que tenía antes de la
peste de 1348.
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Médicos de la Peste |
Aquí podemos colocar un pequeño
inciso de índole histórica-estética referente al uso de máscaras, no para
disfrazarse u ocultarse, sino para protegerse. Durante los peores momentos de
la Peste Negra se designó a un grupo de personas denominadas Médicos de la
Peste, que, como también cuenta Boccaccio, no necesariamente tenían una
preparación médica óptima, pero servían como una especie de mercenarios
profilácticos que reforzaban las mermadas filas de los trabajadores de la salud.
Estos personajes, al menos desde el siglo XVII (porque la de 1348 no fue ni la
primera ni la última peste que asoló el mundo) usaban un atuendo especial para
protegerse del contagio, cuyo rasgo más llamativo era una máscara de cuero bastante
siniestra con forma de pico de ave, completada con unos lentes de vidrio sobre
los ojos. El pico iba relleno de paja a modo de filtro contra el miasma o “mal aire”, a la que se añadían
sustancias aromáticas para atenuar el hedor cadavérico. Estas macabras figuras
pueden haber inspirado otro célebre relato sobre la peste, La máscara de la muerte roja, de Edgar Allan Poe.
Volviendo a Boccaccio, éste nos cuenta
cómo la anarquía se apoderó de Florencia, hasta que cada quien terminó haciendo
lo que le daba la gana: o bien se encerraba para someterse a una austeridad
extrema, o se entregaba a la orgía y el desenfreno. La propiedad dejó de
existir, las casas abandonadas por sus amos muertos o enfermos se volvieron de
uso común, la autoridad desprovista de servidores no tenía poder para hacerla
respetar. Todos huían de los enfermos, los abandonaban a su suerte y, si
podían, dejaban la ciudad, totalmente impregnada por la pestilencia de los
cadáveres. Entre marzo y julio (interesante destacar esas fechas) murieron unas
cien mil personas dentro de los muros de Florencia.
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Triunfo de la muerte. Pieter Brueghel el viejo (detalle) |
Para contrarrestar tanto horror, Boccaccio
se imaginó un grupo de hermosas damiselas y agraciados galanes que, huyendo de
la funesta mortandad, se refugiaron en una hermosa casa campestre, donde se
obligaron a dedicarse a actividades placenteras que alejaran sus pensamientos
del espanto de la peste. Así nació el famoso Decamerón, un compendio de
historias de tema amoroso o picaresco que los jóvenes amigos contaban para
distraerse. Más de 600 años después, yo ahora invito a mis cuatro gatos
lectores a aprovechar la ociosidad forzada de la actual cuarentena para hacer
algunas reflexiones (no necesariamente placenteras ni agradables) sobre lo que
está ocurriendo. Y propongo invocar para este fin los principios de la Escuela
de la Sospecha, inspirada en los tres héroes del pensamiento crítico: Marx
(sospecha de tu sociedad), Nietzsche (sospecha de tu cultura) y Freud (sospecha
de ti mismo).
El primer tema a tratar es el de
las teorías conspirativas. Parece que no se puede escapar de ellas, pues las
explicaciones oficiales de ciertos sucesos turbios de la historia reciente
suelen ser más increíbles que las versiones alternativas, descalificadas precisamente
como teorías conspirativas. Pero ¿quién está conspirando? Consideremos el
siguiente ejemplo: siempre que ocurre un siniestro de aviación, quedan
esparcidos por todas partes los restos de algo tan enorme como un avión de
pasajeros: alas destrozadas, los inmensos motores, la cola, el tren de
aterrizaje… Pero según la versión oficial y respetable, que debemos creer so
pena de ser considerados paranoicos, los aviones que supuestamente chocaron
contra las Torres Gemelas y el Pentágono el 11 de septiembre de 2001 “se
volatilizaron”, las temperaturas fueron tan altas que no quedó ni un átomo de
ellos… Ah, pero además tenemos que creer (entre muchas otras cosas fabulosas) que el
pasaporte de uno de los terroristas que no se desintegró junto con las
toneladas de acero de las aeronaves fue hallado por los perspicaces servicios
de inteligencia que sin embargo habían fallado lastimosamente en prevenir los
atentados.
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Cortesía Sputnik News |
En el caso que nos ocupa ahora, la
explicación oficial que circula en los medios occidentales es que los chinos, que
tienen la fea y poco higiénica costumbre de beber sopa de murciélago, desataron
con la complicidad de su represivo, ineficiente y opaco gobierno comunista la
pandemia que tiene a buena parte de la humanidad en cuarentena. La Teoría
Conspirativa, descalificada por esos mismos medios, es que el virus fue
producido por laboratorios de guerra bacteriológica, pero ¿de quién? Los chinos
tienen los suyos, sin duda, pero los estadounidenses los tienen más grandes y
más poderosos… además de que existen antecedentes de que los militares y
agencias de inteligencia de EEUU han usado elementos biológicos contra su propia población. En todo
caso, desde sus respectivos canales oficiales, chinos y estadounidenses se
acusan mutuamente de haber extendido al campo bioquímico la guerra económica en
que están enzarzados desde hace años.
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Cortesía BBC |
A pesar de las dramáticas
declaraciones del alcalde de la ciudad italiana de Bérgamo, que según la BBC
dice que ha tenido “que abrir el cementerio de la iglesia para alojar la gran
cantidad de cadáveres”, sigo sospechando que esta historia del virus coronado
tiene todos los elementos de una operación de psicología de masas que pretende utilizar
el temor y el racismo para demonizar a China, del mismo modo que el 9/11 fue
usado para demonizar al Islam (véase este artículo de Kevin Barret). Y me
parece también sospechoso que los dos países más afectados por la pandemia sean
precisamente Italia (el aliado más importante de China en la Unión Europea) e
Irán (otro aliado estratégico de los chinos y el peor enemigo de los
anglo-sionistas en el oriente medio). Desde luego, no tengo ninguna prueba,
sólo puedo opinar que medios como la BBC se usan constantemente como armas de
propaganda en apoyo de la agenda imperialista internacional. Por esa razón
siempre leo la BBC, para saber hacia dónde están apuntando los cañones
mediáticos.
El método paranoico-crítico, propuesto
por Salvador Dalí como un
“método espontáneo de conocimiento irracional basado en la objetividad crítica y sistemática de las
asociaciones e interpretaciones de fenómenos delirantes”, es una metodología ideal
para aplicarla en nuestro análisis teorético-conspirativo de lo que está
ocurriendo, desde los recovecos donde la cuarentena global nos ha obligado a refugiarnos.
Empiezo por darle la razón a José Sant Roz, que ha escrito que los venezolanos
estamos tan encallecidos después de años sometidos al pandemonio de la guerra
psico-económica que bien podemos resistir cualquier pandemia. Desde Washington,
el señor Trump sigue hablando del “virus chino” y se ha planteado una
competencia patética entre gringos, chinos, rusos, alemanes, israelíes y hasta
cubanos para ver quién produce la primera vacuna contra el fulano virus.
Mientras tanto, el dengue y el ébola siguen matando gente, pero sin
protagonismo mediático. ¿Qué pasó con los refugiados que Turquía había dicho
que no iba a seguir conteniendo? ¿Y los centroamericanos que iban a derribar el
muro de Trump? ¿Declararon cuarentena para detener la guerra en Siria y en
Yemen? ¿Por fin se va a hundir el dólar y arrastrar consigo toda la economía
mundial?
¿No
es terriblemente sospechoso que hace unos meses se reunieran Bill Gates y otros
plutócratas y especialistas médicos y financieros en un simposio llamado Event 201 para discutir las posibles
acciones a tomar en caso de que se desatara una pandemia? Resulta que el
escenario ficticio que se manejó en esa simulación era una epidemia global
causada por una variedad brasileña de coronavirus porcino que causaría decenas
de millones de muertos al mismo tiempo que una hecatombe financiera generalizada. Ya
sabemos que la élite plutocrática mundial es malthusiana y está empeñada en
disminuir la población del mundo a cualquier costo. Los experimentos biológicos
junto con las campañas propagandísticas para hacer lavados de cerebro masivos
nunca se han detenido. En el caso del 9/11, la intención era crear un
justificativo para las guerras que presenciamos en las primeras décadas del
siglo XXI. Esas guerras han llegado a un punto de estancamiento. Tal vez los innombrables
que mueven los hilos han decidido buscar un nuevo catalizador, un evento
catastrófico que dé pie a nuevas guerras para que sigan enriqueciéndose. La
Gran Depresión de los años 30 terminó en la II Guerra Mundial. La Gran
Depresión Coronada puede terminar en un Apocalipsis zombi, en el ansiado
Armagedón por el que se babean los cristianos sionistas. ¿Será que los
paranoicos, definitivamente, tienen razón?
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